El arqueólogo de Borges. El investigador que saca a la luz los secretos familiares y personales del escritor
Formado en sistemas, antropología y lenguas antiguas, en su más reciente obra Martín Hadis indaga en la vida de Leonor Acevedo, la madre del autor de El Aleph
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“El afán de Georgie era el zoológico, le gustaban las fieras, the ferocious tiger. No era desobediente; era ordenado, pero cuando se le metía una cosa en la cabeza no se la sacabas con nada. Un día se le ocurrió llevarse del zoológico una piedra grande, cerca de los osos. Se tiró al suelo y tuve que llevarlo llorando a gritos, a tirones, hasta casa. Lo encerré en el baño, pero sin llave; para él bastaba estar en penitencia. Me cansaba de oírlo gritar y le dije: ‘Bueno, si lo has hecho sin querer, salí’. Contestó: ‘Lo hice con querer’”, le contó una tarde Leonor Acevedo de Borges a su buena amiga Alicia Jurado, miembro del Grupo Sur, reconocida autora de relatos, ensayos y biografías. Aquellas anécdotas, las historias narradas por la madre del escritor argentino, quedaron registradas en centenares de papeles sueltos. Anotaciones sin fechas, sin mayores precisiones que la propia anécdota que Alicia escribió y guardó: “pedacito de historia que tuve la fortuna de custodiar. Son las imágenes que retuvo hasta el final de su vida una mujer de excepcional inteligencia, de cultura nada común y de fina sensibilidad”. Imágenes, fragmentos dispersos que Martín Hadis, “borgeólogo”, profesor e investigador hilvanó en Memorias de Leonor Acevedo de Borges. Los recuerdos de la madre del más grande escritor argentino.
“Alicia buscó entretener a su amiga ya anciana, animarla, eran encuentros afectivos sin un orden específico, ni temático ni cronológico. Esas charlas, esos momentos compartidos cuentan de una frescura y naturalidad que no creo que se hayan podido dar de otra forma. Por eso las anécdotas no conocen el orden, saltan de una a otra”. Por más de una década, Hadis, que ya había publicado libros referidos al autor de Ficciones, como Literatos y excéntricos: los ancestros ingleses de Borges y Siete guerreros nortumbrios. Enigmas y secretos en la lápida de Jorge Luis Borges, intentó darles un contexto a esos papeles, un armado a esos “mojones familiares”, tal como llama a esas pistas sueltas: “cuando enviudó la tía Ercilia”; “el año que en murió mi marido”, “cuando Frank Borges regresó de su exilio”. Piezas de un rompecabezas o como Hadis denomina “matiére de Buenos Aires”, recuerdos y tradiciones que “proveen personajes, situaciones y atmósferas sobre las que se basan muchas de las ficciones borgeanas –analiza–. Por eso me animo a decir que este libro es una precuela de las biografías existentes de Jorge Luis Borges, una precuela, incluso de su autobiografía. En los dichos de Leonor se reconstruyen aspectos de la historia argentina, los orígenes familiares, el entorno en el que se formó y creció el pequeño Georgie. Es un libro al que le tengo mucho cariño porque, a diferencias de los otros, es pura emoción”.
Leonor Acevedo nació el 22 de mayo de 1876. “El inicio de su narración coincide –señala Hadis en las primeras páginas del libro recientemente editado– con los finales de la década de 1870, en una Buenos Aires que por entonces tenía unos 200 mil habitantes (…). Las reminiscencias de Leonor incluyen, además de sus propios recuerdos, los relatos que ella recibió por transmisión oral de sus padres y abuelos”. Y en aquellos recuerdos, el de una vida casi centenaria, se dibuja la propia historia del país. “El ascenso y la caída de Rosas, los vaivenes del peronismo –enumera Hadis–. Empecé a ordenar y a fechar esos papelitos de los encuentros que mantuvieron Alicia y Leonor (calcula que fueron entre los años 1971 y 1974), sin saber muy bien adónde me iban a llevar. No tenía destino cierto”.
Como si fuera un orfebre, Hadis releyó cada uno de esos papeles, de esos fragmentos de una memoria dispersa que Alicia Jurado había guardado en una carpeta. “Reconstruir esa memoria, la de Leonor Acevedo, tiene un significado muy fuerte para mí –reconoce–. Tener esa carpeta fue de una gran responsabilidad. Temía que me pasara algo, lo digo en serio. Con el libro publicado sentí cierto alivio. La memoria, aquellos recuerdos de la madre, de la persona que tanto influyó en la vida de un escritor como Borges están en estas páginas –traslada el alivio en un suspiro–. Este libro es como el backstage de la vida de Borges, todo lo que hizo en su infancia está narrado en la voz de su Leonor. Experiencias, vivencias que después vimos reflejadas en su obra. Por eso hablo de precuela”.
