El espectáculo de la excentricidad
La excentricidad en el vestir expresa la personalidad de quien la practica bajo una forma rimbombante y sorprendente y a la vez desconcertante. Ya que si bien de la persona excéntrica se hacen evidentes al instante el gusto por la ostentación y la pasión por la indumentaria, cualquier otro dato personal queda oculto detrás de la información visual, múltiple, intensa, inusitada con la que satura las miradas ajenas. La indumentaria es lenguaje. Cada detalle, cada prenda y el modo en que las conjugamos informan sobre quién somos y cuentan acerca de quién pensamos o queremos ser. Al vestirnos nos damos a conocer, digamos que a libro abierto. Pero en el caso de la persona excéntrica el relato no pasa de la portada. Lo que ves es lo que hay.
La opción excéntrica es la más ingeniosa astucia para divertirse con el juego de la moda sin apostar en él la propia identidad ni entregarse a sus reglas lelas. De todos los personajes que el repertorio del vestir nos ofrece la posibilidad de interpretar –de la señora de marca en fusión a la reina de la rave clandestina en topless y pantalones extra amplios– las figuras excéntricas, puro producto de la imaginación personal, son las únicas libres de la sumisión a las marcas y la adicción a las tendencias; programan sus sometimientos y sus gozos.
Porque su estilo depende de su imaginación y tiene por base un abanico de predilecciones variadas, les excentriques proceden como coleccionistas de objetos de vestir de todas las épocas mucho más que como fans fervientes de las sucesivas modas del momento.
Por paradojal que parezca, son la timidez, la introversión, la inseguridad padecidas hasta el sofoco lo que lleva a mucha gente a zambullirse en la excentricidad en un gesto de desafío a sí misma. Y al contexto en que se mueven, claro está. Hay ciudades sedes de la moda, como París y Milán, que toleran mal el estallido jubiloso que es la excentricidad, a pesar del pequeño carnaval de personajes de alta potencia gráfica que albergan durante las semanas de la moda. En cambio, en Londres la excentricidad quedó integrada, hecha producto, pero persiste y resiste, auténtica. En Nueva York está viva, atlética o sofisticada y típicamente cool , la que practica la gente black. En Buenos Aires y su región, brilla, claro que por su ausencia.
La figura que puso la excentricidad en órbita haciendo de sí misma un notable arquetipo de la especialidad fue Anna Piaggi. Gran cronista italiana del devenir de las modas a lo largo de medio siglo, principalmente en Vogue Italia, y coleccionista ávida de prendas de época que entreveraba entre sí y con piezas contemporáneas para componerse los infinitos looks únicos que la distinguían donde fuera, aun entre la multitud.
Mantuve con Anna una amistad afable y seguí de cerca su itinerario estético, ya desde los 70, cuando comenzó a llevar el pelo ondulado a la Marcel acorde con los vestidos ligeros de los 20 que rescataba de los mercados de pulgas visitados por vestuaristas y fans de moda retró, o con modelos de Karl Lagerfeld en Chloé o de Walter Albini. Su estilo se enriqueció de colores y en yuxtaposiciones de toda procedencia, con efectos teatrales. En el nuevo siglo, tales despliegues deslumbraron, vía Internet, a un público que, turulato de placer, hizo de ella un ídolo. No hay más seguro escape de este mundo uniformado y confinado que el volcarse a esas pantallas a viajar con Anna y las criaturas de su espléndida especie.