Día y noche: la luz que impide ver
Hubo un tiempo en el que se distinguía el día de la noche. Ya no. En ese tiempo no tan lejano observando al globo terráqueo desde el espacio se veían dos mitades. Una clara, que daba cara al sol, y una oscura, que miraba a la luna. Hoy, la bola brilla por entero, iluminada en parte por el sol, como siempre, y por la luz eléctrica. La plataforma internacional de ciencia ciudadana Globe at Night, organización dedicada a despertar conciencia sobre la polución lumínica que intoxica al planeta, detectó a través de sus miles de voluntarios en todo el mundo que, entre 2011 y 2022, esa polución aumentó 9,6% cada año. Así, salvo en zonas despobladas del planeta, las cuales son cada vez menos, es imposible observar en plenitud el cielo nocturno y las estrellas. Según un informe publicado al respecto en el boletín SINC (Ciencia contada en español), “en muchos lugares habitados de la Tierra el cielo nocturno nunca se oscurece del todo. En su lugar, resplandece con un crepúsculo artificial causado por la dispersión de luz antropogénica (producida por el hombre) en la atmósfera”. Un niño nacido en una zona donde se veían 250 estrellas, advierte la publicación, probablemente verá unas 100 en el mismo lugar 18 años después”.
Un mundo hasta tal punto iluminado es un mundo que no duerme. Las luces en ese 50% del planeta que debería estar naturalmente a oscuras indican que allí hay actividad: juegos, fiestas, fábricas funcionando, centros comerciales que no cierran, etcétera. Jonathan Crary, ensayista, investigador en el campo de la cultura visual y profesor de Teoría y Arte Moderno en la universidad estadounidense de Columbia, se ocupa de este preocupante fenómeno en su libro 24/7, el capitalismo tardío y el fin el sueño. El mundo debe funcionar, produciendo y consumiendo durante las 24 horas de los siete días de la semana, señala Crary, porque en esta etapa del capitalismo dormir es una anomalía, es tiempo perdido y, como dijo Benjamín Franklin en 1748, “Time is money” (era su lema en un ensayo que tituló Consejos para un joven hombre de negocios).
En la medida en que más escapa de sus orígenes y enfrenta a la naturaleza (a la que pertenece) con soberbia destructiva, el ser humano pierde habilidades esenciales para la supervivencia mientras se entrega con fanatismo a la tecnología, su nueva religión. Un apagón tecnológico (24 horas sin electricidad, internet, Google, aire acondicionado, pantallas, GPS y demás) significaría, posiblemente, la desaparición de gran parte de la humanidad, discapacitada para la supervivencia y la convivencia esenciales. Acaso entonces, desde el espacio podría verse nuevamente a la tierra en sus dos caras, la alumbrada por el sol y la que duerme. El sueño es una necesidad natural de los seres vivos, recuerda Crary, pero el que duerme ni produce ni consume. Hoy, hasta el ocio debe ser “productivo”, y se le niega así su significado. ¿Quién necesita oscuridad y silencio en un mundo que eliminó la privacidad, la intimidad, el retiro hacia la interioridad del ser?
Sin embargo, como indica Christopher Kyba de la Universidad Ruhr de Bochum (Alemania), miembro de Globe at Night, “la gente suele tener la idea de que más luz mejorará la visibilidad, pero en realidad no es cierto: la visibilidad depende de los mismos principios de diseño que minimizan la contaminación lumínica”. Para reducir esa contaminación conviene iluminar, agrega Kyba, solo la zona que se necesita, durante el tiempo requerido, usar la cantidad de luz necesaria y evitar el uso de luces UV y azules.
El exceso de iluminación impide ver el rico mundo que palpita y respira en la penumbra no solo física y geográfica, sino también en la psíquica y emocional. La pérdida del contacto visual con las estrellas, que fueron guías de astrónomos, alquimistas, filósofos, astrólogos y artistas fundamentales en la historia humana, es la más clara metáfora de esta luminosa ceguera.