Declaraciones de amor incondicional a la bicicleta entre libros y recuerdos
Evocaciones de la infancia y sensaciones por sólo pedalear, relatadas en obras de escritores
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“Me dio por llamar amiga a mi bicicleta, mantenía conversaciones silenciosas con ella y por supuesto le prestaba la mayor atención. Después de algún tiempo, acostumbrado a pasar tantas horas en ella, perdí el interés por mis amigos. La bicicleta se convirtió en mi única y verdadera amistad”, escribió el estadounidense Henry Miller en la novela My Bike and other friends, en la que confiesa su amor y la relación que tuvo desde niño con este “objeto” capaz de generar las más profundas sensaciones con sólo pedalear.
El antropólogo francés Marc Augé lo considera un vínculo de amor: “La bicicleta es una experiencia de eternidad: montar en bicicleta (o volver a hacerlo luego de un tiempo) se asemeja a la experiencia que se tiene en la playa, cuando el que se tiende en la arena y cierra los ojos experimenta la sensación de reencontrarse con su infancia o, más exactamente, con las sensaciones, que, al no tener edad, escapan a la acción corrosiva del tiempo”, describe en Elogio a la bicicleta (Gedisa). En este sentir, la bici forma parte de la historia de cada uno de nosotros y, “a través de ella –dice Augé–, tal vez, de algo que se asemejaría a la felicidad”.
La narración de Gabriel García Márquez en Memoria de mis putas tristes (Sudamericana) devuelve esa alma de niño: “Cuando fui a comprar la mejor bicicleta para ella, no pude resistir la tentación de probarla y di algunas vueltas casuales en la rampa del almacén. Al vendedor que me preguntó la edad le contesté con la coquetería de la vejez: Voy a cumplir noventa y uno. El empleado dijo justo lo que yo quería: Pues representa veinte menos. Yo mismo no entendía cómo conservaba la práctica del colegio, y me sentí colmado por un gozo radiante. Empecé a cantar. Primero para mí mismo, en voz baja, y después a todo pecho con ínfulas del gran Caruso, por entre los bazares abigarrados y el tráfico demente del mercado público. La gente me miraba divertida, me gritaban, me incitaban a participar en la Vuelta a Colombia en silla de ruedas. Yo les hacía con la mano un saludo de navegante feliz sin interrumpir la canción. Esa semana, en homenaje a diciembre, escribí otra nota atrevida: Cómo ser feliz en bicicleta a los noventa años.”
“Consigue una bicicleta. No te arrepentirás, si sobrevives”, relató Mark Twain en Domando la bicicleta
El irlandés Samuel Beckett, en las primeras páginas de Molloy (Ediciones Godot), escribe: “Querida bicicleta, no te llamaré bici, estabas pintada de verde, como tantas bicicletas de tu promoción, ignoro por qué causa. Con qué gozo vuelvo a verla (...) . Y cuando tuve que separarme de mi bicicleta, le quité la bocina y la guardé. Creo que todavía la conservo en alguna parte, y si ya no me sirvo de ella es porque se me quedó muda”.
Desde la aparición de “este regalo de Dios”, como muestra el vitral de la Iglesia San Giles de Stoke Poges, pequeña localidad situada en Buckinghamshire, Inglaterra, la literatura estuvo presente, ya sea desde la ficción o en los escritos más íntimos.
Un caso curioso fue el de León Tolstói. La revista Scientific American publicó el 18 de abril de 1896: “El conde León Tolstói, el novelista ruso, ahora ha aprendido a montar en bicicleta, para asombro de los campesinos de su finca”. Un mes antes, su hijo Iván Vanichka Lvovich, de siete años, había fallecido y la Sociedad Moscovita de Amantes de los Velocípedos le regaló una bicicleta y un pequeño curso para que aprendiera a montar. A los 67 años, se convirtió en un ferviente apasionado.
Varios son los relatos que la tienen como protagonista, sólo para recordar algunas: “Vietato introdurre biciclette”, de Julio Cortázar, incluido en Historias de Cronopios y famas (“Se sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su triste condición social”); la divertida experiencia narrada por Mark Twain en el ensayo Domando la bicicleta (“Consigue una bicicleta. No te arrepentirás, si sobrevives”); los Diarios de bicicleta (Reservoir Books), de David Byrne, o la inolvidable Ladrones de bicicletas, de Luigi Bartolini, adaptada al cine por Vittorio de Sica. Otro que supo pedalear fue H. G. Wells, quien, dos años antes de publicar La guerra de los mundos, escribió una de las primeras novelas cicloturistas: Ruedas de fortuna (Menguantes). Allí explora los cambios sociales que provoca la irrupción de la bicicleta a fines del siglo XIX en Inglaterra. Una “máquina de libertad”, que como bien destacó Susan B. Anthony, feminista y defensora de los derechos humanos, en una entrevista a New York World en 1896: “La bicicleta ha hecho más por la emancipación de la mujer que ninguna otra cosa en el mundo”.
Hoy las redes nos permiten visitar esos viejos álbumes fotográficos donde autores posan orgullosos con sus bicicletas; como esa fuente de inspiración, vale decir, no sólo literaria. “Se me ocurrió (la teoría de la relatividad) mientras montaba en bicicleta”, dijo Albert Einstein.