¿Ir más lento, para llegar más lejos? Cuando la adicción a la velocidad y la prisa son formas de huir de uno mismo
La velocidad, que funciona casi como una droga, ya que cuesta muchísimo dejar una existencia híper estimulada
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En las últimas semanas, tuve un enorme honor: conocer a Carl Honoré, autor del bestseller Elogio de la lentitud y Elogio de la experiencia, referente global del movimiento slow. Fue invitado a la Universidad del CEMA a mantener una entrevista con Fernando Troilo, consultor y profesor de Recursos Humanos, y me di el gusto de saludarlo, intercambiar libros y hasta recibir una invitación para visitarlo en algún momento en Londres.
Después tuve el lujo de escucharlo en la charla, y quisiera compartir aquí algunos conceptos que me parecieron muy iluminadores. Desde hace años, Honoré brega por revalorizar la lentitud, y en esta oportunidad hizo hincapié en lo adictivo de la velocidad, que funciona casi como una droga, ya que cuesta muchísimo dejar una existencia híper estimulada.
“Para mucha gente, una vida sobrecargada de tareas es un mecanismo de negación, una forma de huida de uno mismo, de tapar los problemas más profundos. La cultura que pone a la prisa en un pedestal es un obstáculo”, sostuvo en el encuentro.
Pagamos un precio alto por acelerar: sufrimos estrés, burnout, agotamiento físico y emocional, incluso los más jóvenes. En el trabajo perdemos la productividad y la creatividad, y a nivel social perdemos la solidaridad, ya que cada vez nos cuesta más conectar con los demás. ¿Y qué podemos hacer desde lo individual? Según el experto, empezar por hacer menos.
Privilegiar la calidad por encima de la cantidad. “Parar ante las situaciones, hacer pausa y ver si es importante o podemos rechazarlas, porque una gran mayoría de lo que hacemos es trivial. La gente exitosa le dice que no a muchas cosas”, advirtió Honoré.
Un punto muy interesante de la charla fue cuando el autor desmitificó el movimiento slow: no se trata de meditar todo el día, sino de saber elegir. La lentitud no se contrapone con obtener resultados rápidos, pero sí con hacerlo a expensas de nuestra salud. En este sentido, Carl ve con muy buenos ojos iniciativas como la jornada semanal de cuatro días y el trabajo por proyectos.
“En los países nórdicos las personas trabajan menos horas, con niveles de productividad y competitividad más altos. Y una razón de esto es que no están agotados. La lentitud no es pereza, sino un trampolín hacia el buen desempeño”, apuntó.
La charla concluyó con una revalorización de la adultez mayor que me pareció sumamente refrescante. Este experto indicó que aunque vivimos obsesionados con la juventud y envejecer es visto como un castigo, solo la experiencia trae sabiduría. Denigrar el envejecimiento nos traerá más probabilidades de sufrir y tener deterioros.
Por eso, estamos en vísperas de repensar la idea de la jubilación. Conforme nos hacemos más longevos, el concepto de una vida en tres etapas (educación, trabajo y jubilación) se va difuminando. “Creo que hay que tener una visión más abierta y fluida de la vida, porque el aprendizaje debe mantenerse siempre”, finalizó Honoré. Para llegar más lejos, entonces, más que nunca debemos ir lento y a paso seguro.