El proyecto contempla el tratamiento de humedades y filtraciones en muros y cubiertas, reparación de grietas y fisuras en los revoques originales de las fachadas, conservación y restauración de aberturas
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Tours de fotos, visitas guiadas, agrupaciones virtuales de fanáticos y exégetas, circuitos turísticos, películas, jornadas, encuentros, centros de interpretación y libros... Ningún arquitecto actual despierta el interés (o la fascinación) que logra la obra un poco art decó, un poco brutalista, siempre imponente, desmesurada, futurista y fuera de escala de Francisco Salamone (1897-1959). En apenas cuatro años, entre 1936 y 1940, un arquitecto siciliano sembró la provincia de Buenos Aires con más de 60 edificios estrambóticos en 25 municipios. Después de casi siete décadas de olvido, hace unos años comenzaron a valorarse como raras joyas patrimoniales. Un plan de restauración volverá a darles brillo.
Existe la llamada ruta Salamone: un camino que une Azul, Carhué, Tornquist, Laprida, Saldungaray, Pellegrini, Rauch y Guaminí, y la lista sigue. Sus faraónicos portales de cementerios, palacios municipales y mataderos hoy se encuentran en plena obra, gracias a la nueva mirada que se tiene de sus moles de hormigón repartidas en dos provincias, declaradas Monumentos y Bienes Históricos Nacionales. Muchos de esos edificios están en uso, pero otros, como algunos mataderos, son ruinas.
La Municipalidad de Carhué, por ejemplo, es una torre coronada con un reloj, que se faceta y se afina con el correr de los metros, mezcla de art decó, futurismo italiano y funcionalismo. La torre del Matadero Municipal de Guaminí, en cambio, es una cuchilla. No hay explicación posible para la fuente-macetero, las farolas y los bancos de la plaza Pereyra de Laprida. Ni para el círculo demencial del que emerge una cruz con la cara de Cristo en el cementerio de Saldungaray. Para el camposanto de Azul tampoco ahorró cemento: diseñó un portal de 21 metros de altura y 43 de frente. La cruz del cementerio de Laprida es considerada la segunda más alta de Sudamérica, después del Cristo Redentor de Río de Janeiro, en Brasil.
Naves nodrizas
En cuatro años, Salamone logró poner en órbita estas naves nodrizas que aterrizaron en la planicie de la pampa para señalar que acá hay un pueblo, allá otro. Son, en muchos casos, lo único que se ve desde la ruta. Significaron alguna vez una esperanza en cada terruño: una indicación de que el futuro podía estar ahí. Después, tuvieron sus décadas de vergüenza. Hubo penas y olvido. Su construcción quedó asociada con el gobernador que las encomendó, Manuel Fresco, caudillo conservador de simpatías fascistas. Bajo el lema “Dios, Patria y Hogar”, Fresco ejecutó un masivo plan de obras públicas. Tuvo dos ejecutores: Alejandro Bustillo, dado a tarea de urbanizar la playa Bristol en Mar del Plata con un estilo neoclásico, elegante, sobrio, y Salamone, que se encargó de otro tipo de edificios, que disputaban la espectacularidad y altura a las iglesias de pueblos mínimos. Circulaban en su tiempo dos dichos. Uno decía lo que Fresco dispone lo construye Salamone. El otro corregía: no se mueve un ladrillo sin que lo diga Bustillo.
Enormes portales de cementerios para enfatizar la frontera entre las ciudades de los vivos y las de los muertos (con las letras RIP en granito negro que alcanzan los 15 metros de altura). Torres municipales coronadas por relojes visibles desde todo el poblado: los pobladores son igual de pequeños para el engranaje del Estado, que todo lo ve, todo lo rige. Mataderos con aspecto cinematográfico, símbolos de la nueva industria con pretensiones sanitarias. Edificios ideológicos-simbólicos, asociados con el trabajo, el orden y la muerte.
