El coleccionista de fotos y mecenas de nuevas generaciones, talentos desconocidos y artistas consagrados
Jean-Louis Larivière, el adalid de la fotografía latinoamericana, inauguró su propio espacio y dice: “Hay que mantener la curiosidad”
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La primera fotografía de la historia fue culpa de Napoleón y un motor. Los hermanos Nicéphore y Claude Niépce, en 1807, cuando tener patentes de invención era similar a abrir una red social, crearon el Pireolóforo, uno de los primeros motores de combustión interna del mundo, al que Bonaparte le concedió el crédito oficial. Nueve años más tarde, justo cuando la patente estaba por vencer, Nicéphore se instaló en Inglaterra. Por entonces estaba obsesionado con fijar sobre alguna sustancia imágenes reflejadas en el fondo de la cámara oscura.
Ya había creado una caja con un agujero para una lente capaz de proyectar una imagen invertida en el fondo, que era utilizadas para dibujar. Una década más le llevó concretar el paso que deseaba. En 1826, luego de dejar una placa recubierta de betún en una cámara oscura durante casi medio día en su ventana, logró su objetivo. Aunque se trataba de retines (una imagen que no quedaba fijada a la luz del día), Vista desde la ventana en Le Gras es considerada la primera fotografía de la historia.
Jean-Louis y Nicéphore comparten algunos detalles. Aunque el primero nació en la Argentina, se educó, como el científico, en París. En sus casas no se sacaban fotos, pero se convirtieron en obsesivos de la imagen.
De Nicéphore no se sabe dónde nació el deseo de estampar la vida real en placas. Pero de Jean-Louis sí: su madre amaba las películas 16mm que tomaba durante los viajes que hacían en familia. Más tarde a él le dieron una Kodak Brownie, una reflex para sacar diapositivas. Pero siempre con fin de registrar recuerdos, sin ninguna intención artística.
Jean-Louis Larivière es el adalid de la fotografía latinoamericana. Desde la editorial que fundó en 1992, el franco-argentino difundió la obra de Marcos López, Facundo de Zuviría, Marcos Zimmermann, Esteban Pastorino y Adriana Lestido, entre otros. En su haber se pueden encontrar trabajos de Chambi, Renó, González Palma y Coppola, por citar más. La llamada Colección Larivière cuenta con más de 3000 piezas originales de fotografía latinoamericana. Con ella acaba de dar vida a la fundación que llevará su nombre, y permitirá que ese patrimonio sea exhibido en un espacio que se integra con el Distrito de las Artes.
Con su bonhomía y modestia, asegura que, de joven, una amiga le había prohibido sacar fotos de ella “ya que siempre salía horrible –cuenta él a LA NACION revista–. No mejoré mucho desde esa época. Mis recuerdos fotográficos son más bien frustraciones”.
-¿Conserva alguna imagen de aquella época?
-Cuando tenía 17 años, quise hacer alguna foto, pero las intenciones no duraron más de cinco minutos. Creo que me compré un filtro para mi máquina y nunca lo usé. Nunca supe hacerlo ni me interesó, pero sí me atrapaban los libros de fotografía y el trabajo personal de algunos fotógrafos.
-¿Por qué la fotografía ha marcado su vida? ¿Qué encuentra en ella?
-Cuando era joven, editaba posters y afiches para el mercado de decoración y de enmarcados. Muchos de ellos eran de fotografías. A su vez, seguía comprando muchos libros de fotógrafos. Vivía en Francia y no había tantas publicaciones. Y seguramente muy pocas latinoamericanas disponibles. Aprendí a mirar y entender la fotografía. Y al fotógrafo. Su obra muchas veces es una autobiografía.
-Aunque no fueran fotografías, ¿había cierta tendencia familiar el coleccionismo?
-No de un modo formal, pero mi padre había reunido una muy buena colección de libros. Una parte de ellos con encuadernaciones especiales, y coleccionaba objetos asiáticos.
