La última aventura. La obra póstuma de Karl Lagerfeld y “los otros Trump” se inaugura con un desarrollo residencial de ultra lujo
En alianza con dos hermanos millonarios, el diseñador había diseñado antes de su muerte un complejo que se inaugura en Florida
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Lo oculto acuna el mito. La creatividad nace de imaginación, aunque eso signifique cambiar el origen de la industrial Hamburgo a la hygge Suecia, retrasar el cumpleaños un quinquenio, y dotar de misterio la niñez. Aunque nunca se retrotrajo, don Otto vio develadas todas su patrañas cuando se publicó su acta de bautismo ocurrido en la Alemania nazi el 10 de septiembre de 1933 y un artículo que anunciaba su nacimiento publicado por sus padres: ella, Elisabeth; él, también Otto, ambos alemanes.
Otra historia se tejía en paralelo en un lugar llamado Trumpskoya, en alguna parte de Lituania. Willie y Celia huían de la Rusia zarista a fines del siglo XIX en una de las tantas oleadas de judíos que emigraron. No está demasiado claro si el destino fue materia de debate, pero terminaron en Sudáfrica. Se instalaron en la conocida como “ciudad del Jacarandá”: Pretoria. A 50 km al norte de Johannesburgo, está rodeada por las montañas de Magaliesberg, es la capital administrativa de Sudáfrica y donde se llevó a cabo el juicio que puso preso a Nelson Mandela. Allí, el matrimonio de emigrantes abrió unos grandes almacenes y verían nacer a sus hijos Jules y Eddie. Ambos crecieron rellenando las estanterías del negocio de sus padres.
Pasarían casi 80 años hasta que aquél Otto, nacido en Hamburgo, transformado en Karl Lagerfeld, y estos Jules y Eddie, conocidos hoy como “los otros Trump”, se unieran para lo que sería la consagración de los hermanos y el último proyecto del artista.
Los hermanos Jules y Eddie aprendieron de progreso del trabajo como sastre de su padre. Aunque nacieron en Sudáfrica, debido los disturbios raciales a comienzos de la década de 1960, volvieron a emigrar. Obligados a volver a huir, esta vez eligieron los Países Bajos. El entrenamiento de saltar de un lado al otro los preparó para cruzar el Atlántico. Se adentraron en la dura Nueva York del sueño americano para recalar, finalmente en Florida. Experimentados en el arte de comprar y vender al menoreo, en 1970 tomaron conocimiento de la crítica situación de una cadena de indumentaria masculina llamada Bond´s. Estos negocios perdían una decena de millones al año. Se arriesgaron y la compraron. Aquello de empezar de cero tantas veces había sido la perfecta universidad para reconvertir a la cadena en un éxito, a la que vendieron con una ganancia que duplicó el monto de sus pérdidas. La buena fortuna en la operación los tentó a sumarse a los que se llamarían los “bonos basura” y que llevaría a la quiebra a la es firma de Wall Street, Drexel Burnham Lambert.
Nacen los otros
Con algo de ejercicio en inmuebles, más el expertise adquirido en los negocios, Florida se presentaba para los hermanos Trump como una tierra virgen. La primera gran inversión la hizo Jules en 1980, cuando compró en Biscayne Boulevard algo más de 30 hectáreas de un bosque de pinos. Vislumbró esta península lo que se convertiría en el escenario ideal para una comunidad isleña privada. En ese sitio planificaron los primeros condominios de lujo de Florida. Las residencias en Williams Island (así llamaron a su nuevo emprendimiento en homenaje a su padre) iniciaron una tendencia en la región. Una experiencia que sigue de modo incansable hoy. Solo en el downtown de Miami se registran 30 proyectos de construcción, con un crecimiento del 40% desde 2010. Ritz-Carlton, MrC de los hermanos Cipriani, The Elser, Waldorf Astoria, E11EVEN, St. Regis son apenas algunos de los grupos hoteleros que, además de sus propiedades habituales, se encuentran ofreciendo penthouses que parten de los dos millones de dólares.