Hay quienes lo llaman el Gaudí de las pampas, pero nada de las formas orgánicas ni los juegos de luces y colores del genial modernista catalán aparecen en la obra de este siciliano nacido en Leonforte. Lo suyo son las líneas rectas, la simetría, el elogio del gris hormigón, dureza y severidad expresiva, apelaciones a la estilística clásica de inspiración grecorromana, simplificación volumétrica y ornamental: lozas hongo, tabiques esbeltos, vigas curvas. No tiene secretos el material para Salamone. Lo que lo caracteriza quizá sea el estrafalario cruce de estilos y el exabrupto de construcciones monumentales en pueblos bajos que en los años 30 arañaban los 50.000 habitantes.
Pintura y arreglos más o menos generales ya están lavándoles la cara a 12 de estos emblemas que consagraron el uso del cemento y del hormigón armado como imagen institucional del Estado, y hoy ya estaban francamente deslucidos. El plan contempla el tratamiento de humedades y filtraciones en muros y cubiertas, reparación de grietas y fisuras en los revoques originales de las fachadas, conservación y restauración de aberturas, elementos ornamentales y grupos escultóricos, y reposición de piezas faltantes. También, la reparación o actualización de instalaciones eléctricas, sanitarias, de iluminación y accesibilidad. El programa implica una inversión de más de 500 millones de pesos.
Selección
La selección la realizó el Ministerio de Obras Públicas junto con la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, teniendo en cuenta el estado de deterioro y la distribución dentro del territorio, además de la diversidad tipológica. Comprende la conservación, restauración y puesta en valor de los palacios municipales de las ciudades de Adolfo González Chávez, Adolfo Alsina, Rauch, Alberti, Pellegrini; los cementerios de Azul y Saldungaray; la rambla y la plaza de Pringles, la plaza de Balcarce, y el matadero de Guaminí, todo en la provincia de Buenos Aires. En Córdoba, se refaccionan el Palacio Municipal de Las Varillas y la Plaza Centenario de Villa María. La convocatoria está abierta a otros municipios que cuenten con obras del autor.
“Esta inversión es parte de un programa federal que tiene que ver con recuperar nuestro patrimonio”, dice Gabriel Katopodis, ministro de Obras Públicas. Nace como una iniciativa conjunta de los Ministerios de Cultura y Obras Públicas de la Nación, a través de la Comisión Nacional de Monumentos y la Dirección Nacional de Arquitectura. Y crecen los pedidos de reparaciones con el entusiasmo de salamónicos infiltrados en todo el organigrama. Por ejemplo, Néstor Álvarez, subadministrador del Ente Nacional de Obras Hídricas de Saneamiento (es decir, cloacas), exintendente de Guaminí y un apasionado por la obra del siciliano, que contagia el fervor por estos raros artefactos. “Salamone tiene eso que te atrapa, te fanatiza. Los que somos de la región crecimos viendo sus obras. Lo tenemos muy presente”, explica. Cada vez que llega a un pueblo con el ministro, arrastra a la comitiva hasta los íconos de Salamone. En Guaminí están refaccionando el exmatadero para convertirlo en un centro cultural y están poniendo en valor el palacio municipal. “Todo está diseñado por Salamone, desde las barandas y las luces hasta el sillón del intendente”, dice con conocimiento de causa, porque pasó varios años sentado en él. “No lo pensamos. Fue creciendo a demanda, fueron presentando pedidos y así nació el programa. Los edificios están bien hechos. Tienen nobleza. El matadero de Epecuén estuvo bajo el agua y hoy sigue en pie”, dice Álvarez.
La productividad de Francisco Salamone es inexplicable. La cuenta detallada enumera 73 obras en 31 localidades de 18 partidos: 11 municipalidades, 16 delegaciones municipales, 11 plazas y parques, 17 mataderos, siete portales de cementerios, cinco crucifijos, dos remodelaciones y ampliaciones, una escuela, dos mercados y un corralón. No solo diseñó esa cantidad de edificios llenos de detalles, sino que también pensó, diseñó y mandó a producir todo lo que iba adentro: desde las luminarias hasta los picaportes, con preferencias por materiales nobles. Pisos de granito, aberturas de hierro, metales cromados y opalinas en los artefactos lumínicos y carpinterías en nogal.
