Herman Cornejo nació en San Luis, superó un coma en la infancia y hoy es la estrella del ballet de Nueva York
El bailarín argentino se reinventa a los 41 años: en noviembre volverá al Teatro Colón y estrenará en San Juan su primera producción propia. Volvió a “volar” tras la pandemia: “Pensé que era mi despedida”
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Tenía 8 años cuando vio bailar a Maximiliano Guerra en Espartaco, la coreografía del ruso Yuri Grigorovitch creada para resaltar la gran potencia y bravura del bailarín que la representara. Herman quedó impactado, no había imaginado las posibilidades de la danza masculina, la fuerza y el talento que podía desplegarse. En uno de los tantos ensayos de ballet de su hermana Erica (fue bailarina principal del Boston Ballet), el maestro Wasil Tupin se acercó al pequeño Herman, quien entonces practicaba patinaje artístico, y le preguntó si le gustaba lo “clásico”. La respuesta fue sí. Y esa decisión, que tomó a los 8 años, fue para toda la vida; él hizo lo posible para que así fuera. “Cuando miro hacia atrás siento una profunda alegría, mucha emoción –dice con una sonrisa–. En los comienzos uno está con miedo... (hace una pausa). Está ese miedo a creer que el talento que uno tiene no sea suficiente; que el trabajo que uno hace no sea suficiente; que el director no te considere. Que a pesar del talento y del trabajo que hacés, no te den la oportunidad. Entonces uno empuja, siempre empuja sin mirar hacia atrás. Recién ahora me permito mirar lo pasado y me da mucho placer, me hace feliz ver el camino que recorrí, lo que hice, el cariño y el apoyo que tuve de mi familia, de mis maestros. Trabajé mucho para que se abrieran las puertas”.
- ¿El talento solo no alcanza?
- El mensaje que les doy a los jóvenes bailarines es que tienen que trabajar mucho, tienen que estar preparados para cualquier oportunidad que surja, porque esa oportunidad puede ser única y tiene que ser perfecta. Es lo que me pasó a mí. Insistí un montón de veces para que me dieran la chance, un montón de veces… y pasó que por la lesión de otro bailarín me preguntaron si podía hacer el ballet en ese momento. Dije que sí, salí al escenario como si lo hubiese hecho toda mi vida. Por eso hay que estar preparado, como si todos los días fueras a salir a escena.
Solo dos bailarines argentinos ganaron la medalla de oro en el Concurso de Ballet de Moscú: Julio Bocca, en 1985, y Herman Cornejo, en 1997. Por aquellos días, él formaba parte del Ballet Argentino de Julio Bocca, compañía a la que había ingresado a los 14 años. Fue Bocca, en una idea conjunta con su mánager, el recientemente fallecido Lino Patalano, que le propuso competir en Moscú. Julio intervino para que en Moscú aceptaran la solicitud y transgredieran el reglamento, porque no llegaba a la edad mínima para competir como profesional. Herman solo aceptó por el desafío que le generaba. “No se me pasó por la cabeza que podía ganar”. Con 16 años se convirtió en el bailarín más joven en conseguir este galardón en la historia del certamen.
- Ganaste siguiendo el consejo que le das a los jóvenes bailarines: siempre listos para dar lo mejor, aunque tengas que correr para lograrlo.
- Me preparó Lidia Segni (exprimera figura del Teatro Colón), viajé con ella a Rusia. Aquella anécdota quedó en la historia.
La anécdota es la presentación que hizo en una de las rondas del concurso. Herman había preparado siete variaciones, entre ellas el solo de Llamas de París (un clásico del ballet con música del compositor Boris Asafyev, basado en las canciones de la Revolución Francesa y originalmente coreografiado por Vasily Vainonen). Desde el otro lado del escenario escuchó su nombre, lo llamaban para la actuación, Herman se sorprendió porque para aquella ocasión estaba, según la lista, en quinto lugar. Pero, sin avisarle, lo pasaron al primero. Así que corrió y, como si fuera un personaje de esas típicas películas que muestran a quienes sueñan con triunfar, dejó caer la ropa de precalentamiento en el camino y dejó asomar el vestuario que llevaba debajo. En el instante justo en el que la música comenzó a sonar, entró el bailarín y lo dio todo.