Su madre le contaba que cuando su padre vendió parte de sus libros, los franceses más antiguos, le había comentado que lo hacía porque todo coleccionista en algún momento puede estar tentado con vender su colección. Para él, una vez que ha cumplido el ciclo puede pasar a otra cosa. “Formalmente, había dicho que los vendía porque ninguno de sus hijos se interesaba en los libros, pero la experiencia después mostró que no era tan así”, recuerda Jean-Louis.
-Dentro del arte la fotografía ha adquirido otro peso, aún tiene cierto atisbo de hallarse en el borde. ¿Cuál es su opinión al respecto?
Es tal vez un problema de confianza en el mercado. Pasó con la litografía, la serigrafía, el grabado o con otras técnicas de reproducción mecánicas. La fotografía es eternamente reproducible y puede generar dudas sobre su valor. Por esto, se empezó a limitar el tiraje y a numerar las obras. Esto funcionó para su posicionamiento. De todos modos, hay muy pocas galerías que se presentan como galerías de fotografía exclusivamente. Como expresión artística, entró en todas las galerías importantes, muchas veces con fotos de tamaño grande. Ninguna de estas galerías duda de que estas imágenes que exponen son obras de arte. De todas formas no me animaría a limitar las técnicas de expresión de un artista, me gusten o no.
-¿Dónde nace su interés por la fotografía latinoamericana?
-Después de muchos años de sumar libros y de que sintiera que habían cumplido su ciclo, hablé con mi padre y con mi hermano, que era coleccionista de escultura y pintura del siglo XIX y murió hace 30 años. No quería seguir su colección, que era muy importante. Llamé a mi amigo Alexis Fabry, con quien trabajamos juntos desde hace 20 años. Le dije que quería comprar fotografías. Almorzamos ese día y lo seguimos haciendo una vez al mes. Aquella vez me preguntó por mis intereses, cuáles eran los fotógrafos que me gustaban. Di algunos nombres de franceses, americanos… Me interrumpió y me preguntó si quería adornar las paredes o tener una línea de coleccionista. Le dije que quería armar algo interesante. Me recomendó que me centrara en una temática. En su enumeración mencionó, entre otras cosas, la fotografía latinoamericana y eso me gustó. Así empecé a comprar fotografía latinoamericana exclusivamente. Su mirada me ayudó a concentrarme.
-¿Cuáles son los desafíos de la fotografía latinoamericana?
-En general tarda un poco en hacerse reconocer. Primero, la fotografía japonesa pasó adelante, después la africana. Creo que nos va a tocar ahora. Los museos norteamericanos, entre otros, empiezan a interesarse; pero hay muy pocas fotos vintage disponibles. En los años 30 en adelante, fuera de México quizá, no había exposiciones, tampoco mercado. Y los fotógrafos no tenían dinero. Por lo cual no imprimían muchos ejemplares de las fotos. Curiosamente, cuestión que no veo tan definidamente en otras artes visuales, siento que hay una identidad latinoamericana en la fotografía. Pero hay que seguir trabajando…
Una lente para las lentes
Su anhelo era fundar su propia editorial. Lo concretó en 1992, con la creación de Ediciones Larivière junto con Dudu von Thielmann, una mecenas del arte latinoamericano, y la publicación de Estancias argentinas, su primer libro.
El sello comenzó a ocupar un lugar especial en el mundo editorial argentino por el impacto temático y artístico de sus libros y la calidad visual que los distingue. El acervo cultural sudamericano, en particular el argentino, empezó desde entonces a llenar las páginas de su catálogo. Convencido Larivière de que la difusión cultural tiene una importancia decisiva en la educación y la concientización social de un país, no dudó en publicar a artistas consagrados, pero también a nuevas generaciones de jóvenes y desconocidos talentos. Su propósito de difundir el patrimonio natural y cultural latinoamericano lo llevó a especializarse en la fotografía creativa.