Manos a la obra
De los 12 proyectos, uno ya se encuentra finalizado e inaugurado, dos en ejecución, cuatro por iniciar la obra, tres en proceso administrativo y dos aún en evaluación. Pasan por todo un circuito: el Municipio presenta el proyecto en la plataforma del Ministerio de Obras Públicas y su evaluación técnica y económica es realizada por la Dirección Nacional de Arquitectura (DNA). Una vez aprobado, el municipio licita las obras. Cuando han sido adjudicadas el proyecto es tomado por la Dirección Nacional de Gestión de Obras, que tiene a cargo la supervisión de la ejecución.
Ya está terminada la restauración y puesta en valor de la Plaza Centenario, Municipalidad de Villa María (Córdoba). Y por estos días está en ejecución la restauración de la rambla y plaza de Pringles, lo mismo que el Palacio Municipal de Pellegrini. El mes que viene comenzarán los trabajos en el Palacio Municipal de Adolfo Gonzales Chaves, el cementerio de Azul, la plaza Libertad de Balcarce y el Palacio Municipal de la ciudad de Rauch. Ya están aprobados los proyectos del Palacio Municipal de Adolfo Alsina, la plaza Gral. Arias y Palacio Municipal de Alberti, y el imponente portal del cementerio de Saldungaray, en la Municipalidad de Tornquist. Las obras abarcan varios aspectos. “Por ejemplo, en Azul se llevarán a cabo tareas de limpieza en toda la superficie de la portada. A su vez, se restaurarán estructuras faltantes y se harán arreglos de fisuras, microfisuras y grietas. Se destaparán desagües pluviales y se reacondicionarán las instalaciones. También se impermeabilizarán las azoteas y se realizarán trabajos de pintura en todos los elementos de herrería”, detalla Fermín Labaqui, director de Proyectos en la Dirección Nacional de Arquitectura. Otra obra grande será la puesta en valor del Matadero Municipal de Guaminí, que espera aprobación para convertirse en centro cultural: “Se realizarán tareas de limpieza y se completarán faltantes en las fachadas, se recuperarán las carpinterías teniendo en cuenta sus aspectos formales originales y se realizarán trabajos en la cubierta verificando si las pendientes de las losas son las adecuadas, según el régimen actual de lluvias de la zona. Además, se hará una verificación estructural y estudio del estado de las armaduras”.
El Palacio Municipal de Pellegrini, que está en uso, tendrá una lavada de cara, con tratamientos para la humedad. Pero lo más importante es que se hará accesible: “Se construirá una rampa de acceso para personas con discapacidad de material para reemplazar la existente de madera y se instalará un ascensor hidráulico en hall central”.
Retratos de una pasión
Hijo de un constructor italiano, nació en Sicilia en 1897 y llegó al país a los 4 años. Estudió en el Colegio Otto Krausse de Buenos Aires, donde se graduó con un título de maestro mayor de obras. En la Universidad de Córdoba se recibió de arquitecto –como su padre– y luego de ingeniero civil, en 1920, con 23 años. En 1919 había obtenido dos medallas como reconocimiento a sus diseños en exposiciones de Milán y Barcelona. En 1928 se casó con Adolfina Croft, hija del cónsul del imperio austrohúngaro en Bahía Blanca, y tuvieron cuatro hijos.
Realizó algunas obras en aquella provincia, e intentó también una carrera política en el Partido Radical, que abandonó tras perder su primera elección como candidato a senador. Quería hacer obras, y lo logró, pero no por medios electorales. De sus 70 años de vida, solo cuatro fueron así de intensos. Después de esa racha de hiperactividad, en la que vivía arriba de una avioneta que lo llevaba de una obra a otra en los 300.000 kilómetros cuadrados de la provincia, se asentó en la ciudad de Buenos Aires y se dedicó a los pavimentos. Nada más chato y poco atractivo que los pavimentos. Despuntaba el vicio del cubismo en caricaturas de personajes célebres (dibujó a Perón y a Evita, y su obra fue rechazada en un concurso por su contenido político... siguen extraviadas y adornarán algún living peronista). Solo proyectó otros dos edificios antes de su muerte, en 1959.
