Con obras que aprovechan los residuos participó este año de la Bienal de Performance y la de Liverpool, además de curar un programa en arteba y terminar la obra ganadora del Premio Azcuy
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Semanas atrás, un grupo de seres mutantes tomó el Museo Nacional de Bellas Artes. Del cuerpo inflado de uno colgaban cables y pedazos de botellas; otro tenía una silla adherida a su cadera. Un tercero avanzaba a ciegas, rodeado de pies a cabeza por una pila de neumáticos. Decenas de personas estupefactas los observaron salir con dificultad hacia la vereda, sobre la Avenida del Libertador, mientras escuchaban sonidos corporales amplificados por parlantes.
Adentro del museo, una proyección mostraba la vida cotidiana de esos humanos transformados en masas informes de residuos: con movimientos torpes intentaban comer, trepar una loma o subirse a una moto. Se trataba de Inflation, videoinstalación con la que Diego Bianchi inauguró la Bienal de Performance BP.21. Una reedición del material que produjo para la Bienal de Liverpool 2021, en un año de mucha acción: también curó el programa de performance de arteba y terminó Mutanti, monumental instalación con la que había ganado el Premio Azcuy en 2019.
“¿No es el cuerpo una esponja que absorbe y absorbe?”, se pregunta Bianchi, que en 2017 se “apropió” de obras de artistas de la colección del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires para crear una intervención transitable. “Una bulimia de afectaciones y experiencias que lo alimentan y hacen crecer como un globo, como un imán succionador –agrega-. Además de una red infinita de conexiones y afectos. Estamos sosteniendo todo, cada uno es parte de un cuerpo extendido, de una telaraña de conexiones. Un paquete afectivo, un conglomerado que incluye lo vivido, lo comido, lo gozado”.
Esa misma atracción por las derivaciones del consumo y por el vínculo entre lo interior y lo exterior lo llevó a crear la escultura emplazada en el edificio Donna Terra, en Caballito. Su pieza principal es una estructura tubular hueca, desplegada por el predio como una gigantesca lombriz de metal. Con múltiples puertas rebatibles, funciona como un receptor de desechos orgánicos de los habitantes de la torre, que deben involucrarse para crear compost y “recursos para la enmienda del suelo”.
“Busca desarrollar una relación entre tiempo, paisaje y habitantes –observa este diseñador gráfico, formado como artista con Pablo Siquier y en la Beca Kuitca-. Surge del deseo de crear una obra que permita reconectarnos con la observación de los fenómenos y las fuerzas de la naturaleza, así como de iniciar algún tipo de camino en pos de su cuidado”. Para no terminar, tal vez, como sus seres inflados.