La era de la ansiedad: ir más rápido para llegar a ningún lugar
En un mundo que crea, devora y descarta categorías a una velocidad supersónica no podía faltar la que mejor representa a la era de la ansiedad. Los fasters. Las personas que consumen contenidos digitales a una velocidad superior a la original. Lo hacen con películas, series, videos, podcasts, mensajes de audio, e-books y todo lo que se presente. Fueron bautizados en 2017 por BuzFeed, una plataforma que distribuye noticias, juegos y entretenimientos. La tendencia crece y, valga la coincidencia, se acelera notoriamente. I
Investigaciones realizadas entre los fasters para comprender las causas del fenómeno obtienen respuestas que comparten un denominador común. Se trata de ahorrar tiempo, de llegar cuanto antes al final de lo que se está viendo o escuchando porque, según alegan, hay demasiados contenidos y voracidad por abarcar todo. Así, llegan a ver en ocho horas continuas (sin parpadear ni respirar) las 12 horas que constituyen la temporada de una serie. O leen un libro en una hora surfeando en la pantalla a toda velocidad, sin distinguir una palabra de otra. Son, como señala la periodista española Karelia Vázquez en el diario madrileño El País, exponentes de una patología que marca a estos tiempos. La impaciencia. La urgencia por llegar sin viajar, por obtener resultados salteándose los procesos, por deslizarse en la epidermis de la vida sin ser atravesado por las experiencias existenciales.
El profesor Raymond Pastore, de la Universidad de Carolina del Norte, estudió este fenómeno y, entre otras evidencias, concluyó que, a una velocidad de 1,5x y 1,8x (las que usualmente usan los fasters), la mayoría de las personas no puede entender todas las palabras de un contenido, tampoco comprender cuál es la idea central, y mucho menos recordar, pasadas unas horas, lo que escucharon. Otro investigador, el profesor Paul King, de la Universidad Cristiana de Texas, advirtió que a esas velocidades no hay tiempo para conectar lo que se escucha con lo que ya se sabe, y que aumenta la ansiedad y disminuye el disfrute. En la carrera por devorar contenidos se tildan casilleros, como en una alocada competencia por llenar una lista, pero no hay contacto con los aspectos emocionales, espirituales, intelectuales o meramente informativos de aquello que se consume. Es que los diálogos de una película o una serie, las voces de un mensaje de audio o el texto de un libro tienen matices, inflexiones, blancos y silencios significativos que fueron pensados y creados para transmitir una emoción, una sensación, una idea o una imagen, que los fasters con su actitud desprecian y desvalorizan. Como termitas del tiempo devoran minutos y segundos sin saciarse y sin detenerse en los matices de lo que engullen. Una vez lanzados a esa vorágine solo importa mantener la velocidad, que de todas maneras será insuficiente porque en un sistema alocadamente consumista la producción de anzuelos que incitan a tragar más y más rápido supera siempre a la posibilidad de absorber. Allí anida, en buena medida, el huevo de la ansiedad, la gran patología mental del siglo veintiuno.
Los investigadores detectaron en los fasters mecanismos de adicción. No pueden dejar de hacerlo y tampoco pueden volver a las velocidades normales porque entonces los consume y descentra la impaciencia. Por otra parte, los fasters no están solo en el mundo digital. Abundan cada vez más en todos los ámbitos de la vida real. Como si correr a toda velocidad sin detenerse, sin mirar paisajes y escenarios y sin saber para qué, fuera un antídoto contra el miedo a la finitud. Un miedo que solo se puede afrontar encontrando el sentido de la propia vida, la razón de nuestro existir. Para lo que se necesita pausa, tiempo, y contemplación. Y experimentar la vieja receta del pastor y orador escocés Thomas Chalmers (1780-1847): tener algo que hacer, algo que esperar y alguien a quien amar.