La fuerza de la calle: El sitio central de la cultura del vestir
Las grandes marcas tradicionales de la alta costura y el p-à-p de lujo que se conservan actuales lo son ante todo gracias a presupuestos de comunicación fastuosos que les garantizan, con su metralla incesante de mensajes, la más alta visibilidad y una permanencia a prueba de temporadas en la vitrina global de la moda. El caudal histórico de las firmas vale como símbolo de una perdurabilidad fructífera que se espera duradera, si no eterna. (No quieras imaginar la colección otoño-invierno 3022 de Givenchy). El pasado, congelado en un gran bloque de glamour sólido y diáfano, es presentado como un largo desfile de figuras célebres, estrellas y divas, altezas y aristócratas, femmes du monde y esfinges de salón. Se mide en números de prendas-insignia de la casa vendidas a lo largo de las temporadas, a las que se atribuye el estatus de clásicos. Claro está que, como todos los éxitos estruendosos, los clásicos no devendrían tales si no fueran copiados con alegre alevosía por la concurrencia en masa. Ejemplo abusado pero más que válido: la petite robe noire que dió renombre a Gabrielle Chanel y perdura hasta hoy en incontables versiones y variaciones realizadas por miles de marcas.
Lo interesante del caso reside en que, como todo el mundo sabe pero no está de más repetir, Mademoiselle Chanel no fue la creadora ex nihilo del vestidito negro sino la traductora a la esfera de la alta costura de una opción indumentaria ya establecida en las calles de los años 20: un gran número de mujeres de todas las edades vestían ya el negro del luto por los millones de muertes por la guerra de 14-18 y, en sucesión inmediata, por la gripe española.
Cuando decimos ‘la calle’ entendemos el conjunto de estilos de vestir que surgen por fuera del circuito oficial de la moda, aun cuando es frecuente que en su origen haya alguna pequeña casa-tienda-taller, una peluquería, una feria en algún punto de la trama urbana a la que acude y en la que se reconoce un público específico, reunido en torno a un modo de vida, a una identidad cultural, social, sexual, una noción de sí y una estética compartidas, agrupaciones de personas cuyas individualidades se reflejan unas en otras. La misma onda, lo próximo, lo amigo, lo pop, lo black, lo gay, lo deportivo, lo rockero y lo motoquero, la lesbiandad, la celebración del cuerpo, cada cual modela su propia idea de la distinción, elaborando imágenes potentes, vívidas y vividas.
La moda oficial recibe siempre con cierta alarma el choque de cada nueva movida, luego las observa de lejos, las estudia, les coquetea y acaba por incorporarlas, en versiones aligeradas, a su repertorio, y cierra así el círculo.
Y así también se han transformado en clásicos, entre un montón de otros artículos, las prendas extra grandes (black), la masculinidad vertida en barbas y bigotes muy bien mantenidas, ya sean rústicas o impecables (gay), las zapatillas de estadio en todo momento y ocasión, los maquillajes de diva (pop), los borcegos (rock), las camperas de cuero y el minivestido satinado (chic lésbico), las transparencias (conciencia corporal) llevados por gentes de todas las edades, géneros, preferencias eróticas y colores de piel.
Dominan la moda la desenvoltura y la distensión. Lo playero. Lo viajero. Lo bailable. El cuerpo exhibido, en las redes cuando es lindo, en la vida cuando es tuyo. En una época pesada, ante un futuro percibido oscuro, la calle, sitio central de la cultura del vestir, elige la liviandad, lo libre. Es su fuerza.