“Cada vez que iba al zoológico se detenía a mirar a las bestias feroces, especialmente a los leones y los tigres. El tigre se ha apoderado de él. Ahora está por toda su obra. Nunca he logrado comprender el motivo de esta fascinación suya. ¡Nadie en nuestra familia es feroz! Siempre hemos sido una familia tranquila, dedicada a los libros. Los libros han sido siempre nuestros amigos. Pero a Georgie le han gustado siempre ‘las fieras’”.
La formación interdisciplinaria de Martin Hadis (licenciado en Sistemas, con un master en el Massachusetts Institute of Technology; estudió literaturas germánicas comparadas y religiones comparadas en la Universidad de Harvard; realizó una maestría en antropología en la Universidad de North Texas; además de aprender alemán, japonés, chino mandarín, hindi, galés, hebreo antiguo, inglés antiguo y antiguo nórdico), le posibilitó abordar las investigaciones desde diferentes ángulos, lo que lo llevó a ir siempre mucho más allá; develar enigmas de un personaje del que uno podría imaginar que ya se ha dicho todo. “Al contrario, no hay que pensar que está todo dicho, ni tampoco dar nada por sentado. Borges decía que el libro no es un ente incomunicado, es una relación, es un eje de innumerables relaciones –sostiene Hadis–. Para mis trabajos parto de preguntas que pueden resultar simples, pero no lo son: ¿Quién es Jorge Luis Borges? Y desde ese interrogante armar su árbol genealógico”.
¿Cómo aparece la fascinación por Borges y la necesidad de embarcarte en este tipo de investigaciones?
Esto de investigar, de plantear inquietudes, de ver las cosas desde diferentes perspectivas viene de mi familia. Mi madre era antropóloga; mi padre, ingeniero, y mi abuela, profesora de inglés. Desde chico siempre fui muy curioso. Aprendí a leer solo y atacar las bibliotecas, la que había en casa y la de mi abuela, que en su mayoría estaba compuesta por libros en inglés. Mi abuela me hablaba en inglés; ahora que lo pienso, no sé si hubo un momento en el que no supiera inglés. En casa, estaban todos esos textos antropológicos donde podía meterme con otras religiones, culturas; otras formas de ver el mundo. Eso me abrió mucho la cabeza. Ya de chico leía sobre símbolos, quizá no entendía todo, pero después mi mamá me lo explicaba. En lo de mi abuela hurgaba en esos libros de lingüística. Mi madre siempre me habló de los grandes enigmas de la existencia humana. De mi padre ingeniero heredé la otra parte, la técnica. Los fines de semana soldábamos circuitos en el baño. Esta curiosidad, esta necesidad de saber tenía de dónde alimentarse. Y así apareció Borges: estaba ahí, en las bibliotecas. Empecé a leerlo de chico, no sé cuántos años tenía. Ana María Barrenechea, una de las hispanistas más importante del siglo XX, era amiga de mi abuela. Barrenechea fue la primera en publicar un estudio académico sobre él: La expresión de la irrealidad en la obra de Borges (Centro Editor de América Latina, 1957), un clásico, una lectura obligatoria para quien quiera entenderlo. Un libro agudísimo al que sigo consultando. Para mí, era Anita. Ella me hablaba de Borges, me daba libros y cuando no entendía algo, me orientaba, me explicaba, me decía ‘fíjate tú’, porque Anita hablaba en el español de España y me guiaba. Esta crianza, por llamarla de alguna forma, fue la que me llevó a preguntar cosas cómo: ¿quién es este escritor de enorme inteligencia?, ¿por qué habla de un destino literario? Muchas de las respuestas estaban limitadas a su autobiografía, a lo que el propio Borges contó en las entrevistas. Él decía que su destino era literario, como una herencia: ‘En mi casa siempre se entendió que yo debía ser el escritor, que yo tenía que realizar el destino literario negado a mis mayores’, contaba, lo que me llevó a preguntar: ¿a qué mayores se refería? Borges dejó saber que su vocación literaria tiene como origen la rama paterna de su familia y señaló la biblioteca de su padre como el hecho capital de su vida, y Leonor asegura que formó su espíritu.”