Más allá de las residencias arquitectónicamente impresionantes, que dotaron a la ciudad de esbeltas figuras como las piernas de Tina Turner, los Trump concibieron un lujo muy personal en la región. Amenities de grandes resorts internacionales, vistas que dejan mudo, espacios internos para perderse y un toque muy único de cierto aroma a encantador paisaje de pueblo europeo. Tuvieron la inteligencia de pensar el vivir con estilo, más que solo pensar en el lujo per se.
Entre sus excentricidades bien entendidas, convocaron a Sophia Loren para que considerara su hogar a Williams Island. Con la mirada italiana de la estrella curvilínea, todos los emprendimientos de los Trump se convrtieron en una Mediterranean Village way of life. Como en una película de Carlo Ponti, del brazo de la Loren los hermanos Jules y Eddie, sumados a la esposa del primero, Stephanie, se lanzaron a conocer cada mínima isla de Italia. De allí nació el Village, dentro de Williams Island, fue inspirado en Procida, una de las Islas Flégreas frente a la costa de Nápoles.
La primera torre se inauguró en 1985. La segunda, Bellini, llegó en 2013. Para crear el Tennis Club, hoy parte del circuito profesional, invitaron a Roy Emerson, el autraliano portador de 12 títulos de Grand Slam individual y 16 en dobles, un récord histórico de 28 que se mantiene hasta la actualidad. El atrajo a los famosos Jimmy Connors y John McEnroe para jugar en sus courts.
“Estamos enamorados de nuestros edificios boutique de lujo costeros”, cuenta Eddie en charla exclusiva con LA NACION revista. Eddie es conocido como el hermano soltero preocupado por las finanzas. Jules se enfoca en marketing y diseño.
Aunque lejos de la filosofía de Donald Trump, con quien comparten la intuición por los negocios pero nada de lazos familiares, han logrado crear un imperio a partir de los bienes raíces que, además de Williams Island, incluye Luxuria en Boca Raton y su más reciente joya: Acqualina Resort & Spa den Sunny Isles. Hicieron brillantes operaciones en Manhattan, de hecho conservan una torre de oficinas en el 404 Park Avenue, y un muy pequeño negocio paralelo: y la sucursal de la Gran Manzana de la agencia de modelos Elite, la cuna de las supermodelos Cindy Crawford y Claudia Schiffer.
El inevitable contrapunto con Donald no es una nimiedad. Excede por completo el apellido. Aunque comparten el teatro de operaciones de sus respectivas fortunas, uno propició, aun antes de ser presidente, las declaraciones pomposas que lo llevan a los titulares de todos los diarios, el marketing de su imagen convirtió a su familia en una dinastía y la exhibición de excentricidades ha sido su huella dactilar. Los “otros Trump” se embanderan en la discreción. Ponen a sus emprendimientos en el candelero, conservando un modesto tercer o cuarto lugar. Jules asegura que son “muy aburridos” en comparación a su homónimo. Quienes trabajan con la dupla asegura que una de las grandes distinciones radica en que los hermanos construyen edificios desde cero, están involucrados en sus proyectos, de hecho ambos viven en uno de ellos. Generan un compromiso personal con sus creaciones, un detalle que, para el equipo de los “otros” está muy lejos del modo de hacer negocios del ex presidente.
Las trifulcas tocaron techo luego de unos cuantos mediáticos escarceos, con un encontronazo legal. Para 1988 Donald decidió demandar a los hermanos para impedirles el uso del apellido. El nativo de Queens sugirió en la presentación judicial que los empresarios lituanos estaban lucrando con la altísima exposición que había ganado con sus negocios durante una década de promoción. La primera presentación legal fue en la corte del estado de Nueva York, donde perdió. A pesar del traspié, no se dio por vencido y solicitó a la Oficina de Marcas y Patentes de Estados Unidos que revocara el registro federal de la marca, y ganó. A pesar de eso, los hermanos pueden usar el “The Trump Group”, pero no para nombrar a sus productos.
