Cementerio aristocrático. La Recoleta, donde los próceres descansan juntos y aún estremece la joven que sepultaron con vida
Las figuras más relevantes de nuestra historia descansan en sus bóvedas; es uno de los sitios más visitados por los turistas que llegan a Buenos Aires
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Panteón nacional de los argentinos, el Cementerio de la Recoleta es, además, el primer cementerio público argentino. Este jueves 17 de noviembre cumplió 200 años. Hasta 1867, fue el único cementerio de la ciudad. Contemporáneo del cementerio francés Père Lachaise, se trata, sin embargo, de una creación cultural argentina.
Domingo Sarmiento, Julio Roca, Lucio N. Mansilla, Felicitas Guerrero de Álzaga, Facundo Quiroga, Juan Bautista Alberdi, Miguel Cané, Luis Vernet, Aristóbulo del Valle, Luis Federico Leloir, Eduardo Mallea, Adolfo Bioy Casares, Benjamín Solari Parravicini, Eva Perón, Álvaro Alsogaray y Raúl Alfonsín descansan en algunas de las más de 4500 bóvedas del cementerio. Más de noventa fueron declaradas Monumento Histórico Nacional. De enorme valor afectivo, histórico, artístico y también turístico, recibe constantes visitas tanto de público local como de turistas que visitan el país de todas partes del mundo. Debido a su gran peso simbólico, hoy es uno de los lugares más visitados por el turismo.
Fue inaugurado “en medio de la reforma eclesiástica del gobernador Martín Rodríguez, llevada a cabo por su ministro Bernardino Rivadavia”, cuenta el historiador Eduardo Lazzari. La polémica reforma, que levantó polvareda en sus días, suprimió el fuero eclesiástico, eliminó el diezmo y suprimió órdenes religiosas, cuyos religiosos pasaron al clero regular, entre otras medidas.
El Cementerio de la Recoleta fue el único de la ciudad de Buenos Aires hasta 1867, año en el que surgió el Cementerio del Sur, que más tarde fue clausurado. En 1868 se inauguró el Cementerio del Oeste, también luego clausurado, y en 1871 fue el turno del Nuevo Cementerio del Oeste, o Chacarita.
Hasta 1822, las personas eran enterradas en camposantos y criptas de templos y en las naves de las iglesias. Para ubicar el nuevo cementerio, se eligió el terreno ocupado por el huerto de la hoy Basílica Nuestra Señora del Pilar, construida por los frailes franciscanos recoletos que, en ese entonces, quedaba en las afueras de la ciudad. Disuelta la orden ese mismo año, se levantó el cementerio donde había estado el huerto.
“Los primeros sepultados allí fueron la oriental Dolores Maciel y un niño negro”, afirma Lazzari. En 1828 se trazó su perímetro definitivo y se designó un pequeño terreno donde, aún hoy, se conservan las tumbas más antiguas del cementerio. Allí se encuentran sepultados Cornelio Saavedra, el primer rector de la Universidad de Buenos Aires, Antonio Sáenz; y el miembro de la Junta Grande, el deán Gregorio Funes. “En 1824 se construye la tumba de Remedios de Escalada de San Martín, quien había muerto un año antes”. De gran valor emocional, la tumba es, además, la más antigua que se conserva tal cual era.
Surgen las bóvedas
“En 1830 la tumba de Manuel Dorrego marca el inicio de la construcción de las bóvedas. Hasta entonces, se enterraba bajo tierra”, señala Lazzari. El panteón argentino creció y adquirió su estado actual de forma espontánea. “Eso hizo que hoy estén allí cinco firmantes del acta de Independencia nacional y cinco miembros de la Junta de Gobierno de 1810, y que 26 de los 43 presidentes muertos estén o hayan estado allí”, destaca Eduardo Lazzari.