La biblioteca paterna, compuesta en su mayoría por libros ingleses, pertenecían a su abuela Frances Haslam. “En su autobiografía, Borges señala que su abuela era una gran lectora. Entonces quise saber más de la abuela inglesa y cuál era el legado literario de esta mujer nacida en 1842″. La biblioteca de la que tanto hablaba el escritor fue, como dice Hadis, la punta del iceberg de una genealogía mucho más antigua de lo que imaginaba el propio autor de “Funes el memorioso”. “Desciende de un clan de escritores e intelectuales bastante extravagantes, cuyos orígenes se remontan al siglo XVIII –señala, y destaca el extenso recorrido sobre los orígenes develados en la investigación que publicó con el título Literatos y excéntricos–. Borges fue el séptimo u octavo escritor de su estirpe, pero ni él lo sabía. Lamento no haber podido darle el libro, para él hubiera sido muy importante revisar su pasado. Fue toda una gran aventura armar toda esta red, tejer asociaciones, confluencias. El ser humano es un animal suspendido en redes de significados que el mismo ha tejido, y esta mirada te la da la antropología. Esta investigación me llevó de un enigma tras otro. Cuando di con Joseph Barnard Davis (1801-1881), médico y craneólogo (la colección de calaveras llegaba a 2500 ejemplares que plasmó en los libros Thesaurus Craniorum, en 1867, y Crania Britannica, en 1862) que estaba en comunicación con Charles Darwin, me voló la cabeza. Esa sensación me hizo acordar a los paleontólogos de Jurassic Park, que, tras años de trabajar y estudiar los huesos de los dinosaurios, se encuentran con los dinosaurios vivos. Esa sensación de asombro, de fascinación me produce este trabajo”.
El árbol genealógico fue reconstruido minuciosamente a través de certificados de bautismo, de defunciones, testamentos. “Fue una investigación histórica y cultural que demuestra que los antepasados de Borges, los Haslam, conformaban un clan de intelectuales –asegura Hadis–. Estos hallazgos redefinen a Borges. Siempre imagino lo que hubiera significado para él acceder a esta investigación y descubrir que tenía genes literarios, por lo que en su casa siempre se entendió que debía ser escritor”.
Antes de sumergirse en la titánica tarea del árbol genealógico, Hadis trabajó sobre el último gran enigma de Borges, ese que fue tallado en una piedra gris, donde asoman guerreros ingleses medievales, un barco vikingo, una cruz rúnica y varias inscripciones que se erigen en el cementerio de Plainpalais, en Ginebra. El resultado fue Siete guerreros nortumbrios: enigmas y secretos en la lápida de Jorge Luis Borges, donde a través de un recorrido por crónicas medievales, antiguas mitologías y las literaturas del pasado nórdico y sajón, explora la relación de Borges con el heroísmo y la épica, la interpretación de los símbolos con las fuentes de su creación literaria y con los propios orígenes del gran escritor argentino. “En el momento en que comencé a investigar sobre la tumba estaba cursando inglés antiguo en la Universidad Harvard con Joseph C. Harris, un experto en literatura germánica y nórdica-islandesa, uno de los mejores maestros en este campo. Me considero muy afortunado de haber sido su alumno. Cuando comenté el trabajo sobre la tumba, en la universidad despertó una gran curiosidad. Fue un proceso gradual, que duró décadas, porque no solo se trataba de analizar de dónde procedía cada símbolo tallado en la piedra, era importante vincular esos elementos con la vida, la genealogía, la historia personal de Borges y su obra”. Nuevamente Hadis vuelve hablar de una red de significados que se entretejen. “Que enlaza lo sajón y lo vikingo con el heroísmo criollo –profundiza–. Debajo de la imagen de los guerreros hay una frase en inglés antiguo, And Ne Forthedon Na (y que no temieran), que pertenece a un poema que conmemora la batalla de Maldon ocurrida en 991, en la que un ejército sajón se enfrentó con una horda de vikingos y donde, a pesar de una segura muerte, el líder motivo a sus hombres, los incentivó a que tuvieran coraje. Esta batalla está entrelazada con La Verde, en la provincia de Buenos Aires, en 1874, donde el coronel Francisco Borges, su abuelo paterno, va a una muerte segura. La historia argentina es parte de la familia de Borges, Leonor lo cuenta muy bien y Jorge Luis creció en un ambiente donde el coraje, el honor, la lealtad eran parte esenciales de su vida y de su obra. En un poema, lamenta no haber sido valiente: No haber caído, / como otros de mi sangre. Y en una conferencia recordó que su padre y su abuela inglesa ‘murieron ciegos; ciegos, sonrientes y valerosos, como yo también espero morir’. Una de las grandes ambiciones de Borges era morir sin temor”. La talla que realizó Eduardo Longato fue hecha por pedido de María Kodama. “Un gran homenaje, porque plasma los ejes centrales de la vida y de la obra de Borges. Siempre digo que es indispensable consultar a Kodama por su memoria viva del autor”.