“Disfruto mucho todavía de publicar libros. No teníamos idea de cómo se hacía un libro, para decir la verdad. Pero poco a poco fuimos avanzando en nuestro conocimiento editorial. El primero tuvo mucho éxito y nos propusimos hacer tres, luego cinco libros antes de decidir si seguíamos o no. El segundo fue con Yann Arthus-Bertrand, era La Argentina desde el cielo. Con él hicimos coediciones con alemanes y con ingleses. Eso nos enseñó realmente cómo hacer un libro, y cuando llegamos al quinto, ya estábamos agarrados por el virus editorial”.
-Es un habitué de los estudios de los fotógrafos, viene hurgando en sus espacios y sus obras más que cualquier otra persona en la región. Las opiniones coinciden en que va despojado de prejuicios. ¿Cómo se logra eso?
-Viajo muchas veces con mi amigo Alexis Fabry, que hace un gran trabajo preliminar. Así que elimina también mis prejuicios. De todas formas, hay que mantener la curiosidad. Nadie puede determinar de antemano que no va a encontrar una sorpresa en una de nuestras visitas. Puede ser que no nos guste o no nos sirva, pero esta sorpresa es un aporte.
¿Qué lo conmueve frente a un artista que acaba de conocer? ¿Qué le hace despertar su atención?
-No voy a una comida social. Entro a descubrir una personalidad creativa. ¿Cómo es? ¿Dónde vive o dónde me recibe? ¿Cómo reacciona? La primera impresión (de ambos) es muy interesante. Pero no es una experiencia tan sencilla. El artista está tenso, porque quiere recibir una reacción positiva de mi parte. Yo, en tanto, me pongo tenso si no me gusta tanto la obra presentada. Después, todo cambia por supuesto. Al mirar la obra, lo que más me importa es la singularidad. Hay tantos artistas que se inspiran de otro con más o menos suerte.
-Nunca como hoy se masificó la oportunidad de hacer un registro con una cámara. ¿Eso supone un beneficio o un perjuicio para el arte fotográfico?
-Es una lástima que se haya renunciado a sacar fotos con interés. Hoy podría quizás obtener una buena entre toda la cantidad sacada. Es impresionante lo que circula por día. Es interesante un estudio que leí hace unos años, que decía que el promedio de la gente que mira las fotos que sacó es inferior a uno. Eso significa que quien saca fotos después no las mira. En un museo, la gente ve una muestra a través de su teléfono. No creo que esto influya de ninguna manera en el arte fotográfico. Si, en el fotoperiodismo. Las fotos de los eventos son siempre fotos sacadas por amateurs con su teléfono. Todo el mundo hoy en día es capaz de sacar una muy buena foto. Lo difícil es sacar la foto que quieras en el momento que quieras. Ahí aparece el profesional.
-¿Por qué pensar en la Fundación y en este legado? ¿Qué quisiera que pase en ese espacio, física y simbólicamente hablando?
-No sabía muy bien cómo promocionar la fotografía latinoamericana en el mundo. Pensé en trabajar junto con el Pompidou en París o el Reina Sofía en Madrid. Llegué a la conclusión que iban a recibir la colección, hacer una muestra y después olvidársela. La única manera que vi para encender el interés por la fotografía latinoamericana era tener un espacio con un programa de exposiciones y editorial propios. Me pareció que la Argentina era el mejor lugar para tenerlo. Es donde mi familia tiene una historia con tanto para agradecer. Emprender este proyecto en el país es honrar esto y reafirmar la vocación por darle un lugar claro en el mundo a la producción fotográfica latinoamericana.
-¿Qué hay detrás de una foto perfecta?
-Es un tema un poco complicado. Hay que determinar qué es una foto perfecta. Para simplificar, diría que detrás hay un buen fotógrafo y mucha suerte. ¡Me van a matar...! (risas).