Su obra viaja gracias a la lente de fotógrafos profesionales, que retrataron sus perfiles de cemento. Ignacio Iasparra fue uno de los primeros, y también puso a Salamone sobre el tapete la muestra de Esteban Pastorino en la Fotogalería del San Martín en 2002, que inspiró una crónica memorable de Juan Forn, El misterio de la piedra líquida. ‘Las demenciales moles de hormigón de Salamone se alzaron en localidades ínfimas, además de perdidas’, escribe Forn. Rescata anécdotas legendarias, como la que se cuenta en Laprida. Un intendente interceptó el tren que llevaba, se cree, a Bahía Blanca las piezas desarmadas de lo que sería el enorme frontispicio de un cementerio, y a punta de pistola ordenó: “El cementerio se queda acá”.
Para quienes no conocen las obras, está en exposición en el Istituto Italiano di Cultura de Buenos Aires Francisco Salamone-Astronaves en La Pampa, una selección de las fotografías de Enrico Fantoni, también ítalo-argentino, fotógrafo e historiador (continúa hasta el 30 de noviembre, en Marcelo T. de Alvear 1119). “Hice un viaje salamónico que tenía pendiente desde hace mucho. En tres días, 1600 kilómetros, pasando por Pringles, Rauch, Saldungaray, Laprida, Epecuén y otros pueblos”, cuenta. Fotos de Fantoni como las que acompañan esta nota y las que están en la exposición, se publicaron en la revista dominical de El País de España. “Lo que más impacta es la falta de contexto que tienen sus obras: parecen que descendieron del cielo y no tienen relación con el entorno, aún ahora. Un statement ideológico acerca de la supremacía de la organización civil sobre la iglesia, y símbolo de una Argentina con una proyección exportadora y fabril”, analiza.
La primera muestra que registró las obras y las mostró en la ciudad de Buenos Aires, Francisco Salamone Resurge (que inspiró a Pastorino y tantos otros a seguir la ruta de su obra), ocurrió en 1997, organizada por Edward Shaw, coleccionista, escritor, crítico de arte, fotógrafo, docente, curador, traductor y gestor cultural de origen estadounidense, que vivió en la Argentina durante tres décadas y fue redactor del diario Buenos Aires Herald. La repitió en 2012 en el Centro Cultural Borges, y se titulaba Salamone. La Consagración, con imágenes de tomadas entre 1997 y 2007 por él, su hijo Tom, y dos fotógrafos, Bebe Tesio y Gabriel Cano. Padre e hijo se había fascinado cuando se largaron a recorrer la pampa sin mapas previos, de municipio en municipio, tras la huella de Salamone. Su propósito era evangelizador: buscaban darlo a conocer, que se declare patrimonio su obra, valorizarlo en su contexto y generar circuitos turísticos en torno de su trabajo. ‘Sin duda, es una de las obras arquitectónicas de mayor potencia realizadas en la argentina’, escribía Shaw en el catálogo. Desde 2002 su obra es Patrimonio Cultural de la provincia, y todos los demás ítems también están logrados. “Cada individuo que toma dos o tres días para recorrer el camino de Salamone vuelve en un estado de euforia total. Hay que ver varios de los pueblos a la vez para poder poner la experiencia en un contexto entendible”, invitaba.
Para Pastorino fue su primer proyecto artístico. “Cuando conocí la obra de Salamone en la muestra de Shaw pensé que ese era el sujeto fotográfico que estaba necesitando para mi trabajo. Me enfoqué en él. No hubiera imaginado que existieran esas obras en la provincia. No había información de él”, recuerda. En la muestra de Shaw anotó cada localidad y se lanzó a la ruta, apenas con la guía de las indicaciones de los lugareños y un artículo del exdirector del Museo Nacional de Arte Decorativo, Alberto Bellucci, un temprano admirador y documentador de su obra. Sus tomas eran nocturnas, con cámara de formato grande, y las copiaba con un proceso del siglo XIX, a la goma bicromatada.
