“El mejor libro sobre música jamás publicado” ahora está en español y su autor brinda detalles
El filósofo francés Francis Wolff habla de su largo ensayo “¿Por qué la música?” (Serie Gong), que presentó en la Feria del Libro
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“Conecte en sus auriculares una pieza musical que le guste, la que sea, canto gregoriano, ópera, orquesta sinfónica, jazz, «Around the World» de Daft Punk, y suba el volumen al máximo, cerca ya de lo inaguantable o peligroso, tan alto que la música, o lo que de ella queda, lo envuelva por completo, aislándolo del mundo exterior: estará como frente a una fuerza bruta. Literalmente, la música afecta a nuestros cuerpos”, reflexiona Francis Wolff (Ivry-sur-Seine, 1950), profesor emérito de filosofía en la École normale supérieure de París y autor de ¿Por qué la música? (Serie Gong), quien llegó a la ciudad para presentar su ensayo en la Feria del Libro. Es la tercera vez que pisa Buenos Aires. La primera fue en la década del 80, como turista; la última, como jurado de la competencia de Derechos Humanos en el Bafici, donde además presentó, junto a los realizadores Aarón Fernández y Jesús Muñoz, el documental Un filósofo en la arena (2018), en el que se lo ve recorriendo diversos países en donde la afición por las corridas de toros sigue viva. Este film fue rechazado en diversos circuitos por su defensa de la tauromaquia. Wolff admite que tiene dos grandes pasiones: “una es universalmente aceptada: la música; la otra, es vergonzosa: las corridas de toros”. En esta oportunidad, la fiesta brava da lugar al apasionado por el arte de los sonidos.
“Hay músicas para todo, música multiusos: para bailar, para sentirse juntos, para aturdirse, para casarse, para acompañar funerales, para comunicarse con los ancestros, para recoger algodón, para llamar al rebaño, para señalar un momento de suspense (o tapar el ruido del proyector), para vender cosméticos, relajar a los usuarios del ascensor, para hacer que llueva, para parar la lluvia, para despertar a la nación, para marcar el paso, para ir a la guerra y para celebrar la paz. Una música te persigue: te entristece, te abate, te desespera, te exalta, te embriaga. Otra no te dice nada. Hay músicas que dan ganas de creer. ¿Pero en qué? Están las que escuchamos. Simplemente. En silencio. Dondequiera que hay hombres, hay música. ¿Por qué?”, se pregunta el autor en la obra cuya edición original (Francia, 2015) fue considerada por el diario Le Monde como el mejor libro sobre el tema jamás publicado.
Con una anécdota de la infancia comienza el libro. “De niño, aprendí Teoría del lenguaje musical en unos pequeños manuales (ignoro si aún existen) que constaban de dos partes: el cuadernillo verde de las preguntas y el cuadernillo rojo de las respuestas. La primera pregunta de la primera clase del grado elemental rezaba así: ¿Qué es la música?; y en el cuadernillo rojo venía escrito lo siguiente: La música es el arte de los sonidos. Aquel niño de ocho años que era yo quedó auténticamente deslumbrado por esa definición. No sé si aquello fue mi estreno en «teoría musical», pero sí creo que ahí me estrené en filosofía”.
En el texto destaca que repetía embelesado aquella expresión, “la música es el arte de los sonidos”...
Es cierto, parto de una definición banal que aprendí de niño. Es que aquella frase concentra un misterio lleno de preguntas. La primera que uno se hace es: ¿qué es el arte? La segunda, ¿qué es el sonido? Mi libro pone la música en el centro de la discusión antropológica. ¿Por qué los hombres en cualquier cultura hacen música? ¿Por qué el bebé desde pequeño intenta hacer música? ¿Por qué un arte tan abstracto tiene efectos tan concretos? ¿Por qué nos hace bailar, nos hace emocionar, llorar? Cuando me piden que resuma el libro siempre parafraseo aquel título de Woody Allen: todo lo que siempre quisieron saber sobre música y nunca se atrevieron a preguntar.
