“Decían que estaba loco”. Creó un balneario de lujo con estilo francés que se convirtió en el más exclusivo de la costa argentina
En 1860, Patricio Peralta Ramos compró tierras donde había un saladero y fundó una ciudad balnearia copiando a las más lujosos de Europa. El relato de su tataranieto
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Cuesta imaginarlo: el océano en toda su inmensidad, kilómetros y kilómetros de arena bordeándolo, el viento, siempre el viento. Y casi en la nada, un majestuoso hotel con una rambla del mismo estilo francés, a todo trapo, rodeados de unas pocas casas salpicadas en el paisaje. Es la estampa de la ciudad de Mar del Plata, en sus primeras épocas, cuando no había lugar para imaginar cómo cambiaría en pocos años.
Mar del Plata no se convirtió en un balneario de lujo en la Belle Époque como producto de una ciudad que venía creciendo y que debía naturalmente derivar en la ciudad turística más glamorosa y de más prestigio del momento. Sin dudas, fue el resultado del espíritu aguerrido y emprendedor de gente que pudo anticipar que ese paraje agreste tenía todo el potencial para convertirse, primero, en una ciudad y, más tarde, en el lugar de veraneo más importante y referente de la región.
En 1860, Patricio Peralta Ramos, junto a sus dos hijos varones más grandes, Jacinto y Eduardo, viajó a las tierras que acababa de comprar, donde no había más que un saladero. Desde un principio su objetivo fue transformar esas hectáreas en una ciudad de la que todo el mundo hablaría y a la que todos querrían visitar una y otra vez.
“Patricio era rosista a muerte. Hacía negocios y proveía de uniformes a Rosas. Cuando Justo José de Urquiza -mi tatarabuelo materno- vence a Rosas, éste se va del país. Los porteños desconocen entonces la deuda que tenían con Patricio. Esto provocó en él casi un crack económico y una gran desilusión de Buenos Aires, por eso se fue”, narra a LA NACION revista Carlos Charlie A. Peralta Ramos, tataranieto del fundador de Mar del Plata, cofundador y administrador de la página de facebook Los hijos de Don Patricio Peralta Ramos.
A su desgracia económica, se sumó la pérdida de su mujer, Cecilia Robles, quien murió dando a luz al último de sus 14 hijos, en 1861. “Patricio quedó tan desolado que siente que tiene que crear algo en su honor y le pide a la Iglesia permiso para levantar una iglesia, que se llamaría Santa Cecilia. Hacía un tiempo había naufragado un barco y, con esas maderas, Patricio, que tenía como hobby la ebanistería, hizo, con sus propias manos, el altar de Santa Cecilia, en tributo a su mujer”, apunta Peralta Ramos.
Patricio Peralta Ramos que, hasta el momento del crack económico sufrido tenía una importante posición económica, decidió vender cuatro de sus estancias en el partido de Rojas: San Jacinto, San Patricio, Santa Cecilia y San Alberto. Con la plata obtenida en la venta de sus tierras, Patricio “se va a la provincia de Buenos Aires. Se entera de que toda Mar del Plata -132.600 hectáreas que aún no tenían ese nombre-, donde no había más que arena, médanos y un saladero, estaba en venta. Negocia con el Mariscal José Coelho de Meyrelles -bisabuelo de la escritora Silvina Bullrich-, representante de un consorcio brasilero, dueño de las tierras. Los amigos de Patricio de Buenos Aires le decían que estaba loco. Él, que había puesto allí toda su plata, les decía que era un lugar maravilloso, al que iban a llegar buques de todos lados para disfrutar del lugar”, señala el tataranieto.
Decidido, Patricio sacó a sus dos hijos varones más grandes, Jacinto y Eduardo, del Colegio San José, al que asistían, y se los llevó a sus nuevas tierras. Una vez en la playa con ellos, “les dice que iba a hacer allí una ciudad a la que iba a ir gente de todos lados”, afirma Charlie A. Peralta Ramos. Patricio contaba con la oposición de los estancieros vecinos, que no querían saber nada con la creación de una ciudad cerca de sus tierras. Jacinto y Eduardo dedicaron sus existencias al desarrollo de Mar del Plata. Jacinto fue su jefe de Policía y Eduardo llegó a ser intendente.
