El fenómeno de las muestras inmersivas
De moda en el mundo, estremecen con tecnología y obras a gran escala; la exposición Gustav Klimt en Burdeos y el hit de Van Gogh en Nueva York
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El morbo avejenta las experiencias. Las reduce a expresiones cada vez más inocuas para un sentido al que cada vez estremecen menos impactos. Como una conjunción de hechos, este tiempo se monta sobre la fuerza globalizadora para convertir ese pequeño momento de enfrentarse a uno de los 30 autorretratos que Van Gogh pintó a tamaño natural en el Museo d’Orsay, Courtauld Gallery o en El Museo Metropolitano de Arte, en una nimiedad. Para que la piel se erice, para empatizar con el artista, para que tenga lugar el síndrome de Stendhal la pincelada real no alcanza.
Un elevado ritmo cardíaco, vértigo o incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a una suerte de sobredosis de belleza, eso fue lo que Stendhal describió en su visita en 1817 a la Basílica de Santa Croce en Italia, y que publicó en su libro Nápoles y Florencia: Un viaje de Milán a Reggio. Recién a fines de los años 70 del siglo pasado Graziella Magherini, una notable psiquiatra italiana, estudiosa y seguidora de los modelos de Freud y Lacan, luego de atender varios casos de visitantes de galerías y museos florentinos que presentaban un mismo repertorio de síntomas clínicos, colocó la etiqueta científica y a la vez metafóricamente literaria a este síndrome. Un efecto que parece perimido.
En los escenarios posmodernos, donde el goce pasa por la magnitud, donde la felicidad reina en las redes sociales y contagia necesidad más que placer, ampliar es el verbo de lo posible. Las personas expresan historias que los expongan como protagonistas, incluidas las aventuras de paisajes.
Un ensamblaje de imágenes, sonidos y tecnologías, las exposiciones inmersivas prometen una experiencia a tono con el sentido arrollador. Emocional, contemplativa, pero por sobre todo apropiable. Un evento que no es sin la audiencia. Que se termina cuando el visitante se deslumbra con pinceladas imaginadas, aromas de girasoles en el Arlés de Van Gogh o la música de lunares eternos de Yayoi Kusama. No se trata de ver la obra, sino de vivirla. Con una cierta mirada futurista a las instalaciones de figuras icónicas como Ai Weiwei o Marta Minujín, las muestras inmersivas proponen democratización del arte a través de una lupa milennial que hace uso de la tecnología para poner más sentidos en alerta.
El arte inmersivo supone revolución para unos y una evolución no tan positiva, pero necesaria, para otros. Son un éxito rotundo si se considera que las cinco compañías que llevan adelante una cincuentena de experiencias con Van Gogh en todo el mundo llevan vendidos más de 100 millones de tickets.
La primera proyección en la pared
Bruno Monnier es el responsable de la tendencia. Es quien ha pintado vanguardia del concepto de arte digital a gran escala en Francia. Como fundador de Culturespaces, el grupo detrás del Atelier des Lumières de París inaugurado en 2011, fue el primero en desempolvar una nueva relación con las obras de arte. “En 2010, tuve la idea de crear exposiciones inmersivas porque noté que la globalización de las exposiciones temporales creaba tensión sobre las obras de arte”, afirma a LA NACION revista. La demanda supera la oferta. La primera experiencia se celebró en Baux-de-Provence. Un sitio con gigantescos muros de piedra, que fue su condición imprescindible para crear un efecto wow. Sus bases se asentaron en invertir en espacios con carácter. Su intención de que el patrimonio artístico se multiplique con experiencias hacia los otros sentidos gracias a tecnologías de inmersión. En Burdeos, para la exposición dedicada a Gustav Klimt, hay, por ejemplo, 170 proyectores de video y altavoces con muy alta resolución. Pero si algo aprendió este gurú de la megamuestras es que el concepto de la producción es el corazón que toma la obra del artista y lo eleva a un estadío de visualización diferente.
Las expresiones de este tipo que dan vueltas por centenas en el mundo, muchas de ellas con réplicas parecidas a proyectos como Cirque du Soleil con decenas de compañías, se sostienen en música original, objetos que crean ilusiones ópticas, mapping de alta definición, un acercamiento microscópico a la obra y hasta el aroma del paisaje en el que el visitante se sumerge. Para algunos estas ideas resultan una manera de introducir en el arte a los que miran las obras desde las fronteras; si se puede sembrar inquietud para seducirlos, con la idea de ver luego la pintura de verdad, se crea un camino enriquecedor.
Para los hacedores, este en un escenario disruptivo en una disciplina que parecía haberse acomodado en los museos. Ofrecen a las nuevas generaciones un espectáculo que lo hace, en cierta forma, protagonista. El discurso atrae a los millennials, tan afines a la experiencia digital. Basile Bohard, director artístico de la agencia vivencial Neo Digital, explica que “la tecnología se convierte en un campo de juego del mundo real”. Aunque todo parece un gran negocio, y lo es, las inversiones también son astronómicas. Monnier asegura que el equipo de video-sonido de uno de los espacios de sus muestras exige una inversión de cuatro millones de euros.
Desarrollo planetario
El pionero no pierde pisada y ya tiene un calendario activo que proyecta exposiciones dedicadas a Salvador Dalí en París y Paul Cézanne en Provenza, en las Carrières de Lumières. Sin olvidar a Monet, Renoir, Chagall e Yves Klein que se presentarán en Burdeos, mientras preanuncia que espera algo excepcional para el año que viene en Nueva York y rastrean un sitio que supere los 2000 m2 en Suiza.
