Oro puro. Por qué a los raperos les fascinan las joyas, la ostentación y la extravagancia
En Nueva York, el hip-hop nació acompañado de ornamentos que dan sentido de pertenencia, además de oficiar de talismán: así lo detalla el libro “Ice cold”, de Taschen
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Es cierto que no todo lo que brilla es oro: también resplandecen los rubíes, las esmeraldas y los diamantes que, durante décadas, han encandilado desde la escena hip-hop. Sus artistas convirtieron al bling bling en una parte esencial de su cultura, un lenguaje en sí mismo que puede jactarse de innovador gracias a diseños audaces, despampanantes, extravagantes, tanto en anillos, aretes, brazaletes, dijes, collares y cadenas que, en algunos casos, de tanto peso específico, llevan a preguntarse cuántas visitas al quiropráctico le habrán reportado a engalanados músicos.
“He estado contando historias a través de mi atuendo y mis adornos junto a mis beats y mis rimas”, corrobora Slick Rick Walters, uno de los raperos más influyentes de la etapa primigenia de un género que ronda ya las cinco décadas, añadiendo que, para él, “las joyas son mi traje de superhéroe, una extensión de mi hermosa piel marrón, un obsequio de los antepasados que se sentaron en tronos y reinaron con anillos y piedras preciosas del tamaño de cubos de hielo”.
No exagera: detrás del perenne e inquebrantable lazo que une al hip-hop con las alhajas se esconde una narrativa compleja donde se enlaza herencia, política, injusticia social, moda, también arte, tal cual queda dicho en un flamante volumen que desanda esta historia apasionante, que conjuga exceso, ambición y supervivencia al trazar la evolución de las joyas del hip-hop en términos de estilo y materias primas que, “en su gran mayoría, provienen de África”.
Así lo remarca la periodista, escritora y curadora estadounidense Vikki Tobak, autora de Ice Cold, monumental fotolibro que recientemente ha editado Taschen, documentado con fotografías y ensayos que, asimismo, incluyen testimonios de referentes que comparten detalles sobre esa fiebre rutilante que ha acompañado al hip-hop desde mucho antes de que el mainstream le diera la hora.
“Es bajo presión que el carbón se vuelve diamante, y fue bajo presión que el hip-hop se convirtió en algo extraordinario, de excelencia pura”, propone Tobak, que analiza distintas aristas de tesoros modernos que prueban ser mucho más que meros accesorios. Según apunta en Ice Cold, resultan ser “un documento vivo”, “una memoria compartida llevada como trofeo por el barrio”, “una afirmación de la propia identidad” o, inclusive, “el recuerdo de seres queridos perdidos en el camino”.
"Tiendas como Tiffany o Cartier no tenían precisamente una clientela urbana. Los raperos se sentían incómodos comprando en estos lugares, donde podían ser juzgados, medidos, incluso censurados"
Si la música nació como respuesta artística a la opresión histórica y el racismo sistémico, las alhajas cumplieron su parte en potenciar el mensaje integral. “Cuando te hacés de la nada, querés que tu éxito esté a la vista de todos, y esos ornamentos son la forma más evidente de hacer visible lo que has conseguido cuando las cartas estaban en tu contra, cuando la riqueza generacional no formaba parte de tu comunidad. Es un gesto poderoso”, ofrece la periodista en charla con LA NACION.
–A lo largo de las décadas, ¿cuál ha sido la evolución de las joyas en el hip-hop, en cuanto a diseño y materiales escogidos por raperos, DJ, MC, productores, bailarines…?
–Es una industria que crece a medida que lo hace la música y, en general, la cultura hip-hop. A fines de los 70, cuando el género echa raíces en Nueva York, no había dinero aún en la incipiente escena; por tanto, lo que solía verse eran pequeñas piezas doradas y colgantes con placas que llevaban –tallados– nombres. Quienes vestían las joyas más estrafalarias en esta época eran los estafadores, los chulos y los traficantes de droga, que se paseaban por las calles de Harlem o Brooklyn con un estilo personal y ostentoso que los raperos admiraban y –en la medida de sus posibilidades– imitaban. Es a fines de los 90, una vez que el hip-hop se volvió un negocio rentable, cuando se diversificaron los materiales, y así entran en juego los diamantes y el platino, a la par que las piezas aumentan en tamaño y en audacia, también en originalidad, customizadas a pedido. Luego, en los 2000, se observan muchas gemas de colores en diseños aún más lúdicos. Hasta llegar a hoy, cuando vale todo, y el mundillo tiene sus ávidos coleccionistas, como lo fueron Liberace y Elizabeth Taylor en sus días: Cardi B, Megan Thee Stallion, Tyler the Creator, entre ellos. Incluso el mundo de lujo mira con atención al hip-hop en la actualidad para atrapar ideas, consciente de que se ha convertido en una influencia global que impulsa tendencias.
–Un claro ejemplo es cómo A$AP Ferg fue nombrado embajador de Tiffany en 2018; un hecho sin precedentes para el hip-hop, conforme destacás en Ice Cold.
–Tal cual, y no sólo ficharon a él como embajador: después, Jay-Z y Beyoncé fueron protagonistas de sus anuncios, lo cual ilustra el enorme predicamento del hip-hop en la actual industria de lujo. En lo que respecta a orfebrería, sí, pero también en vestimenta: A$AP Rocky devino modelo de Dior, sin ir más lejos.
