Experiencia aterradora. La periodista que simuló locura, se infiltró diez días un neuropsiquiátrico y padeció torturas
Nellie Bly protagonizó hitos periodísticos al denunciar las condiciones de trabajo de mujeres obreras, y contar en primera persona sus experiencias como empleada doméstica y la de una madre soltera que quería vender a su bebe
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“¿Cómo me sacarán, una vez que esté ahí?, preguntó Nellie Bly a Joseph Pulitzer, su editor en New York World. “No lo sé, pero te sacaremos”, le respondió. Elizabeth Jane Cochran, su verdadero nombre, tenía 23 años cuando en 1887 se infiltró en el asilo psiquiátrico para mujeres Blackwell’s Island. “Tenía algo de fe en mi capacidad actoral. Pensé que podría simular locura el tiempo suficiente para completar la misión”, narra en Diez días en un psiquiátrico (Alquimia Ediciones), historia que marcó un antes y un después en el periodismo de investigación.
Tras engañar a policías, médicos y a un juez neoyorquino, Nellie se hizo pasar por una mujer extranjera y pobre, obsesionada por unos baúles perdidos. Para aquella ocasión adoptó el nombre Nellie Brown (que mantenía las iniciales). Fue diagnosticada como “loca” y enviada al siniestro manicomio. En los días que habitó aquél lugar vivió en cuerpo propio las torturas y las horribles condiciones que padecían las pacientes.
“Mientras el carruaje era conducido rápidamente por los bellos parajes hacia el asilo, mi sensación de satisfacción por haber logrado mi meta se vio ligeramente empapada por la expresión de desesperación en las caras de mis compañeras. Esas pobres almas no tenían la esperanza de salir prontamente de ahí. Estaban siendo conducidas a una prisión, ni siquiera por culpa suya, y todo apuntaba a que sería de por vida”, narra Bly en este hito crucial del periodismo que hizo que el gobierno de Estados Unidos se viera obligado a aumentar el presupuesto y a mejorar las condiciones de los recintos de salud mental para las mujeres.
“Poco después de haberme despedido del Asilo de las lunáticas de la isla de Blackwell, fui citada a presentarme frente a un jurado. Respondí al llamado con placer, ya que esperaba ayudar a las hijas más desafortunadas de nuestra sociedad, a las que había dejado prisioneras detrás de mí. Si no podía llevarles el regalo de regalos: la libertad, al menos esperaba influir en otros para que la vida se les hiciera más agradable”.
En las páginas de Diez días en un psiquiátrico, Bly reflexiona, denuncia y expone el trato deshumanizante, el profundo abandono. “Qué cosa tan misteriosa es la locura. He visto pacientes cuyos labios han sido sellados a perpetuidad en el silencio. Viven, respiran, comen; la vida humana está ahí, pero hay algo que el cuerpo humano no necesita, pero que no puede existir sin él, y que ha desaparecido. A veces me he preguntado si esos labios sellados esconden sueños que no conocemos, o si solo hay vacío detrás de ellos”.
Las descripciones, las observaciones personales se convirtieron en su sello: “Desde el momento en que entré al pabellón de los locos en la isla, no hice ningún intento por seguir asumiendo el rol de la locura. Hablé y actué como lo hago en mi vida común –describe–. Y aún más extraño, mientras más cuerdamente hablaba y actuaba, más loca me creían todos excepto un doctor, cuya amabilidad y gentileza no olvidaré”.
Las voces de las silenciadas se hicieron escuchar: “La señorita Tillie Mayard sufría mucho con el frío. Una mañana, sentada en la banca junto a mí, estaba aterida de frío, sus extremidades se sacudían y los dientes le castañeaban. Le hablé a las tres asistentes que estaban sentadas, envueltas en sus abrigos, en la mesa al centro de la habitación.
- Es cruel encerrar a la gente y dejar que se congelen —dije. Ellas respondieron que llevaba tanta ropa como las demás, y que no recibiría otra prenda. Justo entonces la señorita Mayard tuvo un ataque y todas las pacientes la miraron, aterrorizadas. La señorita Neville la tomó en sus brazos y la sostuvo, aunque la enfermera dijo con dureza:
- Déjenla caer al suelo y aprenderá la lección”.
