Falso progresismo, censura y cancelación. Caroline Fourest y una mirada contra la policía cultural
La periodista y feminista francesa critica y cuestiona este tipo de comportamientos de epoca en nombre de la corrección: “Hoy en día se usan el feminismo y el antirracismo para decir cualquier cosa”
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Los límites que demarcan un gesto de apropiación cultural, una acción racista o una leve vulneración de la corrección política se vuelven cada vez más difusos. Caroline Fourest, escritora que formó parte del staff de Charlie Hebdo –el semanario francés que adquirió fama mundial en 2015 tras padecer un atentado yihadista– y Le Monde y que dicta clases de Ciencias políticas, aborda esta problemática con espíritu crítico, al que defiende del avance de las prácticas que, en nombre de la libertad de expresión, vaya paradoja, censuran, clausuran, oprimen.
Fourest, quien además de ensayista es directora de cine, analiza en Generación ofendida (Libros del Zorzal) el desarrollo de una nueva orientación de pensamiento y acción militante que detecta modos del patriarcado dentro de la disputa entre feministas radicales e interseccionales o la existencia de aulas universitarias que actúan como salas de incubación de futuros inquisidores seriales. La intelectual francesa apunta al sistema universitario norteamericano como la cuna de esta carga viral que se extendió a las casas de estudio europeas.
-Ofrecés una voz progresista que lucha por la emancipación del universalismo. ¿Cuáles son las dificultades que encontraste para hacer avanzar el debate?
-Vengo de la lucha feminista universalista. Luché contra la homofobia, a favor del matrimonio igualitario y constaté que hoy en día se usan el feminismo y el antirracismo para decir cualquier cosa. La lucha por la igualdad a veces se pone al servicio de censuras absurdas, de iras sobreactuadas por cuestiones identitarias, de un gusto exacerbado por la victimización, sencillamente por cinismo y por oportunismo. Para ser muy sincera, la observación que expongo en Generación ofendida encuentra un eco muy favorable incluso en algunos millennials. Muchos padres me dicen que lo han comprado para regalárselo a sus hijos y los estudiantes lo usan para debatir. La resistencia y la hostilidad provienen principalmente de algunos universitarios que han hecho carrera gracias a la critical race theory de algunos grupos antirracistas fascinados por la identity politic a la norteamericana, y de feministas caracterizadas como interseccionales.
-En una entrevista de 2020 comentaste que hay feministas que dicen que defienden el derecho de las mujeres, salvo cuando procede de otras culturas.
-Algunas feministas ya no militan contra el sexismo sin importar de donde provenga –como hacemos las universalistas–, sino que tienen una indignación variable según la identidad del sexista. Hoy en día, por causa de la deriva identitaria de un cierto antirracismo a lo norteamericano, nos encontramos frente a una forma de sumisión de ese feminismo al deber ser, ante todo, antirracista. Estos grupos interseccionales se ven muy incómodos cuando se trata de defender a las víctimas de hombres que a su vez son potenciales víctimas del racismo. La consigna tácita se reduce a “sé feminista, salvo que esto pueda favorecer el racismo”. En definitiva, estos grupos están siempre listos para denunciar el acoso cuando lo ejerce un hombre blanco o judío como Harvey Weinstein en Estados Unidos, pero no se indignan cuando lo hace un predicador musulmán o un líder de los Hermanos Musulmanes como Tariq Ramadan, acusado de varias violaciones en Francia, cuyas víctimas tienen que hacer frente a las amenazas en soledad. La situación inversa se da en los movimientos conservadores: se indignan ante el sexismo cuando el agresor es negro o musulmán, nunca cuando son crímenes o violaciones cometidos por sacerdotes o por buenos católicos. A los universalistas les indigna el sexismo venga de donde venga.
-¿Entraremos en un tiempo de autodestrucción para no ofender a las almas sensibles?
