La historia humana a través de las emociones
El concepto de emoción es una idea de esta época, una construcción cultural. Y ni siquiera es universal, porque la ira, la alegría o el temor significan cosas distintas para diferentes pueblos
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Los humanos no sentimos emociones (cómo que no, dirá usted, si la pavada que escribe este tipo me hace enojar). Amplío: el concepto de emoción es una idea de esta época, una construcción cultural. Y ni siquiera es universal, porque la ira, la alegría o el temor significan cosas distintas para diferentes pueblos. En el libro Homo emoticus, recién publicado en el país, el académico inglés Richard Firth-Godbehere se propone contar la historia de la humanidad a través de las emociones y para eso conjuga la ciencia, el arte, la lingüística y la filosofía. No se enoje: hay motivos para creer que nos inventamos las emociones para modelar el mundo a nuestra semejanza.
“Las emociones son solo un puñado de sentimientos que los occidentales decidimos meter en una misma caja conceptual hará unos 200 años”, escribe Firth-Godbehere en este ensayo que ya se tradujo a 14 idiomas: “La noción de que los sentimientos son algo que acontece en el cerebro se inventó a principios del siglo XIX”.
Es cierto que tanto la biología como la cultura cuentan, pero el amor o el miedo no significan lo mismo hoy que en la antigua Grecia, ni entre los otomanos (cuando aún no se había inventado el romance). Enfocado en un monotema, el autor dedicó su vida a comprender cómo las personas concebían los sentimientos en el pasado: por ejemplo, el asco antes solo hacía referencia a la repugnancia física frente a un alimento de gusto feo y hoy se extiende a la indignación moral. Sucede que los humanos vivimos dentro de “regímenes emocionales”, según la definición del historiador William Reddy: cada sociedad impone a sus integrantes una serie de comportamientos emocionales deseados (de ahí se espera que nos dé asco un político corrupto o un cura abusador) y entonces nace la tensión, porque someterse a un régimen emocional es agotador. Necesitamos lugares donde liberar nuestras emociones: es el ejemplo típico del varón remilgado que se transforma en el hombre de Neanderthal durante un partido de fútbol.
El deseo, la repugnancia, el amor o la ira son poderosos motores de cambio: “Esas emociones, y las concepciones cambiantes que las personas tienen de ellas, han contribuido a modelar el mundo”, concluye el autor. ¿Cuántas ideologías religiosas o políticas nacieron del amor a una idea o de la repulsión hacia ciertas personas? Si la emoción es efímera y el sentimiento es perdurable, no se altere: basta nomás con que dé vuelta la página y sienta el deseo inmediato de comprar alguno de los fabulosos productos que ofrecen nuestros anunciantes.