Del rey ejecutado al rey alegre: joyas de la corona convertidas en monedas, años de tiranía y una descendencia ilegítima
Con dos reinados muy diferentes, Carlos I y Carlos II, padre e hijo, comparten el nombre con el monarca actual
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Su Majestad el Rey Carlos III, coronado el sábado, se convirtió en el tercer monarca con ese nombre desde 1685. Sus predecesores fueron Carlos I y Carlos II, padre e hijo; escocés el primero, inglés el segundo y de personalidades completamente diferentes. En el medio de ambos, una breve abolición de la monarquía, que lejos de ser una república fue un gobierno autoritario y tiránico, bajo el nombre de Commonwealth o Protectorado, que lideró Oliver Cromwell, un político de la Cámara de los Comunes del Parlamento.
¿Quiénes fueron estos dos reyes y que comparten el nombre con el monarca actual, sucesor de la extraordinaria Isabel II? Carlos I y Carlos II reinaron en el Siglo XVII; pertenecieron a la escocesa Casa de Estuardo la que, tras siglos de conflictos, logró unir a Inglaterra y Escocia en un solo reino, en 1603 luego de la muerte de la última reina Tudor, Isabel I. Al no dejar descendencia directa, su sobrino, Jacobo VI de Escocia, hijo de su prima María Estuardo, la sucedió como Jacobo I de Inglaterra, manteniendo la corona de Escocia.
Carlos I (1625-1649)
Carlos I nació en el Castillo de Dunfermline, en Fife, Escocia (localidad ubicada hoy a unos 50 minutos de Edimburgo), en 1600. Fue el segundo hijo de Jacobo VI de Escocia y Ana de Dinamarca. Cuando murió su hermano mayor, Enrique, en 1612, se convirtió en el príncipe de Gales y asciende al trono en 1625, tras el fallecimiento de su padre.
El nuevo y joven rey (tenía 24 años) era un hombre muy culto, de modales refinados y exquisitos; a pesar de su escasa estatura (1,62), tenía muy buena presencia, la cual se refleja en los cuadros que pintó el artista flamenco Sir Anthony Van Dyck, nombrado por Carlos I como pintor oficial de la corte.
En 1623 viajó con George Villiers, duque de Buckingham, a España para arreglar su compromiso matrimonial con María Ana, hija del rey Felipe III. El compromiso no se concretó ya que la corte española exigió la conversión al catolicismo del príncipe de Gales; pero Carlos trajo otro amor de su estadía en España, el arte, una pasión que lo acompañó toda su vida y que lo hizo un coleccionista compulsivo.
Tres años después finalmente se casa con una princesa francesa y católica, Enriqueta María, hermana del Luis XIII. El Parlamento miró de reojo a este enlace, pues temía que se levantaran las restricciones a los católicos en contra del anglicanismo. Si bien Carlos reafirmó su compromiso con la Iglesia Anglicana, lo cierto es que había hecho un pacto secreto con Luis XIII: a cambio de este enlace, Carlos le daría más libertad a los católicos de Inglaterra. Para evitar cualquier disputa, al momento de su coronación, en 1626, se decidió que su esposa no estuviera a su lado.
Lo que marcó el reinado de Carlos I fueron sus continuos problemas con el Parlamento, el que cerró por primera vez en 1626. Carlos creía en el don divino de la monarquía, sin necesidad de un Parlamento para gobernar sino que lo haría guiado por Dios y su propia consciencia.
Sólo convocaba ocasionalmente al Parlamento en búsqueda de fondos, sobre todo para afrontar gastos de campañas militares. Una de ellas fue el desastroso asedio a La Rochelle, que encabezó el duque de Buckingham en 1628, en defensa de los protestantes franceses (hugonotes) y que llevó al Parlamento a pedir el impeachement del duque.
Carlos I es entregado al Parlamento, que toma una decisión sin precedentes: llevar a juicio al rey, a lo que inexorablemente seguiría una ejecución
Ante la negativa del rey para deshacerse de su favorito, en 1629 un enfurecido oficial naval, John Felton, que había participado de la fallida expedición, asesina al duque, un crimen que destruyó a Carlos I, quien, a raíz de esto, se convirtió en una figura cada vez más aislada tanto en la corte como a nivel público. Tras firmar sendos tratados de paz con Francia y España, en 1629 Carlos I cierra el Parlamento, iniciándose un período que la historia conoce como los “11 años de tiranía”, en los que Carlos gobernó como monarca absoluto.
