Ídolo popular. El único latino que obtuvo un disco de uranio, cuando vendió 50 millones de discos: el lado más rockstar de un romántico
“Soy lo que se me da la gana”, dice Raphael, el mítico cantante español capaz de reunir en un mismo concierto a seis generaciones de fans
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“Yo soy un atrevido. A mí eso el público me lo perdona, y es lo que espera. Nunca he sido muy ortodoxo. Además, así me salgo un poco de la rutina, que eso es bueno”, dice divertido Rafael Martos, al que de niño llamaban Falín, por Rafaelín, y al que el mundo entero conoce como Raphael –con ph, estrategia para no tener que usar apellido artístico–. En una suite de hotel porteño, sacudiéndose por fin el letargo de dos años de pandemia y restricciones, intenta explicar a La Nacion Revista por qué decidió festejar sus bodas de diamante con la música –con su show 6.0 llegará al Luna Park el 14 de mayo– apelando a canciones como “Me olvidé de vivir” o “Vivir así es morir de amor”, todos clásicos sempiternos de otros artistas.
- Te adueñaste de temas indiscutidos de Julio Iglesias o Camilo Sesto...
- Camilo era muy amigo mío. La canción de Julio Iglesias tuvo antes una versión francesa, de Johnny Hallyday. Yo andaba buscando a las canciones, no a los artistas que las cantaban. Y maté dos pájaros de un tiro: cantar algo que me ha hecho ilusión toda la vida y hacerlo para mi aniversario con la música. Me remonto a mi propia historia: cuando se puso de moda la canción francesa en España, que fue un boom, yo las cantaba todas, Ma vie, My way… porque My way no es americana, es francesa, ¿lo sabías?
- No.
- Es francesa, de Claude François, después le puso letra en inglés Paul Anka. Es que las canciones viajan mucho. Eso es lo que a mí me gusta hacer. No busco una voz como la que ya las cantó, busco otra clase de voz, y así me lo paso mejor.
- Sos un caso curioso de artista que despierta mucha empatía con la gente joven. Para este álbum te rodeaste de chicos como Luis Fonsi, Natalia Lafourcade, Luciano Pereyra, Mon Laferte...
- Yo no me rodeo, se rodean ellos. Y aparte de que somos muy amigos, de que los conozco desde que eran muy jovencitos y fui siguiendo sus carreras, mi hijo Manuel hoy es el director de la casa de discos donde muchos de ellos cantan. O sea que también tenemos un jefe en común.
- ¿Te buscan porque grabar con vos es una asignatura?
- Nos buscamos, la palabra justa es esa. Los que somos nos buscamos. Y si no nos buscamos es que no somos. Los artistas de verdad necesitamos tener al lado a artistas de verdad y a los advenedizos los dejamos de lado. Hace cuatro años, justo un año antes de su muerte, fui a grabar con Charles Aznavour a París. Tenía muchas ganas de verme en persona, y me dijo: “Es que te conozco desde que asomaste la nariz”, que es una forma muy nuestra de hablar.
- No es algo que le pase a muchos cantantes de tu generación.
- Que yo sepa, no. Pero, además, he tenido mucha suerte y un público muy fiel que va engordando: ya me han metido a los hijos, y a los hijos de los hijos, entonces tengo un auditorio con una variedad de edades tremenda.
Nacido en Linares –Andalucía– y madrileño por adopción, es el único latino que obtuvo un disco de uranio tras vender 50 millones de copias en todo el mundo. Aún hoy, a los 78, es capaz de reunir en un mismo concierto a seis generaciones de fanáticos. Para muestra concluyente, por ejemplo, su participación en el festival de rock indie Sonorama Ribera, en Aranda del Duero, una ciudad española de 33.000 habitantes que cada año, durante los 5 días que dura el evento, duplica su población. Raphael fue la sorpresa de la agenda. Los organizadores lo pusieron de cabeza de cartel y entonces se disparó la venta de entradas: “Es que así de loco soy. No sabía que a ese tipo de festivales le llamaban indie. Indie por independiente: música alternativa que no te la tienen que producir”.
