La fotógrafa que se infiltró en un hotel abandonado y logró un registro de los viajes de otro tiempo
La artista Sophie Calle pasó meses en la habitación 501, sacó fotos, invitó a sus amigos, reunió documentos y objetos. Los trofeos del hotel la acompañaron durante más de 40 años
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Era 1973 y hacía apenas un par de meses que se habían firmado los Acuerdos de París que daban lugar al fin de la Guerra de Vietnam. El Hôtel d’Orsay, vecino a la Gare d’Orsay, cerraba definitivamente. Pasarían cinco años de abandono en tanto se tejía el proyecto del museo que ocupa hoy esos espacios. Mientras se disputaba el Mundial de Fútbol en la Argentina y debutaba Michel Platini en la selección gala, todo allí seguía como muerto. La idea de la intromisión había rebotado en el cerebro de Sophie durante semanas. Tomó coraje, abrió de un empujón una puerta que no opuso resistencia y entró. Los crujidos rebotaron en el pasado de almas viajeras atascadas en los recuerdos perdidos de la estación y de su hotel. Con la nada repleta de contenido como escenario, era lo mismo deambular por lo cuartos o hacerse de una residencia permanente. Prefirió la habitación 501.
Directora de cine, escritora y fotógrafa, Sophie Calle es para quien Paul Auster creó un personaje en su Leviatan, de 1992. “Resultaba imposible meterla en una única categoría”, dice allí De María, a quien “algunos llaman conceptualista”. Nacida en París en 1953, descendiente de judíos asquenazíes, vivió su infancia en una casa lindante el cementerio de Montparnasse. Las flores que veía de su ventana ornamentaban las tumbas de Simone de Beauvoir, Man Ray y Guy de Maupassant. Cada mañana, saludaba a los muertos en su trayecto a las escuela, localizada del otro lado del cementerio. Iba y volvía cuatro veces cada día. La muerte, más que terror, se hizo hábito de ausencia. El voyeurismo sobre el que asentó su arte tuvo raíces en ello: “de la pérdida y de la carencia”, señaló en la presentación de su última muestra.
Egresada del liceo, partió en un viaje sabático por el extranjero que duró seis años. De regreso se dedicó a redescubrir su ciudad con el prisma de las aventuras por el exterior. Buceando en su propio interior y armonizando con una infancia introspectiva, hizo arte de un mirar protagonista: infiltrada en los hechos que deseaba retratar, pero apostada en aquello que fue. Atribuye su mirar hacia sí misma y, como un eco interior, hacia el corazón de eso que retrata, a una anécdota que da comienzo en su infancia. Su padre médico, preocupado por su persistente mal aliento, le sugirió la visita a un especialista, pero la solicitud del turno cayó erróneamente en un psicólogo. Esa sería, según su propia visión, la primera lupa que le agrandaría un mundo ajeno a otros.
Eran tiempos de traiciones románticas y maratones reales poderosas. Las traiciones tras las coronas y las descendencias turbias no tenían nada que envidiarle a Game of Thrones. Margarita de Valois, conocida como la Reina Margot, hija de Catalina de Médicis, fue una de las sagaces figuras que logró casarse con un Borbon y ser amante de un Guisa, mientras representaba a la casa de Valois. El eje principal sobre el que se recostó el jardín preferido de su palacio es la hoy Rue de Lille en París.
Los aires aristocráticos bañaron el barrio desde sus inicios, pero para fines del siglo XVIII el Hôtel de Salm, devenido en Palacio de la Legión de Honor, se convirtió en el eje de la vida social. En vísperas de la Exposición Universal de 1900, París bullía repleta de preparativos. Emergía la combatida obra de Eiffel que daría carácter definitivo a la ciudad. Desde este lado del Sena, el Palais d’Orsay empezaba a transformarse en la estación terminal central.
La estación y su hotel, construidos en dos años, fueron inaugurados con motivo de la Exposición Universal, el 14 de julio de 1900, convirtiéndose en el hervidero de la ciudad. Pero a partir de 1939, sus andenes se habían quedado demasiado cortos. La estación se transformó en espacio para encomiendas, más tarde funcionó un tiempo como teatro, en tanto el hotel seguía la suerte de su vecina. En medio de la etapa de decadencia el lugar fue escenario, entre otros films, de El juicio, de 1962, dirigida por Orson Welles, sobre la novela homónima de Franz Kafka. En la Salle des Fêtes (salón de fiestas) fue donde Charles de Gaulle celebró la rueda de prensa anunciando su regreso al poder en 1958.
Para 1973, ya cerrados la estación y el hotel, corrían riesgo de demolición, pero llegó la idea salvadora del presidente Valéry Giscard d’Estaing, quien incidió directamente en la creación del Museo de Orsay. Faltarían 13 años para su inauguración en manos del presidente François Mitterrand. Ese impasse sirvió a Sophie Calle para dar el primer paso a una carrera personal, ecléctica y osada.
