De los Beatles a los Stones. Cómo eran las tiendas donde compraban su ropa las grandes bandas de rock de los años 60
A 50 años de la revolución del Swinging London, una exposición analiza la moda y el diseño que tenían de epicentro las boutiques del barrio londinense de Chelsea
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“Espero morir antes de hacerme viejo”, cantaba a mediados de los 60 el grupo The Who en “My Generation”, especie de himno de una época que invitaba a vivir el momento y a experimentar, tanto con las drogas, como en el cine, el diseño y la música. Si en los Estados Unidos el hippismo se vinculaba con temas políticos, en Reino Unido tomaba un cariz más social y glamoroso, con Londres como centro de la moda y ombligo musical del mundo.
A 50 años de la revolución del Swinging London, la exposición Beautiful people: The Boutique in 1960s Counterculture del Fashion and Textile Museum ofrece analizar y revisitar la moda y el diseño que tenían de epicentro las boutiques del barrio londinense de Chelsea, que “liberadas y avivadas por la exploración y la experimentación creativas, comenzaron a vender indumentaria radical a los jóvenes rebeldes” y fueron parte de la revolución de aquellos tiempos. Según Dennis Nothdruft, curador de la muestra –que se propone “celebrar el espíritu libre” de estas tiendas y que se realizará del próximo 1° de octubre al 13 de marzo de 2022–, el vibrante Swinging London o Swinging Sixties “permitió que la expresión personal floreciera en la moda popular. Tanto los hombres como las mujeres pudieron explorar su personalidad en el vestir, con ropa antigua, estilos psicodélicos e indumentarias de otras culturas”.
A diferencia de la producción más comercial o pop de Mary Quant –que había fundado su Bazaar una década antes y, entonces, arrasaba con la minifalda–, los diseños atrevidos de almacenes como Granny Takes a Trip, Hung On You, Apple, Biba, Mr Fish, Sam Pig In Love, Thea Porter y Ossie Clark estaban basados en la individualidad. “Y se inspiraban en ideas románticas del pasado, como el estilo de las camisas con volantes de Lord Byron, que hacían conjunto con los pantalones de brocado y plush de corte real, o se mezclaban con influencias de Marruecos y el Lejano Oriente. Estas prendas difuminaron las fronteras de género con estilos cada vez más andróginos que crearon una explosión de color, estampados y adornos”, dicen los organizadores.
Diseños que eran del gusto de los Beatles, los Rolling Stones y Jimi Hendrix forman parte de la selección de Beautiful People. “Muchas prendas son especiales, ya que a menudo se confeccionaban por una única vez o eran producidas en muy pocas cantidades, para un nicho de clientes, o eran antigüedades o piezas auténticas. Boutiques como Hung On You eran pequeñas y tuvieron una vida corta, aunque fueron muy influyentes. Granny Takes a Trip también fue una boutique muy importante”, comenta Nothdruft a LA NACION revista.
En la primera colgaba un letrero que decía: “Uno debería ser una obra de arte o usar una obra de arte”. La frase es de Oscar Wilde, quien junto con George Elliot y Bram Stoker, se contaron entre los vecinos anteriores e ilustres de Chelsea, el distrito obligado donde comprar en Londres, desde 1960 hasta 1980, y en cuyos almacenes se creó el estilo “bohemio hippie chic”.
Entre las piezas de mayor valor de la exhibición se destacan atuendos muy similares a los que usaron Hendrix y George Harrison. Los más preciados están a la entrada, como una camisa floral de crepé de A Sam Pig In Love cuyo estilo popularizó el guitarrista estadounidense, en 1966, o un saco de tela floral de William Morris, de Granny Takes a Trip, cuya versión con azucenas doradas inmortalizó Harrison, en 1968. Ya entrando en los años 70 –Beautiful People también examina cómo la moda británica fue cambiando en esa década–, un maxivestido masculino con cuello Nehru. de Mr Fish, que recuerda al que usó David Bowie en la carátula de The Man Who Sold the World.
Además de Hendrix, Harrison y Bowie, Mick Jagger y Brian Jones figuraban como clientes frecuentes de las boutiques de Chelsea y de los desfiles que organizaba Ossie Clark, conocido como el “Rey de King’s Road”. “Las estrellas de rock de entonces eran realmente vanguardistas en términos estilísticos. Con frecuencia abrazaban los estilos más extravagantes y llamativos producidos por estos diseñadores y boutiques. Los Beatles fundaron la boutique Apple, donde trabajaron con el colectivo holandés The Fool”, señala Nothdruft, que es ilustrador y también ha sido el responsable de muestras sobre la remera (T-Shirt: Cult-Culture-Subversion, 2019) y el jazz y la moda de los años 20 (1920s Jazz Age Fashion and Photographs, 2016-17), tema sobre el que coescribió un libro homónimo con el también curador Martin Pel, en 2018.
Lo de la tienda Apple ocurrió más por el interés de los Beatles por reducir impuestos que por otras motivaciones. En una entrevista, John Lennon contó que, un día, el contador de la banda les dijo: “Tenemos tal cantidad de plata. ¿Quieren dársela al gobierno o hacer algo más con ella? Así que decidimos hacer de hombres de negocios por un rato, con una marca que iba a incluir discos, películas, electrónica, etcétera”. Abierto a fines de 1967, el Apple Shop estaba ubicado en una esquina de Baker Street. Un enorme mural étnico adornaba la fachada. Dentro, además de paredes coloridas, el público encontraba ropa y accesorios. Y hasta podía consultar a un astrólogo.
