Con la pandemia, la necesidad de sentirnos bien se transformó en el objeto de deseo más codiciado
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En la canción “Añoralgias”, de Les Luthiers, se cuenta la historia de un pueblito por el que mejor no pasar ni cerca. El calor agobiante de la temporada de sequía de diez meses solo se interrumpe con la época de huracanes. Hay un arroyo por el cual fluye ahSeora un torrente de lava de un volcán cercano en erupción, que se apaga cuando llega la inundación. En el aire vuelan mosquitos voraces y cuervos que el cielo oscurece, “siempre algún terremoto aparece y al atardecer llueven meteoritos”.
La zamba, estrenada en 1981, alude a una localidad del norte, pero bien podría usarse para describir la catástrofe distópica que se vive en materia de bienestar (físico y mental) desde hace más de un año por la pandemia. A las víctimas directas del Covid (más de cuatro millones, a nivel global) se le agregan las secuelas de quienes lo cursaron, que incluyen lo que psiquiatras bautizaron como “niebla mental”, un estado de anestesiamiento que no llega a ser depresión, pero que quita foco, productividad y felicidad. Eso, por no hablar de otros meteoritos como en el pueblito de “Añoralgias”: patologías que empeoraron a costa de los recursos para mitigar el problema sanitario central y gravísimas consecuencias de salud mental, con cuadros que provocan mayor discapacidad laboral que los físicos y que para el World Economic Forum costarán 16 billones (millones de millones) de dólares a la economía planetaria para 2030. La OMS ya en 2019 incluyó al agotamiento entre sus diagnósticos oficiales, y eso fue antes de que las neurociencias comprobaran los estragos que provocan varias sesiones de Zoom seguidas en nuestro cerebro. No serán huracanes o terremotos, pero se les parecen bastante.
En este contexto, mientras la pandemia golpea, puede resultar anticlimático hablar de la nueva agenda del bienestar. La respuesta a esta duda: ese es exactamente el punto. Volver a sentirse bien y cuidarse, dada la conciencia de fragilidad que trajo la pandemia, nunca fue un objeto de deseo tan codiciado.
Este aspiracional de base se combina en paralelo con avances de ciencia ficción en tecnología de la salud: para muchos expertos, el período 2020-2030 será “la década de las ciencias de la vida”, así como en los últimos veinte años el gran protagonista en materia de transformación fue el proceso digital. Un tercer ingrediente es el cambio demográfico acelerado, donde por primera vez en la historia de la humanidad crecen más las franjas de adultos que las de jóvenes y chicos.
El resultado de este choque de planetas: una “revolución del bienestar” donde surgen nichos tan exóticos como helados para dormir mejor, drogas que dejan de estar prohibidas (psicodélicos, cannabis), nuevas terapias de todo tipo en medicina tradicional y no convencional y una concientización sobre el imperativo de hábitos saludables como nunca se había visto. En las líneas que siguen se recorrerán algunas de las novedades que aparecen en esta frontera fascinante donde se cruzan la agenda de bienestar con la de un futuro que ya está ocurriendo.
Atletas y neurocientíficos
“La buena noticia es que esta revolución para cada uno puede empezar ahora, en el próximo instante”, cuenta ahora Juan Ignacio “Pepe” Sánchez, exbase de la Generación Dorada de básquetbol, que hoy dirige en Bahía Blanca uno de los centros más avanzados de sobre deporte y vida saludable de América Latina.
Sánchez es, él mismo, una suerte de freak del bienestar. No por un tema de hedonismo ni porque quiera estar más musculoso, sino porque le interesa mantenerse en buena forma física y mental después de los 60 años, para disfrutar de su familia, sus amigos y las cosas que le gustan en un tercer tiempo de la vida que es cada vez más largo. Ve a los hábitos saludables como monedas que se agregan a una alcancía: el tiempo juega a favor cuando se repiten, como una en una inversión sucede con el interés compuesto.
Hace dos meses se hizo un test genético que le indicó, entre otras cosas, hidratarse más: pasó de dos a cuatro litros de agua por día. “Parece una pavada, pero es increíble el shock de energía, volví a entrenarme muy fuerte”, explica. Duerme, como Manu Ginóbili y varios de sus compañeros del equipo de básquet que ganó el oro en Atenas 2004, con su anillo Oura, que lo ayuda a auto-evaluarse para lograr tener más de ocho horas de sueño por día. Trata de fijar reuniones que impliquen caminar en el verde en horas de sol. El director del Dow Center y del equipo Bahía Basquet medita y hace ejercicios de respiración casi todos los días.
