La mejor manera de contar a Susan Sontag
El biógrafo Benjamin Moser explica cómo accedió a la intimidad de la intelectual estadounidense para su libro, ganador del Pulitzer en 2020
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“Ella era consciente de que era especial. Ya desde niña, a los 12 años, Susan se preguntaba: ¿Cómo voy a llevarme con la grandeza que siento dentro de mí? ¿Cómo la voy a manifestar? ¿De qué manera puedo alcanzar lo que tengo predestinado? –comenta Benjamin Moser, el autor de Sontag. Vida y obra, biografía ganadora del Premio Pullitzer 2020–. Es frecuente que los adolescentes se pregunten ¿qué tipo de vida tendré? Pero lo de Susan era diferente, ella tenía el peso de saberse especial. Resultó curioso leer las páginas de sus diarios y encontrar cómo le hablaba a su futuro biógrafo”.
Por más de siete años, el escritor estadounidense –autor también de la celebrada biografía de Clarice Lispector Por qué este mundo, editada por Siruela– se sumergió por completo en la vida de Susan Sontag, la intelectual fallecida en 2004. Entrevistó a más de 600 personas que tuvieron contacto con la “última gran estrella literaria de los Estados Unidos” para así abordar los aspectos más conflictivos de la “señorita Bibliotecaria”, como se había llamado así misma en lo más íntimo, para conocer a la mujer que se entregaba sin pudor a las cámaras y compartía mesa con el selecto universo en el que se daban cita la “Casa Blanca y la Quinta Avenida, Hollywood y Vogue”, resalta Moser. El biógrafo accedió, por primera vez, a la totalidad de diarios de la escritora. Cien volúmenes, la mayoría inéditos.
Buena parte de su investigación tuvo como sede la Universidad de California, donde se encuentra el archivo de Sontag. “Público y privado –describe el autor nacido en Houston, en 1976–. Tuve el privilegio de poder acceder a las dos partes, lo que me permitió develar la enorme diferencia entre la persona pública y la persona privada. Fue también a través de estas lecturas que sentí que Susan hablaba conmigo, que esa chica sabía de mí existencia, que me había previsto. Susan me imaginó en el archivo revisando su diario. Debo confesar que esta idea me dio escalofríos”.
“Nada de lo que he visto –ya sea en fotografías o en la vida real– me ha marcado de un modo tan doloroso, profundo e instantáneo”. Ella tenía 12 años cuando en una librería de Santa Mónica vislumbró por primera vez imágenes del Holocausto. “La conmoción fue tal que durante el resto de su vida, se preguntaría libro tras libro, cómo retratar y cómo sobrellevar el dolor –analiza el escritor, editor y traductor–. El Holocausto partió su vida en dos. Desde ese momento fue consciente de lo obsceno que resulta contemplar cuerpos mutilados y se cuestionó: ¿cómo mirar ese dolor? Pregunta que la acompañó hasta el final de sus días. Resulta muy interesante el análisis que Sontag planteó a lo largo de los años y el debate que propuso. Esas preguntas son las mismas que tiempo más tarde trasladaría en Sobre la fotografía (1977), ensayo que sirvió de anuncio, podemos decir, a la polémica que generaron las fotos de su propia muerte.”
Fue David Rieff, el hijo de Susan, quien consideró obscenas las imágenes que Annie publicó en Annie Leibovitz: vida de una fotógrafa. “Tras la muerte de Sontag, a las 7.10 de la mañana del 28 de diciembre (2004), David abrió su bata de hospital y contempló el cuerpo de su madre –narra Moser en el epílogo–. La segunda persona más cercana a Susan también necesitaba su propia prueba de que aquella mujer extraordinaria había muerto. En la capilla donde se celebró el funeral, Annie le puso un vestido de Fortuny que habían comprado juntas en Milán. Las imágenes que tomó muestran un cadáver exquisitamente ataviado; nada más.”
-Tiempo después, señala usted, se publicaron dos libros: el de David, Un mar de muerte, al que muchos consideraron impostado y el de Annie, que generó miradas opuestas.
