En la reciente edición de Pinta BAphoto, la galería Vasari presentó un libro sobre la vida y obra del misterioso fotógrafo que habría intentado asesinar a su mujer
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Vivían en un dos ambientes sobre la calle Catamarca, entre San Cristóbal y Boedo. Él era un misterioso fotógrafo de origen ucraniano, al que le gustaba beber y nunca tenía un peso, y que deambulaba por Buenos Aires con su cámara colgada al cuello. Se llamaba Iaroslav Kozak, pero lo conocían como Iaros. A su pareja, Sara Orbea, la llamaban “Pelusa”. Aficionada a la danza y profesora de filosofía, era “una mujer extraña que, por supuesto, lo mantenía”.
Así la describe Juan José Sebreli en Iaros, en el libro presentado días atrás en Pinta BAphoto por la galería Vasari, que también le dedica una muestra. En este ensayo, que ya había sido publicado en Cuadernos (Editorial Sudamericana, 2010), el sociólogo narra lo que habría ocurrido en aquel departamento días después de que Pelusa anunciara que tenía una nueva relación. Un siniestro episodio que inspiró también un cuento de Bernardo Kordon, “El fotógrafo y su negativo 300.001 (extraviado)”.
Según Sebreli, cuyo texto se suma ahora a otros de María Gainza y Facundo de Zuviría, Pelusa había decidido dejar a Iaros tras ocho años de relación. Enfrentado a una vida a la intemperie, él “preparó una escena; cuando ella regresó a la noche del trabajo, la tomó de los brazos, la levantó en el aire, la metió en la bañera llena de agua y le hundió la cabeza. Ella sostuvo que quiso asesinarla; él aseguraba que solo había pretendido asustarla, mostrándole el ‘Ángel de la Muerte’, para que desistiera de la separación. Pelusa contaba que logró escapar mordiéndole la mano. Según la versión posterior de Iaros, él la había ayudado a salir de la bañera”.
La tragedia no termina allí. “Pelusa huyó de la casa –agrega Sebreli- y al rato volvió con un policía que Iaros esperaba después de haber puesto en orden el departamento, creando un ambiente apacible: la bañera estaba vacía, había limpiado todo rastro de violencia y escuchaba un concierto para piano de Chopin acariciando a su perro. Por supuesto, el policía no necesitó demasiado y admitió la versión de los hechos contada por el varón, que atribuía el asunto al desequilibrio nervioso de su mujer”.
Si bien logró ser sobreseído de la acusación, Iaros no pudo evitar el desalojo. Entre pensiones, casas de amigos y conventillos fue perdiendo los trescientos mil negativos que decía tener. Terminó internado en el Borda, de donde escapó con destino incierto. Solo quedan las 151 fotografías guardadas en una valija, rescatadas por su amigo Rómulo Macciò, que Vasari reunió en un libro.