-Sí, claro. Desde que se discute de política y se debate por las redes sociales vivimos en una realidad paradójica, donde la incitación al odio, la intimidación, la violencia verbal están más naturalizadas que nunca en nuestra vida virtual. A la vez, nunca ha sido tan difícil crear y dialogar en el mundo real por miedo a esas reacciones y a esa violencia. Esto, por supuesto, genera autocensura. Se necesita tener mucha confianza en sí mismo, incluso valor y apoyos sólidos, para atreverse a escribir un libro, una obra de teatro o filmar una película sobre ciertos temas como la religión o la identidad. El autor tiene que preguntarse si su identidad corresponde a la de su protagonista, si no se lo va a acusar de apropiación cultural o de blasfemia. Hay libros que no se publicarán nunca y, además, ¡también se destruyen obras clásicas! Muchas universidades estadounidenses retiran obras maestras de sus clases de literatura por miedo a ofender a sus estudiantes, que exigen que se les avise con un trigger warning (advertencia) para poder retirarse de la clase si hay pasajes violentos en el texto. Es alucinante.
-Hace un par de meses, un grupo de escuelas católicas en Canadá quemó más de 4700 libros; entre otros, volúmenes de Tintín como Tintín en América y El templo del sol, y Asterix, el gran periplo. Las cenizas de los textos se utilizaron como fertilizante para plantar árboles con el fin de acabar con “el racismo, la discriminación y los estereotipos, con la esperanza de crecer en un país inclusivo”. ¿Qué opinás al respecto?
-Es una quema de libros que recuerda a la inquisición y al nazismo. Las razones invocadas chorrean buenas intenciones, “proteger a los niños de imágenes negativas sobre los pueblos originarios”, pero el método es totalitario. En realidad, es renunciar a la educación. En lugar de enseñar a los niños a leer un libro en su contexto, a forjarse un espíritu crítico –un antídoto para los prejuicios y los estereotipos–, se les enseña a eliminar todo lo que pudiera perturbar su visión del mundo. Se apuntó a más de 3000 libros. Lucky Luke, Tintín, pero también Pocahontas ¡porque era muy linda y esto podía transmitir una visión sexuada de las mujeres autóctonas! Si hubiese sido fea habrían denunciado un prejuicio… ¿Será que tenemos que renunciar a toda representación de mujeres autóctonas con excepción de tres dibujos aprobados por un comité político y ético? La consejera de Justin Trudeau [primer ministro de Canadá] que inspiró esta quema de libros habló de “llama purificadora” y es presentada como la “guardiana del saber autóctono”. Luego de la polémica tuvo que renunciar a su cargo de copresidenta del comité autóctono del Partido Liberal, aunque no tanto por sus posiciones peligrosas: unos periodistas descubrieron que no era indígena, solamente tenía un supuesto antepasado en el siglo XVII. Este hecho revela una obsesión identitaria angustiante.
Almas sensibles
Si bien su libro apunta a la actualidad, la tentación de reducir todo a cuestiones de identidad, a una postura de victimismo, no nació con la generación millennial, a la que la autora le presta especial atención. Se remonta a antiguas batallas entre una versión más universalista y otra más comunitaria de la lucha por la igualdad. “Cuando comencé a mirar el número de casos de este tipo, era tan loco y exponencial que conservé solo los ejemplos más ilustrativos y contundentes”, señala Fourest sobre la investigación: cada ejemplo que ofrece se asemeja más a una broma de mal gusto que a un reclamo legítimo en nombre de la protección de la identidad.
-El cineasta John Waters declaró que “hoy los censores son jóvenes ricos y progresistas que están en contra de la libertad de expresión por la que luché”. ¿Te ves reflejada en esas palabras?
