El arte de tapa puede fallar: el caso Drake y las peores portadas de discos de la historia
A propósito del cuestionado trabajo de Damien Hirst para el rapero canadiense, un recorrido por álbumes que causaron revuelo... por su mal gusto
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Mientras que al reconocido modisto y fotógrafo francés Hedi Slimane las portadas de discos le han servido de musa inspiradora para confeccionar colecciones de maisons como Dior o YSL, para un osado Bruce Springsteen son un arma de atracción que lo seduce a comprar discos aún desconociendo qué sonidos atesoran. Es tan arraigado su estatus que historiadores del diseño gráfico se han ocupado de los orígenes del arte de tapa, revelando que evidentemente no nació por generación espontánea: su padre sería el neoyorkino Alex Steinweiss, que revolucionó el mercado en 1939 al advertir el potencial de carátulas atractivas. Fue entonces cuando este hombre –que trabajaba para Columbia Records– propuso reemplazar las desangeladas cubiertas de níveo papel, en boga, por un packaging que vistiera creativamente los vinilos y asimismo diera pistas sobre su contenido. La ocurrencia rindió frutos casi de inmediato; se dice que, por esas fechas, la decisión dinamizó tanto las ventas de discos que reportó alzas del 800 por ciento.
Salto a la actualidad, año 2021. Tras mucha dilación, el rapero canadiense Drake lanzó recientemente su sexto y último disco de estudio, Certified Lover Boy, 21 canciones que han recibido comentarios mixtos de la crítica y de radioescuchas. Donde sí parece haber quórum es en la opinión sobre la tapa del álbum, que dejó a todos patidifusos, y no precisamente por considerarla artísticamente elevada. Normal la reacción, considerando que se trata de doce emojis de mujeres embarazadas, de distintas etnias, tal vez una oda solapada a la virilidad del músico. “Más que simple, simplista”, han dicho voces relativamente amables sobre la carátula, devenida fenómeno viral en redes sociales, donde ha sido parodiada hasta el paroxismo. Se la tomaron para el churrete, entre otros: el músico sensación Lil Nas X, algunos late night shows de la tevé estadounidense, basquetbolistas de la NBA, también empresas cosméticas y de parrillas. Ni siquiera faltó el internauta pelirrojo que aprovechó la batahola para hacer un berrinche porque –entre los inclusivos emojis elegidos– falta una preñada de melena colorada.
Lo más curioso es que Drake ni encargó el trabajo a un párvulo ni a un diseñador amateur, como podría pensarse luego de un somero repaso: el autor de la portada es uno de los artistas contemporáneos mejor considerados –y más altamente cotizados– de la actualidad, ganador de un prestigioso premio Turner en los 90, otrora referente del movimiento Young British Artists. Fue Damien Hirst quien labró el infame arte del disco, que lo menos que se ha ganado es: “¡Sí que sos un holgazán!”. Los más benevolentes, dispuestos a darle una chance, han visto en los emojis una cruza entre sus Spot Paintings (lienzos con puntitos de colores complementarios) y su escultura en bronce La Virgen Madre. Pero en general, hay concordancia en que la obra es “perezosa”, “desastrosa”, “insalvable”.
Acostumbrado como está a la polémica, difícilmente los ataques online le haya sacado canas verdes al ex enfant terrible, porque, bueno, las tiene teñidas de azul pitufo, tal es su look actual. Si no le entraron las balas cuando le llovían dardos envenenados por sumergir animales muertos en tanques con formol (para simbolizar la finitud de la vida), raro sería que las burlas en torno a la tapa de Certified Lover Boy le hagan perder los estribos. La amistad con Drake, por otra parte, se mantiene incólume: acaba de intervenirle unas zapatillas colorinches para delicia del rapero. Será que ambos suscriben a la conocida máxima wildeana: que hablen mal de uno es espantoso, pero hay algo peor y es que no hablen.
