El plan ACA. El monumental edificio racionalista que esconde obras de arte y vendía cien mil litros diarios de combustible
Se construyó hace 80 años en Avenida del Libertador y es considerada una joya de la arquitectura que aún mantiene su funcionalidad
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Comenzaba la década del 40 y un ambicioso plan cambiaría para siempre la fisonomía de la Avenida del Libertador, con la construcción de un edificio de 12 pisos que ocuparía toda una manzana. El proyecto preveía, antes de comenzar, la ejecución de estaciones de servicio que se distribuirían por todo el país, aun en zonas donde no serían rentables. Era un momento en el que el parque automotriz se expandía rápidamente, las construcciones comenzaban a superarse unas a otras en altura y la ciudad mostraba una pujanza que parecía imparable.
En ese contexto, el Automóvil Club Argentino ganaba socios -eran 51.786 en 1942, hoy llegan a 300.000 y el pico de mayor cantidad de asociados fue en 1978, con 744.000 miembros- y, junto a YPF, llevó al interior del país la fuerza de ese desarrollo que auguraba un futuro a tono con el mundo.
A fines de los años 30 y principios de los 40, el racionalismo contaba ya con importantes obras en la ciudad. La obra del imponente edificio del ACA, que siguió estos lineamientos, fue desarrollada por un equipo encabezado por el ingeniero Antonio Vilar, que lideraba a los más prestigiosos arquitectos y estudios de arquitectura de la época -Jorge Bunge, Gregorio Luis Sánchez, Ernesto Lagos, Héctor Morixe, Arnoldo Jacobs, Rafael Giménez, Abelardo Falomir y el agrimensor Luis María de la Torre-. El Automóvil Club Argentino ya le había encomendado al ingeniero Vilar la gigantesca tarea de levantar estaciones de servicio por todo el país. Se inauguró el 27 de diciembre de 1942.
“Se lanzó el plan ACA-YPF, que incluía la construcción de estaciones de servicio, sedes sociales y talleres mecánicos en todo el país, en una época de desarrollo de la industria automotriz. También incluía la construcción de una importante red vial, que empezaba a competir con el tren”, relató a LA NACION revista Alicia Santaló, arquitecta que integra Moderna Buenos Aires, programa de difusión de arquitectura moderna del CPAU (Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo).
Una vez licitado el plan, el proyecto de Antonio Vilar resultó ganador “para diseñar una imagen institucional y todos los edificios que se construirían en esa primera etapa”, añade. Tan bien pensada y ejecutada estuvo la imagen que encarnaría al club que aún hoy es reconocible en todo el país. Respecto a los arquitectos convocados por Vilar para formar parte del equipo, todos “tenían una afinidad conceptual respecto a la arquitectura y a la ciudad. Eran todos representantes de la arquitectura moderna en Buenos Aires y del racionalismo que conformó la ciudad de Buenos Aires, desde el centro a los barrios”, apunta Santaló.
Lejos de ser improvisados, ya todos contaban con destacadas obras en su autoría y siguieron sumando hitos a sus carreras. Por citar a algunos, Sánchez Lagos y de la Torre son los responsables del edificio Kavanagh, del Banco Provincia de Buenos Aires -en San Martín y Bartolomé Mitre- y de la sede del Ministerio de Industria y Comercio; y Calvo, Jacobs y Giménez son los autores del edificio Mihanovich, ex hotel Sofitel de la calle Arroyo. Para la arquitecta Santaló, el edificio de la sede central del Automóvil Club Argentino es, sin duda, racionalista pero también monumental por su tamaño. “Tiene la escala necesaria por estar ubicado en ese lugar y por la necesidad de ser referente en la avenida, como muchos edificios institucionales del centro de la ciudad, como el teatro racionalista Gran Rex”, añade.
“La arquitectura de este edificio ha querido ser contemporánea, sin copiar servilmente lo antiguo porque no son necesarias ni honestas las ménsulas colgadas, ni el revoque imitando piedras… ni los arcos simulados con llaves que no cierran nada, ni los techos de mansarda donde no nieva… Hemos tratado de realizar una composición arquitectónica tranquila, simple, bien expresiva del interior y de la estructura, con grandes líneas y masas proporcionadas y elegantes, revistiendo todo el cuerpo principal con piedra verdadera del país, dolomita, de un color que, según los estetas, es el más apropiado para nuestro ambiente, el beige”, afirmaba Antonio Vilar el día de su inauguración.