Una anécdota pinta a Patricio Peralta Ramos de cuerpo entero. “Hay un cuadro en el que está pintado Patricio con sus hijos. Tiene el brazo extendido en el aire y de su mano cae como ceniza. En él trata de decir a sus hijos que nunca se desprendan de la tierra, que ésta es lo único que vale, ya que lo demás se diluye. Les aconseja que compren cada vez más tierra”, agrega Peralta Ramos, quien asegura que también el padre les dejó a los hijos una serie de máximas para guiar sus vidas. Patricio se destacaba por su austeridad y, en los primeros días de Mar del Plata, vivía en una casa muy sencilla. “¿Por qué hizo el imperio que hizo? Porque tenía una mente austera”, asegura su tataranieto. Y, si bien tenía su postura tomada a favor de Rosas, a sus hijos “les dijo que tenían libertad para pensar lo que quisieran”, añade.
Finalmente, Patricio tomó posesión de sus tierras y “procedió de inmediato a subdividirlas en lotes y, en cuatro años, subastó unas 80.000 de sus 136.000 hectáreas, para proseguir con otras entre 1876 y 1878. Juzgada a partir del giro que tomaron sus negocios, la compra original a Meyrelles estuvo seguramente impulsada más por el cálculo de su espíritu mercantil que por el llamado de una vocación terrateniente. Al final, no sería él sino otro de sus contemporáneos en la zona, José Toribio Martínez de Hoz, quien pondría los cimientos de la estancia emblemática de Mar del Plata, al fundar Chapadmalal, en 1861.
En los dominios de Peralta Ramos quedaron, en definitiva, una estancia que llamó Cabo Corrientes, por el nombre del lugar, en la franja costera donde creció más tarde el gran balneario del Atlántico. Sus planes contemplaron muy tempranamente la explotación de esa franja costera con vistas a un desarrollo urbano, como lo demuestra la indicación “reservado para el ejido de un pueblo” que figura en el mapa catastral de la provincia de 1864, levantado después del fraccionamiento y venta de sus tierras”, describen Elisa Pastoriza y Juan Carlos Torre en su libro Mar del Plata, un sueño de los argentinos.
El 10 de febrero de 1874 es la fecha de fundación de Mar del Plata, sobre estancias de Peralta Ramos. “Patricio había regalado las tierras que le había comprado al Mariscal Coelho de Meyrelles y depositó plata para que Mar del Plata no se endeudara por tres años”, asegura el tataranieto. En ese entonces, el viaje desde Buenos Aires tardaba entre ocho y diez días. En 1907, el pueblo fue declarado ciudad. Para desarrollarla, Peralta Ramos llevó al agrimensor Carlos de Chapeaurouge, que diseñó y delimitó la ciudad que recibiría el nombre de Mar del Plata. “Estando en la playa mirando el mar, que estaba de un color brillante, plateado, se le ocurre a Patricio el nombre de Mar del Plata”, cuenta el descendiente.
Patricio Peralta Ramos advirtió que desarrollar una tarea tan grande, como la creación de una ciudad, era un desafío gigantesco para una sola persona. “Él sabía de la existencia de un vasco francés, Pedro Luro, que estaba comprando tierras y que estaba implementando una novedad, el alambrado. Jacinto lo llevó a Mar del Plata y terminó haciéndose socio de Patricio”, relata Peralta Ramos. Pedro Luro había llegado sin nada a la Argentina en 1837. Su espíritu emprendedor, su tesón y su capacidad de trabajo fueron las claves de su pronto ascenso económico. Sin duda, tenía “un talento peculiar para sacar partido de los nichos de negocios que ofrecía el país en formación. La suma de estas condiciones lo convirtió en un ejemplo legendario del inmigrante exitoso”, se lee en las páginas de Mar del Plata: un sueño de los argentinos.