Pues el público ha hablado, también publicaciones de primera línea que no han dudado en colgarle el listón a peor tapa de la historia de la música. ¿No será mucho? De haberse adentrado en los abismos que proponen grupos de Facebook como “Tribute to The Very Worst Album Covers” o “World’s Worst Album Covers”, con decenas de miles de melómanos sumando ejemplos y debatiendo acaloradamente al respecto, sabrían que hay portadas de discos más frikis, más absurdas, más desafiantes de la estética…
Está el mojón rosado, bañado en purpurina, que engalana Hortera, disco del año pasado de Varry Brava, banda indiepop alicantina. El álbum Rat On! (1971) de un soulman imprescindible, de culto, poco conocido por el gran público: Swamp Dogg, que se montó sobre una rata gigante en el citado disco, en un collage –para algunos– traumatizante. Casi tan persistente en la memoria, Live It Up (1990), de Crosby, Stills & Nash, montaje de operarios en la luna que, en vez de chequear cableados, hacen lo propio con salchichas. Están los inexplicables pistoleros intergalácticos, que parecen salidos del film Zardoz, injustificados para la carátula de The Planets, suite en 7 movimientos del compositor clásico Gustav Holst, con dirección orquestal de Sir Adrian Boult. El muchacho que cortó su pelo en pecho para darle forma de corazón en Örökre Szívembe Zártalak (2009), del grupo de rock húngaro Kiscsillag. La reedición de 1978 del único disco colaborativo entre Meatloaf y la cantante de blues Shaun “Stoney” Murphy, Stoney & Meatloaf, donde un pan de carne oficia de rostro, con salsa de tomate funcionando como cabellera, arvejas como ojos, papitas como nariz, muy lejos de ciertas concepciones pictóricas de Arcimboldo y Magritte.
Está la extraña fotografía de Simon & Garfunkel para Bridge Over Troubled Water (1970), su último y reverenciado álbum de estudio, que ha hecho a más de uno preguntarse: ¿está Art acosando a Paul en la calle?, ¿por qué le respira en la nuca?, ¿se le ha cruzado Paul delante para irritarlo en plena sesión? Inquietantes dudas… Las mismas que despierta la portada de Bandwagonesque (1991), de los escoceses Teenage Fanclub, con una bolsa de dinero que parecer haber sido dibujada con una muy precaria computadora y poco pulso para dirigir el mouse. El músico Julian Lloyd Webber, hijo del compositor William Lloyd Webber, durmiendo abrazado a su violonchelo en un avión, capturando en forma bien literal el nombre de su disco del 84: Travels With My Cello… El etcétera es francamente interminable, y parecería darle la razón a aquel dicho de Pablo Picasso acerca de que el principal enemigo de la creatividad es el buen gusto.
Aunque por motivos de índole estético se ha hablado de “polémica” en el affaire Drake-Hirst, hay que decir que Certified Lover Boy no ha hecho suficientes méritos para ser tenida por portada controvertida, una categoría que cuenta ya con numerosos representantes. Por ejemplo, The Mamas & The Papas, a los que les echaron sapos y culebras por su brava osadía cuando en la portada de If You Can Believe Your Eyes and Ears, su álbum debut de 1966, se vio de refilón… un inodoro. Cubierto, como era de esperar, en sucesivas ediciones, por considerar que mostrar un retrete era algo “indecente”. La prohibición le daría estatus mítico: la tapa original es hoy requerida pieza entre coleccionistas. El adminículo sanitario persistió un tiempo como tabú, conforme demostraría Beggars Banquet (1968), de los Rolling Stones, con un baño público que había visto mejores días, cubierto de grafitis, visible parte del “trono”. La foto elegida para este banquete de mendigos terminó en ayuno: fue reemplazada por una cubierta blanca con letras cursivas, suerte de invitación formal.
Otra tapa muy discutida del grupo liderado por Mick Jagger fue la del emblemático Sticky Fingers, de 1971, lanzado hace medio siglo. Para reflejar el título insinuante del longplay, Andy Warhol –encomendado a diseñar la histórica portada, asistido por Craig Braun– imaginó una bragueta en primer plano que, en su versión original, tenía una cremallera que se podía accionar. Al bajar el cierre se revelaba una hercúlea entrepierna masculina, en slip blanco de algodón, pero el sobresaliente aditamento acabó por retirarse: dañaba a los vinilos al ser transportados. ¿Quién era el dotado joven del jean? El enigma persiste.