La mayoría de las pacientes padecían de una enfermedad mental, muchas eran internadas luego de ser detenidas por vagancia, mendigar. La pobreza o la condición de inmigrantes era un factor frecuente.
Esa no fue la única vez que Nellie trabajó infiltrada, lo hizo en una fábrica del Lower East Side, de Nueva York, donde denunció las condiciones de trabajo de las obreras en un artículo que New York World tituló, fiel a su estilo sensacionalista: “Nellie Bly nos cuenta qué significa ser una esclava blanca”. En aquél momento el enfrentamiento de los medios que dirigían Pulitzer y William Randolph Hearst, dio posibilidad a que Bly se transformara en una de las estrellas. Así fue que contó en primera persona las experiencias como empleada doméstica desempleada y la de una madre soltera que buscó vender a su bebe, entre otras investigaciones.
A finales del siglo XIX, “el nombre de Nellie Bly estuvo, en un momento, en la punta de la lengua de todas las personas alfabetizadas y amantes de los tabloides –destaca The New Yorker–. Su trabajo cambió la política pública, sus atuendos influyeron en las tendencias de la moda y sus aventuras inspiraron juegos de mesa. Bly (nació el 5 de mayo de 1864, en Pensilvania), era talentosa e innegablemente una celebridad, pero también debió parte de su éxito a un momento afortunado: su valentía estaba en sintonía tanto con el movimiento por el sufragio femenino como con el floreciente periodismo populista.”
Una respuesta irónica al columnista del Pittsburgh Dispatch fue el primer gran paso que dio Elizabeth Jane Cochran. La carta firmada como “huerfanita solitaria” impresionó a George Madden, editor en jefe del periódico. Sin titubear, Cochran respondió a la mirada misógina del periodista Erasmus Wilson, quien consideraba “una monstruosidad” que la mujer trabajara fuera del hogar. Para él, la casa era el único lugar adecuado para el “sexo débil”. Hasta llegó a sugerir “supuestamente en broma” mirar hacia China y su selectivo infanticidio. Tal fue el impacto de la respuesta de Elizabeth Jane, que el director pidió que la autora se revelara para poder contratarla. A los pocos días la “huerfanita solitaria” se convirtió en Nellie Bly, seudónimo con el que firmó todas sus notas y nombre que tomó con ironía de una canción muy popular en los Estados Unidos compuesta por Stephen Foster, en 1850, cuyos primeros versos dicen: “¡Nelly Bly! Nelly Bly! Trae la escoba, limpiaremos la cocina, querida, y tendremos una pequeña canción”.
Con el título de The Girl Puzzle apareció su primer artículo, nombre que lleva hoy el monumento en Roosevelt Island, en Manhattan. Allí reflexionaba: “¿Cuántos hombres ricos y grandes se podrían señalar que comenzaron en lo más profundo, pero ¿dónde están las mujeres? Deje que un joven comience como chico de los recados y se abrirá camino hasta que sea uno de la empresa. Las niñas son igual de inteligentes, mucho más rápidas para aprender; ¿Por qué, entonces, no pueden hacer lo mismo? (…) Los creyentes en los derechos de la mujer renuncien a dar conferencias y escribir y que se pongan a trabajar; más trabajo y menos charla. Tome algunas chicas que tengan la habilidad, bríndeles situaciones, inícielas en su camino, y al hacerlo logre más que por años de hablar”.
Harta por estar relegada a temas de “mujeres”, convenció al editor de que la nombrara corresponsal en México. Durante varios meses viajó por Veracruz, Puebla y otros estados. Desde allí escribió sobre la vida cotidiana, la corrupción y la explotación a campesinos y obreros. En ese entonces, en el poder se encontraba el dictador Porfirio Díaz, a quien criticó en varias oportunidades. Tras recibir amenazas se vio obligada a regresar a Estados Unidos. Un año después de aquél recorrido publicó Six Months in Mexico.
LA VUELTA AL MUNDO
“¿Por qué no hacer un viaje alrededor del mundo? Si pudiera hacerlo tan rápido como Phileas Fogg (personaje ficticio creado por Julio Verne) lo hizo, debería intentarlo.
—Quiero dar la vuelta al mundo en ochenta días o menos –le dijo a su editor-. Creo que puedo romper el récord de Fogg. ¿Puedo intentarlo?
