Javier Sinay, y un libro en el que descubre a los pioneros del periodismo en idish
El hallazgo de una publicación de 1929 le permitió al autor recorrer la producción literaria y periodística de los inmigrantes judíos de principios del siglo pasado
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“Quien tuviera las letras, tendría la palabra. Lo sabía Abraham Vermont, un periodista ambicioso pero pobre, que soñaba con crear su propio periódico judío en Buenos Aires, una ciudad extraña a la que había llegado un poco azarosamente –describe el periodista Javier Sinay en el prólogo de La caja de letras. Hallazgo y recuperación de ‘Apuntes para la historia del periodismo judío en la Argentina’, de Pinie Katz (Ediciones del Empedrado)–. Pero había otro que tenía las letras y, por lo tanto, la palabra. Ese periódico se llamaba Der Viderkol (El Eco) y lo hacía un muchacho entusiasmado de 20 años. Su nombre era Mijl Hacohen Sinay”.
-En la tumba de tu bisabuelo puede leerse en ídish: der pioner fun der idisher dyurnalistik in Argentine (el pionero del periodismo judío en la Argentina). ¿Podemos decir que La caja de letras se suma a la búsqueda de tu ADN?
-Sin duda. Es un documento que habla de mis ancestros directos (mi bisabuelo y mi tatarabuelo), pero también de muchos otros pioneros quijotescos a los que también veo como ancestros indirectos. Volviendo a mi bisabuelo, a través de Pinie Katz conocí muchas cosas sobre él. Es un privilegio tener ancestros con los que uno puede, de alguna manera, dialogar. Uno es parte de una cadena: lo que en ídish se dice: di goldene keit... La cadena de oro de las generaciones.
En 2009, Javier Sinay estaba tras la pista de una serie de homicidios ocurridos entre 1889 y 1906 en la colonia agrícola poblada por judíos rusos Moisés Ville (su investigación se convirtió tiempo después en el libro Los crímenes de Moisés Ville: Una historia de gauchos y judíos) cuando recibió un correo de Eliahu Toker (idishista argentino) en el que le contaba sobre Tsu der geshijte fun der idisher dyurnalistik in Argentine, un libro escrito en ídish y publicado en 1929, acerca de los orígenes del periodismo judío en la Argentina, escrito por Pinie Katz. “¿Leés idish? −le escribió Toker−. Hay un libro de Katz sobre periodismo judío en Argentina que debe tener material acerca de tu bisabuelo y su periódico”. Al comienzo, Javier trabajó con un ejemplar que le prestó el propio Eliahu Toker; tiempo después en la casa de su abuela Mañe encontró el que había pertenecido a su bisabuelo. “Cuando me acerqué a la cocina con el libro en mis manos –relata el momento–, a mi abuela no pareció importarle demasiado mi aventura intelectual y continuó lavando los platos. ‘Ah, sí, Pinie Katz fue un famoso periodista’”. Mañe no se equivocó en la observación. Katz fue un periodista famoso y traductor que llevó al ídish obras como Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes; Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento; Cuentos de la selva, de Horacio Quiroga; Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes, entre otras, y que además dirigió durante décadas el diario en ídish Di Presse y fundó la rama local de la organización cultural ICUF.
Hoy, aquel libro que estaba en la hilera de atrás de la biblioteca de la abuela, al lado de Tiburón y de uno firmado por William Somerset Maugham, se recuperó, se tradujo al castellano y se presenta como La caja de letras... En estas páginas, que Javier tradujo junto a Ana Powazek de Breitman (“una mujer siempre dispuesta a cultivar el ídish”) le agregó un prólogo y 278 notas a pie de página para dar contexto a los detalles que se cuentan y mostrar el escenario porteño babilónico y las aventuras vocacionales de los periodistas de judíos de esos tiempos, pero también de sus competencias despiadadas. “Ana, a quien todos conocemos como Jana, fue más importante que yo en este libro. Ella leía el original en ídish y me lo relataba en español, y yo tecleaba. Y después me dediqué a darle un estilo literario fiel al original. Empezamos trabajando en el IWO, un instituto dedicado a la cultura ídish donde ella es traductora. Ahí la conocí en 2009, cuando yo estaba empezando a trabajar en Los crímenes de… Fue mi traductora en ese libro, y ahora en este. Recuerdo cómo tradujo épicamente algunas páginas de Die Volks Stimme, un diario de 1899 con un lenguaje complicado y una impresión de tinta en papel carcomida por el tiempo. Hizo un trabajo corajudo. Siempre tuvo un compromiso muy fuerte con mis historias, y el misterio del ídish nos llevó a hacernos amigos”.
-La caja de letras ofrece un intenso y curioso recorrido por la producción literaria y periodística que hubo en ídish en la Argentina que, como bien destacás, fue variada y muy vasta.