La gota que colmó el vaso llegó en 1640 por motivos religiosos: Carlos I solicitó el uso de un libro de oraciones basado en un modelo inglés, el Libro de Oración Común, que si bien estuvo refrendado por obispos escoceses, fue rechazado por los presbiterianos en Escocia que lo vieron como un arma para introducir la religión anglicana.
Carlos I lo tomó como una provocación. Al no tener Parlamento y a efectos de abatir la rebelión, el rey trató de recaudar más impuestos, que la gente no quiso pagar. Sin fondos, ordenó reabrir el Parlamento, convencido que éste le iba a facilitar los fondos para terminar con el problema en Escocia, por la mutua antipatía entre ingleses y escoceses. Pero antes de cerrar un acuerdo volvió a disolver el Parlamento, Carlos I enfrentó con una tropa paupérrima a los escoceses, que lo humillan estrepitosamente, obligándolo a firmar el Tratado de Ripon, el cual lo obligó a pagar los costos del ejército escocés.
A su regreso a Londres, le esperaban más problemas: en 1642, y en ausencia del rey, el Parlamento había tomado el control de la situación, dando comienzo a la Guerra Civil, cuyo punto de inflexión fue en 1645, cuando los parlamentarios organizan sus fuerzas bajo el mando de Sir Thomas Fairfax y su segundo, Oliver Cromwell. Por seguridad, Carlos I envía a su familia al extranjero.
Arrestado en Hampton Court, Carlos I logra huir para ponerse en manos del ejército escocés en la Isla de Wight, hasta que finalmente es derrotado por las tropas parlamentarias en la batalla de Preston, en 1648. Carlos I es entregado al Parlamento, que toma una decisión sin precedentes: llevar a juicio al rey, a lo que inexorablemente seguiría una ejecución. Carlos I se niega a reconocer la autoridad del tribunal y rechaza pedir la súplica en reiteradas ocasiones.
Bajo los cargos de traición y abuso de poder, entre otros, el juicio comenzó el 20 de enero de 1649; la sentencia no tardó en llegar – el 26 de enero, 59 parlamentarios firmaron la condena a muerte, que se concretó el 30 de enero de 1649, en un mediodía muy frío. Carlos I pidió usar dos camisas “para que ni siquiera me vean temblar de frío”. Apoyó su cabeza en el patíbulo, pidió un rato para rezar y dio la orden al verdugo; su cabeza cayó de un hachazo.
Lo primero que hizo Oliver Cromwell al tomar las riendas del país fue enviar a buscar a la torre de Londres todas las joyas de la corona y derretirlas para convertirlas en monedas
La ejecución de Carlos I horrorizó al pueblo y hasta a Escocia; la gente lloraba y gemía, y hubo quienes empapaban sus pañuelos con la sangre del rey. Fue un punto que posteriormente le iba a jugar en contra a Oliver Cromwell –cuya autoridad ya había hecho renunciar a su superior, Fairfax–, sobre todo por la dignidad y el aplomo con el que Carlos afrontó su destino. Al no haber abdicado, Carlos fue el primer rey de la historia de Inglaterra y del mundo occidental que fue ejecutado como un reo común.
Si bien Cromwell permitió que la cabeza de Carlos I fuera cosida al cuerpo, se le negó el entierro en la Abadía de Westminster. El funeral se realizó en la más estricta intimidad en el Castillo de Windsor.
Oliver Cromwell (1649-1658)
Lo primero que hizo Oliver Cromwell al tomar las riendas del país fue enviar a buscar a la torre de Londres todas las joyas de la corona y derretirlas para convertirlas en monedas. Allí fueron reliquias de valor histórico entre ellas la más valiosa, la corona del venerado San Eduardo el Confesor, penúltimo rey sajón antes de la llegada de los normandos en 1066.