Y, como ocurre desde que jugaba en la NBA, no para de leer todo lo que sale en materia de no ficción. En la entrevista con LA NACION revista, por Zoom, se ve de fondo el centro donde se entrenan jóvenes para saltar a la NBA o personas de todo tipo interesadas en probar técnicas de frontera para vivir mejor. En una biblioteca de su sala de contenidos se acomodan los autores que idolatra más que a cualquier deportista: Sam Harris, Adam Grant, Kevin Kelly, Steven Pinker, Jonathan Haydt. “Estos son los verdaderos MVP (jugadores más valiosos)”, avisa.
Escrita con marcador en el pizarrón se subraya una frase de Aristóteles: “Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto, sino un hábito”. Para sostener en el tiempo nuevas costumbres saludables, dice el exbasquetbolista, el contexto es rey, todo debe tener la mejor fricción posible para repetirse fácil.
A los 44 años, Sánchez podría jugar en un equipo de básquet de primera. Forma parte de una tendencia que se ve en otros deportes: semanas atrás, Phil Mickelson se convirtió en el jugador de más edad en ganar el PGA de golf, con 50 años. Unos meses antes, Tom Brady sorprendió siendo la estrella del Super Bowl a los 43 años: cuatro de sus siete títulos los consiguió después de los 37. Para Brady, el buen dormir es la clave de todo: se va a la cama a las 20.30 y usa pijamas con una fibra especial de cerámica que le relaja el cuerpo a la noche, cuya patente comparte con la empresa Under Armour.
“Lo más importante para poder avanzar es soltar la polaridad de que si no te entrenás para una ultramaratón, entonces no sirve hacerlo; sacar el foco de la culpa en lo que no hacés y concentrarlo en los microhábitos que vas sumando. Usain Bolt hay uno solo, Manu Ginóbili también, pero me gusta definir alto rendimiento como la mejor versión de uno mismo. Basta de buscar un estado de perfección, todos somos imperfectos: cada gota suma”.
Megatendencias
Si ya no es exclusiva del mundo del deporte de elite, la agenda del bienestar se masifica y se potencia en el contexto de pandemia, cambio demográfico y avances científicos. Algunas de las megatendencias que la describen:
Nuevos tópicos. Hay temas que antes no circulaban por la avenida del wellness (bienestar) y con la era del Covid comenzaron a hacerlo. Un ejemplo claro es el del sexo: “Pasamos del XXX de la pornografía a la W o a la B de bienestar”, explica la especialista en tendencias y diseño de futuros Ximena Díaz Alarcón. “La pandemia provocó un cambio masivo en lo que realmente valoramos en materia de intimidad”, agrega Cindy Gallop, una creativa inglesa que vive en Nueva York y que desde su compañía Make Love Not Porn se convirtió en una referente global de la nueva sexualidad. “Hasta no hace mucho tiempo, cuando se hablaba del futuro del sexo la conversación de centraba en los avances de la realidad virtual. La pandemia puso en relieve la importancia del costado humano: extrañamos el contacto físico, la intimidad, lo relacional. No hay reemplazo para estas cuestiones que estamos revalorando”, explica Gallop. Esta masificación se combina en algunos países con la denominada “epidemia de soledad”, y está haciendo que exploten ventas del rubro sex-tech: desde estimuladores con inteligencia artificial incorporada hasta la categoría de dakimakura, unas almohadas largas, grandes, con dibujos y texturas personalizadas que simulan el contacto humano para dormir abrazados a la noche. Hay varios beneficios médicos (cardíacos, etc.) ya comprobados asociados a estos productos.
La avanzada japonesa. Y hablando de Japón, con un tercio de su población por encima de los 60 años, este país se considera un laboratorio de lo que va a venir en materia de bienestar para la segunda mitad de la vida. Una nación que combina de manera única tradiciones curativas de miles de años con tecnología de punta, diseño basado en las personas y una política pública innovadora en este sentido. Varios de sus enfoques se convirtieron en tendencias mundiales: desde el ikigai, la búsqueda en la vida de un verdadero propósito, al valor espiritual del minimalismo (Marie Kondo), pasando por los baños de bosque (Shirin-Yoku, hoy hay 62 bosques curativos oficiales); y Wabi-sabi, la filosofía de abrazar la imperfección y la fugacidad.