—Es imposible que lo puedas hacer —fue el lapidario veredicto—. En primer lugar, eres una mujer y necesitarías alguien que te proteja, e incluso, si fuera posible que viajaras sola, necesitarías llevar tanto equipaje que se convertiría en un impedimento para hacer trasbordos rápidos.
Compré una maleta de mano con la decisión de limitar todo mi equipaje a ella.”
Entre el 14 de noviembre de 1889 y el 25 de enero de 1890, dio la vuelta al mundo en 72 días. Abordó de barcos, trenes y globos, Nellie realizó una travesía que el New York World anunció así: “Nuestra intrépida reportera viaja sin la protección de un hombre”. Partió desde New Jersey rumbo a Inglaterra. Tan publicitada fue la noticia que el mismo Julio Verne, el autor de La vuelta al mundo en 80 días, la invitó a visitarle en su casa de Amiens (120 kilómetros al norte de París). Allí la recibió en compañía de su mujer y un gato de angora. La conversación, con traductor mediante, quedó registrada de la siguiente manera:
“El itinerario es ir de Nueva York a Londres, de ahí a Calais, Brindisi, Port Said, Ismailía, Suez, Adén, Colombo, Penang, Singapur, Hong Kong, Yokohama, San Francisco y nuevamente Nueva York, cuenta Bly.
–¿Porque no va a Bombay, como lo hizo mi héroe Phileas Fogg?, propone Verne.
–Porque estoy más ansiosa de ahorrar tiempo que de salvar a una viuda joven, responde Bly en alusión a un episodio de la popular novela.
–Tal vez salve a un viudo joven antes de su regreso”, replicó el autor no muy convencido de que Nellie Bly cumpliera el plazo previsto. Por esos días, otra periodista, Elizabeth Bisland, contratada por Cosmopolitan se propuso dar la vuelta al mundo, pero en dirección opuesta, de este a oeste. A lo que Nellie respondió: “Yo no voy a competir. Prometí completar el viaje en 75 días, y es lo que haré”.
El desarrollo de cables submarinos y el telégrafo eléctrico permitió que Bly mandara pequeños informes de lo que iba ocurriendo. Regresó a Nueva York, 72 días, 6 horas, 11 minutos y 14 segundos después de partir. Bly batió un récord. Fue recibida con diez disparos de celebración desde Battery Park y otros diez desde Fort Greene Park. Su fama la convirtió en personajes de canciones y protagonista de una especie de juego de la oca. El libro donde narró sus diversas experiencias e impresiones se editó con gran éxito y no hace mucho fue rescatado por su valor histórico y testimonial. Bisland, por su parte, padeció retrasos inesperados y completó el viaje en 76 días.
Las andanzas fueron publicadas en cortas crónicas que el World más tarde agrupó en el libro La vuelta al mundo en 72 días, texto que incluía una versión del Juego de la Oca. El ave fue reemplazado por la intrépida periodista. Fue tal el suceso generado por Nellie que las ventas del diario aumentaron, sin embargo, la estrella del momento no recibió gratificación alguna, por lo que decidió renunciar.
En 1895 se casó con el empresario metalúrgico Robert Seaman, 42 años mayor que ella. Tras su muerte, se hizo cargo Iron Clad Manufacturing Co., que realizaba envases de metal. Se presentaba a sí misma como “la única mujer en el mundo que dirige personalmente industrias de semejante magnitud”. Supo ser una empresaria importante y patentó la lata de leche. Son varias las versiones que existen alrededor del porqué quebró la compañía. Nellie volvió al periodismo, esta vez al New York Evening Journal. Cubrió, en 1913, la convención a favor del sufragio femenino y fue corresponsal durante la Primera Guerra Mundial, recorrió el frente y las trincheras de Austria, Rusia y Serbia. Fue una de las primeras mujeres en hacerlo.
En 2015, Google le dedicó el ´doodle’, en reconocimiento a su trabajo, olvidado por décadas. El homenaje está acompañado por la canción Oh, Nelly de Karen O, líder y vocalista de la banda Yeah Yeah Yeahs. En sus últimos años, Nellie se puso al frente de una organización que tenía como fin arreglar adopciones para huérfanos estadounidenses. Tenía 57 años cuando murió de una neumonía.