Uno de los primeros planteos que ofrece es el referido al fenómeno sonoro.
El sonido avisa un acontecimiento: algo está pasando en el mundo. En los animales es motivo de intranquilidad, de peligro, de estar alerta. La base de la música es el sonido, y la base del sonido es el acontecimiento, el suceso. Eso nos lleva directamente a la parte emocional de nuestra naturaleza, la que nos advierte de una inquietud. ¿Qué sucede? Que una vez que sabemos de dónde viene el sonido, y sabemos que no estamos amenazados, llega la distensión, la tranquilidad. Por eso, todo lo musical está basado en esta tensión y distensión que provocan los sonidos en nuestra naturaleza. La música parte con ventaja, porque el oído es emocional. La primera consecuencia de esto es que la música toma los sonidos y los convierte en algo ajeno a la naturaleza. El sonido pierde su función para ser una creación.
“La música es una necesidad universal de la mente humana”, dice usted en el libro. A partir de esta idea, ¿es posible decir que el ser humano es un homo musicus?
Donde hay humanidad, en la forma que sea, hay música. El ser humano necesita la música de la misma manera que necesita de las imágenes. Siempre se dice que la humanidad ha sido definida desde el Paleolítico Superior por imágenes; en esa misma época había instrumentos musicales, por lo que la música es tan antigua como las imágenes. No solo etnográficamente, sino antropológicamente. Charles Darwin sostenía que la música precedió al lenguaje. Por ejemplo, el niño desde muy temprana edad tiene la necesidad de producir sonidos, balbucea sonidos articulados, golpea un tambor, una mesa, una olla, juega con la repetición. En cualquier niño hay una necesidad de expresión, de este tipo de arte, en el sentido no de lo que está dentro de los museos, sino arte como una tendencia, necesaria, universal humana. No hay humanidad sin música y a la inversa, no hay música sin una humanidad que reconozca su forma y su propia marca.
La imagen del infante que golpea y la del típico balbuceo acompañan la idea que sostiene en su estudio: “La música se vive por activa mejor que por pasiva”.
El primer y mayor placer de la música es tocarla. Por eso digo que hay más placer en maltocar una fuga de Bach que en escucharla interpretada por los mejores pianistas, porque al tocarla uno mismo la entiende infinitamente mejor. A menudo, el placer de la música es simplemente escucharla.
En su análisis no califica a la música de ninguna manera, tampoco busca diferenciar a la erudita de la popular. ¿Por qué?
Intenté no entrar en las jerarquías de música erudita y popular. Música buena y mala existe en todo tipo de géneros, incluida la erudita.
Sin embargo, los prejuicios siempre recaen en la popular.
En el siglo XX la música erudita pretendió ser inaccesible porque accesibilidad estaba asociada a comercialidad, y la música popular buscó ser más comercial y fue cada vez más sencilla para gustar a todos. Aunque no conozco todas las músicas, busqué un corpus muy amplio. La música que simplemente se dice interesante no me interesa, intenté no renunciar a la experiencia musical y sostener un discurso filosófico, sin hacer música para filósofos. El desafío fue tener el mismo respeto por la diversidad de la experiencia musical que cualquiera pueda tener. El mismo respeto para cualquier música y cualquier estilo, porque todas tienen su emoción. No hay distinción filosófica entre la música culta y la popular. Hay algo común a todas, que es lo que hace la experiencia del arte de los sonidos. Mi búsqueda fue entender su universalidad antropológica. Aclaro que universalidad no significa uniformidad, todo lo contrario. La universalidad supone estar atentos a toda manifestación distinta de la Humanidad, a buscar los universales en esa riqueza.