-Sí. Hace algunos años, la juventud dorada se abalanzaba sobre los discos de Madonna cuando la iglesia católica la juzgaba ofensiva. Hoy pretende hacer callar a cualquier cantante o artista ni bien algún internauta se siente ofendido. Pasó de la libertad de expresión a la censura; y esta censura no viene de la derecha identitaria solamente, también de la izquierda identitaria. Apunta principalmente a los artistas de izquierda, abiertos y tolerantes, pero a quienes se juzga ilegítimos para tratar determinados temas en los que no están directamente involucrados; es decir, si no son del origen correcto, de la religión correcta, de la identidad correcta. Ocurrió, por ejemplo, cuando se levantaron contra el hecho de que se dejara que una joven traductora binaria tradujera el poema leído por Amanda Gorman el día de la asunción de Joe Biden, que había sido elegida por la autora solo porque no era negra. Es una locura. Presuponer que una persona no puede traducir correctamente un poema, compartir una sensibilidad solo porque no tiene el mismo color de piel: ¡eso no es antirracismo, es exactamente lo opuesto! Es la expresión más cabal de un racismo insólito.
-En un capítulo del libro mencionás a lectores sensibles, una categoría que no sabía que existía en la industria editorial. Son empleados para revisar textos en busca de un extravío de la corrección política. ¿Cómo es ese funcionamiento?
Hay mucho maoísmo en algunos de estos nuevos policías de la cultura. En ciertos aspectos son incluso más grotescos, a veces, ridículos. Reírse, de hecho, me parece la mejor manera de resistirlos; pero para reírse es necesario seguir creando, manejar la ironía, el doble sentido. Sin embargo, esos maoístas tienen mucho poder. Es importante escribir para advertir, para construir un frente que no sea únicamente conservador, en favor de una cierta libertad de crear.
-En el texto aludís a la izquierda identitaria, opuesta a la izquierda universalista, racionalista y progresista que defendés. Con el acercamiento de las elecciones presidenciales de 2022, la política francesa está marcada por juegos de alianzas y llamados a la unión de la izquierda. En este período incierto de recomposición, ¿existe el riesgo de fusionarse con los grupos más radicales o de confundir principios?
-Muchos progresistas comprometidos con el laicismo y con la libertad de expresión, como yo –es decir, la izquierda Charlie Hebdo que pagó tan caro su resistencia al islamismo–, estamos políticamente huérfanos. Existe una izquierda republicana que sale del Partido Socialista, pero para ganar una elección debe convocar a todos los componentes de la izquierda. Los Insumisos y el Partido Ecologista son muy ambiguos, muy confusos, por no decir cómplices de lo peor, sobre estos temas. Esto explica por qué los progresistas se encuentran hoy en el centro, detrás de Emmanuel Macron, por más que sea demasiado liberal en materia económica. Otros giraron directamente a la derecha, por asco hacia esa izquierda identitaria, sectaria y, a veces, idiota. Eso explica en parte que Donald Trump alcanzara la presidencia de los Estados Unidos, la izquierda norteamericana fue tan lejos en una visión caricaturesca con relación a las minorías que generó una reacción contraria de los blancos desfavorecidos. Es lo que esperamos poder evitar en Francia gracias a la existencia de una izquierda universalista, lúcida acerca de ciertos peligros como el islamismo y que rechaza absolutamente ceder ante el más mínimo racismo.
-El Ministerio de Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la Provincia de Buenos Aires logró que se levantara en la Argentina la serie animada Dragon Ball Super por presunta violencia sexual simbólica. ¿Estabas al tanto? ¿Tenés una opinión?
-Solo puedo juzgar una obra si la vi y no es el caso. Pero de la misma manera que estoy en contra de quemar libros o prohibir películas porque el autor no corresponde a la identidad de sus personajes o a la moral pública, puedo juzgar irresponsable la difusión en un canal de televisión de dibujos animados que enseñan a los niños a soñar que persiguen chicas. Como directora de cine creo en la libertad de los artistas, pero también en su responsabilidad. Hay obras que pueden estar al alcance de todos y obras que piden un cierto recorrido, que se llegue a ellas yendo al cine o dando vuelta páginas. Precisamente, lo que me interesa es tratar cada caso, que se eleve el nivel del debate y la discusión no se reduzca a un frente a frente entre la autocensura y “todo está permitido”. No debería tratarse de un debate partidario, sino de un llamado común a la inteligencia y al espíritu crítico, con la esperanza de un arte más sensible que susceptible.