La nueva China. Contradicciones de la megapotencia asiática, en la que el desarrollo impulsa más vigilancia
El periodista italiano, Simone Pieranni, pone bajo la lupa los misterios de este país gigante. Donde el neomarxismo convive a sus anchas con el hipercapitalismo
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En la China contemporánea conviven elementos que a nosotros, occidentales, nos parecen contradicciones insalvables”: voilà la primera línea que se lee en el último ensayo del periodista italiano Simone Pieranni, La nueva China, donde el autor se encomienda a la difícil tarea de comprender a una superpotencia que se le sigue presentando “huidiza, en constante devenir”. La conoce bien: el genovés vivió durante casi una década en esta nación pletórica de aparentes discordancias, donde el neomarxismo convive a sus anchas con el hipercapitalismo; donde la contaminación industrial es altísima pero, a la vez, el país es punta de lanza en energías sustentables; donde la memoria del pueblo es móvil y amañada, mientras imaginan un futuro que ya parece haber arribado a partir de aplicaciones de trazabilidad, ciudades inteligentes, sistemas de reconocimiento facial, conquista espacial… “La verdad solo tiene una cara: la de la contradicción violenta”, apuntó alguna vez el filósofo francés Georges Bataille, y a esa lógica parece suscribir esta obra que, lejos de rehuirle a los laberintos del país liderado por Xi Jinping, los transita avanzando a golpe de dualidades, en un ejercicio dialéctico que va desmontando las danzas políticas, sociales y culturales de una China que tantas veces parece brillar por su opacidad. Así, el fundador de China Files –agencia de noticias especializada en asuntos asiáticos– echa luz desde el análisis exhaustivo, con información, opiniones destacadas y observaciones personales.
“La pandemia ha terminado por hacernos aún más complicada la comprensión de China, como si las lentes con las que intentamos interpretarlo se hubieran, una vez más, desenfocado”, reconoce Simone, que efectivamente logra encarar aspectos centrales de una China autoritaria y ultraestatista; entre ellos, cómo el Partido Comunista tiene tan pulidos sus ramificados mecanismos de control que logra capitalizar hábilmente incluso los momentos de descontento popular, como los vividos recientemente, en protestas novedosas por la campaña de Covid cero.
“El pensamiento de la China antigua –y también de la contemporánea– está caracterizado por un gusto pronunciado por el orden, o más exactamente por el ordenamiento, elevado al rango de bien superior. Solo con el orden nace la virtud”, advierte el también autor de Espejo rojo. Nuestro futuro se escribe en China (publicado en 2021 por Edhasa, donde examina –con inquietud– el apabullante desarrollo tecnológico, que redunda en más y más vigilancia). En esa dirección, la función del soberano: armonizar, que no exista el caos. Simone Pieranni indaga en la famosa laboriosidad de la población china, el techo con el que se topa la meritocracia, cómo el clientelismo se entrelaza con la corrupción endémica, etcétera.
- ¿Cómo nació la idea de mostrar los contrastes de una nación que, en su último libro especialmente, se nos revela tan compleja?
- Durante la pandemia, la actitud hacia China fue particular, al menos en Italia: al principio se veía al país casi como un modelo a seguir, pero luego se convirtió en una amenaza. Las razones detrás de ambas interpretaciones eran, en mi opinión, equivocadas o extremadamente simplistas. De ahí surgió la idea de tratar de dar cuenta de las muchas facetas chinas, imposibles de encerrar en un lugar común.
- ¿No hay, sin embargo, cierto hermetismo en lo que el gobierno chino deja ver al resto del mundo, que lleva inevitablemente a conjeturas, sean o no equivocadas?