Sus materiales nobles, sus grandes ventanales que dejan pasar luz a todo el edificio, su frente despojado de ornamentación innecesaria, sus plantas abiertas, sus líneas simples y depuradas y su forma geométrica ubican claramente al edificio del Automóvil Club Argentino dentro de la corriente del racionalismo, en un barrio de construcciones entonces bajas y de influencia francesa. La institución tuvo en ese momento la oportunidad de comprar todos los lotes de la manzana -formada por la avenida del Libertador, Pagano, Tagle y Pereyra Lucena- para edificar allí la sede social, sus oficinas y la estación de servicio, consiguiendo una destacada presencia sobre la siempre concurrida Avenida del Libertador, vía constante de circulación de autos.
Un detalle que caracteriza a la obra y llama la atención del transeúnte, es que está retirada cinco metros hacia adentro de la línea municipal. Esto se ejecutó de esta manera a pedido del entonces intendente, Carlos Alberto Pueyrredón. Así, el club perdió esa franja “de su propio terreno para facilitar una rectificación de líneas con las manzanas vecinas respecto al Museo de Arte Decorativo”, señaló Vilar en su discurso inaugural.
“El edificio tiene dos volúmenes bien diferenciados: el de oficinas y actividades sociales por un lado y la estación de servicio y talleres por otro. Sobre Avenida del Libertador son 12 pisos con una fachada institucional revestida en dolomita, con un trazado de aventanamiento y marcado acceso simétrico, resuelto en lenguaje moderno de líneas puras. El que da sobre la calle Pagano es de arquitectura ladrillera, de estética industrial y planta baja libre. Además, es curvo, porque allí están las rampas, confiriéndole la gracia y la maestría a esta obra que diferencia, con contundencia, valentía y honestidad, las oficinas y la estación de servicio y los talleres para los autos”, resume Santaló.
El ingeniero Vilar, en la inauguración del edificio aclaró que la razón fundamental del hemiciclo “es la circulación de los autos que empieza y termina como si fuera un simple desvío que requiere una curva fácil”. Y agrega: “esta planta funciona como una turbina… y despide los coches por la tangente una vez que han tomado nafta y la han pagado, evitando que joroben adentro un solo instante más”.
Un capítulo aparte merece una idea que Antonio Vilar había anunciado en su discurso inaugural, aunque nunca se llevó a cabo: la construcción de un naftoducto. “Luego de calcular que la batería de surtidores dispuestos permitiría vender hasta cien mil litros diarios de combustible, se planteó con YPF el problema del acarreo y abastecimiento, pensando que lo más lógico y económico podía ser instalar una cañería -o naftoducto- desde la destilería que estaba en Dock Sud hasta los tanques subterráneos de Sede Central. También se había pensado en un gran almacenamiento subterráneo compuesto de tanques de hormigón armado debajo de la plaza que está enfrente, pero ninguna de las situaciones planteadas se llevó a cabo”, detallan desde la institución. Finalmente, los tanques están ubicados debajo de la estación de servicio.
Hoy en el hemiciclo funcionan un lubricentro y un sector de lavado. El edificio central, con sus plantas libres abiertas, despejadas y luminosas, gracias a los enormes ventanales que dan sobre Avenida del Libertador, alberga oficinas y todo lo referido a lo institucional. Una joya de la arquitectura en sí, la sede central además guarda entre sus paredes valiosas obras de arte. Una curiosidad son los relojes que en todos los pisos se ubican arriba de los ascensores y que antes funcionaban regulados por un reloj maestro que está en planta baja.
En los últimos pisos, los más intervenidos en los años 70, hay una enorme y luminosa cocina, hoy en desuso y una confitería que ya no se encuentra abierta al público. Cuenta también con un importante salón de eventos que tiene entre 50 y 60 metros de largo. En el octavo piso, donde se encuentran presidencia y los despachos de comisión directiva, se aprecian paredes cubiertas de boiserie original e importantes cuadros de autores argentinos, como Clorindo Testa, Miguel Angel Vidal, Kazuya Sakai, Luis Benedit, Rodolfo Franco, Walter de Navazio y Gregorio López Naguil.