“A los 16, Herman exhibe una técnica superlativa y un purismo en aquello que concierne a los varones, como la batterie y los grandes saltos, que hablan de un enorme talento y concienzudo trabajo. Como todos los grandes artistas dicen, las dotes son fundamentales, pero si no se las desarrolla debidamente y no se las despliega hasta hacer del diamante en bruto el brillante, no sirven demasiado –resalta una reseña publicada en LA NACION en agosto de 1997, tras la presentación del Ballet Argentino en La Plata–. Herman ha entendido esto, como buen observador de uno de sus ejemplos, Julio Bocca, y porque en su propia mentalidad no caben la indisciplina ni la sans facon. Así, junto a Lidia Segni, directora de la compañía, ha ejercitado su potencial hasta el pulimento debido para su edad y darle ‘soga’ al futuro, porque Cornejo tiene muchísimo para dar. Es emotivo, de cálido carisma, excelente físico y ya se vislumbra su sensibilidad en la interpretación”.
En febrero de 1998, Erica y Herman Cornejo llegaron a Nueva York para representar a la Argentina y bailar El chamuyo, el tango con música de Canaro y coreografía de Ana María Stekelman, en la Metropolitan Opera House. Al día siguiente de la presentación, el director del American Ballet Theatre, una de las compañías de danza más reconocidas a nivel mundial, donde también brillaron Julio Bocca y Paloma Herrera, le mostró el contrato. Al año, Herman fue promovido a solista y, en 2003, a bailarín principal. En ese camino fueron varios los galardones que reconocieron su trabajo, entre ellos el Premio Benois de la Danza, en 2014, que se entrega en el Teatro Bolshói y es considerado el Oscar del ballet, y el Konex de Platino en 2019, en la Argentina.
Como Mijaíl Barýshnikov, Herman tuvo que demostrar, que con 1,69 m, la altura no importa, aunque algunos directores consideren que los bailarines deben ser altos. Como Barýshnikov, Herman inspiró a Twyla Tharp, la prestigiosa coreógrafa estadounidense, a crear A Gathering of Ghosts, pieza con la que celebró, en 2019, los 20 años en el ABT. “Su coreografía pudo captar los sentimientos de mis años aquí –le confesó a Constanza Bertolini en una entrevista publicada en la nacion–. Es la obra maestra de mi carrera, ¡un regalo!”.
Meses después, el mundo sucumbió ante la Covid-19. “Los 40, para la generación anterior a la mía, era una edad muy marcada, un límite que indicaba el final del camino. En mi caso, no me preocupaba porque sentía que podía ir más allá, me decía a mí mismo cómo habían cambiado las cosas, porque no sentía que estuviera cerca del final. La vida del bailarín se extendió, tal vez por los cuidados que se tienen hoy. Considero que hay una mentalidad mucho más evolucionada en ese sentido. Pero, todo cambió cuando empezó la pandemia. Al comienzo fue un golpe emocional no poder estar en el escenario. Después de tres, cuatro meses, el shock fue físico –describe el artista que nació 13 de mayo de 1981, en Villa Mercedes, San Luis, pero que se crio entre José C. Paz y San Miguel–. Dos años en pandemia... Cuando volvieron a abrir los estudios, cuando dijeron que podíamos entrenar, hacer temporada, obviamente con muchísimos protocolos, la emoción fue enorme. Pero mi cuerpo no reaccionó como lo hacía antes. Recuerdo empezar las clases, pasar al centro y querer saltar, como salía hacerlo y no poder. Fue muy raro. Pasé las primeras funciones de Giselle [octubre 2021, en la sala David Koch del Lincoln Center] convencido de que iban a ser las últimas. Que era mi despedida”.
En el antebrazo izquierdo, el dibujo de un ave con las alas desplegadas cobra fuerza en los dichos de Cornejo, el hombre cuyos saltos simulan vuelos que extasían a los testigos de su magia.
- ¿Cuándo sentiste que podías volver a volar?