Del pueblo a la ciudad y de ahí al balneario, Mar del Plata tenía todo para resultar un suceso. “No surge como un balneario sino como pueblo. El desarrollo distinto se da cuando cambia de rumbo y apuesta a lo turístico. Eso es decisión de los hijos de Pedro Luro y de Patricio Peralta Ramos. Los hijos de Peralta Ramos -Jacinto y Eduardo- y los de Luro -Pedro Olegario y José- son muy importantes en el desarrollo del balneario. El Bristol Hotel, las ramblas, el Club Mar del Plata y el juego de la ruleta que se practicaba en esos ámbitos porque no había un edificio del casino, son hitos de Mar del Plata. En esos ámbitos de sociabilidad estaba el juego que era una de las mayores atracciones del balneario en esos años”, destaca a LA NACION revista la historiadora Elisa Pastoriza.
Un paso fundamental para la ciudad fue la llegada del ferrocarril. “Jacinto invita a Dardo Rocha, gobernador de la provincia, y lo aloja para mostrarle Mar del Plata, junto con su hermano Eduardo. Rocha se enamora del lugar, entonces le piden que los ayude a extender el ferrocarril. Cuando Rocha les da el visto bueno, Jacinto tuvo que negociar con los ingleses que no se animaban a hacer una inversión tan importante y pusieron como condición que los Peralta Ramos avalaran patrimonialmente la inversión. Así fue y en 1886 llegó el primer ferrocarril a Mar del Plata”, afirma Peralta Ramos.
Según cuenta el bisnieto, Jacinto y su socio, Pedro Olegario Luro, le regalaron un terreno para que el gobernador se hiciera su casa, Santa Paula, en honor a su mujer. “Cuando se iba a construir la Catedral, Jacinto Peralta Ramos junto con su socio Pedro Olegario Luro donó de su peculio otro lote de terreno lindero al que había donado su padre en el acto de fundar la ciudad, dado que quedaba chico para el tamaño de la Catedral”, asegura Charlie. Jacinto Peralta Ramos, por su parte, recibió una condecoración pontificia luego de haber fundado el Instituto Peralta Ramos, de los hermanos Maristas, que se construyó sobre tierras que él había donado. Además, fue quien hizo el faro de Punta Mogotes, que se realizó en Francia y trajo a la Argentina con tres expertos. Fue colocado en tierras donadas por Jacinto.
Presentes allí desde sus primeros días, los dos hijos varones mayores de Patricio y los de Pedro Luro continuaron la obra y desarrollaron el balneario que tenía como modelo a los más lujosos y de moda en Europa, como Biarritz y Deauville. Tan bien logrado fue el resultado que, en su momento, lo llamaban el Biarritz argentino.
Biarritz ya estaba instalado como balneario de moda. Victor Hugo escribió, unos años antes, en 1843, presagiando lo que vendría: “No tengo sino un temor de que se ponga de moda. Ya están viniendo de Madrid, pronto lo harán desde París. Entonces, Biarritz, esta aldea todavía tan agreste, tan rústica, tan honesta, será capturada por el apetito maligno del dinero. Pronto Biarritz pondrá rampas a sus dunas de arena, escaleras a sus barrancas, kioscos a sus rocas, bancos a sus grutas. Cuando ello ocurra Biarritz no será más Biarritz”. En 1857 abrió el Casino Bellevue y Eugenia de Montijo inauguró su mansión, alrededor de la que se sucedieron mansiones y hoteles de lujo. “Como era de rigor en las estaciones de baños de las costas europeas, Biarritz descansaba sobre cuatro pilares principales: el gran hotel, el casino, las ramblas, el balneario. Ese fue el modelo para armar con el que los promotores de Mar del Plata pusieron manos a la obra para ofrecerle a la élite social porteña su lugar de ocio junto al mar”, reflexionan Pastoriza y Torre en su libro sobre Mar del Plata.
El balneario que imaginaron y luego trazaron los descendientes de Peralta Ramos y de Luro fue, desde un principio, de un lujo suficiente como para convocar a las familias habituadas a visitar Europa. “Hacia el filo del nuevo siglo, la Guía Baedeker, el prestigioso manual del viajero editado en francés, proclamaba a Mar del Plata “la reina de las estaciones balnearias de la Argentina y de América del Sud” y le encontraba un parecido con Newport, en la costa este de los Estados Unidos, la selecta y suntuosa playa de veraneo de la clase alta de Nueva York”, apuntan los escritores del libro Mar del Plata, un sueño de los argentinos.