En sus doscientos años, el Cementerio de la Recoleta fue lugar de historias vinculadas con hechos de la historia reflejadas en él. Como es el caso del mausoleo del primer vicepresidente, Salvador María del Carril, quien había protagonizado, en sus días, una áspera y pública pelea con su mujer, Tiburcia Domínguez. Una vez muerto del Carril, su mujer mandó construir un mausoleo para su marido. Más tarde también encargó otro donde descansaría ella misma. Pero el de ella fue realizado por otro artista y está colocado, según sus órdenes precisas, de espaldas al de su marido. Otra historia, que pese al paso del tiempo sigue conmoviendo, está relacionada con Rufina Cambaceres, hija del escritor Eugenio Cambaceres, que “se casó con una dama -una artista nacida en Trieste- a la que la alta sociedad no aceptó. En 1883 nació su hija, Rufina, que, a los 19 años, sufrió un desmayo. Tres médicos la revisaron y la declararon muerta y la sepultaron. Al tiempo se descubrió que fue sepultada viva y la madre construyó un monumento art nouveau donde su escultura intenta abrir la puerta”, detalla Lazzari. Hoy las historias que circulan respecto a esta historia abundan y hasta se dice que hubo apariciones en sus alrededores.
Edificación de innegable valor histórico, el Cementerio de la Recoleta tiene también un valor incomparable desde el punto de vista del arte, contando con una exquisita colección de arte funerario. “Es el cementerio de valor patrimonial más importante de América. En su interior hay esculturas de los grandes escultores de entre 1860 y 1950, como Alessandro Canessa, Camilo Romairone, Lola Mora, José Fioravanti y Luis Perlotti”, describe el historiador.
El cementerio casi no tiene tumbas en tierra, sino que abundan las bóvedas y los panteones que, en algunos casos, alcanzan los quince metros de profundidad. Ellos son en sí mismos joyas representativas del art nouveau, del art déco, del barroco y del neoclásico. “En la Recoleta está una de las colecciones de vitrales más importantes del mundo, donde se encuentra mosaicismo bizantino y veneciano”, afirma Lazzari.
El historiador destaca el monumento de José Camilo Paz, representante de la generación del ochenta y fundador del diario La Prensa. Se trata de una escultura neobarroca francesa, obra del escultor Jules F. Coutan, con dos ángeles custodiando la puerta y rematado por una figura alada que señala la eternidad.
El Cementerio de la Recoleta tiene una mezcla de estilos y “un exagerado sentido de ostentación, reflejo de lo que fue costumbre de la generación del ochenta cuyos símbolos eran poseer un castillo a la inglesa en la estancia, un palacio a la francesa en la ciudad y un mausoleo a la italiana en el cementerio”, apunta Lazzari. El prestigioso cementerio porteño dio así inicio a una serie de cementerios monumentales en la Argentina, que lo tuvieron como guía y ejemplo. Es el caso del Cementerio San Jerónimo en Córdoba, El Salvador en Rosario o el Cementerio de la ciudad de Mendoza. “El cementerio de la Recoleta marcó una estética de cementerios argentinos durante estos doscientos años. Hoy está en la cumbre de peso simbólico”, afirma el historiador.
Victoria Ocampo y Arturo Illia
Casi todos los nombres de calles y avenidas corresponden a personalidades que descansan en bóvedas del Cementerio de la Recoleta. Y cada aspecto de la vida argentina está plasmada en la Recoleta. Grandes mujeres de nuestro país, como Mariquita Sánchez de Thompson, Victoria Ocampo y Elvira Rawson de Dellepiane descansan entre sus muros. “Una novedad es que allí se encuentra el panteón de un partido político, el Panteón de los Revolucionarios del 90 o de la Unión Cívica Radical, donde están sepultados Leandro Alem, Arturo Illia, Hipólito Yrigoyen y Elpidio González”, destaca Lazzari. También tienen panteones “las familias de la alta sociedad de principios de siglo XX, como los Alvear, Blaquier, Álzaga, Anchorena y Paz”, añade.
Las constantes visitas al Cementerio de la Recoleta de un público local y extranjero fueron motivo de ciertas medidas, como el cobro de la entrada para los extranjeros y para los argentinos que lo recorren con guía, para ordenar, de esta manera, su recorrido. Por su parte, Eduardo Lazzari ofrece visitas al Cementerio de la Recoleta los domingos, a las 16.