Familia de navegantes. Zarparon hace tres meses de San Isidro y recorrerán el mundo en un velero hasta que sus hijos cursen el secundario
Desde hace diez años, una pareja soñaba con hacer el viaje, que concretaron ahora, con sus hijos de 4 y 5 años
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![La familia zarpó el 26 de marzo de Club Sudeste, en San Isidro](https://www.lanacion.com.ar/resizer/v2/la-familia-zarpo-el-26-de-marzo-de-club-sudeste-QWEMUA4DYNBWRLWPWU63JQFL3A.jpg?auth=095f280d24869698ba26fc06a38e7374696dc1deaf465b3b96eb9e130d25630f&width=420&height=280&quality=70&smart=false&focal=704,216)
Anclados con su barco en las costas de Ilha Grande, frente a Angra Dos Reis, este matrimonio con sus dos hijos pequeños zarpó el 26 de marzo desde el Club Náutico Sudeste en San Isidro y planea recorrer el mundo. “Nuestro límite de tiempo es cuando los chicos tengan que asistir a la escuela secundaria”, dice Virginia Britos, de 39 años quien navega desde que tiene uso de razón.
En los próximos días, el plan es seguir viaje hacia la zona del Caribe, con una primera parada en Buzios y en varios otros puertos intermedios como Salvador de Bahía, Fortaleza, y de ahí directo unas mil millas hasta la Guayana Francesa “Tenemos que evitar la boca del Amazonas donde hay piratería”, explica la ingeniera agrónoma que dejó su trabajo de criar terneros en un tambo para embarcarse en la gran aventura de su vida.
El plan de vivir en el mar empezó hace más de diez años cuando Virginia y Ezequiel Carballo, su marido, estaban en Nueva Zelanda, país al que viajaron al año de conocerse. “El plan fue mutando porque al principio queríamos volver de Nueva Zelanda navegando, pero cuando estábamos allá nos dimos cuenta de que los barcos eran caros y que, además, ese no era el mejor lugar para arrancar un viaje por el mundo porque Nueva Zelanda queda muy lejos de todo. Además, el mar es muy bravo, con mucho viento y, por otra parte, necesitábamos dos años más de trabajo para juntar la plata para comprar el barco”, cuenta Virginia.
Se quedaron allí durante 27 meses para luego viajar por el sudeste asiático e incluso África, donde participaron de la fabulosa experiencia de colaborar en un santuario de chimpancés. Veterinario e ingeniera agrónoma emprendieron el regreso a la Argentina con una nueva meta: comprar su propio barco y salir a navegar por el mundo, lo que les tomó unos siete años.
Virginia navega desde siempre. “Con apenas 15 días, mis papás me subieron a un velero, navegué durante toda mi infancia, incluso corrí regatas a nivel competitivo durante mi adolescencia”, recuerda. Cuando se conocieron, Ezequiel también quiso aprender a navegar, así que la estrategia fue hacerse socios de un club que les prestaba a sus miembros un velero y salían cada vez que tenían un día libre.
“Aprendió muy rápido, después pudimos comprar un 460, que es un velero abierto sin cabina que se usa para regatas. Y, cuando volvimos de Nueva Zelanda, nos compramos un barquito de seis metros de largo, chiquito, que tuvimos durante cuatro años mientras ahorrábamos para comprar el que tenemos ahora”, dice. La vida a bordo siempre estuvo entre sus prioridades, con la pequeña embarcación viajaban todos los veranos a Riachuelo, una localidad uruguaya del departamento de Colonia y, según cuenta Virginia, un paraíso total en medio del campo con playa al que acuden muchos argentinos. “Nosotros íbamos en nuestro barco chiquito con los nenes que eran bebes, incluso todavía amamantaba, y con nuestra perra enorme. ¡La gente nos decía que nos gustaba sufrir!”, dice entre risas y recuerda que miraban los barcos más grandes y soñaban con el día en que pudieran comprarlo.
Pura adrenalina
No hay dos días iguales. Vivir en un barco significa conectarse con la naturaleza y es un aprendizaje constante, “es como un campamento flotante, un campamento eterno”, asegura la navegante. Una vida totalmente distinta que eligieron y eligen “si llueve te tenés que meter adentro, hay mucha humedad, si hace calor no tenemos aire acondicionado, no existe el wifi, tenemos re pocos datos de internet. Los dos somos muy inquietos y creo que elegimos esta vida por la aventura, por conocer el mundo de esta forma que te sorprende y no para visitar quince días Singapur y quince días Bali”, aclara Virginia.
