El dictado gigante. Cómo es el proyecto que en Francia revindica escribir a mano
La Dictée Géante se llama la iniciativa por la cual cientos de personas se reúnen espontáneamente para ejercitarse con espíritu lúdico y de paso redescubrir los clásicos de la literatura
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Pocos meses atrás, un astronauta se tomó un recreo de su misión en la Estación Espacial Internacional para dictarle un pasaje literario a una pequeña multitud que permanecía en tierra firme. Haciendo malabares con la ausencia de gravedad, pero sin la menor solemnidad, el cosmonauta Thomas Pesquet leyó un fragmento de Un dique contra el Pacífico, de Marguerite Duras, mientras medio millar de franceses, muy concentrados ellos, seguían su decir acompasado, trascribiendo casi a la velocidad de las estrellas fugaces. Fue en el Museo del Aire y el Espacio, a pocos kilómetros de París, donde una pantalla gigante pasó el mensaje espacial de Pesquet, para delicia absoluta de escribas que, tras soltar sus lápices, no pudieron sino aplaudir la insólita experiencia de la que habían sido parte. Apenas otra entrega, la más inusual y espectacular, de La Dictée Géante: un proyecto entrañable con casi una década de andadura, que invita a redescubrir autores franceses a través de dictados públicos, en sitios que se abarrotan gracias a la participación entusiasta de niños, adolescentes y adultos de toda condición social. Gente que la pasa pipa y no se frustra al descubrir que ha cometido alguna que otra falta ortográfica porque, como señala el fundador de la iniciativa, el escritor del género polar Rachid Santaki, “lo que prima es el espíritu lúdico y la actitud benevolente, las ganas de encontrarse en torno a las letras”.
En charla con LA NACION revista, Santaki (1973) reconoce que no importa cuántas novelas haya publicado: su obra más conocida sigue siendo La Dictée Géante. A tal grado que, a menudo, transeúntes lo reconocen y le dan ánimos al son de Salut Monsieur Dictée!, apodo que se ha ganado a pulso. Hijo de un marroquí (al que el mismo Rachid, siendo chicuelo, le enseñó a leer y escribir), que trabajaba con un carro tirado por caballos, y de una francesa cajera de supermercado, Santaki pasó su infancia en Marrakech, hasta mudarse definitivamente a Saint-Ouen a los 5 años. Ya mayor, Rachid subsistió como mesero, conserje de hotel, repartidor de comida, instructor de boxeo. Fan de las historietas y de los films de Belmondo, este lector ávido –empapado en cultura urbana– fundó la revista gratuita 5 Styles, a la que le seguiría su debut y continuidad como novelista, a veces laureado. En 2013, comenzó como dictante en barrios humildes, creando un proyecto que ha servido para desmontar el cliché de que la gente de las periferias es agresiva e ignorante. Le ha servido, además, para mantener vivito y coleando un legado que, en esas latitudes, se considera “una tradición muy francesa”.
Tanto predicamento tiene el dictado en Francia que no es raro toparse con tiktokers que desafían a sus seguidores a jugarlo, leyéndoles –por ejemplo– La dictée de Mérimée, un clásico inoxidable, de larga data. Más precisamente de 1857, cuando Napoleón III y su consorte Eugenia de Montijo organizaban veladas cultas con acertijos, juegos de cartas, tableaux vivants y, claro, este infaltable pasatiempo, favorito de la Corte. La emperatriz encomendó al escritor Prosper Mérimée que escribiera un texto a los fines de probarse con sus invitados. El autor de la nouvelle Carmen (que décadas más tarde Bizet inmortalización en su popular ópera) aceptó de mil amores, redactando una pieza que apenas superaba la docena de oraciones. Lo breve, empero, no quita lo complicado: Bonaparte pifió 75 veces y la emperatriz, 62. Ni Alexandre Dumas hijo, que ya había publicado La dama de las camelias, pudo jactarse del diez felicitado con sus 24 errores ortográficos.