Vendió y distribuyó la preciada colección de arte de Carlos I, y se prohibió cualquier mención a la monarquía bajo pena de muerte o multas. Contrario a lo que muchos creen, la abolición de la monarquía no implicó que Inglaterra fuera una república. Por el contrario, Cromwell, nacido en 1599 y descendiente de Thomas Cromwell, quien fuera uno de los ministros más influyentes de Enrique VIII, fue el líder de facto de una dictadura tiránica y autoritaria, que manejó con mano de hierro.
Fanático protestante, Cromwell ordenó brutales persecuciones, torturas y ejecuciones a los católicos, a quienes consideraba herejes. En el plano militar, obtuvo grandes victorias en Escocia y en la católica Irlanda, campañas que fueron brutales, sobre todo en Irlanda, donde hubo crueles masacres. Si bien es considerado uno de los 10 personajes más influyentes de la historia británica, Oliver Cromwell es también una figura controvertida y contradictoria.
Sus detractores lo definen como un regicida, hipócrita y ambicioso, que traicionó las libertades y las tradiciones de su país, un hombre que podía estar a favor de la igualdad en la justicia a la vez que arrestaba a todo aquel que se opusiera a sus medidas, que tomaba sin permiso del Parlamento. Sus seguidores dicen que fue un gran líder, que estabilizó al país, derrocando a un rey tirano para promover la república y la libertad.
Como sea, el Protectorado de Cromwell no fue fácil; hacia 1653 había muchas divisiones en el Parlamento que, irónicamente, Cromwell ordenó disolver. Hubo quienes dicen que un gracioso puso un cartel afuera del Palacio de Westminster que decía “En alquiler, sin muebles”. En diciembre de ese año, Cromwell, quien había rechazado la corona que le habían ofrecido sus partidarios, acepta el cargo de Lord Protector, un cargo de por vida y que le otorgaba ciertas libertades, entre otras, tomar decisiones sin el consentimiento del Parlamento y elegir a su sucesor. Fue ungido en una ceremonia cuasi coronación el 16 de diciembre de 1653. Cromwell firmaba al estilo de los reyes, es decir Oliver P (por Protector) y sus hijas recibieron tratamiento de Altezas Reales. Fue, según el criterio de muchos historiadores, “un rey sin corona”, que acumuló muchísimo más poder que Carlos I.
Enfermo de malaria, Oliver Cromwell falleció en 1658 y fue enterrado, junto a su hija Elizabeth, quien sucumbió al cáncer a los 29 años, en la Abadía de Westminster, el lugar que le había negado a Carlos I. Poco antes de su muerte, designó como sucesor a su hijo Richard, quien ni estaba preparado para el cargo ni tampoco le interesaba suceder a su padre.
El “protectorado” de Richard Cromwell, que duró apenas nueve meses, fue un fracaso absoluto que sumió a Inglaterra en un estado de caos sin precedentes. Es cuando entra en escena un militar y político escocés, George Monck, quien junto a un ejército de 8000 hombres baja a Londres para sostener conversaciones con el Parlamento, votando por unanimidad la restauración de la monarquía y proclamando a Carlos II como legítimo rey.
Carlos II (1630-1685)
En 1660, con 30 años (había nacido en Londres, en 1630), Carlos II regresa a Inglaterra, desde La Haya, donde se encontraba exiliado, luego de haber sido coronado Rey de Escocia en 1651. Fue recibido en Dover por George Monck y luego recorrió Londres entre una multitud enfervorizada y feliz por su retorno y la restauración de la monarquía.
Luego de arreglar algunos asuntos con el parlamento, Carlos se ocupó de rastrear a todos quienes habían estado involucrados en el juicio y ejecución de su padre. Los buscó uno por uno, y los hizo ejecutar, incluso póstumamente; a Oliver Cromwell lo hizo desenterrar de la Abadía de Westminster y mandó decapitar su cadáver en una fecha muy “especial”, el 30 de enero de 1661, exactamente 12 años después que su padre.
Carlos II fue coronado el 23 de abril de 1661, en la Abadía de Westminster, estrenando un nuevo set de coronación, que encargó al joyero de la corte, Sir Robert Vyner. Entre todas las piezas que se realizaron (orbe, cetros, espadas, espuelas, brazaletes), la más importante es la imponente Corona de San Eduardo, de oro, con un peso de 2 kilos y medio, incrustada de piedras preciosas con dos arcos laterales, interior de terciopelo púrpura, base de armiño y rematada con orbe y una cruz.