- ¿Lo dudaste antes de aceptar?
- Mi hijo fue el que dijo que sí. Quería que la gente joven me viera. Me dijo: “Tienen que ver que tú eres eso que ellos llaman indie, porque has hecho toda tu vida lo que quisiste. Tú te lo has guisado, te lo has servido y te lo has comido”. Me sonaba extraña la palabra, pero en castellano sería hecho a sí mismo. Entonces. yo también soy indie: soy hecho a mí mismo.
- También grabaste un tema de Héroes del Silencio.
- Y después de eso recibí de Enrique Bunbury la carta más bonita que se pueda recibir. Enrique me conoce desde que tiene 4 años. Yo iba a Zaragoza a cantar al teatro y su mamá era fanática mía. Él me vio la primera vez y se quedó impactado. Sigue impactado aún hoy, somos muy amigos, me ha escrito muchas canciones. Una periodista una vez le dijo: “Ahora escribes para Raphael. Extraño. ¿Por qué lo haces? Sois tan diferentes”. Él le contestó: “¿Diferentes? No tanto, ¡si yo soy una sombra de él!”.
- ¿Hacés siempre lo que se te da la gana?
- Soy lo que se me da la gana.
- Pero tu primer contrato con la música, contaste, fue leonino.
- Sí, fue en mis comienzos, hasta que dije: “Basta, a partir de aquí haré lo que quiera”. En aquel tiempo se estilaba mucho comprar y vender artistas, como si fuesen futbolistas que se traspasan. Yo en tres meses pasé de Phillips a Barclay Records en Francia, y cuando me estaba haciendo un nombre allí me compró Hispavox. Ahora hace años que estoy con mi hijo en Universal, pero en ese entonces siempre estaba boyando. Existía la figura del señor que te buscaba canciones y te decía lo que debías cantar. “Tú esto lo vas a hacer bien”, quería convencerme. Yo respondía: “Ahh, ¿usted me dice que yo esto lo voy a hacer bien? El que tiene que decidir eso tengo que ser yo”. En mi siguiente contrato el repertorio empezó a correr por mi cuenta.
- Más allá de la rebeldía, hay canciones que siempre llevás en la mochila. “Yo soy aquel” te acompaña desde el 67.
Es cierto. Hay algunas que no cuesta ningún trabajo llevarlas en la mochila, como tú dices, y hay otras que cuesta un poquito más. Pero el público me ha permitido siempre cantar lo que quisiera. Yo les canto primero lo que quieren oír y después empiezo a estrenar yo, para que no digan: “Ay, siempre cantas lo mismo”. O para que no se quejen de que todos los temas son nuevos. A veces estoy en el escenario y empiezan: “¡Yo soy aquel, Yo soy aquel!”. Y yo les digo: “Espérate, espera tu turno”.
Segundo de cuatro hermanos varones, Raphael empezó a cantar a los cuatro años, en el coro de la iglesia de San Antonio de los padres capuchinos. Más o menos por ahí ya sentaba a sus vecinos a escucharlo: “Yo ahora canto y ustedes me aplauden”, los intimaba. Triunfó muy pronto, muy joven. Con 9 años fue elegido la mejor voz infantil de Europa, en el festival internacional de la canción de Salzburgo. Con 23, a la mañana siguiente de su primer gran recital –fue en el mítico Teatro de la Zarzuela de Madrid, kilómetro cero de su trayectoria– se presentó al servicio militar y arriba de un camión del ejército iba leyendo las críticas que le hizo la prensa.
- ¿Es cierto que a los 14 años, cuando fuiste a dar examen para obtener tu carnet profesional, no te dejaron cantar?
