Gonzo Palacios: de Los Twist y los Redondos a lanzar un disco de jazz en España
Saxofonista y productor, vive en la isla de Menorca desde hace unos veinte años
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Gonzalo Palacios es uno de los músicos más emblemáticos de la experiencia colectiva que posibilitó la aparición de esquirlas del under en las mesas de sonido de la industria discográfica. Como integrante de Los Twist irrumpió en la opacidad de los días finales de la dictadura y montado en su saxofón trazó un camino de esplendores: compartió escenarios urgentes con Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Soda Stereo y Fricción, y fue parte de la banda que acompañó a Charly García y su demoledor cancionero de los primeros años 80. Décadas después, practica una gimnasia que lo desorienta un poco: la interacción con el público a través de las redes sociales. El Gonzo se siente expuesto a ese vértigo de la comunicación directa, síntoma de asistir a la descomposición del relato y, al mismo tiempo, del cuerpo. A propósito de su constatación resignada de que el intercambio del artista con el público cambió brutalmente, describe: “Esta relación tan íntima con la gente que de repente me sigue y también responde –y está bien que te responda–, es algo nuevo. Yo soy del vinilo, del casete, de la revista Pelo, de los suplementos culturales, de la radio y de sacar discos. Ahora, no sé qué personaje tengo que ser y lo aprendo sobre la marcha. No es lo mismo ser una persona anónima que ser una a la cual la gente asocia con determinadas circunstancias de su vida. Por mucho de los discos que he grabado y por otros en los que he participado, me voy dando cuenta de que hay cosas que han quedado instaladas en la mente del público. ‘Uy, ¿y esto?’ Me conectan de México o de Colombia diciendo tal y cual cosa de lo que grabé o me retrotraen a un momento de su vida. Tengo que enfrentarme a ello”.
Gonzo vive en la isla de Menorca desde hace unos veinte años. Trabaja como saxofonista residente en una discoteca ubicada en una cueva con vista al Mediterráneo. Además, lleva a cabo proyectos personales y de terceros en su estudio. “Si hace cuarenta años atrás venías del futuro y me decías ‘vas a tocar en una discoteca’ te daba una patada en el medio de la cara; pero una cosa es mi vida acá y otra cosa es lo que estoy haciendo más allá: virtualmente estoy más en Buenos Aires que en casa”.
¿Cómo llegaste a vivir en Menorca?
Yo vivía en Madrid y una vez vine a tocar. Antes estuve en Londres, me fui de Argentina en 1991. En Menorca, me enamoré de quien ahora es mi mujer. Tuvimos una relación a distancia durante tres años y terminé viniendo porque es un lugar maravilloso y me dieron un montón de trabajo. Venía todos los veranos y me quedaba. Es un lugar relativamente pequeño, en el que todos se conocen y corre el boca a boca. En la discoteca Cova d’en Xoroi se enteraron de que andaba dando vueltas por acá, me invitaron a tocar y luego me contrataron. Es un trabajo que yo hacía en Madrid. Por entonces la discoteca era más del estilo club, como le dicen acá. Pasaban house hasta las seis de las mañana, hora en que los tenían que echar. Con el tiempo el público cambió: el turismo fue una de las razones. Ese trabajo, más algunas producciones que hago en mi estudio, me dan para vivir tranquilo trabajando seis meses al año. Además de ser ideal, eso me da espacio para mi parte creativa.
Decías que estás trabajando a distancia. ¿Con qué?
Retomé lo que se abortó a principios de 2020 a raíz de la pandemia: un disco en vivo que estoy grabando con la banda que se llama como yo, El Gonzo. Hicimos un concierto en Buenos Aires en noviembre de 2019 y grabamos el disco. Aunque sea a distancia seguimos grabando cosas, haciendo videos, revisando el material. Y estoy viviendo un proceso muy raro: después de estar veinte años desconectado empezó a conectarme el periodismo. Supongo que es el efecto de la falta de novedades; entonces, un tipo que ha tocado con la mitad de los músicos más importantes de la Argentina es, evidentemente, una fuente de información y anécdotas. Y están las redes sociales…
¿Las descubriste hace poco?
Sí. Primero me di una vuelta para ver cómo eran y me dio algo de aversión, no quise usarlas porque no tenía nada para comunicar. Luego entré por necesidad, las vías antiguas de difusión no tienen la misma llegada y la amplificación que te dan las redes es mucha. Descubrí que importa más la insistencia por crear contenidos que cuán bueno es lo que hacés. Ante esa demanda todos estamos publicando cosas. Los artistas reflexionamos bastante sobre estos temas, hay que reinventar qué hacemos y cómo a partir de dónde se va a emitir. Podés aceptarlo como un desafío: pelear contra algo nuevo o abandonar.