En la presentación de Memorias de Leonor Acevedo de Borges, que se realizó en la Biblioteca Nacional en diciembre último, Kodama acompañó a Hadis y recordó momentos compartidos con la madre del escritor, quien, en su lecho de muerte, unió en un gesto la mano de Kodama con la de su hijo. “Como diciendo: ‘te lo entrego’”, contó la especialista en literatura esa tarde en la que bebieron agua de una jarra labrada de Leonor Acevedo, tal como describió Cecilia Martínez en la cobertura de la charla que tuvo entre sus oyentes a varios descendientes de la familia Borges y al director de la Biblioteca, Juan Sasturain, quienes escucharon atentos las narraciones maternas acerca de las travesuras de Georgie y la conexión de la familia con figuras claves de la historia argentina.
El profundo conocimiento de la obra, el pensamiento y forma de hablar del autor le permitió a Hadis encarar Borges: El misterio esencial. Conversaciones en universidades de los Estados Unidos (Sudamericana), volumen que publica por primera vez en castellano los diálogos que el escritor argentino mantuvo con profesores y estudiantes de las universidades estadounidenses más prestigiosas (Chicago, Indiana, Columbia, Boston, Harvard y el MIT) durante la gira académica en la década final de su vida, en la que también ofreció una entrevista a Dick Cavett y un encuentro en el PEN Club de Nueva York. La edición original de aquel tour estuvo a cargo del traductor y amigo personal de Borges, Willis Barnstone. El desafío de la traducción llevó a Hadis a explorar su costado técnico e informático a través de un programa que él mismo creó para analizar la frecuencia con que Borges recurre a distintas palabras. “No se trató de una mera traducción –aclara–. Borges se expresaba perfectamente en inglés y para traducirlo al castellano, a su lengua materna, estuve muy atento al cuidado de las palabras y expresiones que utilizaba en su propio idioma. Lo escuché tanto que en mi cabeza tengo presente su voz, sus expresiones. Las etapas de su vida están marcadas por diferentes palabras, allá por los años 20, las más comunes eran calle, tarde, patio; en los 40, aparece lo incierto, el laberinto, Dios, el universo; a partir de los 60, se hace presente el olvido, la muerte, la noche y las sombras”.
Sin alejarse del concepto que repetía Borges, “la lectura nunca puede ser obligatoria porque el placer nunca es obligatorio, el placer es algo buscado”, Hadis intenta que sus textos sean una invitación al universo borgeano, una invitación que él mismo se hace y en el que se permite descubrir secretos que poco a poco, como un arqueólogo en busca de un tesoro, le son revelados. “En el trabajo que realicé para las memorias de Leonor encontré un dato que me emocionó muchísimo”, confiesa. Toma el celular y lee un fragmento de El testigo: “En el tiempo hubo un día que apagó los últimos ojos que vieron a Cristo; la batalla de Junín y el amor de Helena murieron con la muerte de un hombre. ¿Qué morirá conmigo cuando yo muera, qué forma patética o deleznable perderá el mundo? ¿La voz de Macedonio Fernández, la imagen de un caballo colorado en el baldío de Serrano y de Charcas, una barra de azufre en el cajón de un escritorio de caoba?”. Se detiene y repite: “La imagen de un caballo colorado en el baldío de Serrano y de Charcas”. Me pide el ejemplar de las memorias, que después firmará, y se detiene en la página 247 y en voz alta dice: “Le gustaba mucho salir a caminar por el barrio que era bastante feo, con casas modestas y baldíos –lee el texto–. En uno de esos baldíos, en la esquina de Charcas y Serrano, había un caballo que Georgie llamaba ‘su caballo’ y decía que lo iba a visitar; esa propiedad imaginaria duró bastante tiempo, hasta que edificaron en el baldío”. Hace una pausa. “El testigo es de 1960 –apunta– y este es un recuerdo de un Borges de cinco años. Ese caballo colorado que perdió en el baldío cuando era un niño, es el mismo que recuperó tiempo más tarde y que volvió a perder en El testigo”. Cierra el libro y sin dudar afirma: “Esto es lo que me lleva a seguir indagando en su mundo”.