- En los primeros tres meses de entrenamiento sentí que no estaba tan mal, que había que seguir intentando. Tuvieron que pasar seis meses para que pudiera decir: ‘ah, bueno, estoy bien, puedo ser el que era’.
- ¿Sos el que eras?
- Soy el que soy. Con 41 años siento que tengo muchos años más. La vida profesional no solamente depende de lo que uno pueda hacer como bailarín, sino como ser humano. Cuenta muchísimo. Es fundamental rodearse de gente interesante.
- ¿Ya no te persigue el fantasma del retiro?
- No, y es maravilloso sacarse ese peso de encima. Siempre intenté alejarme de esa idea de los 40, pero de alguna forma allí estaba. Cuando cumplí 30 pensé en los 40. Me decía: ‘tengo que hacer esto, esto otro, esto 20 mil veces más, para sentir que lo había hecho todo’. Pero ya no es así, ahora pienso en el día a día. Hoy, ensayo (comenta como si estuviera leyendo la agenda); mañana, función; pasado ensayo; función… Así se disfruta mucho más, sin presión, dando lo mejor que uno puede.
A días de presentar en el American Ballet Theatre The Dream, adaptación de Sueño de una noche de verano, Herman cuenta entusiasmado el proyecto que estrenará en la Argentina y que considera un cambio de etapa: “Después de tantos años de bailar, me permito ponerme del otro lado y también crear”. Y en ese crear, el puntano que lleva el nombre de su abuelo alemán buscó darle voz a la Tierra, que su decir fluyera a través de la música y de los movimientos del cuerpo de los bailarines. Herman se refiere Anima Animal, la pieza inspirada en el último proyecto coreográfico de Vaslav Nijinsky, que reinventó junto a Anabella Tuliano, con el Grupo Cadabra y música original de Uji y Noelia Escalzo. La obra que subirá al escenario del Teatro del Bicentenario de la provincia de San Juan tuvo como punto de partida la beca, que recibió en 2021, del Centro del Ballet y las Artes de la Universidad de Nueva York por la propuesta Re-imaginando Nijinsky. La investigación indagó sobre la obra de ballet llamada Caaporá, que retoma una leyenda guaraní sobre el origen mítico del pájaro urutaú, y que fue escrita –con sus referencias de puesta en escena– en 1915 por los argentinos Alfredo González Garaño (pintor, historiador, diseñador escenográfico) y Ricardo Güiraldes (novelista y poeta). Este proyecto coreográfico fue propuesto a Vaslav Nijinsky en una de sus visitas a Buenos Aires. El ucraniano, referente de la danza mundial que marcó un antes y un después en la incursión de los varones en el ballet en el siglo XX, en la forma de interpretación, con temáticas audaces y poco frecuentes para la época, se mostró muy interesado, pero lamentablemente, tras su actuación junto a Les Ballet Russes, en Uruguay, comenzó un interminable ciclo de internaciones psiquiátricas que lo obligó a retirarse.
En los ensayos de Anima Animal, Herman vuela como el pájaro urutaú y la imagen de Nijinsky, aquel bailarín cuyos saltos y vuelos emocionaba al público y despertaba en algunos la desconfianza de que lo suyo fuera real, se hace presente en la sala donde se hicieron las fotos de esta producción. En 1910, en El espectro de la rosa (ballet de cámara que también interpretó Cornejo), Nijinsky aparecía en escena por la ventana, lo hacía con un salto asombroso, para algunos inverosímil. La historia que cuenta que los periodistas pidieron ver la segunda función entre bastidores, para descartar que no hubiera allí un trampolín que lo ayudara a lanzarse por los aires, es icónica, una leyenda que se coronó con la respuesta que dio el propio Nijinsky: “Es fácil, solo consiste en impulsarse hacia arriba y quedarse allí unos segundos antes de bajar”.
Esos saltos, ese bailar en el aire sorprende y emociona cada vez que Herman se queda ahí arriba por unos segundos: “La sensación es maravillosa, cada vez que salto siento libertad, como si mi alma abandonara mi cuerpo momentáneamente, y dejara verme desde afuera. Volar es una sensación única que me permite reconectarme conmigo mismo, con lo que hago. Es lo que me sucede con Anima Animal, conectarse con uno, con la tierra, con la espiritualidad. Esta es mi manera de bailar ahora”.