Infiltrada en la habitación 501 del hotel abandonado, ya acuñaba su lenguaje dadaísta y la intencionada visualización de la perfomance quieta. Allí pasó días enteros, durante meses, en un silencio ambiental que le permitía escuchar sus estridencias creativas. Durante esta estancia sintió la desolación de un lugar, como un espacio arqueológico donde todo había sido abandonado. Sacó fotos, invitó a sus amigos, reunió documentos, objetos, fichas de clientes que representaban vidas abiertas, notas dirigidas a un empleado del hotel llamado Oddo, cuya identidad reinventó.
Además de fotógrafa, identificó la riqueza del abandono. La capacidad de reconstruir un tiempo, una era y cientos de historias que llenaban los anaqueles de registros del hotel. La inmensidad de las piezas eternas del olvido derramadas en cada habitación. De pronto la basura tomó cuerpo arqueológico, bajo la lente sociológica de Calle se transformó en un escrito visual del que fuera un emblema activo de la vida de París.
En sus manos quedó el rescate y la reconstrucción de los tesoros del hotel. Primero, fotografió. Se tomó la eternidad del abandono para registrar cada uno de los pisos, los detalles, los emblemas. Su registro enlaza un relato para viajeros de otro tiempo. Luego desarrolló un método: cada pieza que tomó, conservó y clasificó obtuvo su epígrafe. Dónde, cómo, para qué… Los descartes volvieron a latir gracias a los electroshock de los puños de Calle. Desde entonces conservó los elementos incautados durante su prospección, rescatados de un lugar en peligro de extinción. Todos estos trofeos la acompañaron durante más de 40 años, como tantos fantasmas de un mundo que ya no existía.
Postulada en el sitio de observadora privilegiada de la quietud, un año después de su intromisión en el hotel abandonado, saltó a la fama de las perfomances artísticas con su Les dormeurs (Los durmientes), un trabajo que presentó en la Bienal de París de 1981, instancia que la consagró como joven revelación. Para esa puesta invitó a personas de todo tipo a dormir en su cama. Allí las fotografiaba mientras dormían y luego, antes de despedirlas, las entrevistaba para componer un relato del sueño.
Desconocidos, sus rutinas, sus enseres, su pequeña vida cotidiana se convierte en trascendencia bajo las imágenes de Calle. Ese fue el sello de Suite Venitienne (Suite Veneciana, 1980). Una serie que resulta de seguir por Venecia a un desconocido (identificado como Henri B.) que asistió a la presentación de una de sus muestras.
L’Hotel llegó al año siguiente, donde egresa como acosadora profesional al tomar un puesto de mucama en un albergue de Venecia. La actividad le dio libertad de ingresar en las habitaciones en ausencia de sus huéspedes y retratar sus pertenencias inánimes, aguardando el retorno de sus dueños. Para el siguiente proyecto contrató a un detective privado, que la siguió a fin de contar con un registro ajeno de su propio trabajo. Más tarde fue stripper, luego se desafió a comer cada día un plato de un único color, serie que llamó La dieta cromática, retrató interiores de espacios abandonados en Berlín, trabajó con no videntes pidiéndoles que le relataran qué sería lo más bello de ver. Se hizo popular de modo masivo gracias a un proyecto que partió de un rechazo: una de sus parejas la dejó por e-mail. Pidió a muchas mujeres que, desde un punto de vista profesional, analizaran esa nota. Tomó fotografías de ellas en el momento de la lectura. Acompañó la serie con el informe que cada una emitió.
Durante la pandemia, cuando todo era intimidad, el Museo de Orsay volvió a parecerse lejanamente a aquel hotel de los inicios de Sophie. Calle fue invitada a volver al Orsay mientras las obras dormitan para encontrarse sola en este espacio que había habitado más de cuatro décadas antes. En esta nueva aventura decidió resaltar las pinturas en la oscuridad. En Los fantasmas de Orsay teje un ida y vuelta permanente entre sus inicios y toda su creación: hay allí registro de la multiplicidad de las formas que adopta el silencio, la fotografía a la poesía, un camino del ready-made a la composición, y su capacidad única para tejer historias articulando el recorrido personal, un lugar, sus huellas y todos los que somos en él. Ha retratado la profundidad del lugar y la textura del museo, al mismo tiempo que emerge en ella las sombras de una vida conjunta a lo largo de 40 años de convivencia colectiva.
Sophie es reacia a devolver los mensajes o a establecer entrevistas. En su casa en las afueras parisinas, enclavada en un barrio obrero hacia el sur, detrás de un intenso follaje y un camino escondido, se abre un enorme panel de vidrio repartido, cerrado a los voyeurs con pesados cortinados blancos. En su loft cuasi industrial de doble altura, el estudio/casa/memorabilia es reflejo de su obra. Los objetos se acomodan ecléctica, pero amablemente. Encastran de una forma bizarra perfecta, como en sus fotografías. Cada uno tiene un relato que Sophie puede contar, como el ángulo de la Torre Eiffel que cabe en su mano y que le cedieron los obreros que hacían mantenimiento una noche que decidió dormir en su cima.
La paciencia de insistir toma forma de mensaje: “Es lo que estuvo y ya no lo que me atrapa. Una persona que desaparece, una imagen que se fue, lo que los ojos no ven ahora, pero vieron entonces. No son los objetos, sino la vida de las personas en ellos. Amicalement, Sophie”. La lente que no teme a ponerse en cuclillas.