El explorador que nació en Lomas de Zamora y se dedica a recorrer el mundo con turismo de alta gama
Patricio Thijssen nació en Lomas de Zamora y viaja con un envidiable itinerario creado por National Geographic
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En los últimos dos meses, Patricio Thijssen recorrió 140.000 kilómetros en un Boeing 757-200 totalmente acondicionado para expediciones de altísimo nivel. En ese avión suele viajar con 85 personas, entre las que se cuentan reconocidos expertos de distintas materias, desde historiadores hasta antropólogos, arqueólogos, biólogos marinos, fotógrafos, médicos, un chef y, claro, turistas.
“Aunque a todas las personas que participan yo las llamo exploradores”, cuenta este argentino de 43 años, jefe de Expediciones de National Geographic. Nacido en Lomas de Zamora, donde siempre vuelve a reencontrarse con los suyos, Thijssen es un referente mundial en la organización de viajes de alta gama.
En su hoja de ruta figuran 40 incursiones a la Antártida y mil aventuras, pero el hombre no hace alarde de sus proezas (que son muchas). “Lo que importa es la riqueza cultural que uno gana, el aprendizaje. ¿Para qué venimos al mundo? En mi caso es para aprender”, dice.
Lo que Patricio quería era volar. Por eso, cuando terminó el secundario, se anotó en la Fuerza Aérea, sin tener una vocación militar ni nada por el estilo. Limitadas sus posibilidades de vuelo por un leve problema de audición, se puso a estudiar Derecho. Duró unos tres años en la facultad, hasta que a sus 21 tropezó con una búsqueda laboral de American Airlines, que andaba reclutando tripulantes de cabina. Pese a tener un inglés tirando a malo, entró a trabajar en la aerolínea y así comenzó su derrotero en el mundo de los viajes.
En 2003, Thijssen se conectó con una empresa de turismo de Boston, llamada Vantage, que organizaba expediciones a Sudamérica. Fue su primera experiencia en turismo internacional y el click que necesitaba para confirmar su pasión. La agencia lo envió como coordinador de grupo en un crucero de Holland América que recorría el Cabo de Hornos.
“Me encantó ese viaje y creo que en ese momento entendí que cada vez que te enfrentás a algo diferente, tu crecimiento es exponencial. Hay que abrirse a pensar que no todo es igual y que no todo es como uno cree”, sostiene.
En cierto modo, los cambios de guion a último momento siempre dejaron lecciones en la vida de Patricio. Pasó en febrero de 2005, cuando estaba trabajando en un barco llamado Ámsterdam, que en su itinerario llegaba a las islas Malvinas. Por el gran tamaño de la embarcación y la falta de un puerto que pudiera recibirlos, los pasajeros y la tripulación se subieron a barcos más pequeños (tenders) para tocar tierra. El problema fue que, cuando la mayor parte de los 1300 pasajeros estaba explorando las islas, el clima cambió y tuvieron que cancelar el regreso al barco.
“Fue un desafío muy interesante conseguir –junto con las autoridades locales y la solidaridad de los habitantes– alojamiento, comida y medicamentos esenciales para los casi 900 visitantes que habían quedado varados”, asegura Patricio. Los pasajeros fueron alojados en escuelas, hospitales, templos religiosos y hasta bares (la logística fue enorme, ya que en ese momento la población local era de apenas unas 2000 personas).
Estar a metros de un río de lava, descarrilar en Ecuador y ser apuntado por un niño con un fusil son, también, parte de sus experiencias extremas.
“Al día siguiente el barco pudo regresar a buscar a todos los que pasamos la noche en las Islas. Lo maravilloso de la historia es que, al final del viaje, todos los varados contaron que había sido la mejor experiencia de todas. No hubo ni una sola queja”, narra.
En 2007, luego de muchos viajes por el Cono Sur, él se encontró guiando un grupo en un barco por el Amazonas. Todo iba bien, hasta que un problema con los controladores aéreos locales bloqueó los vuelos desde Brasil, y Patricio tuvo que buscar una solución alternativa para viajar por tierra, saliendo por un pueblo que se llama Novo Airão.
“En el mismo barco había otro grupo de viajeros a quienes les comenté mi plan; el coordinador se entusiasmó con la idea y me preguntó por qué no me iba a trabajar con ellos; los pasajeros resultaron ser de la sociedad de exalumnos de la Universidad de Harvard”, se acuerda. Así fue que empezó en otra agencia, llamada Royal Adventures, que prepara viajes para exestudiantes de universidades de renombre mundial.
Los últimos 20 años de la vida de Patricio son un compendio de aventuras que uno no imaginaría ni en sus vacaciones más estrafalarias. De las 40 expediciones que hizo a la Antártida, el explorador recuerda particularmente una, cuando una pared de hielo de 200 metros se derrumbó y generó una ola gigante. Muchos de los turistas que festejaban el desprendimiento se encontraban en una playa a 1000 metros de la pared. “El tsunami llevó a algunas de las personas al agua, pero todos fueron rescatados con éxito y sin sufrir hipotermia”, celebra.