- En realidad, China dice claramente lo que hace, lo que hará y lo que quiere hacer a través de sus documentos oficiales y sus planes quinquenales. Creo que el hermetismo es una suposición. Creo además que sería hora de intentar entender mejor “cómo” nos habla China para comprender “qué” nos está diciendo. Desafortunadamente no hay atajos. En uno de sus libros, Henry Kissinger cuenta que, cuando conoció en la década del 70 a Zhou Enlai –el entonces primer ministro chino–, le dijo que estaba fascinado por este “misterio” que envolvía a China, y Zhou le respondió que el misterio chino se desvanece cuando lo estudias.
- En La nueva China, usted plantea que existe un pacto tácito entre el Partido Comunista y la población, que cede algunos derechos a cambio de progreso y bienestar ¿Diría que la prosperidad es un valor que está por encima de todo?
- Este pacto ha funcionado hasta la actualidad porque fue firmado por un liderazgo fuerte y por una población que había vivido la pobreza y la miseria. Pero ahora China crece menos, y los jóvenes no han atravesado las etapas más dramáticas de la historia del país; por lo tanto, es un pacto que habrá que renovar. Y puede ser que las nuevas generaciones, que crecieron en la prosperidad, necesiten de activos más intangibles, como la libertad de expresión.
- En China existe gente que ocasionalmente se manifiesta a través de protestas en las calles, pero usted deja en claro que disentir puede volverse peligroso. ¿Los opositores suelen terminar presos con penas “ejemplares”? ¿En qué casos se aplica la pena de muerte?
- Desde el punto de vista político, la pena de muerte se decreta ante casos de corrupción de mucha exposición, pero está suspendida para miembros del Partido y funcionarios, no se aplica desde hace algún tiempo. Para los disidentes, sin embargo, son altas las penas por delitos de opinión. Usualmente se recurre a la figura legal de “subversión contra el Estado”, que es la que conlleva sanciones mayores. Sabemos que recientemente la Corte Suprema ha pedido una disminución de las sentencias de muerte, pero no tenemos cifras oficiales al respecto. Aquí emerge el estado autoritario en el sistema judicial: no hay derecho para quienes necesitan defenderse y la transparencia es prácticamente nula.
- De cara a Occidente, China asegura ser una “democracia popular”, aun cuando no hay sufragio universal, alternancia en el gobierno, independencia judicial, separación de poderes, medios independientes, y solo existe un sindicato oficial que, como usted advierte en su libro, sirve como órgano propagandístico. ¿Sobre qué fundamentos se define de esa manera?
- Es lo que el Partido Comunista afirma, en efecto. Si habla de democracia es porque también hay otros partidos, que en los hechos no cuentan para nada: son como jarrones ornamentales en un edificio donde solo tiene voz y voto el Partido Comunista.
- Relata en La nueva China que apenas quedan edificios históricos como templos, pagodas y monasterios, demolidos en su gran mayoría ¿Tan enfocada está la mirada en el futuro que se desvaloriza el pasado?
- El otro día hablaba con unos amigos que trabajan en el área de Turismo en Italia, charlábamos sobre edificios históricos que son utilizados como hoteles en mi país. Lugares por los que cualquier italiano se volvería loco, bellísimos. Ellos me decían que, cuando hospedan en estos sitios a grupos de turistas chinos, les parecen algo viejo, decadente, incómodo; son felices, en cambio, en espacios más modernos, menos artísticos. Un ejemplo, en fin, que ilumina cierta característica de su idiosincrasia: no hay en general una cultura de la restauración ni aprecio por las cosas antiguas.
- Llama a Pekín “la antigua ciudad sin historia”, y asegura que podría haber sido muy distinta si las autoridades hubiesen seguido las recomendaciones de Liang Sicheng, considerado el padre de la arquitectura histórica china. En 1949, este hombre le presentó a Mao un proyecto de planificación urbana que incluía un listado de edificios que debían preservarse, para conciliar la novedad de la revolución con el pasado imperial. El Partido desechó la idea y humilló a Liang, considerándolo un “académico reaccionario”. Sin embargo, tras la muerte de Mao, el propio Partido “rehabilitó” la imagen de este intelectual ya fallecido, lo elevó a héroe popular. ¿Tan maleable y cortoplacista puede ser la memoria del pueblo? ¿Tan efectiva resulta la propaganda?
