Doble vida. La científica que lidera una orquesta femenina de tango
Denise Sciammarella es doctora en Física y lidera una orquesta de mujeres cosmopolita, con “la fuerza y la mugre como ingredientes”
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Audicionar. Presentarse para obtener un papel en una obra. A veces, esa palabra también se usa en el marco de la ciencia. Entonces, en un lugar de Francia, trescientos aspirantes fueron detrás de un puesto. Pero solo había tres lugares para entrar al CNRS, Centre National de la Recherche Scientifique, que sería como el Conicet de acá. Ella, una científica argentina, consiguió ser una de los tres. Era 2001 y hacía tres años que Denise Sciammarella (Mar del Plata, 1971) vivía en el Viejo Continente; había llegado por una beca en Alemania. Se quedaría un buen rato en esa parte del mundo.
Doctora en Ciencias Físicas (UBA), trabaja en esa zona de la ciencia que es bien abstracta, difícil de explicar: la topología del caos. “El campo de aplicación de estas ideas es, en mi caso, la mecánica clásica, y más precisamente, la física de fluidos, la geofísica y las ciencias del clima”, dice Sciammarella. Como también dice amar el conocimiento, y que por eso estudió latín. Y que de no haber sido científica, se hubiera volcado a las humanidades. Que con los idiomas también algo hay, y que a su lengua madre y al latín, se le sumaron el alemán, el francés, el inglés y el italiano. Todas esas lenguas que aprendió para ejercer su ciencia. Distintos idiomas, una mezcla a la que en el pasado, en un cóctel armado a la sombra de las migraciones en la Argentina, se le llamó cocoliche y dio vida al tango. Esa es la música que canta la mujer científica al frente de Sciammarella tango, una orquesta que es también un enjambre de lenguas y etnias, un rincón cosmopolita que le hace honores al origen del género.
Sciammarella canta; la chilena Cindy Harcha, bandoneón y arreglos; en el otro bandoneón, la surcoreana Hanel Yeon; piano de la japonesa Shino Ohnaga, la ucraniana Mariana Atamás en el violín, y otras dos argentinas: Cecilia Florencia García en violín y Geraldina Carnicina, contrabajo. Las juntó por primera vez un homenaje al compositor Rodolfo Sciammarella –que no es pariente–, en la Academia Nacional del Tango, casi sobre la primavera de 2013. Armaron la orquesta en veinte días. Y siguieron tocando juntas. Tienen tres discos, los dos últimos fueron postulados por su sello a los Premios Gardel. Hicieron una gira nacional, tocaron, entre distintos lugares, en el Festival Tarbes en Tango (Francia), en la Noche de los Museos, en la Casa de América Latina en París y el Teatro de la Ópera de Hessen, Alemania.
Trabajan ahora en su cuarto disco, Quinquela, que cruza el tango, el barrio de la Boca, la vida del pintor. Sciammarella considera que la música que hacen está atravesada por varias cosas. “Cindy dice que nuestra orquesta es delicada y a la vez tiene fuerza. Hay polenta –afirma Denise–, pero no es una polenta agresiva. La fuerza y la mugre como ingredientes no pueden faltar. Y de eso sí estamos orgullosas: la fuerza está, la mugre, el cosmopolitismo, el modo en que cada una vive el género, lo estudiosas que somos. Casi todas pasamos por la universidad”. Y se demora en resaltar que, además del saber académico, le dan un valor importante a la intuición. “El estudio solo no alcanza. Hay mucho de lo no dicho entre nosotras, y esas cosas de lo no dicho funciona muy bien. Esa amalgama”. Quizá porque, como dice un clásico del rock, de esos cruces entre las distintas naturalezas de la mente, nazcan las chispas que encienden las llamas.
Trabajás sobre la topología del caos, ¿qué es?
La topología la inventó un francés en 1870. Se dio cuenta de que la geometría habla de la forma precisa. Pero si a uno le interesa, lo deforma y sigue siendo la misma forma. Una pelota la aplastás, pero sigue siendo la misma forma, pero si le hago un agujero en el medio, pasa a ser una rosquilla: cambió la geometría y la topología. La topología es una geometría a menos de deformación. Podés deformar, pero no cortar ni pegar. Por eso le dicen que es como la matemática de la plastilina. Esas dinámicas posibles se pueden clasificar usando la topología.