El tema son Los Twist, pero El Gonzo parece renuente a hablar de ese momento. Han pasado muchas cosas, señala con un tono que estruja la dimensión de los hechos. Se sabe: recordar tiene un precio que no se paga porque sí. Sin embargo, estamos en la víspera de una conversación verdadera. La prueba es que la velocidad de sus palabras emula el ritmo humano del pensamiento, es una singular ceremonia. El proyecto twist (torcido y retorcido) quizá no haya contemplado en sus orígenes la complejidad de la estética que lo sostuvo luego, su creatividad desbordada hacia una especie de situacionismo paródico que lo salvó de las explicaciones que fueran más allá del chascarrillo, la invocación del azar o las imposturas que los artistas populares eligieron crear para desandar una suerte de bailongo con contenido. La popularidad que tejieron Los Twist avanzó en una conexión nueva entre música y palabras, con el sentido revoleado a su suerte (La importada sale cara pero es la mejor, la de acá es barata pero no tiene sabor. ¡Salsa para vivir, salsa para ser feliz, feliz, feliz!), remontado en papel barrilete colorido y bajado al asfalto mental de las juventudes criadas en dictadura. La dicha… vio la luz el 17 de octubre de 1983 (¡Mi general no se vaya, mi general ya se fue!) y abarca subjetividades políticas, relaciones entre generaciones, el pasaje con sombras de la dictadura picante a las ronchas de la democracia. Ah, y la producción de un señor llamado Charly García. Resultado final: ¡diez de diez en hits, un mega strike de fonola!
¿La dicha en movimiento fue un disco disruptivo?
Llamalo como quieras, disco bisagra, cambio de paradigma, pero las cosas a partir de ese momento no fueron iguales. No solo para nosotros, sino para todo el rock argentino. Ese disco mostró que el rock ya era más popular que todo lo que lo antecedió. Les abrió los ojos a todos. Virus, al que tanto le había costado ser reconocido, empezó a vender. Gracias al éxito de La dicha… muchas bandas consiguieron contratos en compañías discográficas. Lo digo sin ninguna soberbia, ¿eh? Es un dato objetivo. Sin el éxito de ese álbum probablemente muchas hoy no existirían y las variables del espacio tiempo hubieran sido muy diferentes.
¿Qué importancia tuvo para vos ese disco?
Una importancia vital. Nada me gustó tanto como haber hecho ese disco. Toqué con todo el mundo por haber grabado La dicha… Es cierto que había grabado con Charly, pero que fuera El Gonzo de Los Twist les gustaba más –señala con acento español y una pizca de porteñismo–. Al principio fue una señal que muy pronto se hizo evidente: todas las discográficas buscaban algo que se le pareciera. Era rock divertido, ¡maldito estigma! –exclama despertando de una pesadilla–. Era divertido, sí, pero no era lo más importante para definirlo como tal, como si fuese un estilo. Luego de ese disco grupos como Los Pericos o las Viudas e Hijas de Roque Enroll (¡en su compañía las llamaron Las Twist femeninas!) vendieron mucho más. En el mismo sentido puedo hablar del público. Un público nuevo que no necesariamente tenía ganas de escuchar música que en 1982 atrasaba cinco o seis años, con el cariño y respeto que les tengo a todos mis colegas. El periodismo de rock no iba más allá de Serú Giran. El hecho de que en nuestra música tuviera humor, parodia e imagen hizo la diferencia.
Las discos tronaban, la gente iba a sus conciertos y gastaba los hits en la pista: “Jugando hulla hulla”, “Pensé que se trataba de cieguitos”, “25 estrellas de oro”, “Ritmo colocado”. Entre los pensamientos inesperados que surgían en la tibieza de esa incubadora, las naves distópicas de Los Twist traficaban un lenguaje que en la infancia de la democracia resultaba inaugural también para el rock, los bordes filosos de sus letras corrieron el alcance de la palabra desfachatez, vistas a la distancia parecen anticuerpos para defenderse en zonas de peligro.
Recuerdo críticas e ironías sobre lo que hacían, ¿los medios desconfiaban de ustedes?
Sí, pero no solo de nosotros. De Virus y de Los Encargados –el grupo de Daniel Melero– también. Dijeron unas cosas muy tremendas sobre nosotros, supongo que por el prejuicio de ver que lo hacíamos podría quitarles el lugar a otros. La apuesta era: ¿a ver cuándo se pinchan estos? Nosotros también éramos como éramos. Teníamos mecha corta y nos quemamos rápido.
¿Cómo era la relación con el público?
El público en ese entonces iba a los shows le gustaras o no. Si le gustabas, estaba todo bien; si no, se la pasaban incordiando. La monada pagaba la entrada solo para joderte. Teníamos un par de plomos que por suerte nos sacaban de esas situaciones. Nosotros éramos los cancheritos de Barrio Norte que no le pegábamos a nadie, pero como estábamos un poquito sacados alguna patada tirábamos. En el conurbano no era fácil, después de eso te esperaban a la salida.
Volviendo a la música, ¿cuáles son para vos las mejores canciones de nuestro rock que incluyen un saxo?
No soy muy amigo de los rankings, pero si tuviera que recomendar algo, más que temas me inclinaría por cualquier cosa que hayan tocado Bernardo Baraj o Pablo Rodríguez, de Los Auténticos Decadentes. Seguro, valen la pena.
¿Qué te produjo la muerte de Willy Crook?
Fue un mazazo. Si bien llevábamos veinte años sin vernos, había un enorme cariño y el recuerdo de muchos momentos maravillosos. Me deja un hueco en el pecho y un dolor que me cuesta compartir. Solo me limité a intercambiar abrazos con amigos en común.