Mamá de dos varones de cuatro y cinco años reconoce que el clima determina lo que se hace cada día. “Acá vivís muy de acuerdo al clima. Si de golpe vienen días de sol, hay que salir y aprovecharlos, y en los días nublados hacés los pendientes como compras, trámites o ir al correo. No hay una agenda fija de fechas, sino que es más de acuerdo a como está el tiempo. Incluso para ir de un lado a otro esperamos que el viento sople para ese lado así vamos a vela y no a motor”, explica y reconoce que la vida en el barco es bastante adrenalínica.
Las tormentas suelen caer por la noche, con vientos fuertes del sudoeste, que los mantiene alerta y muchas veces sin dormir. De todas formas, el barco que compraron en noviembre de 2020 y con el que zarparon en marzo es grande, cómodo y muy resistente. Mide unos 12,70 metros, tiene dos baños, tres camarotes, una cocina amplia. Según Virginia, es una embarcación de 1980 cuando recién se estaban empezando a fabricar barcos en fibra de vidrio y todavía no se sabía cuánto resistía este material. “Los hacían sobre dimensionados, entonces el fondo es gruesísimo, muy duro y muy confiable”, sostiene.
![Aquiles y Ulises,de 4 y 5 años, estudian con el Sistema de Educación a Distancia del Ejército Argentino](https://resizer.glanacion.com/resizer/v2/aquiles-y-ulisesde-4-y-5-anos-estudian-con-el-TO5RC5R6AVEYDOPC2FB4WWWIUY.jpg?auth=4072ee71a7ff7c876581037ae980bd597282d8ffb19cd9a02c7f6aa1dd97f84e&width=420&height=433&quality=70&smart=true)
Un poco de rutina
Con hijos pequeños, se vuelve necesario un espacio y tiempo para la escolaridad. De manera que antes de salir de Buenos Aires anotaron a Aquiles y Ulises en el Sistema de Educación a Distancia del Ejército Argentino (SEADEA). Si bien tuvieron un inicio un poco caótico, pudieron organizarse y bajar las guías para las clases de los chicos a la vez que determinaron un horario fijo de clases todos los días.
“Anotamos a Aquiles en sala de cinco y, como en el programa del Ejército no hay sala de cuatro para Ulises, le bajamos contenidos de internet”, cuenta Virginia y agrega: “Nos pusimos una rutina de hacer las clases todas las mañanas después del desayuno, sin tiempo fijo. Cada día vamos viendo cómo están. Es un desafío esto de enseñarles, las clases duran entre una hora o una hora y media, a veces mechamos con dibujo libre”, dice.
Después de la clase depende como está el día, si hay un buen clima el plan es disfrutar de la playa desde temprano o almorzar a bordo y tarde de playa. “A veces también salimos a pasear, como mañana que vamos a Abraão, un pueblito muy chiquito, la idea es llegar a algunas playas desiertas para bucear o si sopla viento hacer windsurf o surf o simplemente caminar”, cuenta.
Sin embargo, el barco también les demanda mucho trabajo. “No estamos en un hotel que abrís la canilla y sale agua, acá tenés que cargar un tanque, hay que asegurarse que haya combustible, que haya gas, además cuando entrás en ambiente marino las cosas no paran de romperse como canillas, inodoros, electricidad; el mantenimiento del motor también lleva tiempo”, advierte. Por otra parte, no todo es comodidad, en un barco los espacios son limitados y hay mucho de contorsionismo y de posiciones incómodas para alcanzar o guardar cosas. Virginia lo define como un Tetris: hay cosas guardadas debajo de las camas, atrás de los respaldos de los sillones, debajo de los asientos y cualquier recoveco se aprovecha para mantener ordenado.
Conseguir alimento impone también una rutina, ya sea para salir en el gomón para hacer compras a algún pueblito cercano o pescar. Por lo general, el matrimonio se traslada a Abraão, que tiene varios supermercados pequeños -con precios algo elevados-, compran, cargan todo en mochilas y caminan por la playa hasta el bote. “Cuando salimos de excursión y pasamos cerca de Angra Dos Reis nos metemos en algún supermercado grande a hacer compras de mayor volumen, también porque tienen precios más económicos”, dice Virginia.