¿Y cómo sería llevarlo a un campo de lo práctico?
Después de todo un recorrido en la dinámica de fluidos, volví a la topología. Los matemáticos inventaron algo que está bárbaro, como si se le pudiera poner código de barras a la topología. Formas que admiten una deformación hasta cierto punto. Es como ponerle etiqueta a las distintas maneras de evolucionar. Se puede aplicar a las cosas más diversas. El equipo que me dirigió trabaja en el canto de aves, y a partir de ese canto tratan de comprender cómo son los procesos neuronales de aprendizaje. Ahora yo estoy trabajando en algo así: si hay un buque que en el océano derrama petróleo, es muy difícil saber adónde va el petróleo en un fluido en movimiento. Bueno, con la topología podemos saber adónde va porque las partículas de petróleo que se mantienen juntas comparten una dinámica. Ves la topología con la lupa y decís: “Ah, es la misma”. Entonces esas partículas tienen que estar con las otras porque tienen la misma dinámica.
¿Cómo llegaste a trabajar sobre eso?
Me licencié y doctoré en Física, en la UBA. Cuando estaba por terminar, me salió la posibilidad de una beca en Alemania para estudiar Historia de la ciencia. A mí me fascinaba no solo la ciencia. En eso me sentí un poco incomprendida dentro de la Facultad de Ciencias Exactas, porque vos vas a encontrar apasionados de la ciencia, pero que por ahí no les va a importar nada de la literatura ni de la historia ni escribir bien. Yo sentía que me faltaba algo. Que era un sapo de otro pozo. Apliqué a una beca que tiene Alemania y me fui. Ya había hecho latín en Puan.
¿Ibas a estudiar Letras?
Soy inscripta de Filosofía y Letras, hice las materias básicas. Todas. El problema es que me gustaban muchas cosas a la vez. Con esto también hice cosas. Hace unos días, me mandaron de Eslovenia un artículo que publiqué, un paper sobre topología y filosofía política. Eslovenia es el país de Slavoj Zizek, en el comité de esta revista está él. En Exactas me faltaba algo. En Alemania surgió la posibilidad de ir al Deutsche Museum, en Múnich, donde conservaban antiguos manuscritos de un discípulo de Galileo, Cavalieri. La tarea de investigación que tenía que hacer yo consistía en averiguar hasta qué punto era un precursor del cálculo infinitesimal. Este Cavalieri se había dado cuenta, antes de Newton, del infinitésimo que él llamaba el indivisible. Aprendí un montón, aprendí alemán. Después de eso surgió la posibilidad de Francia.
En Francia estuviste muchos años, ¿cómo empezó tu carrera ahí?
En 1998 fui a Múnich. Cuando se me terminó la beca, volvía a la Argentina o inventaba otra cosa. Con el último día del Europass que me quedaba, viajé a Francia a visitar a un compañero de física que estaba haciendo su doctorado y me sugirió ir a ver a Yves Pomeau, que es un prócer de la dinámica no lineal. Me mandé. No tenía cita, nada. Un capo, me recibió. Charlamos. Yo todavía no hablaba francés, él me habló en español. Le conté que estaba terminando mi tesis sobre topología del caos. Empecé a trabajar con él, que me reconcilió con la Física entendida de otro modo. Me dio eso que en Argentina me estaba faltando. Yo llegaba a la oficina, hablábamos de cualquier cosa y después él me decía: “Bueno, ahora hagamos un poco de ciencia”. Y ahí recién arrancaba, pero primero venía la cultura. Un día llegué con un libro de Voltaire que me había comprado y me dijo: “¿Viste quién escribió el prólogo?, es mi papá”.