-Annie es una gran fotógrafa. Su libro es tan personal, tan hondo. Lo hizo con amor, con la afición de una fotógrafa que estaba perdiendo a su pareja. David consideró aquellas imágenes obscenas. Son cuestiones absolutamente emocionales y también plantean preguntas que no tienen respuestas, las que nos llevan a los debates. Este es tal vez el legado de Susan, que sus propias imágenes hayan desencadenado los debates más acerados sobre la ética de la fotografía, sobre cómo contemplamos el dolor ajeno.
Después de cinco años de intentarlo, Moser consiguió que Leibovitz aceptara hablar, ser parte de los entrevistados que permitieron construir el perfil de esta polemista feroz. El encuentro con Leibovitz resultó vital para la biografía. “Era una persona clave para mí. Durante quince años fue compañera de Susan”,
-Fue una relación compleja, de la que se hablo mucho.
-Una relación difícil de entender. Muchísima gente me habló de los abusos, de las humillaciones públicas, del drama que siempre acompañaba a dos de las mujeres más famosas de los Estados Unidos. [De Sontag se decía que era insoportablemente arrogante, consciente de que el conocimiento era poder, lo ejercía eventualmente con crueldad]. Annie habló de una forma directa y sencilla: “A Susan la he querido, la amé, sí, claro que ella tenía sus cosas, yo también tengo las mías”, me dijo.
-En las más de 800 páginas de la biografía, usted plantea la dualidad que siempre rodeó a Sontag. El cuerpo aparece separado de su mente y en este sentido explora también su sexualidad y resalta la importancia que tuvo el orgasmo en su vida y en su obra.
-Antes de publicar el libro hablé con una escritora estadounidense, de unos 60 años, que me dijo: “tenés que poner más sobre el orgasmo, porque nuestras madres no sabían que era. El orgasmo era un tabú”. La sexualidad de la mujer era tabú, más aún si hablamos de una lesbiana. Muchas mujeres murieron sin saber lo que era un orgasmo, ni siquiera se les pasaba por la cabeza sentir placer, no estaba permitido. Por eso, Susan destacó que el orgasmo en la vida de una mujer es un momento clave para todo.
“La llegada del orgasmo no representa la salvación de mi ego, sino algo más; su nacimiento”, describió Sontag. “Irene Fornés [dramaturga cubano-estadounidense] le dio a conocer el orgasmo, una revolución en su vida que abría la puerta a un nuevo yo, ese yo mejor que esperaba descubrir cuando decidió divorciarse de Philip Rieff. La dio la posibilidad de ser una persona completa, de poder unificar la cabeza y el cuerpo”, completa Moser.
“Su madre le animó a mentir, sobre todo en lo que respecta al sexo”, sostiene en un pasaje de la obra y de esta manera construye la idea de que ella nunca se desprendería completamente de la resistencia de manifestar sus “tendencias lésbicas”.
Ni siquiera lo hizo en el final de su vida, cuando al mundo ya no le importaba que fuera lesbiana o no. Nunca logró desprenderse de los prejuicios imperantes durante su juventud. En sus diarios, en esos cien volúmenes, no hay un momento en el que hable de un hombre con la añoranza, con el amor que sí lo hace con las mujeres. Sí tuvo affaires con diferentes hombres (Robert Kennedy, Warren Beatty, Richard Goodwin), pero eso no quiere decir que fuera bisexual. Para mí la sexualidad está en tu orientación emocional, no en lo que hacés en la cama. Durante mucho tiempo, el lesbianismo fue un tema tabú. Susan temió que le costara la carrera y hasta sintió miedo de perder a su hijo. Estuvo cerca de que le arrebataran la custodia de David cuando su exmarido acusó ante el juez que la relación que mantenía con Irene Fornés “la inhabilitaba como madre”.