El jefe de expediciones advirtió el fenómeno del tsunami segundos después del desprendimiento. Gracias al gran timming de la operación, los gomones estuvieron listos para el rescate en las aguas heladas y todos la pudieron contar. “La Antártida es un destino increíble, un continente vacío del que la gente no está necesariamente al tanto. Es un destino poco común y de alta demanda”, explica.
En su anecdotario de experiencias extremas figura: encontrarse a metros de un río de lava, tras una erupción volcánica en Islandia; visitar tribus amazónicas congeladas en el tiempo, descarrilar en un tren en Ecuador y ser apuntado por un niño con un fusil en una favela de Río de Janeiro. Aunque tiene material para mandarse la parte, Patricio no es tan amigo de contar hazañas y jura que lo más extremo que le pasó siempre tuvo que ver con aspectos referidos a los contrastes entre culturas.
“Hace poco estuve en Timbu –capital del Reino de Bután–, en un evento muy importante para el budismo. Fue la primera reunión masiva pospandemia. Me tocó experimentar esta ocasión tan especial entre 15.000 monjes orándole a un enorme Buda de bronce (el Gran Buda Donderma, de 51 metros de altura, que contiene unos 100.000 budas dorados de bronce). Fue una experiencia muy emotiva, de un calibre emocional indescriptible”, evoca Thijssen.
De Washington a Lomas de Zamora
Mientras conversa con LA NACION revista por videoconferencia desde Washington, Patricio está haciendo las valijas para volver a Buenos Aires. Lo espera un vuelo a Atlanta y, desde allí, una conexión que lo llevará a su Lomas de Zamora natal.
“Tengo una conexión muy fuerte con zona sur”, admite, y ya se va emocionando. Antes de emprender la vuelta, Thijssen revisa los últimos dos meses de su vida. “Hace dos meses que salí de casa y ya hice 140.000 kilómetros; me muevo en serio”, se ríe. En verdad, fueron dos viajes prácticamente calcados, que comenzaron y terminaron en Washington, cada uno de 24 días.
"La Antártida es un destino increíble, un continente vacío del que la gente no está necesariamente al tanto. Es un destino poco común y de alta demanda"
El itinerario no es apto para cardíacos: en Washington se subieron 85 personas al avión de National Geographic, entre turistas (“exploradores”, insiste Patricio), tripulación y expertos de distintas áreas.
El equipo promedio de una expedición está compuesto por tres asistentes de Thijssen, un fotógrafo –en este caso fue Jason Edwards, considerado uno de los mejores fotógrafos de vida silvestre del mundo–, un médico y especialistas seleccionados en función de la temática del viaje: pueden ser desde antropólogos hasta glaciólogos, biólogos marinos o historiadores.
La definición de dinámica
“En una expedición así se aprovecha cada minuto: sólo paramos lo necesario, priorizando contemplar, aprender y experimentar”, afirma. El subibaja de emociones también tiene que ver con los contrastes entre los lugares que visitan: empezaron en Washington DC y al día siguiente ya estaban haciendo senderismo en Panamá (previo paso por Tikal, Guatemala), en donde también avistaron aves, visitaron la comunidad indígena de Emberá y navegaron por dos exclusas del Canal.
Desde allí pusieron la trompa del avión rumbo a la Isla de Pascua, visitando Rapa Nui con arqueólogos de renombre. Siguiente escala: Apia, capital de Samoa, en donde se da un fenómeno desconcertante ya que, por el cambio de huso horario, quienes llegan desde algunas partes del mundo pasan de tener dos horas de diferencia a 18.
Desde Apia volaron a Cairns (Australia) con el fin de explorar la gran barrera de coral o el bosque tropical de Daintree, para dirigirse después a Camboya, a Katmandú (Nepal) y luego –en un avión más pequeño– a Paro (Bután), cuna del budismo. Allí se encuentra el llamado Nido del Tigre (Tiger’s Nest), un monasterio budista –el sagrado Monasterio Taktsang Palphug– que prácticamente cuelga de un acantilado, en pleno Himalaya.
El Boeing de National Geographic aterrizó luego en Agra (India), para ver el imponente Taj Majal, a orillas del río Yamuna. Sin demorarse, partieron a Tanzania, en donde durmieron en el cráter de Ngorongoro (un caldero circular de más de 20 kilómetros de diámetro); de ahí, a Petra –Jordania– y a Marrakech, para visitar la gran Medina.
“Es impactante desayunar viendo el Taj Majal por la mañana y despedir la tarde en un jeep frente a jirafas en Tanzania. No hay un sólo momento durante la expedición en el que no se esté vivenciando un clímax”, sostiene.
Cuando Patricio mira para atrás, entiende que no se trata sólo de conocer lugares a los que un turista convencional no podría acceder, sino de generar experiencias únicas. “Mi objetivo –el de más de un centenar de personas que trabajan en una expedición– es que cada día sea un highlight en sí mismo y no bajar nunca de ese estado de sorpresa”, asegura. Y, aunque su vida es un viaje permanente, termina por confirmar cuál es su lugar preferido del planeta: “Es Lomas de Zamora, podría vivir en otro lado, pero es ahí adonde necesito volver”.