José Narosky fue escribano hasta que se convirtió en el dueño de los aforismos: creó 17.000 y, a los 92 años, sigue escribiendo
Sus frases favoritas y el aforismo más exitoso de su carrera: de diez personas a las que les pregunta, ocho eligen el mismo
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Ningún hombre cambia, pero muchos se quitan la máscara.
Te amo si estando contigo ya te extraño.
Mientras te espero ya estoy contigo.
El amor es la única locura compartida.
Tengo pocos amigos, pero, ¡cuánta amistad tengo!
Universales y eternos, los aforismos de José Narosky invadieron agendas y corazones de generaciones de adolescentes que se identificaban con estas frases cortas que expresan sentimientos comunes a todos y que dejan una reflexión en el alma. Hoy como siempre sus pensamientos plasmados en frases siguen vigentes. Y el autor sigue escribiendo.
Su lista de aforismos sigue, no hasta el infinito, pero sí hasta los 17.000 y su autor los tiene numerados. ¿El más popular y, a su vez, el preferido del propio Narosky? Hay quien arroja un vidrio roto sobre la playa, pero hay quien se agacha a recogerlo. “En una oportunidad tomé un taxi en la puerta de mi departamento. El taxista me reconoció -la mayoría no me reconoce, pero ése si-. Y me dice: “yo sé aforismos de memoria”. “¿A ver si se lo adivino? Hay quien arroja un vidrio roto sobre la playa, pero hay quien se agacha a recogerlo”, le dije. Significa el mal y el bien. El taxista frenó frente al Museo de Bellas Artes. “No puede ser, usted es mago”, lanzó. Me preguntó cómo sabía”.
“Yo tenía publicados ya diez libros -ahora son doce-. A trescientos por libro, eran tres mil aforismos. Lo supe porque de diez personas a las que les pregunto, ocho eligen ese aforismo. Es el que más gustó a la gente. El segundo es tantos siglos de civilización y no aprendimos a abrazarnos”, afirma José Narosky en el luminoso living de su departamento, de un piso alto con vista al río y al Club de Pescadores, donde recibe a LA NACION revista.
¿Qué es un aforismo? Máxima o sentencia que se propone como pauta en alguna ciencia o arte, define el diccionario de la Real Academia Española.
Enamorado de los aforismos desde los siete años, el escritor los coleccionó en su infancia y comenzó a escribirlos desde joven, para nunca más detenerse. Hoy, en doce libros hay publicados 3600. A sus 92 años el escritor está activo, lúcido y reflexivo, revelando apenas una dificultad para ponerse de pie, producto de una caída reciente. ¿El secreto de su vitalidad? “Siempre fui disciplinado. Jamás probé una gota de alcohol, no fumé y hago régimen de comida siempre sano desde hace 40 años. Sigo escribiendo, menos que antes, pero sigo. Sin un horario. A veces vienen las ideas y las escribo. Como los músicos”, dice.
La asociación de su propio trabajo con el trabajo del músico fue una constante durante la charla. Admite que algún hecho puntual puede ser el disparador de un aforismo. “De un amigo que estaba muy enfermo y se estaba por morir, pero respiraba todavía, nació un aforismo. ‘Respira todavía’, dijo el médico y yo escribí: respirar no es vivir”, cuenta. Sin embargo, generalmente sus aforismos son producto de la inspiración. “¿Cómo le aparece a un músico la música? No es una respuesta coherente, pero no tengo otra y creo que es la realidad”, asegura. Inquieto, Narosky continúa haciendo cosas para mejorar. Por ejemplo, hizo un curso, antes de la pandemia, para conseguir una lectura espontánea para que, en sus participaciones radiales, todo aquello que tuviera que leer no pareciera leído sino producto de la charla espontánea.
Su pasión por los aforismos nació en su infancia. Todo empezó en La Pampa, cuando tenía siete años. Su padre fumaba unos cigarrillos que traían un vale de cartón que se coleccionaba y, una vez conseguidos diez, se canjeaban por un atado gratis. Los vales traían escritos aforismos “que yo no entendía, pero le robaba a mi padre el cartoncito, como otros pibes juntan jugadores de fútbol o artistas de cine. Pero, a los siete años no entendía lo que decían. Es decir, en el hombre que somos está el niño que fuimos. En el hombre que somos están todas las características que tenemos los seres humanos adultos, pero estaban en germen desde chicos. El que dibuja bien una muñequita en el cuaderno, va a ser buen dibujante”, reflexiona.