Gustav Klimt. The Immersive Experience ya salió a recorrer mundo de la mano de Exhibition Hub. Bruselas y Barcelona son las más motivadoras. La muestra recorre más de 200 obras de Klimt que se proyectan de forma animada, se juega con pinceladas virtuales a lo largo de las etapas clave de su carrera, literalmente cobran vida para brindar una experiencia personal en la piel del pintor. La puesta permite ingresar a sus obras, más famosas. La misma producción anuncia para la primavera el lanzamiento de su versión sobre Monet, en Los Ángeles.
La tecnología no queda reservada a los expresionistas. El método paranoico-crítico, cuya creación se debe a Salvador Dalí, tiene como resultado lo que se conoce como imágenes paranoicas o dobles que, según dichos del propio artista, son “la representación de un objeto que, sin la menor modificación figurativa o anatómica, es al mismo tiempo la representación de otro sujeto absolutamente diferente”. ¿Cómo evitar la tentación de atravesar esas obras con público dispuesto a desencajarse con el diapasón de los bigotes del mago? Dalí, el enigma sin fin propone un viaje a través de 60 años de la carrera del surrealista, acompañado de música de Pink Floyd.
Vale hacer una mención a las galerías inmersivas temporales. Fuera del contexto artístico tradicional, nuevos proyectos crean sus propios laboratorios de obras base sobre las que pintar multidimensionalmente los lienzos de los espacios que habitan. En las antípodas de aquella primera experiencia francesa, el colectivo japonés Team Lab revoluciona Tokio. Allí, un sembradío de linternas es el paisaje de un jardín misterioso que da forma al primer museo digital de Japón: MORI Building Digital Art Museum Borderless, que se ha convertido en una de las mayores atracciones turísticas de la isla de Odaiba y uno de los lugares más instagrameados de Tokio.
En un espacio de 10.000 m2 se distribuyen cinco mundos diferentes. Allí, unas 60 obras de arte digital, creadas a partir de 520 computadoras y 470 proyectores digitales. Obras animadas en permanente transformación se mueven por las paredes, el suelo, el techo… la idea es que el arte lo englobe todo, hasta al propio visitante.
De lo más ingenioso y sin posibilidades de extrapolación mundial, más cercano a las experiencias locales tradicionales, el creador de The Game of Thrones, George R.R Martin, en una propiedad que adquirió para rescatar el turismo en los suburbios de Santa Fe, Nuevo México, dio vida a House of Eternal Return (la Casa del Eterno Retorno). La premisa gira en torno a una misteriosas casa estilo victoriano, en donde algo ha sucedido, por lo que se han diluido los conceptos de tiempo espacio.
Inmersivos por naturaleza
La invitación a zambullirse en el arte y ser parte, sin el trasvasamiento tecnológico de por medio, tiene exponentes que han generado fanáticos. La japonesa Yayoi Kusama es una de ellos. Su célebre Infinity Mirrors dio vueltas al mundo con obras creadas en habitaciones de espejos, que generan un curioso efecto de profundidad hasta el infinito y efectos entre lo imposible, lo mágico y lo galáctico difíciles de igualar. En la Galería de Arte de Ontario en Toronto, Canadá, se puede visitar la Habitación con espejo infinito - vamos a sobrevivir para siempre, de Kusama. La artista presenta esferas espejadas que cuelgan del techo y se colocan alrededor del espacio, rodeadas por paredes de espejos. Un pilar de espejo en el medio de la habitación crea el efecto sin fin donde cada participante rehace el montaje según su mirada.
Factory Obscura, integrado por un colectivo de artistas de Oklahoma, está presentando su cuarto desarrollo, Mix-Tape. Es la primera experiencia permanente del grupo, donde los visitantes explorarán aquello del origen de la cinta para grabar eventos artísticos, pero plasmado a través de nuevos entornos multimedia de imágenes, sonidos, texturas e interactividad. Para la ocasión, el grupo diseñó una versión actual de una autobiografía en audio. Dio vida a una lista de reproducción de canciones que hablan de los viajes de los artistas como individuos y como colectivo. No se utiliza música original y no hay marcadores escritos que indiquen qué canciones fueron la fuente de inspiración. En cambio, el grupo tejió una experiencia cohesiva, interactiva y cargada de sentidos que lleva a los visitantes “por las venas emotivas”.
En la helada Helsinki hay también un concebido para experiencias inmersivas. Se trata de Amos Rex. No cuenta con un despliegue pantagruélico, sino que las atracciones retoman la propuesta de analizar la obra con algo de serena expectación, mientras se recorre cada puesta. El museo se encarama en un pabellón de la década de 1930 que incluye restaurantes, tiendas, el cine Bio Rex y una plaza abierta detrás de él. Todos los espacios de la nueva galería son subterráneos, con más de 6000 metros cuadrados debajo de la Plaza Lasipalatsi. Los tragaluces que emergen respetando el espacio abordan el desafío de llevar la luz natural a los espacios de exhibición, juegan a la vez con la idea de un parque urbano. La clave de estos espacios radica en renovar una carta lujosa de artistas inmersivos que, en equipos reducidos o en solitario, se atreven a irrumpir con propuestas nuevas.
Aquello que para Stendhal fue la visita a la basílica de la Santa Croce, hoy exige otros estímulos. Él relataba que “ver los frescos de Volterrano solo, sentado en la grada de un reclinatorio, con la cabeza apoyada en el púlpito, para poder mirar el techo” era suficiente para dejarlo sin aire. Hoy, probablemente la selfie frente a la Gioconda sea un fracaso frente a lo “pequeña” de la obra, la distancia a la que se la observa y la multitud que la rodea. La lupa de la inmersión permite un síndrome de Sthendal de otro tiempo, uno que espera impacto en los corazones de los que dejan los likes.