¿Dónde está enterrado? El rey inca que murió pobre en Buenos Aires y yace en un lugar desconocido del Cementerio de la Recoleta
Cuando se instaló en Buenos Aires, el rey inca esperaba la aprobación de la idea monárquica que nunca llegó, y vivió hasta sus últimos años gracias a una pensión que le pasaba el gobierno argentino
- 6 minutos de lectura'
Lujosas, talladas sobre mármol, obras de célebres escultores: las bóvedas del Cementerio de la Recoleta conforman un circuito turístico tanto por el aspecto artístico como por el histórico, ya que en ellas descansan los más importantes próceres del país.
Comparado por muchos con el Père Lachaise de París, el cementerio porteño fue levantado sobre lo que había sido el huerto de los frailes franciscanos recoletos, que allí estuvieron instalados hasta la Reforma Eclesiástica, durante el gobierno de Martín Rodríguez, y tuvo un origen modesto antes de la construcción de las bóvedas que se comenzaron a alzar a partir de la Belle Époque.
Cuando aún se sepultaba a los difuntos bajo tierra, también encontraron allí sepultura personajes importantes en su época. Nadie sabe con precisión dónde está enterrado el inca Juan Bautista Condorcanqui Tupac Amarú, traído al país desde Perú, nada menos que por Manuel Belgrano y por José de San Martín. Apoyados por Martín Miguel de Güemes, impulsaron la idea de una monarquía para reemplazar a la antigua colonia.
La dinastía de Perú
El inca Juan Bautista Condorcanqui Tupac Amarú nació en 1747 en Perú, y era tataranieto del último rey inca, Tupac Amarú, que fue ejecutado en 1572, dando fin a su dinastía. Cuando el inca llegó a Buenos Aires, con más de 60 años, arrastraba un pasado duro, luego de haber estado preso durante 40 años en Ceuta, territorio español al norte de África.
Su figura era valorada por Belgrano, San Martín y Güemes “porque atraería indígenas obligados a pelear en el ejército español, y por ser hermano de José Gabriel Condorcanqui Tupac Amarú II, quien encabezó una gran rebelión indígena contra España. También fue asesinado con toda su familia”, relata Fernando Ferreyra. Justamente, los 40 años de prisión de Juan Bautista tuvieron como motivo el hecho de ser hermano de Tupac Amarú II.
Luego de ejecutado su hermano, comenzó una persecución a los miembros de su familia, por temor a nuevas rebeliones. Fue cuando Juan Bautista cayó prisionero. Ya en Buenos Aires, el inca escribió El dilatado cautiverio, sus memorias en las que da testimonio de su prisión.
“Tres reyes españoles se han complacido igualmente en verme arrastrar una existencia degradada y humilde; ya se había perdido la tradición del motivo de mis cadenas, y hasta las instituciones casi todas se hallaban alteradas por la acción del tiempo y la distinta sucesión de monarcas, y solo yo era conservado sin libertad para su recreo”, cuenta en sus primeras páginas. Finalmente, en 1822, Juan Bautista partió hacia Buenos Aires donde, en el gobierno de Bernardino Rivadavia se decretó otorgarle casa y pensión. A cambio, el inca escribiría sus memorias.
“Cuando se desarrolla el Congreso de Tucumán, se discute la idea de poner un rey inca. Piensan entonces en una familia real que estaba disuelta. Lo que mejor conocían San Martín y Belgrano eran las monarquías. Por eso querían un rey. Brasil hace lo mismo: pactan con un rey de Portugal para que nombrara a uno de sus descendientes como emperador de Brasil. Otros próceres monárquicos fueron Moreno, Sarratea, Pueyrredón, Rodríguez Peña, Alvear y Saavedra”, cuenta a LA NACION revista el arquitecto Fernando Ferreyra, presidente de la Junta de Estudios Históricos de la Basílica del Pilar.
Según Ferreyra, Pueyrredón prefería un príncipe francés. “La sociedad porteña fue la que más se opuso a esta idea porque ellos habían sido los protagonistas de la Revolución de Mayo”, añade. “¿Revolución para que todo caiga en manos de quién? -se preguntaban entonces-. El último rey inca murió en 1572, ¿tantos años después quieren restituir a su familia?”, se quejaban. “La capital se trasladaría a Cuzco, pero la idea tuvo una fuerte oposición porteña, encabezada por Tomás de Anchorena en el Congreso de Tucumán de 1816″, señala Ferreyra.
Quienes estaban convencidos de la idea de instaurar una monarquía, recurrieron a los incas porque consideraban “que el imperio inca era más avanzado que los indios que había acá, que seguían viviendo en toldos y no progresaban. De los incas les llegaba alguna información. Sabían que vivían en casas de piedra y los admiraban. Admiraban la cultura inca y los consideraban honestos”, añade Ferreyra.
Finalmente, instalado en Buenos Aires, el rey inca permaneció en la ciudad a la espera de la aprobación de la idea monárquica. Tan descabellada le parecía la idea a un sector de la sociedad que se burlaban de San Martín por alentarla.
Los sesenta y largo años que tenía el inca al llegar a Buenos Aires, aseguraban en su tiempo, no le permitirían dejar descendencia para continuar con la nueva monarquía. Había llegado con toda la ilusión de convertirse en rey y acá se quedó hasta sus últimos días.
“Se quedó viendo si llegaba la sucesión. Era rey, pero no era rico. En realidad, era un príncipe, descendiente de la familia real. Vivió en el centro porteño gracias a una pensión que le pasaba el gobierno argentino. Lo querían casar con una princesa portuguesa. Murió en 1827″, apunta Ferreyra.
Nacido en Perú en 1747, tenía 80 años cuando falleció en Buenos Aires. Una vez al año le rinden homenaje en el cementerio de la Recoleta Mujeres Originarias en la Política Social y Comunitaria (MOPSYC), con sus ropas típicas.
Fernando Ferreyra asegura que el rey inca fue uno de los primeros en recibir sepultura en el cementerio de la Recoleta. ¿Dónde? No se sabe con exactitud. “Los primeros muertos empezaron a ubicarse cerca de la puerta principal. Como murió en 1827 y el cementerio abrió sus puertas en 1822, debe estar cerca del acceso principal. Probablemente lo colocaron bien cerca del portón de ingreso. Después las sepulturas se iban expandiendo hacia atrás”, asegura.
Según datos obtenidos de la pantalla táctil que funcionó en el Departamento Histórico y Artístico del cementerio, “su ingreso consta en el libro de inhumaciones del Cementerio de la Recoleta, en el folio 245 sin identificar el lugar donde fue sepultado”.
En los primeros años del cementerio y también en los años en los que los muertos yacían en el interior de las iglesias, estos eran sepultados bajo tierra. “En la iglesia del Pilar estaba estipulado dónde estaban enterradas las personas. Esto era en los altares o debajo de los bancos. Después pusieron las baldosas y taparon todo. A partir de la Reforma Eclesiástica se prohibió enterrar adentro de las iglesias. Cuando llegaron los cementerios, la iglesia del Pilar quedó abandonada durante 10 años. En ese momento se encontraba en los límites de la ciudad”, narra el investigador.
“Cuando no había bóvedas, eran cementerios pobres, donde a los que fallecían los enterraban solo con una cruz. Cuando aparece la fiebre amarilla, todos escapan del sur. Algunos van al pueblo de Flores y otros, a la zona norte. Entonces, Recoleta cambia”, añade Ferreyra. La edificación de las lujosas bóvedas que hoy se pueden apreciar en el cementerio coincide con la de las mansiones que se erigieron en la zona.