![Cuando llegan a playas desiertas, la familia bucea, hace windsurf o surf, o camina](https://resizer.glanacion.com/resizer/v2/cuando-llegan-a-playas-desiertas-la-familia-bucea-WUVSJHUGWNCULJNE3U4C5ZDKW4.jpg?auth=3ed860aaa85ff7cecf279e3b6e1b255cc0c7c5beea898b2544ad6e0f9d468e61&width=420&height=313&quality=70&smart=true)
Ezequiel es quien se encarga de la pesca, a la madrugada tira y recoge. Otro método que utiliza es el trolling, es decir llevar la caña a remolque con un señuelo o también pesca con arpones que consideran como la forma más sustentable de hacerlo ya que uno elige lo que va a comer y lo caza. “A menudo hacemos fuego en la playa y cocinamos el pescado a la parrilla, sumamos plátanos, ananá y pancitos que hacemos con los chicos. Ellos aprenden mucho, tratamos de explicarles todo y es gracioso porque Aquiles, el más grande, nos habla sobre biología, anatomía, acerca de cómo funciona el mundo. Con esta vida puede ver y experimentar la naturaleza”, sostiene.
La gran pregunta que surge al conocer este tipo de historias es de qué viven y cómo hacen para mantenerse. En el caso de esta familia, Ezequiel tiene una empresa agropecuaria en la Argentina que administra a la distancia. “Nos llevó mucha organización previa, pero se pudo hacer y está andando bastante bien ese tema”, sostienen. En cuanto a su vida social, es muy rica ya que en la zona hay otras familias que viven a bordo en la zona, por ejemplo, la del Barco Amarillo, también de origen argentino que tienen hijos de edades similares y de los que se hicieron muy amigos. Algunos se van y otros llegan, pero hay un sentimiento de pertenencia a ese estilo de vida que comparten y que los une de alguna forma.
![Las tormentas suelen caer por la noche, con vientos fuertes del sudoeste, que los mantiene alerta y muchas veces sin dormir](https://resizer.glanacion.com/resizer/v2/las-tormentas-suelen-caer-por-la-noche-con-D2VGQYYBFRD33N4LHTGI6OICXY.jpg?auth=3a512a57535b6285a0a0f1837eb3162756b7ea912007fffc362a5ca4e30c627a&width=420&height=508&quality=70&smart=true)
Sabor a libertad
Con una primera parada en Ilha Grande, la idea es seguir a las Antillas en el Caribe, y después el itinerario está abierto hacia Europa o hacia el Pacífico. “Como hay que seguir vientos, temporadas y corrientes marinas, por ejemplo, para cruzar del Caribe a Europa hay que hacer una especie de arco y subir un poco por el Atlántico Norte y de ahí embocarle a Gibraltar. Esa es una opción para recorrer el Mediterráneo, la otra es ir por el Canal de Panamá hacia el Pacífico y hacer toda la Polinesia, Australia, Nueva Zelanda”, cuentan Ezequiel y Virginia, que deben armar su recorrido sin olvidar el problema de la piratería. “Hay lugares que vamos a ver si nos metemos o no porque hay mucha piratería en el mundo. El Norte de Brasil es muy peligroso y hay que esquivarlo, supimos de historias terribles de chicos que se acercan a los veleros con machetes nadando y se trepan”, asegura Virginia. En estos casos dice que lo mejor es alejarse de la costa y, a la noche, apagar incluso las luces reglamentarias y los dispositivos de detección del barco, “cuando estás en aguas peligrosas, vas muy atento a que no te choques con un buque o un pescador, también nos contaron que a veces se meten con lanchas con motores”, advierte. Su bitácora de viaje puede seguirse a través de su cuenta de Instagram @navegando_el_izarra.
A pesar de las precauciones de navegar por el mundo, Ezequiel y Virginia sienten que cumplen su sueño cada día. “Finalmente lo logramos, no podemos creer la perseverancia que tuvimos, sentimos que estamos haciendo lo que tanto deseamos y es algo muy fuerte, sentir que lograste algo que te costó mucho”, asegura el matrimonio.
“¡Cerrá el agua!”, se escucha a Virginia en el teléfono regañar a uno de sus hijos, “es que hoy nos pasamos el día cargando bidones”, aclara. ¿Extrañan un poco la vida de ciudad? “Solo las reuniones con amigos y familia, los fines de semana cuando ves que todos se reunieron y vos no estás lo lamentas, pero del resto nada”, concluye.