Unos años antes, en 1966, el álbum recopilatorio Yesterday and Today, de los Beatles, casi provoca un ictus colectivo a dueños de disquerías en Estados Unidos. Temblaban ante la mera idea de colocar entre sus bateas un LP donde, vestidos como carniceros, los cuatro fantásticos sostenían trozos de carne cruda y ensangrentadas muñecas desmembradas; una sátira al arte pop que no pasó inadvertida y, por tanto, rápidamente fue retirada y suplantada por una foto del cuarteto alrededor de un inocuo baúl, libre de hemoglobina.
Dos años más tarde le tocó el turno a Electric Ladyland, de Jimi Hendrix, con diecinueve mujeres desnudas que causaron disgusto entre británicos. El propio guitarrista secundó la opinión: aclaró que ni fue su decisión ni le gustaba. De hecho, Hendrix la tildó de burda jugada de marketing, y estuvo muy de acuerdo con que “esa porquería” fuera sustituida. También en el 68 dio de qué hablar Two Virgins, el longplay experimental de John Lennon y Yoko Ono, donde aparecían completamente en cueros. La discográfica terminó vistiendo la tapa: con un envoltorio marrón que solo dejaba ver las caritas de los susodichos nudistas.
Salta a la vista que el asunto de la desnudez da para varios capítulos. Trajo problemas a Roxy Music por su aclamado Country Life (1974); a la banda germana Scorpions –y con razón– por presentar una prepúber sin ropa en Virgin Killer (1976); a las libérrimas Slits por su inaugural Cut, donde Ari Up y compañía lucían como amazonas embarradas, en topless. Hasta un David Bowie metamorfoseado como criatura posapocalíptica de un universo orwelliano, pintado por el artista belga Guy Peellaert como medio perro, medio hombre para Diamond Dogs (1974), debió rever cierta porción de la imagen: la de los genitales caninos, que espantaron a más de dos recatados.
“La astucia puede tener vestidos, pero a la verdad le gusta ir desnuda”, decía Thomas Fuller, capellán de la realeza británica del siglo XVII, y esa frase aparentemente habría inspirado al legendario manager Malcolm McLaren, a la sazón agente de la banda new wave Bow Wow Wow, para el disco See Jungle! See Jungle! Go Join Your Gang Yeah, City All Over! Go Ape Crazy! En 1981, se le ocurrió al entonces marido de Vivienne Westwood que replicaran la pintura Le Déjeuner Sur l’Herbe, de Manet, que en 1863 había sido rechazada por el Salón oficial parisino. La fórmula “chica desvestida merendando con dos muchachos trajeados” volvió a escandalizar, en especial porque la cantante Anabella Lwin tenía entonces 14 años. Su madre puso el grito en el cielo e incluso instó a Scotland Yard a que iniciara una investigación por explotación con fines inmorales, que al final del día no pasó a mayores.
Queda clarísimo que, en ocasiones, artistas contemporáneos han contribuido a esta manifestación artística, con resultado variopinto. Aunque la carátula de Certified Lover Boy sea su incursión más debatida, el propio Hirst ya tenía unas cuentas en la guantera: suyas las tapas de Sequel to the Prequel, de los Babyshambles; de I’m With You, de los Red Hot Chili Peppers; del primer disco de Joe Strummer & The Mescaleros… La gran pintora Jenny Saville –considerada heredera de Lucian Freud– fue la autora de la portada de Journal for Plague Lovers, de Manic Street Preachers. Jeff Koons se ocupó de Artpop, de Lady Gaga; George Condo de My Beautiful Dark Twisted Fantasy, de Kanye West. El ya citado Warhol ofreció otra portada icónica para la historia: la afamada bananita de The Velvet Underground & Nico. Robert Rauschenberg estuvo a cargo de Speaking in Tongues, de Talking Heads. Basquiat diseñó el cover art de una banda punk/ska que ya no corre llamada The Offs. El actor Jackie Gleason fue también un prolífico músico, y su álbum del 55 Lonesome Echo fue un trabajo de su amigo Salvador Dalí. Otros artistas involucrados en la noble misión de embellecer tapas de discos de distintos géneros musicales: Kara Walker, Sebastián Spreng, David LaChapelle, Yayoi Kusama, Ernie Barnes…