La música estaba ahí
En su padre subido a un árbol para poder escuchar a Oscar Alemán cuando no podía pagar la entrada. En su infancia, en el coro y las clases de canto con Hernando Irahola, de Opus Cuatro. Al tocar la guitarra y el órgano de la iglesia. Pero el clic vino de grande. En Francia, cuando embarazada de su hijo mayor, su amigo que tocaba la guitarra, Guido Sábato, nieto del escritor, le propuso que cantara con él. “Empecé cantando en bares de Montmartre, embarazada. Quería recuperar algo de la parte del canto que había quedado colgada”. Tal vez por su cabeza de ciencia, algunos de los temas de la orquesta llegaron a propósito de la recuperación de partituras que habían quedado en bibliotecas, archivos de París o Buenos Aires. Para el caso: El Gordinflón, de Rodolfo Sciammarella, que formó parte de ese homenaje en 2013 del que nació la orquesta. “O el tango ‘Lutecia’, que era el nombre romano que tenía París”, señala, y reconoce que le costó dos años dar con esa partitura.
En esa convivencia de ciencia y artes, Denise toma clases de canto con Lidia Borda. Y a la vez trabaja en estudiar la fonación, las cuerdas vocales. “Hicimos la primera medición en tres dimensiones de cómo es el aire saliendo de las cuerdas vocales, las hicimos acá en la Argentina. Fue uno de mis papers más destacados”. Instalada en el país desde hace unos años, sus dos hijos adolescentes estudian en el Lenguas Vivas. No es casual ver en su casa una pizarra blanca con palabras en otro idioma. “Con mis idas y vueltas, quiero que aprendan francés”. Acá y allá. La ciencia y la música. “Soy una privilegiada, incluso para las chicas de la orquesta, porque vivo de mi profesión de científica. Pero el músico que no tiene un sueldo, si no toca, no come. La adversidad que se enfrenta como científico es menor a la de música”, dice Sciammarella. Y habla de la preparación del nuevo disco. De la exposición que hizo en la Unión de Geofísica Europea sobre Topología del caos y dinámica, pero con los océanos y las atmósferas. Habla con distintas curvas tonales que oscilan de una pasión a otra. Un gráfico que forma parte de un mismo cielo.
¿De qué manera eligen el repertorio?
Nos caen los temas. Pasó con el caso de Villoldo. Yo daba una conferencia en una mesa con Ignacio Varchausky sobre recuperación del patrimonio. En el público estaba Tito Rivadeneira, biógrafo de Ángel Villoldo. Me dijo que tenía muchas cosas que me podían interesar. Entre ellas, la partitura de “La morocha” en francés, que era de 1909, y yo había encontrado en la Biblioteca Nacional de Francia una partitura de “El choclo” que era de 1912. Nos juntamos otro día y ahí había un material para un disco. Empezamos con “La morocha” y “El choclo” en francés, estaban cantados, había que hacerlo porque era una curiosidad histórica. Casi nadie sabe que estos temas fueron versionados en francés a principios del 1900. Hay varias teorías que dicen que Villoldo viajó a Francia. Otras, que no. Ni siquiera se sabe si él estuvo físicamente. Lo que es claro que llegaron allá. En el caso de “El choclo”, se ve que fue muy bailado. La letra que cantamos todos es de 1947.
¿Cómo definirías la impronta de la orquesta?
Hay una sonoridad específica. Me parece que Cindy como arregladora le da una impronta un poco romántica: ella es bailarina de árabe, tiene ascendencia árabe. Como cuando hicimos “La morocha” en francés le pusimos la percusión con un instrumento, Derbake, que se usa cuando baila la odalisca. Dentro de la tradición hacemos alguna locura. El cosmopolitismo y la locura dentro de un amor enorme por el conocimiento, por el disfrute de descubrir cosas que no son conocidas, de ir a contar una historia que el público de tango no necesariamente conoce.
¿Querés decir que no hay una pretensión?
Sí, porque el virtuosismo aleja. Es lo mismo que pasa con la física si uno arranca diciendo que lo que uno hace es difícil. El goce no pasa por la pirueta, ni en el tango ni en la ciencia. Pasa por la elegancia. En el caso del tango, por la atención puesta en la palabra que, en principio, no es un ingrediente musical. Buscamos que la palabra y la música se agarren. Ese es nuestro norte, nuestro ideal regulativo. Después, veremos lo que nos sale.