-El gran valor que tiene leer esos textos es recuperar una mirada, un punto de vista y un mundo de opiniones que se han vuelto difíciles de decodificar. El código es el ídish: hay que ser hablante o lector de ese idioma para acceder a ese mundo que menciono. Si no, es un mundo que conocemos desde afuera: todos escuchamos los cuentos de los inmigrantes, pero en verdad, ¿cuáles fueron esas experiencias? ¿De qué hablaba esa gente venida de lejos? ¿Cómo veía este nuevo hogar llamado Argentina? Muchos tenemos antepasados inmigrantes y hasta que no nos ponemos a buscar en fuentes como el libro de Pinie Katz o a bucear en la memoria familiar, creemos que esos ancestros vivían una vida algo naïve. Lo que ocurrió en verdad es que sus experiencias fueron bastante agitadas. Leer este libro, a nivel personal, me abrió la cabeza para entender un pasado más complejo y a nivel periodístico fue una fuente bibliográfica exquisita: un regalo de un periodista para otro periodista.
-Imagino que fueron varios los desafíos que debieron sortear en la traducción.
-El mayor desafío fue, más que el estilo, la resolución de algunos pasajes que estaban escritos en un ídish muy antiguo, hoy difícil de entender. Esto ocurría a veces en el texto de Pinie Katz, pero mucho más en las noticias de los diarios (bastante antiguos) que aparecen citadas. Algunas están escritas en un estilo de ídish culto, germanizado y decimonónico, un poco snob, conocido como daytchmerish. Muy difícil de traducir hoy en día.
Las mismas calles, otro mundo
“Entre 1889 y 1898, la comunidad judía en Buenos Aires creció –aporta Katz en la introducción de Apuntes para la historia del periodismo judío en Argentina–. No tenemos una cifra exacta, pero Mijl Hacohen Sinay, en el feuilleton (género periodístico) impreso en el primer número de Der Viderkol, escribe: ‘Aquí hay una cantidad importante de judíos. Entre ellos hay escritores y maskilim (educadores, sabios, hombres cultos) a los que la pluma no les es extraña, y sin embargo aquí no hay un periódico judío. Entonces seamos los primeros. Probemos’”.
-Resulta llamativa esa fiebre comunicativa que había entre los judíos, como dice el refrán en ídish: “Todo aquel que tuviera al menos una mano o un pie escribía”. Destacás que, en una proyección de casi un siglo (1898-1989), 337 publicaciones judías vieron la calle. ¿Cuál era ese motor esencial que los empujaba a publicar?
-Creo que debe haber algo en eso de ser “el pueblo del Libro”. Por un lado veo que había entre los judíos una habilidad lectora (a los 13 años todo niño tenía que saber leer al menos la Torá) y por otro lado está esa cuestión de buscar una voz propia, y de que hacer uso de esa voz es también empoderarse. Por ejemplo, tomemos el caso del primer periódico ídish, Der Viderkol, el de mi bisabuelo: era básicamente un periódico de denuncia, en su primer número informó que en la colonia de Moisés Ville los administradores estaban cometiendo injusticias. ¿Quién iba a contar la historia oficial? ¿Cómo disputársela a los vencedores, que eran los administradores? Eso es lo que estaba en juego. Por otro lado, era una época de ebullición política e ideológica: los inmigrantes judíos rusos debatían el socialismo, el sionismo, el liberalismo... Y así es que todo aquel que tenía al menos una mano o un pie, escribía.
En febrero de 1898, un mes antes de que Der Viderkol viera la luz, llegaron a la Argentina 4824 inmigrantes, según detalla en el prólogo Javier Sinay: 2929 italianos, 1284 españoles, 166 franceses, 137 turcos, 84 rusos, 47 austríacos, 46 alemanes, 42 ingleses, 35 portugueses, 23 suizos, 15 belgas, 13 marroquíes, cinco norteamericanos, cuatro daneses, tres suecos y un holandés. También en el sur se podía hacer la América. “Der Viderkol retrató en sus páginas a una Buenos Aires en la que más de la mitad de sus 700 mil habitantes eran extranjeros”.
-Bien destacás que estábamos frente a una “babilonia de inmigrantes”. ¿Qué te sorprendió de esa Buenos Aires de fines del siglo XIX?
-El movimiento cultural que había dentro de las comunidades de inmigrantes. Me sorprendió mucho. Cada una tenía sus periódicos y sus espacios de cultura, como bibliotecas o teatros.
“El que no ha viajado se imagina que así debe ser Gaza o Jerusalén”, escribió Robert Arlt refiriéndose al barrio judío, el que en 1898 era un laberinto sin otra muralla que el ídish. “Pinie Katz dice que a fines del siglo XIX los inmigrantes judíos rusos estaban en la zona de las calles Libertad, Talcahuano, Lavalle y Corrientes; y también al sur del puerto –relata Javier–. Katz los describe en su cotidianidad: comían latkes con chicharrones de dialecto polaco, litvak o besaraber. Me parece fascinante imaginar, y aún más: saber que todo eso existió en esas calles por las que andamos a diario, calles que hoy son tan diferentes”.