Los hijos de Pedro Luro fundaron, entonces, un hotel de lujo, inspirado en los mejores balnearios europeos. El 8 de enero de 1888 se inauguró el Bristol Hotel, con los mejores materiales traídos del viejo continente. La respuesta fue inmediata. Todos aquellos que hasta entonces veraneaban en el Hotel Carrasco de Montevideo cambiaron su lugar de descanso. Enseguida el hotel colmó su capacidad y Luro decidió construir un anexo en tierras cedidas por Jacinto Peralta Ramos.
¿La elección del nombre del hotel? “Durante el siglo XIX, lo ha recordado Richard Robinson recientemente, el nombre de Bristol era sinónimo de exclusividad y confort, en la imagen de las elegantes mansiones inglesas, y se lo encontraba a menudo en las marquesinas de los mejores hoteles en las capitales europeas”, explican Pastoriza y Torre.
La gente se instalaba allí cuatro meses, con sus mejores ajuares, baúles, ropa para baile y alhajas, que transportaban en ferrocarril. Era un lujo que no tenía nada que envidiarle al que preparaban para cada viaje a París. En los comienzos del balneario los visitantes se hospedaban en hotel, pero poco a poco las familias empezaron a hacerse sus casas.
En los primeros tiempos de Mar del Plata, había un puñado de casas y unas de las primeras fue la de Jacinto Peralta Ramos. Otra fue la de su hermano, Eduardo, construida en 1888, de estilo austero, siguiendo las enseñanzas de su padre. Fue demolida en 1977 pero, felizmente, fue rescatado un mural de Fausto Coppini, titulado “Mar del Plata 1861-1873″, que hoy puede verse en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
Sin el nivel de lujo y sofisticación que tenía el Bristol Hotel, el público exclusivo que llegaba a Mar del Plata solía alojarse en otros dos hoteles. Claro que sus tarifas eran dos veces más bajas que las del Bristol. Uno de ellos era el Grand Hotel, creado por Luro. “Administrado originalmente por dos exmayordomos de Pedro Luro, el Grand Hotel llegó a tener, hacia 1910, unas 120 habitaciones y un gran salón comedor sin que fuera alterada su fisonomía tradicional, un cuadrado perfecto de una sola planta con amplios patios interiores y galerías techadas. Las comodidades que ofrecía no podían rivalizar con las del Bristol Hotel, pero de todos modos garantizaban el ambiente selecto y la cocina a la europea que tanto apreciaban las familias veraneantes”, describen Pastoriza y Torre en su libro.
El otro hotel que concentraba la actividad social de la época fue el Royal Hotel, de estilo más moderno, que funcionó, una vez remodelado, sobre lo que había sido el más sencillo Hotel del Globo. Con cancha de tenis y la única pileta de agua salada de la ciudad, durante el verano y hasta el mes de abril su ocupación era plena. “El restaurant copiaba a los mejores de Europa, con un ejército de mozos para servir a las decenas de mesas… Fue símbolo de los años locos y sus banquetes captaron la atención del mundo gourmet. En 1930, el Cordon Bleu, la más prestigiosa escuela de chefs del mundo -en realidad, su sede de Buenos Aires- destacó al Royal “por su esmerada cocina y comodidad”. Además, ofreció una de sus recetas exclusivas, a base de hongos. Nos referimos a las Cèpes à la Bordelaise (setas u hongos porcini a la bordalesa), un clásico de los menús de la época”, cuenta Daniel Balmaceda en su libro “Grandes Historias de la Cocina Argentina”.
La vida en la playa es un capítulo aparte. En un primer momento, la visita al balneario era una excusa para ser parte de la intensa vida social que allí se desarrollaba. Pero la gente no se bañaba en el mar. Hasta que aparecieron unos carruajes en los que las señoras empezaron a animarse. Los Peralta Ramos y Luro habían visitado Biarritz y habían experimentado cómo era la vida en un balneario de lujo. “Los carruajes de Mar del Plata eran iguales que los de Biarritz. Allí las mujeres se daban baño de asiento, felices además porque así no tenían que tomar sol. Estaba muy mal visto estar quemadas. Y los hombres, que usaban maillots enteros y gorra de baño, y que hasta 1900 no iban al agua porque era de mal gusto, tenían una sección del mar que era para ellos. Estaba acordonado y ellos entraban bordeándolo”, describe Peralta Ramos.
