Mujeres de distintas clases sociales frecuentaban su taller, en Viena: representantes de la burguesía a las que cobraba por sus retratos, y modelos de escasos recursos que fueron amantes y madres de sus hijos ilegítimos
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Mujeres de distintas clases sociales frecuentaban su taller, en Viena. Representantes de la burguesía europea posaron hace poco más de un siglo para Gustav Klimt, pintor que cobraba sumas considerables por sus retratos, y que a su vez pagaba a otras modelos de escasos recursos para recrear sus cuerpos desnudos. Varias de estas últimas se convirtieron en sus amantes, e incluso en madres de sus hijos. Aunque hay evidencias de que tuvo seis con tres de ellas, fueron catorce los que reclamaron parte de la herencia el día de su entierro.
“¿Mujeriego o pionero feminista?”, se titula una de las secciones de Klimt vs. Klimt: el hombre de las contradicciones, flamante especial online de Google Arts & Culture. Allí es presentado entre otras cosas como “uno de los primeros defensores del empoderamiento” de mujeres a las que, a su vez, trató como objetos. Hubo quienes consideraron “pornográfico” el provocativo estilo de algunas de sus obras, como las encargadas para decorar el techo de la Universidad de Viena, que fueron quemadas por los nazis y reconstruidas con inteligencia artificial para este proyecto.
El vínculo más estable lo estableció con Emilie Flöge, su cuñada, pareja, modelo y compañera de reuniones sociales. Ella había creado con sus hermanas un salón de alta costura, destinado a clientas que a su vez codiciaban las pinturas de Klimt. La relación entre ambos “era inusual; no estaban casados, no tenían hijos y no vivían en el mismo apartamento”, sostiene el sitio, antes de aclarar que el artista “nunca se mostró en público con las madres de sus hijos ilegítimos”.
En cambio, gracias al talento de este hombre de origen humilde que inició su carrera como decorador de interiores y llegó a liderar el movimiento de secesión vienesa, se ganaron un lugar en la historia del arte rostros como los de Margaret Wittgenstein y Adele Bloch-Bauer, hija y esposa de grandes empresarios de la época. Uno de los retratos de esta última llegaría a ser la pintura más cara de la historia en 2006, cuando se vendió en forma privada por 135 millones de dólares y pasó a integrar la colección de la Neue Galerie de Nueva York.
El beso, sin embargo, es su obra más conocida. También perteneciente a su famosa “etapa dorada” y tan reconocible como La Gioconda de Leonardo da Vinci o El grito de Edvard Munch, se convirtió en símbolo universal del amor romántico. Un precedente del legendario retrato de John Lennon besando a Yoko Ono realizado por Annie Leibovitz en 1980, el día que el músico fue asesinado.