“Mi deseo de escribir está relacionado con mi homosexualidad. Necesito la identidad como arma, para compensar el arma con la que me amenaza la sociedad. Esto no justifica mi homosexualidad, pero me concede, creo, cierta patente (…). Ser gay me hace sentir más vulnerable. Incrementaba mi deseo de ocultarme, de ser invisible, que siempre ha estado de todos modos”, escribió el 24 de diciembre de 1959. “Manifestar su lesbianismo implicaba un peligro, de ahí está dualidad, pero lo hace, se revela como gay, sin decirlo, en Notas sobre lo camp (1964). Tenía 31 años cuando lo publicó –resume Moser– . Este texto fue una liberación, una revolución en la forma de ver. En ese entonces en la sociedad estadounidense y occidental se vivían profundos cambios, reflejados en tres grupos: los afroamericanos que querían acabar con una jerarquía de raza; las feministas, y la incipiente revolución homosexual que deseaba acabar con la jerarquía heterosexual. Notas sobre lo camp sirvió de impulso. Susan se convirtió así en un ícono de Nueva York”.
Compromiso político
En el terreno político, Sontag declaró abiertamente su apoyo a la izquierda y su fuerte activismo en contra la Guerra de Vietnam le valió una invitación oficial a visitar el país asiático (viajó en abril de 1968, mientras el ejército estadounidense continuaba bombardeando). “Al final de su vida, Susan había renunciado a las soluciones radicales, se interesaba por cosas más pequeñas, menos revolucionarias –relata Moser–. Esto no quiere decir que sean menos importantes, hablamos de cuestiones que consideramos tan básicas que con frecuencia pensamos que no necesitamos de personas que levanten la voz, como puede ser la defensa por la libertad de expresión, como el apoyo que le dio a Salman Rushdie [en favor de la publicación de Los versos satánicos]. Ella lo hizo con una fuerza única porque tenía la autoridad de la izquierda y también la autoridad cultural literaria.”
-“Para Sarajevo, como para Susan Sontag, la cultura era la mejor manera de superar la humillación y el miedo”, esta observación resume el impulso de su vida.
-Lo que Susan hizo en Sarajevo es el corazón del libro. Por eso fue indispensable viajar hasta allí y presentar la biografía a pesar de la pandemia. Sarajevo fue el punto en el que confluyeron los intereses que cultivó a lo largo de toda su vida: el papel político y social del artista, la belleza del arte, la conexión entre mente y cuerpo, el arte como salvación. ¿Qué puede hacer el artista, el ciudadano, en un mundo en el que todo es sufrimiento? Allí, durante los casi tres años en los que pasó yendo y viniendo, montó una producción para hacer teatro [como la inolvidable puesta de Esperando a Godot, que se llevó adelante “sin siquiera tener electricidad y con un decorado que se reducía a las lonas de plástico que Naciones Unidas repartía para cubrir las ventanas hechas añicos por las balas de los francotiradores”] y mostró al mundo lo que ocurría en ese lugar olvidado. En Sarajevo demostró su profunda convicción de que la cultura era algo por lo que valía la pena morir. David, su hijo, pensó en enterrarla en ese país.
Sontag fue golpeada por primera vez por el cáncer a los 42 años. Para Benjamin Moser, es “muy interesante analizar la época. A Susan le detectan el cáncer de mama en 1975 y Clarice Lispector muere de un cáncer terminal de ovarios en 1977, sin que nadie se lo dijera. En esos años, esta enfermedad era innombrable, motivo de vergüenza, se la relacionaba con el haber vivido reprimido, con el ocultar la sexualidad, con la idea de que lo que no expresabas te comía por dentro. La sociedad te juzgaba. Lo mismo que más tarde sucedería con el sida. En el archivo leí varias cartas de agradecimiento, de personas que después de leer el ensayo La enfermedad y sus metáforas (1978) sintieron alivio: ‘Ya no puedo hacer nada, me voy a morir, pero ahora gracias a usted puedo morir sin sentir que fue por mi culpa’.”
“No hay nada más punitivo que dar un significado a una enfermedad”, insistió Susan y en 1989 publicó El sida y sus metáforas.
-Suele decirse que el trabajo de un biógrafo es detectivesco y que de alguna forma también se acerca a la tarea de un psicólogo.
-En cierta forma es así. No busqué ser el analista de Sontag, ni siquiera lo intenté hacer. Era una persona muy compleja. En realidad, creo que me convertí en el psicoanalista de mucha de la gente que entrevisté.