Disparate
“Son un disparate, una especie de bochinche en medio de la llanura”, dice con admiración el cineasta Mariano Llinás en el documental Mundo Salamone. La reinvención de La Pampa (2015), de Ezequiel Hilbert, que tras seis años de investigación recoge testimonios y ofrece visiones bellísimas de sus construcciones, que recuerdan la estética de Metrópolis. El propio Llinás expone la arquitectura de Salamone a lo largo de su (también fastuosa) película Historias extraordinarias (2008).
“La obra que Salamone hizo en cuatro años, nosotros tardamos cinco recorrerla, analizarla y publicarla”, dice en Mundo Salamone Alejandro Novakovsky, editor junto con Felicidad París Benito y Silvia Roma de la biblia de Salamone, una profunda investigación en dos tomos titulada Francisco Salamone en la provincia de Buenos Aires, publicada por la Universidad de Mar del Plata en 2011.
Hilbert es un especialista apasionado, que dicta seminarios sobre Salamone. “Mi mujer y mis amigos ya no me quieren escuchar hablar de él”, confiesa. Hilbert estudiaba hacía 10 años arquitectura, filmaba videoclips y trabajaba en un centro gráfico y en un momento se planteó una ecuación: “Me pregunté a qué me quería dedicar en mi vida, porque me gustaban la arquitectura, las cámaras, la historia y las computadoras. El resultado fue que me tenía que dedicar a los documentales de arquitectura. Era 2009, leí la nota de Forn y al año siguiente arranqué con el proyecto. No encontré otro arquitecto que me interesara más”. Está preparando un libro con las imágenes de Fantoni, y también tiene en proyecto la segunda parte de la película, centrada en los fanáticos, el misterio de una obra no atribuida y los derroteros por los que hace veinte 20 todo el mundo quiere saber de Salamone. Mundo Salamone no se estrenó oficialmente, pero se proyectó en varios municipios y en la muestra de Fantoni. “Haré una función privada con el grupo de Facebook Salamónicos, así me pongo en contacto con esa comunidad, pensando en la parte dos”, cuenta. También tiene en marcha un documental sobre Clorindo Testa, otro arquitecto genial.
A los turistas que llegan por los pueblos a ver sus obras, los lugareños los llaman, con algo de sorna, salamónicos. Son apasionados que trajinan kilómetros de rutas y, también, aportan datos y fotos en blogs y redes sociales. Quizás el más activo últimamente es Mondo Salamone (www.mondosalamone.com), que tiene un libro no distribuido aún que ya vendió la mitad de la tirada, Vistas de la pampa salamónica, con cerca de mil imágenes tomadas entre 2007 y 2021 y un mapa para seguir su camino. Es obra de Martín Aurand, digitalizador audiovisual de profesión, fotógrafo apasionado y viajante curioso de la arquitectura. Tiene en curso un ensayo fotográfico sobre entradas de pueblos, y otro llamado Pampaland. “Estoy obsesionado con la provincia de Buenos Aires y las construcciones particulares, extrañas, que tiene... Monumentos, iglesias. Salamone es la punta de un iceberg. Al ser la provincia una llanura, estas construcciones tienen otro sentido”, dice. De esos otros constructores anómalos será su próximo libro.
El galerista Gabriel Bitterman acaba de hacer la ruta salamónica. Reunió información, armó su propio mapa y un día antes de partir dio con el libro de Aurand. En cinco días, con esa guía, hizo su recorrido por 12 lugares y 40 obras. “Es sorprendente tener obras monumentales en pueblos tan chiquitos, todas con un nivel de detalle y calidad que es una locura. En lugares donde las casas no tienen más de dos pisos, los palacios municipales tienen torres de 40 metros. No repite ninguna obra. Cada sillón, cada plaza es distinto de otros. En algunos lugares no saben mucho de Salamone, pero en otros hay centros de interpretación”, dice.