- ¿En qué se diferencia con el bailar de antes?
- Este es mucho más relajado. Desde la temporada pasada que es así. Bailo con la sensación de haberme sacado un peso de encima. No tengo que demostrar nada, ni a mí, ni a nadie. Bailo porque lo disfruto, porque siento que estoy bien, porque me gusta y no pienso más allá de eso. Fluir, como hicimos con Anima Animal, una idea que empezó a crecer, sin metas tan lejanas, sino paso a paso, día tras día. Encarar los proyectos y la vida así es mucho más eficiente, por lo menos para mí. Aprendí que la vida es demasiado incierta.
Para llevar adelante esta puesta, Cornejo hizo una intensa investigación sobre las distintas aristas de la leyenda del urutaú. “Revisé las creencias indígenas de la zona de la Argentina y Paraguay, especialmente las guaraníes, su cosmovisión, las circunstancias históricas y culturales”.
- En esta búsqueda, ¿qué encontraste que te haya sorprendido?
- La cultura guaraní me inspiró a pensar las dificultades del presente desde una nueva lente, más mística, y la necesidad imperiosa de repensar la relación entre los seres humanos con la naturaleza y con nosotros mismos. Durante mi lectura sobre las diferentes tribus indígenas, encontré una similitud en las creencias espirituales en el cuidado y el respeto por la naturaleza. También se devela una fuerza maligna, que está siempre presente y a los que todos enfrentan.
El espectáculo producido y protagonizado por Cornejo es también una evocación a Nijinsky. Herman reconoce que el bailarín ucraniano (que se casó en Buenos Aires en 1913 con la baronesa húngara Romola de Pulzky, al poco tiempo de llegar con la compañía Ballets Russes para presentarse en el Colón) fue un visionario, un emprendedor, “un hombre muy combatido para el statu quo de entonces, por oponerse públicamente a las guerras y comentar la falta de respeto que sentía hacia el ‘verdadero arte’ por parte de las élites sociales y económicas. Buscó poner en cuestión lo establecido y formular preguntas relevantes sobre la época”.
- Con Anima Animal tomás la posta de uno de los más dotados bailarines en la historia, y también buscás generar preguntas.
- Esa fue la idea desde el comienzo. Si bien la búsqueda me llevó a lo que hoy es mi ballet, transité y pensé cómo lo haría Nijinsky en la actualidad, si estuviera vivo [falleció el 8 de abril de 1950], cuál sería su mirada. El espíritu de la puesta es la de vamos a romper con lo que está hecho. Quisimos ir por ese camino, y Nijinsky es parte, es una leyenda dentro de esta leyenda. Fue un desafío indagar en qué hubiera hecho él con esta historia guaraní narrada en el lenguaje del ballet. Él la imaginó con una mirada que correspondía a esa época mucho más europea, por decirlo de alguna manera, a la que tenemos hoy. Por eso me pareció más que interesante preguntarnos qué queremos contar, qué temas buscamos profundizar. Me convencí de que lo más importante era poder darles valor a las creencias indígenas, fortalecerlas, mostrar ese cuidado por la tierra, esa conexión con el universo. Subir al escenario e ir más allá, de manera más profunda que lo que puede ser solo una representación. Sentir, conectar con esos pensamientos.
“Todo ser humano recibe al nacer un alma animal, con la que los dioses bendicen la vida en la Tierra. En el momento que el ser humano comete un error, comienza su transformación animal, lo cual supone un proceso de purificación hacia el bien, ya que el animal se considera un ser espiritualmente superior. Hay hombres y mujeres de más de cien años que no son convertidos en animales. Son casi perfectos, luminosos, sabios, respetados y emulados y se vuelven luz cuando dejan la Tierra”, dice la leyenda.
“Somos estrellas –reflexiona–. Ser padre te hace repensar varias cuestiones [Nicolás es el primer hijo de la pareja que formó con María José Lavandera], porque te interesás mucho más por dejar un mundo mejor, un lugar en el que se pueda vivir, más justo, más espiritual. Se trata de repensar nuestro propósito en la Tierra”.
