La fortuna inesperada de un metalúrgico que montó un imperio familiar inspirado en un cesto de basura a pedal
La tercera generación lleva adelante un emprendimiento familiar que ahora se dedica a la tendencia nórdica en decoración accesible
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Era el año en que se fundaba el partido Congreso Nacional Africano que llevaría a Mandela a la presidencia décadas después, y que en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos logró la victoria el demócrata Franklin D. Roosevelt, mientras nacían los escritores Sylvia Plath y Umberto Eco, el cineasta Carlos Saura, la fotógrafa Sara Facio y Elizabeth Taylor.
Para Holger Nielsen, 1932 traía algo de fortuna inesperada. En el estadio de fútbol de Randers, la ciudad donde había nacido y vivía, abrazada por un imponente fiordo y el bosque, el experto metalúrgico ganó un automóvil con su boleto. Aunque no tenía licencia para conducir, tomó la buena fortuna como una gran oportunidad. Vendió el vehículo y compró una prensa de metal con la que empezó a crear pequeñas producciones caseras para hacer la vida más sencilla para los cercanos.
Al poco tiempo conoció a su futura esposa, Marie Axelsen, cuando ella se estaba formando para ser peluquera. Se casaron en 1939. Rápidamente ella abrió su propio negocio de estilismo.
Como el punto perfecto de una historia de amor de película, Holger colaboró con el montaje del comercio. Puso en juego sus habilidades para el diseño de algunos muebles que resultaron funcionales para el oficio de su reciente esposa. Entre las piezas que le proveyó diseñó un cubo de basura capaz de abrirse sin tocarlo con la mano: le incluyó un práctico pedal que, además, mantenía cerrado el cesto cuando no se lo usaba.
Produjo tres piezas que se lucían en el salón de Marie. Con la típica tradición comunicativa de las peluquerías, el hábil recurso sorprendía a las clientas que, de boca en boca, empezaron a demandar un tacho para ellas. Sorprendido por el éxito inesperado, siguió produciendo los basureros a pedido.
"Rubbish es nuestro más reciente lanzamiento. Es una versión sostenible del cesto que creara mi abuelo en 1939. Utilizamos para su diseño desechos plásticos industriales y restos de madera."
Gracias al dinero que fue haciendo con esas ventas, siguió invirtiendo para mejorar sus herramientas: llegó un torno para metales y con lo que tenía montó su propia fábrica.
Ya lejos de la peluquería, los cestos empezaron a hacerse populares en otros espacios. Primero fueron consultorios médicos, pero poco a poco aparecieron en las escuelas, los comercios y los hogares. Se empezó a conocer a los tachos como “vipp”, una onomatopeya danesa para reproducir el movimiento de la tapa al abrirse y cerrarse.
El joven metalúrgico jamás hubiera imaginado que, detrás de esa idea y del remedo de aquel sonido, crecería el imperio danés más famoso de diseño para el hogar con tintes accesibles y simples, bajo el cernidor típico de la simpleza y funcionalidad nórdica.
Nielsen enfermó en 1994. Fue entonces que su hija menor Jette Egelund (1950, la última de tres hermanos), con estudios de trabajo social y formación en Recursos Humanos, y una experiencia en Novo Nordisk y DFDS, no concebía que las ideas de su padre, tan bien recibidas en cientos de lugares que sólo las compraron porque eran útiles y armónicas, sin campaña de marketing de por medio, cayeran en el olvido.
Fue entonces cuando se hizo cargo del pequeño taller de Nielsen junto a su esposo por entonces, quien no tardó en dejarla. “Tenía mucho por qué vivir, pero nada con que hacerlo”, le diría años más tarde a la revista de diseño danesa Berlingske.
Para ganarse la vida cantó en las iglesias durante los servicios y, en tanto, con un solo empleado como única compañía, pero con una escenografía perfecta para cualquier proyecto: buena reputación, se decidió a modernizar el concepto del cesto y a participar en ferias internacionales.