- Sí, esa anécdota es preciosa. Fue en el teatro Fuencarral de Madrid y tuvo que autorizarme mi padre, porque yo era menor de edad. En España entonces no se podía trabajar sin carnet. Examinarse de artista, con un jurado, es algo que debería seguir existiendo. Que digan tu nombre, así tú sales y haces lo que quieres hacer, cantar, contar chistes, lo que sea. Lo importante es que aprecien qué conexión puedes tener con el público, que no eres un irrespetuoso y tal, porque entonces no veríamos las cosas que tenemos que tragarnos hoy. Un artista tiene que tener una ligera idea, examinar su personalidad, la actitud ante el público. La cuestión es que en aquella audición dijeron mi nombre, entonces salí, y nada más salir y empezar a sonar el piano, me interrumpieron: “Basta, que sí, que basta, gracias”. Yo me fui llorando. Al mes fui al sindicato a ver la lista y el único que estaba aprobado de los 40 que se habían presentado ese día fui yo.
- ¿Por qué habrá sido?
- En mi jurado había un bailarín, que era un genio de los que ya no existen. Cuatro años después me lo encontré en México. Yo ya era muy popular, y vino a pedirme que fuera a su estreno en el Palacio de Bellas Artes, así lo ayudaba con la convocatoria. “Iré, pero estoy muy enfadado contigo. ¿Tú no te acuerdas de mí?”. Me contestó: “Sí, Raphael”. Entonces le dije: “No, no, antes de Raphael. ¿Tú no te acuerdas de un chiquillo con 14 años al que no le dejaste cantar y le echaste del escenario?”. El hombre se sorprendió: “Ahh, ¿eras tú? Es que, chico, saliste andando de una manera que dije “uhhh, para qué escucharlo, si este se come el escenario”.
- También sufrías tratando de que la gente se quedara sentada en tus primeros shows…
- Sucedía que entonces la gente iba a los conciertos a bailar. Los grandes artistas americanos toda su vida cantaron para que la gente baile, desde Sinatra hasta Sammy Davis Jr., Dean Martin o Elvis. Salían al escenario, la gente se ponía de pie, se agarraban de la cintura y bailaban. Y claro, a mí nadie me contrataba, porque lo primero que ponía como cláusula era que debían sentarse y escuchar. Me costó mucho firmar mi primer contrato. Me acuerdo que pensaba: “Mira qué falta de educación, yo trabajando y todos allí bailando, ¿esto qué es?”. Pero de pronto un día en Zaragoza salí al escenario, les miré, ellos me miraron, alguien debe haber dicho “este chico lo que está esperando es que nos sentemos”. Y efectivamente se sentaron, hasta el día de hoy.
- ¿Por qué tres horas y media en el escenario, si con hora 40 podrías estar hecho?
- ¿Y por qué no? ¿Vas a ser tú quien me ponga el tiempo en el escenario? Para cantar mi repertorio tengo que estar tres horas, mínimo dos horas y media. El público es el que manda. A veces quiero aliviar y quito cinco o seis canciones. Entonces, basta que les haga una seña y les diga “bue, ya está, ¡no hay más!”. Estoy acostumbrado, es una gimnasia vocal, de aguante, de nervios contenidos, de emociones. Hay días en que estoy más emocionado, se me escapan las lágrimas y no sé por qué. Hay días en que cuesta más trabajo y otros en que estoy deseando que llegue la hora para salir a mostrarle al público lo que he aprendido, que sepan que todos estos años no han sido solamente trabajar y trabajar.
- ¿Es cierto que la hija de Trump es fanática tuya?
Era. No sé ahora. Claro, porque yo estuve contratado por Trump para dar varios conciertos en Atlantic City, donde él tenía todos sus casinos. Y me llevó a su hija a que me viera. Ahora, que está casada y todo eso, a lo mejor ha cambiado de cantante. Pero fue hace añares, vino él personalmente a presentármela.
- ¿Cómo llevaste el aislamiento durante la pandemia?