Negocio en ebullición. Las grandes empresas de tecnología abrieron departamentos específicos sobre este tema, hay fondos de inversión especializados y florecen las start-up vinculadas con la well-tech (tecnología del bienestar), age-tech (tecnología para adultos) y sex-tech, entre otras. Algunos economistas ya estiman a este sector ampliado (que incluye a la parte de la salud tradicional) en un tercio del PBI global, y en ascenso por el envejecimiento poblacional. Sólo la economía del sueño mueve unos 432 mil millones de dólares al año, con productos que van desde pijamas de materiales especiales, iluminación adecuada, distribuidores de música para calmar la mente, retiros de sueño y hasta helados relajantes para ayudar a terminar la vigilia.
¿Qué de todo esto tiene basamento científico y qué terapias son papelitos de colores? A la par de la expansión de este fenómeno surgieron en redes sociales sus propios chequeadores, que sirven para separar paja del trigo, como la cuenta Esteé Laundry en Instagram, que identifica afirmaciones falsas de influencers de la belleza o el sitio wellnessevidence.com, que recopila estudios científicos sobre decenas de enfoques de bienestar.
Nuevas-viejas drogas
Luego de terminar su carrera de Medicina en la UBA y hacer una especialización en el Hospital Gutiérrez, la neuróloga Lorena Llobenes entró en crisis con la medicina occidental tradicional y viajó a Oriente para explorar modelos más holísticos. “No me cerraba estar con colegas al pie de la cama de un paciente, en el hospital, discutiendo su situación, mientras el enfermo miraba con cara aterrada”, dice. Se fue varios meses a la India. No es la única entrevistada para esta nota que mira para ese lado: Pepe Sánchez confiesa que tuvo “un enganche muy fuerte con el budismo, que como filosofía es lo que más me cierra”.
Llobenes se dedica a las neurociencias contemplativas, a estudiar los efectos de la meditación y de los psicodélicos, que en las últimas semanas sortearon nuevas fases de aprobación de la Food and Drug Administration (FDA) en los Estados Unidos y se aprestan a invadir el mercado de alternativas para mejorar la salud mental. La relación entre psicodélicos y meditación es el eje de una investigación que Llobenes lleva adelante, a la par de un programa de meditación para docentes junto al físico Enzo Tagliazucchi y otros profesionales.
El cuerpo humano es un sistema complejo, al igual que la sociedad, lleno de nodos y conexiones. La complejidad nos habla de la imposibilidad de predecir y de entender que no se puede arreglar una parte del sistema sin afectar al todo, sino que hay que aprender a bailar con el problema. “Creo que los médicos se van corriendo de a poco del rol en el que tienen que arreglar algo y pasan al de ser facilitadores de recursos internos que pueden sanar, algo que obviamente requiere mucho conocimiento. El bienestar es una habilidad que tenemos la posibilidad de entrenar, porque el cerebro es plástico. Creo que la gran revolución del bienestar va a venir de un cambio masivo en la autoconciencia”, explica la neuróloga.
Llobenes y Sánchez coinciden en destacar otro punto: dado que la neuroplasticidad requiere que prestemos atención a algo, la nueva revolución del bienestar se libra en buena medida en el campo de batalla de la tecnología y de las redes sociales. Cada minuto que le restemos a nuestra adicción al celular se lo ganamos a la autoconciencia. “Ya sabíamos del daño que le hacen las pantallas a nuestra salud mental, pero en pandemia esto se agravó muchísimo”, cuenta Pablo Fernández, coautor junto a Martina Rua del libro Cómo domar tus pantallas, mientras muestra un estudio de Microsoft donde se ve cómo el cerebro se estresa hasta el agotamiento luego de varias sesiones ininterrumpidas de Zoom.
En el campo de la psiquiatría se habla de “la otra pandemia” con relación al enorme costo que está teniendo la crisis del Covid-19 en términos de bienestar emocional. Se estima que un 70% de estas afecciones no son tratadas como corresponde, por falta de atención adecuada, por estigmatizaciones y porque buena parte de los cuadros son intermedios (ni depresiones ni ansiedades agudas), la famosa niebla mental, que afecta a un tercio de los que atravesaron el virus nacido en Wuhan, China, restando atención, foco, memoria, productividad y felicidad.
