El desnudo. Moda para un tiempo sin estilo
Ya no son las prendas que llevamos lo que define la imagen de nuestro tiempo. La ropa ya no sirve como señal del carácter o del ánimo de cada cual. Pasó a ser un accesorio neutro. Esta depreciación dista de ser reciente; resulta de dos siglos de producción textil masiva en constante crecimiento. El exceso descomunal de artículos ha creado un efecto ineludible de homogeneidad. Acentúa, además, el efecto opresivo de monotonía, la reducción drástica del catálogo de prendas en oferta a unos pocos modelos y formatos universales. No solo hay demasiado, hay además demasiado de lo mismo –gorra, campera, camiseta, campera, zapas– todo de una escueta matriz de diseño.
A tanta monotonía responde la moda de lujo, dependiente de la industria del entretenimiento. Al favor del flujo continuo de eventos de la actualidad frívola, la alta moda pasó a cumplir una función decorativa y funcional. Más que de estética se trata de señalética: más enfática la hechura y más llamativa la tela, más importante el personaje que acarrea el todo. Con el paso de las temporadas, el deslizamiento gradual pero seguro hacia la caricatura no cesa de confirmarse y lo grotesco y extravagante han acabado por ser naturalizados. El público amplio lo consume entre otras distracciones fútiles; su moda son las zapatillas.
Dato duro: las confecciones, los formatos y los estilos que por más de un siglo han vivido en nuestros placards, el repertorio sentador y seguro de los clásicos de nuestra modernidad, ha entrado en fase menguante y aunque insustituible perdió su relevancia.
En la sociedad del nuevo milenio, insensible a la cultura del vestir, una de las grandes delicias burguesas tiene por guía los modos laxos del materialismo consumista, la satisfacción pop inmediata. El arte de cubrirse con gracia, adornarse con imaginación y envolverse en sobriedades perdura solo como práctica de happy few. La mirada actual no busca vestirse. No está educada para ver la ropa. Ha sido adiestrada para buscar los cuerpos que andan por debajo de ella ¿Los cuerpos? Sí. Véase si no. En las series más populares la actividad erótica dejó de funcionar como desenlace extático para servir de lubricante a los mecanismos del relato. Los desnudos adornan.
Sydney Sweeney es una de las actrices y actores mayores de edad que protagonizan esas series, a menudo en roles de adolescentes, a menudo al desnudo. En la foto, se nos aparece compacta, tersa, de mirada llana, con el perfil físico que caracteriza al arquetipo, hoy innombrable, de la Lolita, su 1,60 de altura semicubierto por el drapeado poco sutil de la gasa de seda de su vestido de noche largo, que adhiere a sus redondeces, libera las piernas y abre en medio de su pecho un vacío en el que tronan las esferas sólidas y pulidas de sus pechos. Se trataba de un atuendo de cena. Blandas armaduras eróticas con efectos similares y elipses de tela similares son ya de uso corriente.
El cuerpo desnudo, o casi, como nuevo elemento en los intercambios sociales abre posibilidades que antes de la pandemia no habíamos considerado -yo al menos. Podemos suponer que la industria de la cirugía cosmética será un factor decisivo en el diseño de nuevas apariencias que dibujarán el futuro. Me pregunté cuál mirada buscan esos cuerpos elaborados para la exhibición. Pienso que aspiran a los ojos múltiples de Argos, el gigante del mito griego, repartidos por su cuerpo, la mitad de los cuales siempre abiertos. Los tendrán. Finalmente, las redes no son otra cosa que un Argos inconcecible.