- Estos dos años los aproveché mucho. Grabé tres discos. Eso sí se me permitió. Éramos mi técnico de sonido y yo, con cristales de por medio, y los artistas que participaron de 6.0 me mandaban sus grabaciones desde sus países. A mis hijos tampoco los podía ver. Entonces, pues nada, videoconferencia con ellos todo el día. Pero en casa no hacía nada de esto de tirarme a ver series y demás. Me metía en mi estudio a ver qué salía.
Durante el encuentro en el hotel, muestra un humor impecable. Viajó a Buenos Aires para promocionar el show que lo traerá de vuelta en un par de semanas, con un repertorio que en su nuevo disco (también titulado Raphael 6.0) es interpretado en duetos con artistas de varias generaciones. A punto de cumplir 79 años (el 5 de mayo), su agenda está completa durante todo 2022 con esta gira que lo llevará por toda España y Latinoamérica. El mes de julio, sin embargo, lo tiene libre. Cumplirá entonces 50 años de casado con Natalia Figueroa. Dicen las malas lenguas que nadie daba dos centavos por esa relación y que cuando Raphael, ya famosísimo, le contó su noviazgo a su madre, la mujer le preguntó: “¿Sabe guisar?”. Probablemente no, porque Figueroa es, además de periodista, una aristocrática de pura cuna, con padre marqués y abuelo conde. Hoy disfrutan de los ocho nietos que les dieron sus tres hijos. “Nos casamos en Venecia un 14 de julio –cuenta–. Dejé libre ese mes porque tenemos previsto un viaje, pero con todos, los hijos, los hijos de los hijos, todos. No puedo decirte dónde. Será por ahí. Viajar juntos es algo que hacemos bastante. Algunos turistas me conocerán, pero vamos a un sitio que está muy lejos”.
- Evitás las palabras abuelo y nieto.
- (Se ríe) Ellos, casi todos, me llaman por mi nombre. Hay un hijo de mi hijo que me llama Sha, y la mayor, Manuela, me llama Pepel.
- “Resistiré” es la única canción que no cantás a dueto en Raphael 6.0, ¿por qué?
- Fue una petición de mi mujer, desde hace por lo menos 20 años. Es una canción del Dúo Dinámico muy vieja, y ella siempre me andaba diciendo que por qué no la cantaba. Yo le contestaba: “¿Qué tengo yo que ver con esa canción? Es muy bonita, pero no está hecha para mí, es meterme donde no me llaman”. Y así hemos estado años y años hasta que de golpe surgió la pandemia, empezó a cantarla todo el mundo y le dije: “Pues te voy a complacer”.
- ¿Después de tu trasplante de hígado [por complicaciones de una cirrosis hepática], celebrás tu cumpleaños dos veces al año, o es algo con lo que se convive y se olvida?
- Siempre celebro dos veces al año, desde hace 20 años. Me siento muy bien, me cuido mucho, yo siempre me he cuidado. No bebo, no fumo, todo está bien.
- En ese momento saliste sin vergüenza a hablar de las consecuencias de tu consumo de alcohol.
- Es que yo no estaba haciendo nada malo, yo tomaba para dormir. He tenido siempre muchos problemas con el sueño y pues ya las pastillas no me hacían nada. Entonces, lo descubrí por casualidad en los aviones, en Business Class, que te ponían tu botellita, la pequeñita. También en los hoteles buenos, que tenían un minibar así tú no tenías que llamar abajo y decir “sírvame tal cosa”, porque quedaba un poquito, como decir… Entonces, ahí tenía mi colección de botellines, y yo tomaba uno y me quedaba grogui. Pero claro, a los 15 días uno ya no valía. Hasta que me di cuenta de lo que estaba haciendo. Nunca fue con la intención, ¡si yo no bebo, no me gusta! Era asegurarme el dormir. Era dañino ese chupete. Hoy estoy bien, pero me podría haber muerto.
- En tu vida, mirar atrás, ni para tomar impulso.
- Nunca. Lo pasado pasó, y nada que lamentar.