- ¿Cuál es el propósito?
Evolucionar espiritualmente. Por eso digo, como cuenta la leyenda, que todos podemos ser estrellas. Se trata de evolucionar espiritualmente para volver a crear esa luz. A través de la danza, del arte, podemos hacer cambios, transmitir estos mensajes.
Pronto se convertirá en el travieso Puck, en The Dream, con coreografía de Frederick Ashton y partitura de Felix Mendelssohn en el ABT. “Sí, se viene un fin de año más que interesante. El miércoles 26 y el domingo 30 de este mes, en Nueva York subo al escenario con el ballet inspirado en el clásico de William Shakespeare; en noviembre vuelo a Buenos Aires para presentar en el Colón, Romeo y Julieta junto a Isabella Boylston (también bailarina del ABT), otro clásico shakesperiano; luego será el turno de Anima Animal, en el Teatro del Bicentenario de la provincia de San Juan [el 2, 3 y 4 de diciembre] y el cierre será en Los Ángeles con El Cascanueces –describe el bailarín que en 2014 inmortalizó Chéri: la historia de una pasión prohibida, la obra de la directora estadounidense Martha Clarke, junto a la exquisita Alessandra Ferri (con Bocca fue una dupla perfecta para la danza a finales del siglo XX), en el teatro Maipo–. Este año fue muy productivo. Muchos son los frutos que aparecieron en pandemia. Obviamente no quisiera volver a pasar por algo así. Todavía está muy presente. Aquí, en ABT seguimos con los protocolos, ensayamos con mascarillas, nos testeamos todos los días. Por eso digo que Anima Animal es esa lucecita, un proyecto que nació en pandemia y que ahora nos ilumina”.
- En tu carrera pusiste el cuerpo a los personajes más destacados del ballet y lo hiciste en los teatros más importantes del mundo. Sin duda, hay una pieza que genera en vos algo diferente, por la razón que sea…
- La bayadera [inspirada en los versos del poeta indio Kalidasa, en los que hace referencia a las mujeres consagradas a la danza], por alguna razón tuve que hacer este ballet en momentos clave de mi vida. Fue el primero con el que volví al Teatro Colón, el primero que hice completo en Rusia y en España. De alguna forma sentí que los roles principales en ABT los había conseguido por causas de lesiones de otros. Cuando me tocó interpretar La bayadera no hubo lesión, me dieron el papel directamente a mí. Cuando veo los videos, me contagia el orgullo que sentí en ese momento en el que dije: lo logré.
- Todo un guerrero, como Solor (el personaje de la obra que lucha por el amor de Nikiya).
- Ser un guerrero se remonta mucho a esta resiliencia de sobrellevarlo, de lo que me costó ser bailarín. De pequeño estuve en coma, era un bebe, tenía un año. Casi no salgo de ese coma. Fue en 1982, durante la Guerra de Malvinas. Mi papá [Ricardo, militar que dedicó su vida al arreglo de aviones] estaba en la base de Río Gallegos y lo llamaron para que volviera a San Luis para despedirse. Iban a desconectarme de la máquina que me ayudaba a respirar. Él se acercó a la camilla y me besó en la frente. Yo abrí los ojos en ese instante, eso cuenta mi mamá [Edith]. Fue una especie de milagro. Puedo decir que volví a la vida. Siempre luché. Me costó mucho salir adelante. Fueron cinco años con diferentes tratamientos. Mis pulmones no funcionaban bien, me costaba respirar, necesitaba nebulizarme. Era un chico muy débil. Cuando entré en el Colón me dijeron muchas cosas: que no iba a crecer, que no lo iba a lograr, que resultaba imposible que fuera un buen partenaire por no tener el pectoral izquierdo. Cómo iba a ser bailarín sin el músculo que te ayuda a levantar a tu compañera. Es clave. Pero no lo vi así. Nacer sin un pectoral no fue una traba, al contrario, me llevó a esforzarme, dar todo al máximo. Sí, me convertí en un guerrero.