Desde el primer piso, balconenado hacia el primero, se pueden ver sobre las paredes unas plaquetas de bronce que describen la historia del automovilismo, ejecutadas por Leguizamón Pondal. En los salones del primer piso hay dos murales inmensos que recorren las paredes. Uno de ellos es de Alfredo Guido y hace un recorrido de las rutas desde Ushuaia hasta Toronto. El otro, de Centurión y Ortolani, expone situaciones turísticas y de trabajo dentro del país: la pesca, la viña, el remo, la caza, las carreras, el ski, el alpinismo, la playa, el ciclismo... En el mismo nivel se destaca un busto de San Martín, firmado en 1942 por José Fioravanti. Una vez más en planta baja, los dos bajorelieves de Alfredo Lagos son vistos a diario por miles de personas que transitan por la avenida.
Tan perfecta fue su proyección y su ejecución que hoy sigue siendo funcional a las necesidades que fueron cambiando y su mantenimiento no presenta complicaciones. Ochenta años después de su inauguración, el edificio se ve impecable y sufrió muy leves reformas. En su exterior, el hemiciclo ganó altura. Y hace unos años, debido a nuevas normativas, se añadió una escalera de incendio que se encuentra en el interior de un cerramiento vidriado que une el hemiciclo c
on el frente.
En el interior del edificio la década del 70 dejó su huella en algunos pisos, como la confitería y el salón de eventos, en los que se bajaron los techos, se agregaron puertas corredizas para separar ambientes y hasta se recubrió con goma las paredes del sector de escaleras. En pisos de oficinas se sumaron tabiques para marcar divisiones en plantas abiertas que, por suerte, en su mayoría fueron sacados, ganando nuevamente la amplitud y la luminosidad con la que fueron concebidos. En cuanto a su mantenimiento, es simple pero constante: periódicamente se renueva la pintura, se realiza un permanente de sellado de juntas, limpieza de frente, y fijado de placas flojas.
“El frente se limpió por sectores, donde se veía afectado por acumulación de hollín u hongos. Los bronces se limpian permanentemente. Se empieza a limpiar y, cuando terminan, ya están empezando de nuevo. Hubo robo de pedacitos de bronces antiguos y de las barandas nuevas. Todo se repuso y se fijó lo mejor posible”, describe Sebastián Romano, responsable de mantenimiento de arquitectura. La nobleza de los materiales hace que el cuidado del edificio no sea complicado. “Se hizo un trabajo muy grande sobre las placas de dolomita. Desde afuera hay botones sosteniéndolas porque después de 70 años había riesgos, entonces se fueron fijando”, apunta el responsable de mantenimiento.
El mismo espíritu de servicio que guió el plan que llevó a la institución a cada rincón del país, con una sede que es un ícono de la ciudad, hoy está presente por medio de actividades libres, gratuitas y abiertas a todo público. En el 4° piso, su biblioteca, rica en contenido vinculado al automovilismo, ofrece, además, para consulta de manera presencial, una publicación, llamada Revista Automovilismo, que se edita desde 1918. La biblioteca está abierta de lunes a viernes de 10 a 17 horas.
Y su Museo, que expone joyas del automovilismo, de principios del siglo XX y también de fines del XIX, abre de lunes a viernes de 10 a 17.30. Los vehículos funcionan aún y, cada tanto, salen a la calle. “Algunos de los autos que están en exhibición en el museo se han utilizado por directivos que han participado en la Carrera Recoleta-Tigre. La última fue en el año 2019. También suelen estar en exhibición en la expo Autoclásica”, detallan desde el ACA. En el museo ofrecen también visitas a contingentes que deben comunicarse vía mail (museo@aca.org.ar) para coordinar fecha. En los últimos pisos del edificio se accede a una vista panorámica de la ciudad de Buenos Aires, desde un ángulo distinto al conocido, gracias a una terraza que rodea al edificio y que funciona como mirador. En este momento está cerrado al público, pero cada tanto abre sus puertas, de la mano del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, quien “invita y genera la acción”, afirman desde la institución que, en este momento, no tiene establecida una próxima fecha.
En 2017 el edificio del Automóvil Club fue declarado Monumento Histórico Nacional y está protegido por el Código de Planeamiento Urbano de la ciudad de Buenos Aires con protección estructural. “Esto quiere decir que no se puede demoler su estructura básica ni sus fachadas; se pueden hacer pequeñas intervenciones que deben ser aprobadas por el CAAP (Consejo Asesor de Asuntos Patrimoniales)”, explica Alicia Santaló.