La moda te queda pintada. Estilos en el mundo del arte
Hay una atracción natural entre las artes visuales y la moda que llevó a maridajes intrigantes, placenteros y originales hasta lo sublime.
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La moda es, entre otras cosas, un espectáculo al alcance de todos los públicos cotidiano, gratuito, variado y no siempre apreciado como tal. Automática, nuestra mirada registra lo que lleva puesto cada una de las personas con las que nos cruzamos. Y crítica, nuestra mente evalúa cada apariencia ajena, la alaba, la admira, le da un bah o la reprueba. Ver, apreciar y analizar la pinta de la gente puede convertirse en una suerte de oficio. Yo lo acoplo a este otro oficio de la escritura; a través de los múltiples aspectos de la cultura del vestir busco contar el devenir de la sociedad, las vidas que observo, las aspiraciones estéticas, las pasiones mundanas de los mundos que transito.
Uno de esos mundos es el de las artes visuales, donde la apariencia cuenta en extremo. Hay una atracción natural entre las artes visuales y la moda que en la edad burguesa llevó a maridajes intrigantes, placenteros y originales hasta lo sublime, como en el caso de Mariano Fortuny, artista de prácticas y disciplinas múltiples, entre las que se contó el diseño y la realización de prendas de las más inteligentes y exquisitas de la historia del vestir. En cambio, cuando Paul Poiret, couturier de éxito, buscó dar un vuelco artístico a su moda, con siluetas excéntricas y aires exóticos, obtuvo prendas teatrales, decorativas, pero artificiales y fatalmente efectistas.
Muchas décadas más tarde, Issey Miyake, fascinante, conjugó diseño con imaginación en vuelo alto pero rechazó toda su vida ser considerado artista. Como reconocimiento implícito, llevaron y coleccionaron sus prendas con admiración mujeres y hombres que sí lo eran. También lo hacían todo un club de fans de galeristas y coleccionistas de piezas de arte contemporáneo. He asistido a vernissage donde los numerosos ejemplares de Pleats, Please atraían mayor atención que las obras exhibidas.
Hay artistas, cuyos modeletes muy elaborados, que resultan más intrigantes que sus creaciones, mientras que, al contrario, suele ocurrir que las obras que nos conmocionan pertenecen a tal señor despeinado y de impermeable o a aquella mujer monótona de negro, de las gafas a los borcegos.
Negro total que en otros tiempos fue novedoso y disruptivo. Gran parte de la gente del arte, facción vanguardista del gusto gran burgués, plebiscitaba por entonces a otro japonés notable, Yohji Yamamoto. En otra vereda, más complementaria que opuesta, se situaba el romanticismo exquisito, original y potente, de Romeo Gigli, gran maestro de las formas suaves, los volúmenes persuasivos y los colores ricos y profundos que asociaba con ojo de pintor. Desde Corso Como, la boutique arty de Milán, sedujo en primer lugar a una clientela que abría el diario en las páginas culturales. He visto convivir en las salas de más de una Bienal dos estéticas tan contrapuestas como las de Vivienne Westwood y Jil Sander, mientras que los abrigos de Max Mara vistieron a benefactoras de grandes museos. Phoebe Philo fue una referencia mayor en esta dilatada burbuja que recorremos, y prendas de todas sus épocas reaparecen llevadas por sus seguidoras en galerías y grandes eventos. Seguramente, las veremos en estos días en las allées de la primera edición de Paris +, la primera feria de Art Basel en la capital de las bellas artes y de la moda.