A su vez, nada quedaba librado al azar: había un reglamento en el que estaban claramente detalladas ciertas cuestiones ligadas a la vida diaria. El Reglamento de Baños fue promulgado en 1888 por la Prefectura Naval, que estaba a cargo de la vigilancia del balneario. “Es prohibido bañarse desnudo; el traje de baño admitido por este reglamento es todo aquel que cubra el cuerpo desde el cuello hasta la rodilla; en las tres playas conocidas por del Puerto, de la Iglesia y de la Gruta no podrán bañarse los hombres mezclados con las señoras a no ser que tuvieran familia o lo hicieran acompañando a ellas; es prohibido a los hombres solos aproximarse durante el baño a las señoras que estuviesen en él, debiendo mantenerse por lo menos a una distancia de treinta metros; se prohíbe en las horas del baño el uso de anteojos de teatro u otro instrumento de larga vista, así como situarse en la orilla del agua cuando se bañen señoras; es prohibido bañar animales en las playas destinadas para el baño de las familias; es igualmente prohibido el uso de palabras y acciones deshonestas o contrarias al decoro; los infractores a las disposiciones que preceden incurrirán en multa de dos a cinco pesos moneda legal o arresto de 24 a 48 horas y de cinco a diez pesos o arresto de 48 a 96 horas en caso de reincidencia, debiendo ser expulsado de la playa durante un mes en caso de incurrir por tercera vez en las mismas faltas a este reglamento; los que presten servicio de bañistas u otro de carácter análogo necesitan permiso de la autoridad marítima local el que le será espedido (sic) gratis. Y por escrito a toda persona que lo solicite siempre que fuere de buena conducta”.
En la playa o en la rambla, la vida social era intensa. A lo largo de los años se sucedieron distintas ramblas. Las tres primeras fueron de madera. La primera, levantada para la temporada 1886-1887, consistió en “una plataforma levantada en las orillas del mar que permitió a los veraneantes contemplar el paisaje marino y hacer vida social… cobró forma, así, la primera rambla, de unos tres metros de ancho… Las fotos que se conservan son elocuentes en cuanto a la sencillez y modestia de sus instalaciones; que previsiblemente ofrecieron poca resistencia a las inclemencias del tiempo. En septiembre de 1890 un violento temporal provocó un desborde del mar sobre la playa y arrasó con ella”, describen Elisa Pastoriza y Juan Carlos Torre.
Inmediatamente había que reemplazarla y, una vez más, se hizo de madera, llevando el nombre de Rambla Pellegrini. “Carlos Pellegrini fue muy importante en Mar del Plata. Cuando se inauguró el Bristol él era vicepresidente, estuvo en la inauguración y siempre muy atento a toda la construcción del balneario. Ante la destrucción de esta primera rambla, él en tiempo récord actuó para su rápida reconstrucción y la élite cuando viniera en el verano pudiera tener una rambla”, recalca Elisa Pastoriza.
El entonces vicepresidente “había sido nombrado padrino de la rambla ahora desaparecida, inició rápidamente una colecta entre sus amigos para construir otra nueva y terminarla antes del inicio del verano… en la temporada 1890-1891, los veraneantes pudieron reanudar la costumbre de pasear por la ribera y hacer tertulia sentados en sillas de mimbre distribuidas aquí y allá en la rambla flamante que, en homenaje a su promotor, se llamó Rambla Pellegrini”, detalla el libro sobre Mar del Plata. Esta vez estaba apoyada sobre grandes vigas y pilotes de cuatro metros que se enterraron en la arena y contaba con casillas de baños, florerías, casas de fotos y souvenirs, joyerías, bazares y confiterías. Poco duró ya que fue arrasada por un incendio en 1905.