Buen estudiante, cuando llegó el momento de definir su futuro, el padre de Narosky tuvo una influencia en la elección del hoy escritor. “Mi padre era vecino de un escribano. Veía que él estaba todo el día en un club, era muy rico y hacía una buena vida, tenía un lindo auto. Entonces, a papá Derecho le pareció una linda carrera. Para hacerle caso a mi papito estudié una carrera que no me gustaba. Y me fue bien también. Había que ser decente y nada más”, cuenta el escritor que durante muchos años tuvo éxito en su carrera como escribano. Pero el escribano ya escribía aforismos. “Yo escribí aforismos siempre. Sentía una atracción por las frases cortas y por las diferencias que tenía el aforismo con el refrán. El aforismo tiene autor, el refrán es anónimo. Los dos dejan una enseñanza, es la pretensión del escritor. Dejar una reflexión para dejar pensando al lector”, apunta Narosky, que diferencia también al aforismo del adagio que implica un consejo corto.
Los sentimientos como el amor, la amistad y la bondad disparan sus famosas frases. Son sentimientos eternos que persisten a través del tiempo y que encierran principios comunes a todos. “La pretensión del escritor, en general, es dar una enseñanza. También el escritor tiene mucho por aprender. Lo tiene este escritor que habla ahora. Hay una pretensión de dar un mensaje positivo. De la mujer, no eres la única mujer, pero eres única. O de la amistad, no es amigo quien ríe mi risa, sino quien llora mis lágrimas”, agrega.
- La verdadera hermandad no requiere lazos de sangre.
- La naturaleza es más feliz que el hombre porque su primavera siempre regresa.
- Muchos son el barniz y pocos son la madera.
- Si siento que te quiero, no necesito saber por qué te quiero.
Narosky se convirtió en escritor cuando escribió su primer aforismo, mientras trabajaba en televisión. “Yo ya estaba en televisión y en radio cuando escribí un libro. Hacía cosas pequeñas, nunca fui una estrella. Se vendieron muchos libros y poco a poco fui dejando la profesión de escribano y dedicándome a los aforismos. Ganaba menos, pero me sentía más rico”, confiesa en lo que podría ser, justamente, un aforismo. Con el seudónimo Hugo Nardi, Narosky participó de programas televisivos como Nuestros valores, Sobremesa con Crespi y Si todos los hombres…, mientras que en radio fue parte del programa Pinceladas humana en Radio Splendid y del radioteatro La piel de Buenos Aires.
Cuando nació la inquietud de publicar un primer libro, Narosky tomó un representante. “Un absurdo, un escritor nuevo no necesita representante”, afirma con la experiencia de los años y de los libros editados exitosamente. El primer libro, el más vendido de todos, Si todos los hombres..., fue publicado por una editorial chica. También el más editado, cuenta con más de 20 ediciones.
“Encontré cosas raras y renuncié a esa editorial”, cuenta enigmáticamente sin más detalles. Entonces, fueron las editoriales quienes comenzaron a buscar al autor. “De los 12 libros que tengo, seis los hizo Planeta, la editorial más importante del país y del mundo. Los escritores penan por conseguir una editorial, que gasta miles de pesos si hay garantía de venta. Conmigo tenían garantía de venta”, asegura. Hoy, con 12 libros publicados, lleva vendidos más de un millón de ejemplares. ¿Su público? “Mis lectores son muy diversos. No es una clientela determinada. A veces me critican que mis libros son demasiado vulgares. Si vulgar y simple constituye un sinónimo, es para muchos”, acota.