“Pronto los psicodélicos se van a legalizar y van a traer muchas opciones terapéuticas para trauma, depresión, ansiedad, adicciones, trastornos alimentarios, etcétera –continúa la neuróloga Llobenes–. La meditación llega a un lugar parecido, pero en un proceso más largo y trabajoso”. En los Estados Unidos este tema está a punto de explotar. Tim Ferriss, uno de los máximos gurúes mundiales en productividad personal donó recientemente tres millones de dólares para la investigación sobre uso de drogas psicodélicas para afecciones de salud mental. Cree que aquí hay un camino para hackear la crisis pandémica del bienestar emocional. “Hay una ventana de oportunidad de oro en los próximos cinco años, donde relativamente pocos millones de dólares de inversión pueden tener un impacto de miles de millones”, afirma Ferriss en uno de sus podcasts, que ya tienen más de 500 millones de bajadas en Spotify. Habrá que escucharlo: lo dice alguien que invirtió en las primeras etapas de empresas como Uber, Twitter, Ali baba, Shopify, Duolingo y Facebook.
Ciencia protagónica
Comida modificada para que sea más saludable, animales extinguidos vueltos a la vida, bebés de diseño, pestes erradicadas, mascotas nunca vistas, granos de café que vienen descafeinados, enfermedades curadas: el abanico de posibilidades que abrió en los últimos años una nueva técnica de edición genética (que se conoce técnicamente con el acrónimo Crispr) es tan vasto que muchos tecnólogos afirman que estamos en los albores de “la década (o varias de ellas) de las ciencias de la vida”. Así como en 2011 el inversor Marc Andreessen afirmó, en un famoso vaticinio, que “el software se está comiendo al mundo”, podría estar sucediendo lo mismo ahora con el campo de la biología, que a nivel económico excede al sector de la salud e incluye energía, alimentos, infraestructura.
“Crispr está en el podio de explicadores de esta revolución, pero no es el único. La biología sintética y el uso de inteligencia artificial es sin duda otro, y obviamente todo está combinado”, cuenta el biólogo Esteban Corley, director de mAbxience, el laboratorio argentino que hace la vacuna de AstraZeneca contra el Covid. “En este terreno hay cosas que hace 20 años nos parecían increíbles en un laboratorio y hoy son un trabajo práctico de la facultad”, afirma.
Para Alejandro Nadra, bioquímico, investigador del Conicet y profesor de la Facultad de Ciencias Exactas, la pandemia le dio un renovado protagonismo a la ciencia y a los avances médicos: “Hoy mucha menos gente discute la efectividad y la importancia de las vacunas, eso es un cambio sociológico importante”, remarca. Una de las grandes disrupciones en este contexto fue la tecnología de ARN mensajero (detrás de las vacunas de Pfizer y Moderna).
Las primeras mil millones de dosis de vacunas se produjeron hasta el 12 de abril en varios meses; los segundos mil millones menos de dos meses después, hasta el 27 de mayo, y los tiempos se van acelerando. Un proceso de investigación y producción que antes llevaba años se acortó de manera drástica.
¿Qué pasaría si esta capacidad de coordinación y efectividad en descubrimiento se aplicara a otros problemas globales, como el cambio climático o la desigualdad en aumento? “Hay mil caminos de ida y vuelta entre el bienestar, la biotecnología y el cambio climático –dice el emprendedor Alan Daitch, dedicado a agenda de sustentabilidad–. Por mencionar un caso: todo lo que tiene que ver con proteínas alternativas, intensivo en investigación genética, que mejora la salud individual y el medio ambiente. La carne artificial ya mueve 7000 millones de dólares al año sólo en Estados Unidos y crece al 27% anual”.
“Muchas de estas tecnologías no son estrictamente nuevas, lo revolucionario es cómo cayeron sus costos”, explica Adrian Turjanski, doctor en Ciencias Químicas y director científico de Bitgenia, una empresa que se dedica a hacer tests de ADN que generan más de 400 recomendaciones en materia de bienestar. “No es una novedad leer el genoma, lo nuevo es poder hacerlo en tiempo real, por ejemplo con las nuevas cepas de Covid que van apareciendo”, dice Turjanski.