De Francia, además, surge un programa de tevé marciano: Dicos d’Or, donde el periodista cultural superstar Bernard Pivot sencillamente… dictaba. Y el rating lo acompañó, invariablemente en el transcurso de 20 años, hasta su última emisión en 2005. “Nostalgia por el pizarrón entre los mayores, ganas de jugar sin sanción entre los más chicos, y un apego de todos los franceses a su lengua, su gramática y su ortografía”, eran las razones que esbozaba Pivot cuando se lo interrogaba sobre el inusitado suceso de su criatura televisiva. La Dictée Géante, ¿tomó esa posta? “Eso espero. Es un honor siquiera ser comparado”, concede Santaki, recordando que hace apenas tres años alcanzó la marca mundial de mayor número de participantes in situ en un dictado, con 1473 personas reunidas para seguir atentamente su practicada cadencia en el Stade de France. “No se trata de que no tengan equivocaciones, sino de que se diviertan”, destaca quien organiza encuentros constantemente, citando en parques, centros vecinales, escuelas…
-Personas de diferentes edades y pasares económicos asisten a La Dictée Géante ¿Qué les despierta esa curiosidad?
-Lo que saco en limpio de todos estos años es la importancia de las palabras, hasta qué punto el idioma es nuestra raíz común. En un país que sufre de demasiadas divisiones y tiene pocos vectores de encuentro (como lo sería el fútbol, que representa por igual a toda la nación), mucha gente busca desesperadamente estar en comunión con los demás, pero no sabe cómo. La Dictée Géante logra esa unidad al crear un espacio igualador, que no hace distinciones de ninguna índole.
-Solés leer extractos de plumas consagradas de la literatura francesa: Colette, Balzac, Voltaire, Gustave Flaubert, Simone de Beauvoir… ¿La intención es acercar estos autores al común de la gente?
-Mi deseo es profanar la cultura, acabar con la estela elitista que a veces la rodea, y volverla accesible a todos los públicos. Por eso suelo decantarme por clásicos, entendiendo el ejercicio del dictado como otra manera de promover su lectura y de incentivar una apropiación colectiva, comunitaria. Luego, hilando más fino, también estoy atento a la sonoridad, a las músicas de los textos que elijo.
-La iniciativa comenzó en barrios populares, pero luego se extendió a museos, estadios, incluso cárceles. Has manifestado que, en las prisiones, el dictado tiene una resonancia mucho más visceral…
-En prisión se hace patente cuán apasionada puede llegar a ser nuestra relación con este ejercicio que, al final del día, es bastante rudimentario: en tiempos donde se suceden nuevas tecnologías a la velocidad del rayo, volvemos a tomar el lápiz y el papel, a escuchar y escribir. En un lugar tremendamente disciplinado como una cárcel, donde la vigilancia es constante, a nadie se le cruzaría por la cabeza hacer trampa. Entonces, la persona queda frente a frente consigo misma, confrontando con sus propias limitaciones; tensa confrontación que se va desvaneciendo y se vuelve juego cuando son alentados apropiadamente, cuando sienten que se los valora y se los motiva.
-Durante el momento más álgido de la pandemia, La Dictée Géante no se detuvo: la mudaste a redes sociales. ¿Es un formato que contemplás retomar?
-Tuve que pensar esta nueva forma cuando la crisis sanitaria impedía la presencialidad, una pena. ¡Veníamos de hacer dos ediciones en el Stade de France! Pero los dictados en línea, semanales, probaron ser exitosos: se conectaron miles de personas del país, también francoparlantes de otras partes del mundo. Además, casi de inmediato, la señal France Culture (radio pública, con sede en París) me propuso preparar emisiones para la cadena, que continúan y permanecen colgadas en la web, para quien quiera ejercitarse después. Sandrine Treiner, la directora, asimismo periodista y escritora, tenía ganas de que hubiese una propuesta de intercambio intergeneracional y a gran escala, basada en nuestra herencia común. Y desde el vamos, los oyentes se mostraron agradecidos, haciéndonos llegar testimonios muy conmovedores de cómo, estando enfermos o aislados, les hacíamos compañía. Nos contaban que los dictados les ayudaban a pasar el mal trago, a paliar la soledad; incluso hubo una mujer postrada que nos dijo que, jugando al dictado, se olvidaba de su dolor físico.
-¿Cómo ves el futuro para La Dictée Géante?