- La propaganda del Partido es una máquina casi perfecta que funciona de manera ininterrumpida desde 1949. Está bien asentada, sabe cómo actuar, qué hilos tocar, cómo tratar los casos espinosos, cómo retirarse de ciertas posiciones… Al igual que sucede con la Iglesia, el Partido Comunista no tiene prisas, ve que tiene un enorme tiempo por delante.
- ¿Hay algo que escape de su injerencia? Resulta increíble que se publicase allí una guía sobre cómo los escritores debían crear relatos de ciencia ficción…
- La censura no puede cubrirlo todo; piense, por ejemplo, en los muchos videos que vimos durante el cierre de Shanghái. Lo interesante es prestar atención a qué hay detrás de las situaciones en las que la censura no se ejerce. Ocasionalmente le sirve al propio Partido para saber lo que está sucediendo en ciertas áreas; o bien, le sirve para que la población se entere de lo que está pasando. Este fue el caso en Wuhan al comienzo de la pandemia: supimos qué funcionó y qué no gracias a los reporteros locales. Pero una vez que el Partido Comunista tomó medidas, entonces sí comenzó nuevamente a taparse información, queriendo presentar la situación bajo control, perfecta.
- Hace mención de la enorme habilidad del Partido para leer el pulso de la sociedad y sacar provecho de los sentimientos de inconformidad de la gente. Al notar que crece la antipatía de los jóvenes por el capitalismo, por caso, se reivindica a Marx o se pone coto a las empresas tech de millonarios. Aún así, persiste el modelo productivo. ¿Cómo se puede sostener esta contradicción sin que haya cortocircuitos?
- Es que, en realidad, los cortocircuitos están: en las empresas públicas que no producen, en las inversiones en ladrillo que crean burbujas inmobiliarias difíciles de erradicar, en la deuda pública de las administraciones… Hasta la fecha, China siempre ha logrado mantener controlados los problemas con las exportaciones y las políticas monetarias. Tras el Congreso Nacional, el liderazgo tendrá que lidiar ahora con una situación económica que es todo menos positiva.
- ¿Cree que la guerra Rusia-Ucrania podría modificar de alguna manera la agenda de Xi Jinping, luego de haber sido reelecto?
- No, la prioridad seguirá siendo la economía. China ha adoptado una posición sobre la guerra, y no la cambiará. En el frente internacional, la urgencia será recuperar las relaciones con la Unión Europea y los Estados Unidos. Admito que esperaba que China tomara otra actitud frente al conflicto. Como persona, ya no como el periodista que estudia el país todos los días, incluso a la distancia, hubiera agradecido una posición más clara –contra Putin, quiero decir–, manteniendo su crítica a Occidente.
- Vivió en China casi una década. ¿Qué usos y costumbres le resultaron llamativos o significativos?
- En 2022, durante el confinamiento, los chinos realmente perdieron la paciencia cuando, encerrados en sus casas, no recibieron comida del gobierno. Cuando leí esa noticia por primera vez, se me vino el recuerdo de algo que se dice mucho aún hoy, sobre todo de parte de los ancianos: para saber cómo estás. Te preguntan: “¿Has comido?”.
- Mucho se habla de cuán laborioso, sacrificado y obediente es el pueblo, pero no tanto de su tiempo de ocio. ¿Cómo es su vida social, qué espacios de reunión y diversión cultivan?
- En las grandes ciudades, la gente tiene los mismos hábitos que en cualquier otra gran urbe del mundo, aunque quizá sí tengan cierta debilidad por bailar en las plazas o jugar al mahjong. Con mis amigos de allí hacíamos el mismo tipo de actividad que podría haber hecho con mis amigos italianos: ir a conciertos, al cine, salir a beber unas cervezas.