A modo de evidenciar sus comentarios, el autor, experto también en filosofía antigua, Sócrates y Aristóteles, incluyó en el libro 300 ejemplos de todos los estilos –ópera, flamenco, canto gregoriano, rock, jazz, clásico, blues–. Varios de los momentos y las piezas que dan marco a la lectura están a disposición en una web creada ex profeso, www.pourquoilamusique.fr
No duda en asegurar que la música afecta nuestra mente.
El primer efecto musical, el más sencillo, el más directo, es físico. En el campo de la etnomusicología o de la sociología de la música, la pregunta por qué la música se interpreta de un modo muy distinto. El tema ya no es la especie, sino la comunidad social. El cuestionamiento es: ¿por qué necesitan la música todas las sociedades humanas?
¿Por qué la necesitan?
Es el vector esencial de la cohesión social, está al servicio de la expresión emocional colectiva, es un regulador de las emociones, está presente en la maternidad [en el libro pone de ejemplo el ritmo y los sonidos de las nanas]. Para algunos cognitivistas, la música permite a la mente humana explorar su propia flexibilidad. Los etnomusicólogos recalcan la función que cumple la música en la coordinación de las acciones y, más generalmente, en el fomento de la cohesión social: sentirse, música mediante, pertenecer a un mismo grupo, y formar así una comunidad.
¿Hablamos de identidad?
En el libro me refiero a las emociones que son fruto de la agregación por afinidades: los entusiasmos y vivencias compartidos, como las que ocurren en un concierto de rock, o la de reconocerse en piezas, como un himno nacional. En estos casos, sí, la música funciona como un signo de identidad.
¿El cuerpo fue el primer instrumento?
Sí, y también el primer destinatario de la música. La música está hecha de la vibración de las ondas que llegan a nuestro cuerpo. El sonido grave entra por la barriga y el agudo, por la parte más alta, proporcionando diferentes tipos de reacciones corporales. Lo que nos provoca la música es, en primer lugar, lo que provoca que hagamos. Al entrar por todos los poros, nos hace vibrar. Nos agita, nos sacude, nos levanta; cabeceamos, pateamos, caminamos, brincamos, bailamos. El sonido proviene de un cuerpo que vibra, y cuando la onda nos llega, hace vibrar al nuestro. Los dos cuerpos entran en simpatía. La música radica primero en este cuerpo a cuerpo. La música nos hace movernos. Nos hace caminar, correr, saltar. Nos conmueve, ante todo, porque nos mueve.
¿Por eso bailamos?
En el principio de la música, antes del verbo, era el cuerpo. Algunas músicas hacen que el cuerpo entre en trance, con convulsiones, gritos, temblores, pérdida de conciencia, caída, posesión.
Entonces, ¿fue primero, el baile o la música?
En el principio de la humanidad fueron cuestiones inseparables. Y ambos no se separan de la religión. Y los tres no se separan del ritual. Y los cuatro no se separan de las imágenes paleolíticas, pues las cavernas eran el lugar del baile, la fiesta y el ritual religioso. El trance musical es un fenómeno universal, histórico y geográfico. En algunas lenguas, como el sesoto del África austral, un único verbo designa cantar y bailar, dos caras de una misma actividad. Este hecho refleja, por cierto, una realidad global: la mayor parte de las músicas en la historia y en el mundo son inseparablemente músicas cantadas y bailadas.
¿Hay belleza en la música?
Solemos decir que son bellas aquellas músicas que nos conmueven.
Una pregunta obligada es su mirada hacia el tango, que no está incluida en el libro.
Resultaría muy interesante hacer una edición especial para cada país en el que se edita ¿Por qué la música? Me comprometo a trabajar y analizar antes de mi viaje [la entrevista fue realizada en forma virtual, previamente a su llegada al país]. El tango forma parte de lo que es la música tradicional, es un modo de sentir, de vivir, de estar, de ser en el mundo, como lo es ser flamenco. El tango tiene también todo el peso de sentir las diferencias sexuales, la posición de los papeles masculinos y femeninos. Un tema interesante de examinar en estos tiempos de deconstrucción.