Lo inspiraron para viajar los relatos de Mariana Enríquez sobre cementerios de su libro Alguien camina sobre tu tumba, en el que se detiene en los de Salamone. La autora escribe desde las jornadas dedicadas a su obra en Azul, en 2009, y dice: ‘Como toda la arquitectura de Salamone, tiene una minoría intensa de fans y una mayoría de habitantes que conviven con la obra, acostumbrados, pero, sobre todo, resignados’. Uno de aquellos fans le informa que el Cristo del cementerio de Laprida se ve desde 15 kilómetros de distancia y la portada del cementerio de Saldungaray, desde 10 kilómetros. Enríquez describe al Ángel Exterminador del cementerio local como ‘una deidad egipcia dispuesta a arrancar y pesar un corazón’... Contagia o espanta, según el caso, las ganas de viajar. Así es Salamone: despierta pasión o rechazo, nunca indiferencia.
Balcarce tiene uno de los pocos centros de interpretación de la obra de Salamone. Guaminí y Carhué se unen para celebrar fines de semana salamónicos, con visitas y excursiones, avistaje de aves, museos abiertos hasta la noche y excursiones al exmatadero de Epecuén. Coronel Pringles celebró sus 140 años y contrató a Paola Salamone, sobrina del creador del Palacio Municipal, para homenajearlo con un concierto lírico. Villa María cumplió su 155° aniversario y reinauguró la Plaza Centenario, recién renovada, con el espectáculo Salamone Music, que a través de melodías repasa la historia del inefable constructor. Real Salamone Music es el primer álbum musical y multimedia dedicado a la obra y vida de un arquitecto, obra del compositor Alejandro Miniaci: sonidos clásicos, a veces pomposos, timbales, coros... wagnerianos. Los videoclips son composiciones animadas e intervenidas de mataderos, cementerios y palacios municipales salamónicos. Pero también hay ataques a su obra: en 2021, una pareja de General Rodríguez fue arrestada cuando escapaba a campo traviesa después de hacer una pintada a favor del veganismo en el exmatadero municipal de Carhué. ‘Qué asco la carne’, escribieron en letras tamaño Salamone.
El ingeniero-arquitecto terminó sus días enfermo (resistió una diabetes y ocho infartos hasta los 62 años) y retirado de las grandes obras. Tuvo que exiliarse de apuro en Montevideo por una investigación por irregularidades. A los tres años fue sobreseído y pudo regresar, reivindicado. Alejado desde temprano de la Sociedad de Arquitectos, mantuvo una tertulia animada en su palacete de Uruguay al 1200. Escribe Forn que hay dos edificios en Buenos Aires que llevan su firma: uno en la esquina de avenida Alvear y Ayacucho; el otro, en la calle Zufriategui, que fue sede de su empresa de pavimentación y quedó bajo la sombra de la unión de las avenidas General Paz y Del Libertador cuando se construyó el puente de la Lugones. De sus casi 70 construcciones pampeanas, solo una no resistió el paso del tiempo: una fuente frente al palacio municipal de Balcarce, que en el pueblo todos llamaba la torta de bodas y que fue derrumbada por el gobierno posterior.
Se lo sitúa dentro del art decó, pero su eclecticismo lo excede. También se le podría decir posmodernista, neocolonial, vanguardista, futurista, cubista y bauhausiano. Faraónico. “Monumentalismo wagneriano”, lo definió Bellucci en la película de Hilbert. Nada se sabe de sus motivaciones y pensamientos. No dejó nada escrito. Juan Ignacio Ruffa, en el libro Francisco Salamone. Cine y eugenesia en la obra pública bonaerense, sentencia: “Encasillar el trabajo de Salamone al art decó es un reduccionismo imperdonable (...). Salamone tomó elementos del art decó y los dotó de una mirada personalísima, como también lo hizo con otros estilos”. Arquitecto, ingeniero, diseñador, caricaturista, pintor... Prolífico, singular y rotundo, eso nadie lo discute.