Cuidar la máquina
Corley, Nadra y Turjanski tuvieron un cambio de vida importante en el último año y medio: los tres comenzaron a ocupar más de un 50% de su tiempo en trabajos vinculados con el Covid, muchos de ellos para clientes globales. Y los tres –coincidieron en una charla en el ciclo “Proxi: Futuro del Bienestar” del Instituto Baikal– tomaron, más que nunca, nuevas medidas para mejorar su calidad de vida. A Corley su hija lo convenció de volverse vegetariano; Turjanski descubrió gracias a tests de ADN intolerancias y alergias en sus hijos mellizos que modificaron los hábitos familiares, y Nadra cuenta que tomó “más tes, sin la t final: té earl gray, té verde y sobre todo muchos tes con la familia y los seres queridos, porque en esta época más que nunca hay que cultivar relaciones, bajar la ansiedad, comer bien, fortalecer vínculos y cuidar la máquina”.
Una máquina que, además, hay que mantener en buen estado pensando que puede durar cien años o más. Sólo en América Latina, según CEPAL, en el último medio siglo la población ganó 17 años de promedio de vida adicional, y actualmente se estima que hay 92 millones de personas entre 55 y 75 años en la región (un 14% de la población), de los cuales unos 35 millones son económicamente activos en el ámbito urbano. En la Argentina se estima que hay siete millones de mayores de 60, y es el segmento de la población que más rápido aumenta.
Y aunque los titulares más impactantes en este campo son del estilo de “la persona que va a vivir 800 años (como el maestro Yoda, de StarWars) ya nació”, aún estamos lejos de poder superar en forma masiva el récord de Jean Calment, la francesa que falleció en 1997 a la edad de 122 años y 164 días. Calment, que residía en la ciudad de Arles, superó a los otros 329 supercentenarios (personas de más de 110 años) indiscutiblemente verificados. Son casos muy raros: sólo un 2% de las personas que superan los 100 años llegan a los 110. Lo relevante a nivel económico es contar con millones de personas de 80-90 años o más que tienen capacidades físicas y cognitivas equivalentes a lo que hace pocos años se daba a una edad menor. Ese es el verdadero impacto disruptivo para un mercado senior estimado entre los 20 y 30 billones de dólares al año a nivel planetario.
Con 96 años cumplidos en la última cuarentena, el ingeniero Alberto Naisberg viene estudiando varios temas de bienestar relacionados con las famosas cinco zonas azules de longevidad descubiertas por Dan Buettner y que están ubicadas en Japón, Grecia, Costa Rica, Italia y Estados Unidos (recientemente se agregó una en el sur de Ecuador). Además de ser un divulgador muy exitoso, Buettner posee tres récords Guinness de ciclismo de resistencia.
“Personalmente creo que las mejores propuestas de bienestar para la segunda mitad de la vida vienen de las islas de Okinawa, donde son centrales el ikigai (proyecto), pero también los vínculos durables (amigos, familia, pareja) y el apoyo social, algo que en la cultura japonesa se sabe desde hace siglos”, dice Naisberg, quien ideó el término poligenarios para referirse a las personas adultas. Un concepto que se relaciona con el agnosticismo etario: la edad es una variable relativa, fluida, que depende de la autopercepción de uno.
En consonancia con esta línea, Nadra menciona al estudio de largo plazo de bienestar físico y emocional más completo realizado hasta ahora. Una muestra de 238 varones que vienen respondiendo desde 1938 (menos de 20 viven aún) un cuestionario minucioso de la Universidad de Harvard, todos los años. La conclusión es la misma que apuntaba Naisberg para Okinawa: más que ningún otro factor, el principal explicador de bienestar emocional y longevidad tiene que ver con la calidad de las relaciones. Mucho Crispr, ARN mensajero y anillos de sueño, pero lo que sigue definiendo el partido, en definitiva, son cuestiones ancestrales.
En “Añoralgias”, aquel lugar imaginado por Les Luthiers azotado por todo tipo de catástrofes, el cantor aseguraba que “si pudiera volver al poblado, que siempre me llama, que siempre me espera / si a mi pueblo volver yo pudiera, no lo haría ni mamado”. Mejor quedarse en las zonas azules que mencionaba Naisberg o cerca de “la mejor versión de nosotros mismos” que destacaba Pepe Sánchez, en la frontera de la nueva revolución del bienestar.