-Otro punto más que interesante que señalás es: “Cuánto ha cambiado el periodismo en un siglo y cuán poco hemos cambiado los periodistas”. ¿Qué te llevo a esta reflexión?
Cuando digo que el periodismo cambió, pero los periodistas no tanto, quiero decir que conozco a algunos colegas que son capaces de volverse despiadados a la hora de competir con otros por una noticia; pero también conozco a los honestos que se sienten “muy periodistas”, y no podrían sentirse de otro modo porque están en esto por una fuerte cuestión vocacional y porque necesitan contarle al mundo lo que ven, tener una voz propia. También están los que buscan poder y los que buscan dinero. Todos esos personajes, que son como arquetipos periodísticos, aparecen con nombre y apellido en el libro de Pinie Katz: cada uno de los pioneros que él retrata responde a uno de esos arquetipos. Y lo mismo pasa hoy, entre los periodistas del siglo XXI. A Abraham Vermont, por ejemplo, Katz lo describe como “un periodista salvaje”. Era un hombre sensacionalista, algunas veces embustero, otras irreprochable. Lo notable, pienso, es que sigue habiendo periodistas ambiguos como Vermont. Yo conozco tres, cuatro, diez, no sé cuántos. Por eso: el periodismo cambió; los periodistas, no tanto.
-En este recorrido, en tus lecturas para las notas que acompañan la traducción de Apuntes…, ¿encontraste miradas, reflexiones referidas a mujeres judías con intereses en el periodismo, en las letras en este período?
-Sí, una de las principales discípulas de Pinie Katz fue Mina Fridman de Ruetter, activista cultural y política, comunista, miembro del ICUF. Ella tradujo algunos pasajes de los nueve tomos de las obras completas de Pinie Katz, y muchas otras cosas como por ejemplo El Infierno de Treblinka, de Vasili Grossman (1948), del ruso al ídish. Pero ella es un poco posterior al período de los pioneros (falleció en 2003). En el libro, Katz también menciona a la Zeitlinke, la esposa del imprentero Volf Zeitlin, que administraba su dinero. Y en el prólogo yo incluí a Rosa Mangel, una víctima de trata que con toda su valentía escapó de la red y dio una entrevista contando su historia al periódico Die Volks Stimme, publicada el 27 de julio de 1899.
“Muchos de mayor edad no se hubieran atrevido a lo que ella se atrevió y menos hubieran tenido el coraje de estar en un país extraño, sin conocer a nadie, siquiera la lengua, bajo el control de la banda de ladrones judíos que se pasea franca y libremente, todos sus miembros adornados y brillantes con las joyas que hacen con el comercio de mujeres, del que le dan una parte a Dios, ya que de tiempo en tiempo le regalan una pequeña Torá”, escribió Vermont en la nota sobre Mangel (el ejemplar está conservado en el IWO de Buenos Aires), una muchacha de Galitzia, Europa del Este, que había llegado a Buenos Aires engañada por un comerciante de mujeres y que había escapado de su dominio. Sinay aporta que en “ese tiempo los activistas culturales se oponían a los tratantes de mujeres [en la portada del libro se reproduce la imagen de Fr. V Einstein, dealer in human flees, quien apareció en una noticia en Die Volks Stimme en 1899]. Entre 1880 y 1930, Buenos Aires era considerada en Europa como el mayor centro de este negocio, según Víctor A. Mirelman, quien encontró que en 1909 había 109 prostíbulos (de un total de 199 en la ciudad) supervisados por regentes judíos”.
-¿Qué características de estos hombres, como Pinie Katz, Abraham Vermont (llamado “el periodista del caos”), y por supuesto tu bisabuelo, por nombrar algunos de los que aparecen en este intenso trabajo, llamó tu atención? ¿Te reconociste en alguno de ellos?
-Lo que más llamó mi atención fue la pasión con la que estos pioneros crearon una cultura judeoargentina en idioma ídish. No podían dejar de escribir. Vermont, por ejemplo, se alimentaba con dos cafés por día y dormía en un cuartito oscuro donde se cubría con hojas de diario como sábanas. Eso nos informa Pinie Katz y a mí me parece alucinante. El mensaje es: ¿qué importa todo lo demás si estás cumpliendo tu sueño, si estás respondiendo a tu vocación? No sé si me reconocí en alguno de ellos, pero sí sentí admiración por casi todos. Estoy orgulloso de que esa gente sea la que haya marcado, incluso con claroscuros, algo en mi camino.