Fue utilizada en las coronaciones de otros dos monarcas luego de Carlos II, y posteriormente, se mantuvo guardada por 200 años. Quien la rescató del olvido fue Jorge V, bisabuelo de Carlos III, para su coronación, en 1911, y desde entonces se ha utilizado en todas las coronaciones subsiguientes. Es decir que el Arzobispo de Canterbury colocó en la cabeza de Carlos III la misma corona que utilizó Carlos II en su lujosa coronación en 1661.
Carlos II que, como su padre, se convirtió en heredero al trono luego de la muerte de un hermano mayor, llamado también Carlos, era muy alto (medía casi 1,90), apasionado de los deportes, los caballos, la cacería y las ciencias. También era asiduo concurrente al teatro, los cuales reabrió, ya que habían sido clausurados por Cromwell por considerarlos un pecado. Fue Carlos II quien accedió que por primera vez en la historia las mujeres pudieran subirse a las tablas, lo cual no tenían permitido hasta entonces. Los papeles femeninos se destinaban a hombres jóvenes.
Fue un rey carismático, afable y popular, que le gustaba mezclarse con la gente, algo impensado para la época. Lo llamaban the merry monarch (el monarca alegre), por su estilo de vida despreocupado, un toque que le dio también a su corte, en la que había más placer que obligación.
Lo cierto es que, si bien algunos conservadores lo acusaron de ser demasiado libertino, la gente lo aprobaba, porque les dio el aire fresco tan necesario luego de 20 años de padecimientos entre la guerra civil y la tiranía de Cromwell. Mujeriego empedernido, no lo detuvo ni siquiera su matrimonio con la princesa portuguesa y católica Catalina de Braganza, con quien tuvo tres hijos que no sobrevivieron. De sus incontables amantes llegó a reconocer unos 12 hijos ilegítimos, a quienes Carlos hizo duques y condes.
Esta vasta descendencia ilegítima llega hasta el día de hoy, e involucra a las dos mujeres que marcaron la vida de Carlos III. Su primera esposa, la fallecida princesa Diana, era descendiente directa de dos de esos hijos ilegítimos, el duque de Grafton y el duque de Richmond. Su actual esposa, la reina Camilla, también tiene sangre Estuardo, al ser descendiente del Duque de Richmond. Es decir que Diana y Camilla comparten un ancestro, el Duque de Richmond. Por eso, cuando William, el hijo de Diana y Carlos, se convierta en rey, será el primer monarca después de más de 500 años descendiente directo de Carlos II por vía materna.
Durante el reinado de Carlos II hubo dos sucesos trágicos: la gran plaga, en 1665, que mató a casi 100.000 personas, y el gran incendio de Londres, en 1666, que arrasó con la capital. Muchos supersticiosos aludieron al número (666) como un comienzo del apocalipsis y se llegó a decir que estas calamidades eran un castigo por la vida licenciosa de Carlos II. Pero Carlos II hizo oídos sordos: comisionó una nueva ciudad brillante y esplendorosa, planificada por el arquitecto Christopher Wren, quien hizo surgir Londres desde las cenizas. Su gran obra maestra es la imponente Catedral de San Pablo.
Carlos II era un gran admirador de su primo Luis XIV de Francia, a quien ayudó a combatir en sus guerras con Holanda. El Rey Sol le proporcionó a su primo una buena dote, a cambio de que Carlos se convirtiera al catolicismo cuando lo creyera conveniente. Mientras, en medio de una de las guerras con Holanda, el merry monarch afable, carismático y popular, estableció la Royal African Company, la cual permitía que miles de hombres, mujeres y niños traídos de África fueran comerciados indiscriminadamente como esclavos, una práctica siniestra que le proporcionaba al reino una cuantiosa cantidad de ingresos. Fue la gran mancha del reinado de Carlos II. La abolición de la esclavitud en Inglaterra llegaría a principios del Siglo XIX.
Carlos II falleció en 1685, a los 54 años, a causa de una hemiplejia. Fue anglicano toda su vida, pero se convirtió al catolicismo poco antes de morir, cumpliendo la promesa que le había hecho a su primo Luis XIV.