Las alianzas exitosas
Una de las estrategias más sagaces del dúo ha sido no centrarse en sí mismos a la hora de contar sus proyectos. Siempre optaron por recurrir a figuras estelares que bañaron con su charme la propuesta. Bajo ese concepto es que decidieron pensar para su última aventura en Karl Lagerfeld. Por primera vez el diseñador se lanzaba a crear la estética de un emprendimiento de condominios en Estados Unidos. Fue la única. Sus bosquejos fueron pensados para las residencias de The Estates at Acqualina, un nuevo desarrollo residencial de ultra lujo en Sunny Isles Beach de Miami, en los terrenos de Forbes Five Star y AAA Five Diamond Acqualina Resort & Spa.
Lagerfeld se vio seducido por el desafío, por su novel incursión en un rubro diferente y por el salto más allá del océano Atlántico. Sus lentes negros visualizaron atención a los detalles, identidad, acabados y muebles personalizados concebidos y diseñados por él mismo. En ocasión de la presentación de su proyecto, en rueda de prensa en 2019, declaró: “Me importa ofrecer la primera impresión a las personas que vuelven a su hogar. Pero también crear espacios a los que la gente se acerca a socializar diariamente. Mis diseños están inspirados en Florida especialmente. El clima es muy cálido y quería algo fresco”.
La asociación con Karl Lagerfeld fue organizada por Leitzes & Co, una consultora especializada en crear partnerships alrededor del mundo. The Estates at Acqualina se planteó como una opción para la que no escatimar en gastos (costó 1,8 mil millones de dólares), “será una espectacular celebración del arte, la arquitectura y la vida”, afirmó el diseñador. Son 244 residencias de tres a siete habitaciones en dos torres estilo boutique de 50 pisos. Cada propiedad, cuyos valores oscilan entre 4,6 y 32 millones de dólares, se entrega con los muebles listos y equipados. Cada suite principal cuenta con baños para dos con encimeras y paredes de ónix importado y pisos de mármol, una ducha de vapor, una bañera independiente, una ducha con vista al mar y dos vestidores de diseño. The Estates incluye Villa Acqualina, que ofrece más 13 mil metros cuadrados de comodidades que incluyen una pista de patinaje sobre hielo, pistas de bolos y una sala de cine.
Jardines inspirados en Marrakesh, varias piscinas infinitas, un FlowRider para surfistas, una cancha de basquet, otra de bochas, un parque para perros, una cancha de fútbol, un restaurante frente a la playa y 150 metros frente al océano Atlántico con servicios de playa y piscina cinco estrellas.
Lagerfeld decidió aunar la elegancia clásica europea y el estilo vanguardista de South Beach, con pequeños toques del art decó tradicional del sur de Miami, pero con una reinvención sin parangones. Entre las piezas que se ven hoy, se registran fuentes que fueron realizadas en detalle a partir de fotografías de piezas originales y arcos romanos, tomadas por el propio diseñador, con el objetivo de dar aire de Mediterráneo a este lado del Atlántico.
Para la paleta de colores, Lagerfeld no tuvo dudas. “Me interesaba lograr continuidad con la naturaleza luminosa del entorno -explicó al momento de la presentación del proyecto-. Por eso, la paleta de colores se cubre de un cerúleo suave, un rosa con carácter suave, el blanco para aportar luminosidad y plata para traer dentro los destellos del sol sobre el agua”. Para los suelos prefirió una continuidad metálica “para atraer al mar”, pero con interrupciones de mosaicos incrustados que configuran como “pequeños trozos de Italia derramados al paso”. De hecho, Jules rememora que en medio de la realización del proyecto, una tarde Karl llega a la oficina con una taza, “era azul claro, un celeste tranquilo pero con cierta profundidad”. “Este es exactamente el color que quiero para los azulejos”, sentenció el diseñador mientras dejaba la porcelana como memorabilia en el escritorio.
Con yuxtaposiciones de diversos climas y paisajes, la pluma inimitable de Lagerfeld dejó su última herencia en el sur de Florida. No la vio erguida, pero le dejó cierta cadencia relajada para dejarse estar en la belleza intocable, e imposible de no ser admirada.