Llegó entonces el turno de los hermanos Lasalle, dueños del casino, de financiar las nuevas obras para otra rambla, más cómoda y lujosa que la anterior. La llamaron Rambla Lasalle y tenía “casillas más grandes con una sala y un pasillo al que se abrían cuartos para cambiarse de ropa, cocina y toilette, balnearios con agua fría y templada en sus camarines, salones de recreación como el “Palacio de las Novedades”, la sala de cine “Lepage”, pista de patinaje y confitería, locales comerciales, cafés y restaurants”, detallan Elisa Pastoriza y Juan Carlos Torre. La suerte o las previsiones tomadas estuvieron del lado de esta construcción que se mantuvo en pie hasta que se decidió su reemplazo por otra de material que fuera más suntuosa.
El Club Mar del Plata, fundado a principios de siglo y promotor de la idea de construir la rambla de material -como la llamaban entonces- o francesa, obtuvo un empréstito en 1910, para la nueva construcción, comprometiéndose a devolverlo gracias a los ingresos que llegarían de su explotación. “Se seleccionó la propuesta del arquitecto francés Louis Jamin y Carlos Agote recibió el encargo de supervisar los trabajos. En enero de 1913 la Rambla Bristol fue inaugurada… La nueva rambla era un edificio de 400 metros de longitud y 45 de ancho, con un cuerpo central y dos laterales. Tenía cuatro niveles. El primero, directamente sobre la playa, destinado a los locales de los balnearios. Encima de él, en el nivel principal, se hallaba la promenade, el paseo al aire libre, limitado en el frente sobre el mar por una balaustrada ornamentada con un gran número de faroles y en el frente opuesto por una galería cubierta flanqueada por dos filas de columnas, a las que daban a las puertas de los principales negocios y por la que se accedía a dos salas de cine, Splendid y Palace Theatre. El tercer nivel incluía una galería también cubierta, con más negocios, y sobre ella el último nivel con departamentos para los concesionarios de los servicios y comercios de la rambla”, puede leerse en “Mar del Plata, un sueño de los argentinos”.
Había más de cien locales de servicios y comercios, entre los que se destacaban la Confitería La Brasileña, la confitería del Yacht Club, la sede del Ocean Club y el Salón de Fotografías Witcomb. “La nota sobresaliente de la rambla, en la que abundaban detalles decorativos de un estilo afrancesado, al decir de los contemporáneos, la dieron sus ocho cúpulas octogonales, las cuatro mayores sobre la fachada que miraba al mar y las cuatro restantes coronando la recova de la otra fachada, que se abría a los espléndidos jardines del Paseo General Paz”, continúa.
Respecto al estilo de la construcción y a la vida social que transcurría en ese escenario, “la marquesina de vidrio y hierro estilo Art Nouveau montada frente al cuerpo principal con sus cinco cupulines y una visera festoneada configuró la única licencia “modernista” del conjunto, ubicada estratégicamente ya que era el sitio de contemplación del mar y de la rambla, el espacio para ver y hacerse ver. La Confitería La Brasileña daría buen uso a este espacio, pues era el lugar obligado de encuentro de las figuras públicas nacionales e internacionales”, se describe en el facebook Los hijos de Don Patricio Peralta Ramos. A partir de las cinco de la tarde todo aquel que quería ser visto paseaba por la Rambla Bristol con sus mejores ropas.
Además de Carlos Pellegrini, se paseaban por la rambla y el hotel Marcelo Torcuato de Alvear, Julio Argentino Roca, Eduardo Wilde, Hipólito Yrigoyen, Bernardo de Irigoyen, Eugenio Cambaceres y Bartolomé Mitre. Entre los visitantes ilustres de la ciudad se destaca el entonces Príncipe de Gales, Eduardo de Windsor, futuro Eduardo VIII.