El despegue fue notable. Se sucedieron líneas de productos para la casa, el baño y la cocina. El cesto ideado por su padre integra el área de hitos diseño que marcaron el mundo en el MoMA, el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Su corazón también se recompuso y, junto a su nuevo esposo, el director de orquesta Morgens Dahl, vive en Islands Brygge.
Las terceras buenas partes
Para entonces la heredera se había dado cuenta del potencial enorme de la marca. Kasper Egelund, su hijo, estaba estudiando diseño y comunicaciones, y para acompañar su formación tomó un trabajo de medio tiempo con su madre para ayudar al desarrollo de las ventas y el marketing.
Hoy se ha convertido en el director ejecutivo y conduce los destinos junto a su hemana, Sophie, y Jette. “Rubbish es nuestro más reciente lanzamiento -relata Kasper en diálogo exclusivo con LA NACION revista-. Es una versión sostenible del cesto que creara mi abuelo en 1939. Utilizamos para su diseño desechos plásticos industriales y restos de madera. Tenemos un amor real por lo correcto más que por la cantidad. Entendemos el diseño como una herramienta capaz de crear soluciones que permitan convertir en más funcional a la vida cotidiana, y más hermosa”.
Sophie es la primera de la familia que emigró a los Estados Unidos y se instaló allí como avanzada para crear un espacio de desarrollo en Nueva York. “De todos modos, no nos interesa escalar sobremanera la dimensión de Vipp -cuenta-. El verdadero lujo es el tiempo. Contar con él para disfrutar de tu familia y encontrarte con amigos. Es la meta máxima que tenemos en casa y queremos eso para quienes trabajan con nosotros y para nuestros clientes. El concepto sobre el que se creó el primer producto Vipp fue ese: hacerle la vida más sencilla a mi abuela. Fue pensado para sus necesidades, para que a ella le funcionara bien y que, además, fuera un objeto armónico para su espacio, que tenía que ver con la estética. Ese es el signo que ha marcado nuestro tiempo: si creamos algo que funciona bien para quien lo usa, inevitablemente le estamos dando un mejor tiempo”.
-¿Qué considera como el atributo clave del diseño danés?
-Su honestidad. No ves nada que no sea necesario. No crea ilusiones irreales. No hay desperdicio. Es amable con las personas: lo entiendes ni bien lo ves. No hay en él nada de retorcido o escondido. Siempre tiene un toque de sorpresa que le dio una vuelta extra a aquella funcionalidad que persigue. No busca la renovación, sino más bien la permanencia. Los objetos son para quedarse en tu casa. Para heredarse y conservar un respeto por la longevidad que, invariablemente, se asocia con la calidad. Allí está todo lo que encarna lo que hacemos.
-Es algo extraño escuchar a quien vende productos de diseños decir que los hacen para que no se cambien…
-Es que nos hemos acostumbrado a la chatarra. No me refiero sólo a aquellas cosas sin valor en materiales, sino también a arrumbar aquello que compramos porque resultó tentador pero no tiene ningún uso. En el espíritu nórdico valoramos el menos es más es como un principio de vida. Los productos que nos rodean tienen un sentido útil, no están ahí sólo porque son bellos. Para eso está el arte, no el diseño. Los utilitarios que producimos están para crearnos confort y soluciones, no para ser acumulados.
-¿Tiene pocos deseos en términos de diseño para su casa, por ejemplo?
-Sí. Reservo ese anhelo para cuestiones muy puntuales como codiciar una chaise longue antigua puede ser algo que lleve unos cuantos años. No se suple con cualquier otro producto. Lo que se busca en ella es una historia que sólo la adecuada puede aportar. De todos modos, aún con estas condiciones, es bastante raro que me desvele por el deseo de un artículo. Creo que tenemos un concepto de disfrute bastante alejado del tener.
-¿No acumula nada? Aún quienes vamos más livianos por la vida tenemos un pecadito guardado en alguna parte…
-Bueno, sí. La cerámica. Me apasiona, pero no diría que acumulo, sino más bien que colecciono piezas muy específicas que llevan estampadas la cultura del sitio del que provienen. Japón, por ejemplo, es mi próximo deseo de viaje. Nunca he ido. Entonces encontré una pieza que proviene la región de Tohoku, epicentro del terremoto del 2011. Curiosamente, ahora que lo pienso, se trata de un tipo de artesanía que intenta traer a hoy las piezas más funcionales de la tradición japonesa.