Tobak sostiene que el hip-hop nunca ha buscado ni ha necesitado validación por fuera del propio círculo. De hecho, entiende que fueron forjando sus propias dinámicas de poder, a la par que configuraban un ecosistema que respondiese a una demanda que se diversificaba a medida que los dólares empezaban a multiplicarse. Y es que, en épocas no tan distantes, “tiendas como Tiffany o Cartier no tenían precisamente una clientela urbana. Los raperos se sentían incómodos comprando en estos lugares, donde podían ser juzgados, medidos, incluso censurados. En cambio, se genera una relación de trabajo hermosa, mucho más orgánica con artesanos de Canal Street, en Manhattan, o Albee Square Mall, en Downtown Brooklyn, donde la atmósfera es relajada y les ofrecen lo que buscan: un estilo distinto y propio, personalizado, único”.
La periodista suma que, de esta manera, “surgieron los joyeros de la escena, que eran inmigrantes o hijos de inmigrantes en su enorme mayoría, así que sabían muy bien lo que era venir de abajo, abrirse camino. Eddie Plein, por ejemplo, a quien se le atribuye haber hecho los primeros grills, es oriundo de Surinam. Otros provenían de países asiáticos, del Caribe, de regiones de la Unión Soviética… De Uzbekistán, como Jacob the Jeweler Arabo.
–¿Hay alguna joya por la que sientas predilección de las tantas que se presentan en Ice Cold?
–Una de mis favoritas, por su historia y lo que representa, es el colgante de oro y diamantes con la cara de Cristo que Notorious B.I.G. le encargó al legendario Tito Caicedo, uno de los joyeros pioneros del hip-hop, cuyo nombre aparece en rimas tempranas de Jay-Z, de LL Cool J, del mismo Biggie… Se ha convertido en una de las piezas más emblemáticas y ha adquirido una vida propia, que excede la connotación religiosa; es fácil entender el porqué de su popularidad, en miras de lo que simboliza: lucha, fe y trascendencia. Dicho lo dicho, es una joya que ha sido versionada en incontables ocasiones, llevadas sus variaciones por muchísimos artistas con el correr del tiempo. Las primeras son de mediados de los 90, cuando Biggie compra tres: una para él y dos para sus amigos Lil’ Cease y Damion D-Roc Butler. Aunque el molde original se ha perdido, el colgante se volvió un símbolo, considerado “el diamante Hope del hip-hop”.
Vale aclarar que, a diferencia de la gema Hope, descubierta en el siglo XVII, célebre por traer total infortunio a quienes la lucieron (incluidas Madame Du Barry y María Antonieta), Jay-Z relataba en su autobiografía Decoded que solía ponerse la pieza Jesús de Biggie cada vez que grababa un disco, convencido de que le reportaba buena suerte. Y aún cuando el aspecto espiritual de esta reliquia contemporánea acaso se haya vaciado de sentido, no fue el único símbolo sagrado que tomó y remixó el hip-hop vía joyería, en gesto sincrético.
“El hip-hop siempre ha tenido esta gran tradición de versionar y customizar para expresar singularidad”, dice Vikki, y en Ice Cold detalla que el Ojo de Horus, los escarabajos y el ankh que sirvieran de amuletos a los antiguos egipcios también fueron adoptados por raperos para comunicar salud, espiritualidad y opulencia, al igual que la figura de San Lázaro y el mentado Cristo, fulgurantes y en desprejuiciada convivencia con, digamos, figuras del animé y los dibujos animados, logos de vehículos de alta gama o dijes con forma de pistola.
Esta variopinta amalgama no debe interpretarse como un mero gesto decorativo, cuando remite a costumbres pretéritas, de larguísima data. “Adornar el cuerpo es una práctica milenaria que ha servido siempre para demostrar estatus y belleza, también sentido de pertenencia, además de oficiar de talismán, que son las mismas razones por las que el hip-hop gravita hacia metales y pedruscos refulgentes. De hecho, si nos detenemos únicamente en los dientes, veremos que los etruscos y los mayas ya utilizaban oro y piedras preciosas para emperifollar la dentadura, de igual modo que harán los raperos con los grills de oro, platino, diamantes…”, subraya Vikki, quien conoce muy bien el paño. No sólo poque en 2018 hizo el también ponderado libro Contact High, que muestra el arco evolutivo del hip-hop, de los 70 a la actualidad, sino que de jovencita se había involucrado en territorio, trabajando de cajera, portera y recepcionista de Nell’s, un legendario club nocturno muy visitado por luminarias del hip-hop.
Además, la autora se desempeñó como relacionista pública para Payday Records, una de las primeras discográficas de la escena, donde estuvo junto a MC Guru y DJ Premier, es decir, el dúo Gang Starr, entre otros artistas que se volvieron, en cierto modo, su familia. “Eran muy protectores, como hermanos mayores”, rememora con sonrisa franca quien, en aquellas fechas, también empezara a escribir artículos para medios especializados.
Estilos bien diferentes, también en los diseños
El libro Ice Cold (Taschen) revela sabrosos detalles detrás del alarde de los raperos y también historias de joyeros de estilos diferentes, como Jacob Arabo, el dueño de Jacob & Co. en el Diamond District neoyorquino, tan famoso en el hip-hop que se lo menciona en decenas de canciones. I went to Jacob an hour after I got my advance, I just wanted to shine, canta Kanye West in “Touch the Sky”, como un claro guiño a quien es considerado ‘el Harry Winston del hip-hop’ por sus memorables, intrincados diseños a medida. El diseñador nacido en Uzbekistán abrió su local en 1986 y fue descubierto dos años más tarde por Biz Markie, quien le encargaría una pieza lo suficientemente llamativa como para que sus fans pudieran distinguirla desde abajo del escenario. El libro abarca 40 años de estas historias, con imágenes –hoy icónicas– que relucen en 388 páginas.