-Monumental: rompiendo más marcas mundiales, llegando a más lugares atípicos. Te puedo adelantar que ahora mismo estoy escribiendo un libro que relata cómo se ha cocinado y cómo ha ido evolucionando la propuesta, ventilando las intimidades detrás de un proyecto que continúa siendo una aventura. También está en camino una película documental.
-¿Ayudó el dictado a tu propio proceso como autor de policiales?
-Se ha vuelto una parte integral de mi vida como autor. Me ha permitido vincularme con las palabras –que son mi materia expresiva– de una manera diferente, incluso más especial. Siempre las he adorado; me permitieron sobrellevar momentos difíciles, superar tragedias personales. Pero, aun así, ahora entiendo más cabalmente el peso que tienen y, a sabiendas de su valor, mi mirada hacia la literatura se ha vuelto más delicada, más apreciativa.
-En 2017, tras notar una caída sostenida en ortografía, el Ministerio de Educación francés dispuso que el dictado volvería a ser diario y obligatorio en escuelas primarias, medida que no fue recibida con unanimidad.
-Hubo una discusión muy acalorada, con reacciones vehementes tanto a favor como en contra. Todo lo que está ligado a la lengua francesa desata pasiones fuertes, genera debates encendidos. Y hace sentido: nos implica a todos, es un tema vital. El buen dominio del lenguaje es lo que permite, por ejemplo, aprender a argumentar y no recurrir a la violencia, integrarnos y desarrollarnos profesionalmente, acceder a todos los universos e imaginarios que nos regala la literatura… En ese sentido, a sus detractores les recordaría que el dictado es una herramienta que efectivamente ayuda a un mejor control del idioma en más de un aspecto: pule la ortografía, sí, pero también enriquece el vocabulario, ejercita la memoria y la atención sostenida.
Quienes –como Santaki– defienden el dictado aseguran que reporta otros beneficios, como optimizar la puntuación y la gramática, combatir la sordera acentual; también trabajar la comprensión lectora y oral, la pronunciación y la caligrafía. Como sucede al practicar piano o tenis, aseguran, la repetición sirve para fijar conceptos y adquirir sanos automatismos, al igual que pasaba con el copiado, otra estrategia menospreciada hoy en día. También recuerdan que existen modos más interactivos y entretenidos para implementar el dictado: a partir de canciones o de composiciones de los propios alumnos; por parejas; con palabras ausentes, para que las infieran; de oraciones desordenadas, a modo de rompecabezas; de medias historias, para que completen el resto, y más.
Al recurrir a nuevas corrientes pedagógicas, sin embargo, sus críticos desdeñan esta herramienta, la tachan de emblema de una enseñanza vetusta, poco menos que un instrumento de tortura que aterroriza a niños. Afirman que, en el mejor de los escenarios, es un medio de diagnóstico, no así de aprendizaje; que el derramamiento de correcciones pega en la autoestima de los pequeños, los cohíbe y desanima a apropiarse del idioma.
Y por casa, ¿cómo andamos? Andrea Clop, docente en profesorados de enseñanza primaria y secundaria en las áreas Prácticas del Lenguaje y Literatura, cuenta cuáles son los lineamientos vigentes en la formación de maestros. “De la Ciudad de Buenos Aires”, hace pertinente aclaración, “dado que cada jurisdicción desarrolla su propio diseño curricular”. “Como técnica o estrategia por sí misma –dice respecto al dictado– ya no se utiliza en las escuelas”. De todas formas, a veces permanecen facetas del modelo clásico: “Quizás en algunos colegios privados donde, por ejemplo, hay una mirada más tradicional, siguen utilizándose dictados para evaluar”.
Lo importante, destaca, es que “cualquier estrategia esté acompañada de intervenciones docentes significativas, que formen parte de secuencias más largas, de progresión y complejización de saberes: sea el dictado, un cadáver exquisito o cualquier experiencia de celebración de la palabra, de apropiación de sus formas y usos. Porque, como en toda producción de saberes, si no es crítica y reflexiva, nos quedamos en la mera reproducción, que en algún momento se olvida. Lo importante es que haya un propósito claro, didáctico, en el que los chicos puedan sumergirse de manera consciente y activa”.