El suceso de Si todos los hombres... fue absolutamente inesperado. El libro fue publicado en 1975 y recibió buenas ciríticas de medios nacionales e internacionales. Y fue el momento oportuno para Narosky para abandonar la profesión de escribano. El repentino éxito lo sorprendió y aún hoy no sabe cuál fue el secreto. “Quizás un secreto parcial es que llega a todos los públicos: mujeres, hombres, chicos, grandes. Algunos lo han juzgado de vulgar. Quizás son vulgares, simples. No me molesta. Un día estaba escuchando Radio Rivadavia, que en aquel tiempo era número uno. Carrizo le preguntó a Mujica Láinez qué le parecían los libros de Narosky. “No, eso no es literatura, es una cosa muy barata, muy simple”, opinó el escritor. “¿Le parece?, se vendió tanto”, contestó Carrizo. “Así es el público argentino”, continuó Mujica Láinez. “¿Hace mucho que lo leyó?”, indagó Carrizo. “No, yo no lo leí. Un compañero mío que me merece mucha fe me dijo que ese libro no tiene valor”, justificó. Tal vez no lo tenga, no lo sé. Pero se vendieron un montón de ediciones”, remata Narosky.
Hoy, según Narosky, hay 200 escritores de aforismos. A quien desea dedicarse a este género, le recomienda que “si siente la pasión, el empuje, el instinto, puede escribir. No sé cuál es el misterio para las ventas. Yo no me siento un gran escritor, de ninguna manera. Un escritor con suerte, sí”, añade.
En tantos años de éxito le sobran anécdotas. Como una sobre la timidez, una característica de su personalidad que, asegura, lo manejó hasta que pudo enfrentarla. “Yo estudiaba escribanía en la Facultad de Derecho. En una ocasión un compañero mío, con el que habíamos dado varias materias, se recibió. Cuando se recibió bajamos al comedor de la facultad con 20 compañeros. Y alguien dijo que yo hablara. ¿Qué yo hablara en público? Ahí me di cuenta de la desventaja de la timidez, que no me dejaba ni eso, hablar con los compañeros. Ese día renuncié a ser tímido. A tratar. Más tarde viajé por casi todos los países de América y fui invitado por casi todas las provincias. Todo eso me dio un poco de coraje. Si yo llego a un lugar y me recibe el intendente y diez personas más de la comitiva, ya no puedo ser tímido. Quedo mal, parezco orgulloso. Hice el esfuerzo hasta que no fuera más esfuerzo”, se sincera.
En otra ocasión, el hecho de ser conocido le abrió las puertas para conocer a alguien a quien admiraba. “Una vez me internaron en la Fundación Favaloro para una revisión y tenía que quedarme dos o tres días. Pregunté si vendría el doctor Favaloro a verme. Me dijeron que no porque no visitaba pacientes. A las dos horas golpearon la puerta y era Favaloro, de visita. Yo lo había visto en un programa de televisión en el que éramos varios, nada más. Entró y me dijo: ‘vengo a escucharlo a usted, no vengo a ver al enfermo’. Era muy sencillo, una gran persona”.
Hoy, José Narosky sigue escribiendo, siguiendo los pulsos de su corazón, sin imponerse días ni horarios. Tiene libros escritos sin publicar, aunque asegura que no tiene ganas de hacerlo por asuntos personales.
Además de aforismos, el autor escribió también otras cosas, aunque nunca las publicó. “En primer año del Colegio Nacional, una profesora de castellano nos mandó hacer un resumen de El capitán Veneno. Cuando lo entregamos, me puso un 10 y me llamó. Me pidió un favor y también reserva porque tenía tres hijos y un marido enfermo sin trabajo y a ella, con tres cátedras no le alcanzaba el tiempo. Me pidió que corrigiera las pruebas de mis compañeros porque yo no tenía faltas de ortografía. Mi madre nos inculcó el gusto por leer. Entonces, yo corregía las pruebas de mis compañeros y los jueves iba a la casa de la profesora. Ella me convidaba con un té y masitas y yo sentía orgullo. Ella me decía que yo no era escritor, pero que iba a serlo. Un chico que recibe ese piropo se siente Borges”, confiesa Narosky.
El escritor que afirma que escribir es una vocación, creó una cuarteta para su mujer: Amor me diste adolescente y pura; hijos me diste restándote hermosura; calor me diste en la edad madura; vida me diste porque eres ternura. “No tengo poemas escritos. Este se lo dediqué a ella cuando se enfermó. Está enferma. Me inspiraron un poco la pena y el sentimiento que tengo y que la quiero igual que cuando estaba sana”, revela. Inagotable, el maestro de los aforismos todavía tiene mucho por enseñar.