Las fiestas y reuniones sociales se desarrollaron, primero, en el Club Mar del Plata y, más tarde, en el Club Pueyrredón, que estaba ubicado casi sobre el mar. Con restaurant y salones de fiestas, los chefs eran traídos de Europa y cuando llegaba el Carnaval los gastos para los festejos podían no tener límite. A principios de siglo ya asomaban las mansiones con exquisitos jardines y barrancas, y Ernesto Tornquist financió, en 1904, la construcción de un mirador, la Torre Pueyrredón, más tarde conocido como Torreón del Monje. Allí funcionaría el Pigeon Club, de tiro a la paloma, actividad recreativa que los impulsores del balneario habían conocido en Europa, donde era habitual su práctica, especialmente en Biarritz, Trouville, Ostende y San Sebastián. “Pedro Olegario Luro y José Lassalle fueron sus entusiastas promotores y se ocuparon de reunir los palomares y montar el estand y sus tribunas a campo abierto, frente al mar, a pocas cuadras del Bristol Hotel. Figuras prominentes de la colonia veraniega eran asiduos participantes de las competencias”, narran Pastoriza y Torre.
También hubo un club feminista en la Mar del Plata de principios de siglo. En 1927 se fundó el Club Argentino de Mujeres. Contaba con una fracción de playa donde construyeron un balneario con alojamiento. “En mayo de 1928 fue arrasado por un temporal. Con ayuda del gobernador bonaerense -el radical Valentín Vergara- construyeron un nuevo edificio con 30 dormitorios y 60 camas, comedor, sala de lectura y baños calientes”, se cuenta en la página familiar de Facebook Tenía 700 socias y entre quienes veraneaban allí había mujeres profesionales, docentes y empleadas. En ese balneario, aseguran, se suicidó Alfonsina Storni, permanente colaboradora del Club de Mujeres.
Con el transcurso de los años y las frecuentes inundaciones que sucedían en la rambla, sumadas al deterioro de los ornamentos realizados en hierro, situados al borde del mar, las obras de restauración de la Rambla Bristol se volvieron constantes. Finalmente, en 1939 debió ser demolida y sustituida por la actual, la Rambla Casino, obra de Alejandro Bustillo, autor también del Casino Central y del Hotel Provincial.
En cuanto al Bristol Hotel, su fin “tuvo que ver con el cambio social que se estaba dando en el balneario. La manutención de esos hoteles tan opulentos era tan costosa que muchos de ellos empezaron a decaer. La caída del Bristol fue a principios de los 40. En el 44 se da su última cena y prácticamente deja de funcionar. Tiene que ver con la aparición de una nueva Mar del Plata. Mi hipótesis es que ese proceso democratizador se produce a fines de los años 20 y 30, cuando cambia la postal de Mar del Plata. Esa primera villa balnearia característica de la Belle Époque se modifica totalmente con la caída de la Rambla Bristol, y la posterior edificación del complejo Bristol, Playa Grande y la inauguración del Casino. Aparece un nuevo perfil y también un nuevo hotel central, que será el Hotel Provincial, que además es un hotel estatal. Hasta ese momento todas las inversiones eran privadas”, explica Pastoriza.
De las mansiones edificadas en la época de mayor esplendor de Mar del Plata, con materiales traídos de Europa, quedan en pie una veintena, según Peralta Ramos. Villa Victoria, hoy Centro Cultural Victoria Ocampo, fue ubicada en su momento por el padre de la escritora, Manuel Ocampo, al lado de su propia casa. Se trató de un bungalow de madera y hierro, prefabricado, traído desde Inglaterra. Villa Ortiz Basualdo fue donada a la ciudad y hoy alberga al Museo Municipal de Arte Juan Carlos Castagnino.
“Hoy todo el mundo habla de Playa Grande, donde está el Golf, donde está el Ocean y donde está el Yacht. Pero Playa Grande no existía, eso era muy al sur. Toda la clase alta vivía y hacía sus playas donde hoy está el Casino, donde está Havanna, que era la casa de Jacinto Peralta Ramos. Eso era el lugar donde se bañaban. Pero cuando empezaron a llegar las masas, en 1945, la clase alta se corrió y puso de moda Playa Grande”, señala Peralta Ramos.
Patricio Peralta Ramos murió en 1887 y Pedro Luro, en 1890. Los hijos de ambos le dieron el empuje a Mar del Plata hasta convertirla en el balneario que llegó a ser y que dejó una huella para siempre en la ciudad.