-Su paso a Nueva York ha sido una movida familiar.
-Fue un debate difícil. Queríamos extender Vipp a otro destino, pero no ser demasiado expansivos, bajo esta premisa de la que le hablaba de cuidar nuestro tiempo y el crecimiento. No buscamos ser una mega compañía. Nos gusta crecer, por supuesto. Es algo que ha nacido en mi sangre y queremos que continúe, pero no quisiéramos que se nos vaya la vida en ello. En este debate entre mi hermano y mi madre, primero evaluamos algunas ciudades de Europa. Pero finalmente ganó Nueva York. Decidimos con mi esposo hacer nosotros esta jugada y nos instalamos en Tribeca.
Océano de por medio
Un loft de 350 metros cuadrados en una antigua fábrica que data de 1883 funciona como la casa familiar con su esposo Frank Christensen y sus dos hijos. Se llevaron consigo pocas cosas: su colección de arte y una cocina Vipp. Es curioso el contraste que se ve: conviven en medio de un arte contemporáneo divertido y surrealista, que contrasta con las piezas minimalistas típicas de su marca.
“Nos iniciamos aquí de un modo insólito -sigue Sophie-, incluso para los Estados Unidos. Montamos nuestra casa también como showroom. Para el mercado de diseñadores y arquitectos fue un golpe de impacto venir a conocer los productos a una casa particular, donde la cocina acaba de freír los huevos del desayuno, pero además de que nos resultó administrativamente sencillo para comenzar, práctico en términos de costos y muy útil para estar cerca de los niños en un cambio tan profundo, fue una interesante forma de mostrar nuestros productos en un uso real. No teníamos que montar un showrrom. Vivíamos en él”.
-¿Cómo se llevaron familiarmente con ese tiempo?
-Fue divertido a veces, muy práctico la mayoría del tiempo, y molesto en pocas ocasiones, cuando alguien pedía una cita el domingo por la mañana y no estábamos en condiciones de desviar la cita para otro momento más amable. Más tarde llegaron las salas de exhibición formales en Nueva York primero y luego en Los Angeles, pero fue cuando dar el paso siguiente era lo mejor para la familia y para el presupuesto.
-Se llevaron consigo una cocina que instalaron en su casa y fue la bandera de ventas en los Estados Unidos. ¿Por qué eligieron este ambiente?
-Es el ambiente que se ha convertido en centro del hogar: se expande de tamaño, todos llegan a reunirse allí, es donde los niños hacen los deberes del colegio y el sitio en el que se toman copas con amigos mientras se ultiman los detalles de la cena. En todo ese proceso en Dinamarca vamos con ventaja. Nuestras cocinas siempre han sido un punto valioso en la trama de vínculos hogareños. Es, además, uno de los espacios de la casa donde más se puede experimentar la funcionalidad y estética de la que conversábamos.
-Y ahora llegan los hoteles…
-No es tan ambicioso como parece. Sigue teniendo la misma filosofía de funcionalidad y accesible. Es una idea que surgió casi de casualidad. Nuestra experiencia en Nueva York fue un inicio. Comenzamos a encontrar algunos espacios con historia que no atravesaban un buen presente, pero que logramos llevar a cierto esplendor genuino. Un garage, cuatro cabañas en Noruega, un palacio que acogerá pasajeros de manera temporaria en Brescia, una ex fábrica de lápices, una casa de campo, una granja… son todas piezas pequeñas, para pocas personas. La idea nació en pandemia. como una manera de volver a las raíces y combinar lo antiguo con lo nuevo. Era el momento de rescatar lo trascendente. Los edificios que elegimos comparten un abanico de materiales: acero, cemento y vidrio; y una historia. De alguna manera estamos volviendo a lo que fuimos desde el inicio: Vipp se fundó en el taller metalúrgico de mi abuelo, y nosotros ahora te podemos llevar a dormir a un garaje. Funcional y elegante. Como el cesto.