En su libro autobiográfico El peluquero de los Beatles, Leslie Cavendish cuenta que los precios de la sastrería “asustaban a los clientes, a no ser que fueras alguien como Jimi Hendrix o Mick Jagger”. Una vez que se cruzó con Hendrix ahí, el músico se enamoró de una campera de terciopelo verde manzana. “Me la llevo”, dijo. Cuando le preguntaron si quería ese color en particular, él respondió que la quería en todos los tonos disponibles. “Eran 50″.
En la tienda, los hurtos estaban a la orden del día. De acuerdo a Cavendish, incluso los vendedores echaban mano de lo que podían. Apple produjo sobre todo pérdidas, y los Beatles decidieron cerrar al poco tiempo. Regalaron todo lo que había: primero, John, Paul, George, Ringo y sus parejas eligieron algo para sí mismos, luego dejaron que el personal lo hiciera y, al día siguiente, invitaron al público para que se llevara el resto, a razón de un ítem por persona. Fue tal la locura que tuvo que intervenir la policía.
Nostalgia, pachuli y “rey” muerto
Las historias sobre las boutiques de Chelsea no acaban con el fallido emprendimiento de los Fabulosos Cuatro. Anna Wintour, la legendaria editora de Vogue, trabajó como vendedora en Biba, un emporio de ropa femenina influenciado por el Art Deco, cuando tenía 15 años. También lo hizo Stephanie Farrow, la hermana modelo de Mia. La diseñadora polaca Barbara Hulanicki fundó su marca en Abingdon Road, con el apodo de su hermana, en 1964. Algo que distinguía a esta tienda, a la que llegaban desde Marianne Faithfull y Pattie Boyd hasta Brigitte Bardot y la Princesa Ana de Inglaterra, era que las prendas no se colgaban en percheros normales, sino que en colgadores de sombreros. Todos los años se ordenaban cien nuevos. Twiggy era el rostro oficial y fotógrafos como Helmut Newton hacían encargos para los catálogos de moda.
En aquella era psicodélica, los diseñadores “buscaban inspiración en la nostalgia, tanto para sus prendas como para la decoración de sus boutiques. Hung On You y Granny Takes a Trip desplegaban interiores con estilo victoriano”, mientras que la tienda de Thea Porter, que era una pintora nacida en Damasco, Siria, “homenajeaba las imágenes coloridas y los ricos bordados del Medio Oriente”.
En febrero de 1966, Nigel Weymouth, un diseñador gráfico, y su novia, Sheila Cohen, que era coleccionista de ropa vintage, abrieron Granny Takes a Trip, en el número 488 de King’s Road. Weymouth se ocupaba del diseño de interiores –en que resaltaba un gramófono gigante– y del frente del lugar, que era fuente de inspiración para otros y por donde pasaron las imágenes de un Jefe Apache, Jean Harlow y un auto estrellado asomándose por la ventana. Sheila, en tanto, compraba ropa oriental y victoriana, que limpiaba un especialista en vestuario teatral, mientras que John Pearse, un exaprendiz de sastrería de Savile Row, cortaba todo a mano: telas caras, como el satín, o que fueran visualmente llamativas. Blusas y vestidos terminaban reconvertidos en camisas y tops que compraban aristócratas, rockstars y gente de clase media.
En un circuito de boutiques que vendían cosas similares, ellos querían ofrecer algo más exclusivo. De hecho, rara vez los clientes encontraban dos vestidos idénticos. Era, en palabras de los conocedores, “la reinvención de lo dandy”. El nombre del almacén hacía referencia a lo antiguo –“granny” , abuela en inglés– y al LSD –“trip”, es decir, viaje–. Pink Floyd, The Byrds, Jimi Hendrix, los Who, los Rolling Stones y los Beatles pasaban a comprar pantalones skinny o algún otro ropaje de satín o terciopelo. Y Syd Barrett llevaba su ropa sucia ahí, porque pensaba que hacían lavado en seco.
Salman Rushdie, quien vivió en el piso de arriba de Granny Takes a Trip, suele contar que la boutique, con su repertorio de estrellas, era intimidante. “Siempre había olor a incienso de pachuli y de lo que la policía llamaba ‘ciertas sustancias’”.
Por lo visto, la tienda se volvió demasiado hippie y sus propietarios se la vendieron al gerente, Freddie Hornick, en 1969. En 2012, el Correo Real de Reino Unido lanzó una serie de sellos en tributo a la moda británica. Granny Takes a Trip, junto con diseñadores influyentes como Ossie Clark, Alexander McQueen y Vivienne Westwood, aparecieron en ellos.
Clark merece una mención aparte. Fue una suerte de estrella, a la par de su clientela: Julie Christie, Marianne Faithfull, Anita Pallenberg, Mick Jagger y Brian Jones lo preferían. Graduado con distinción del Royal College of Art, tenía 25 años cuando se asoció con la diseñadora de telas Celia Birtwell –más tarde su mujer–, la más importante de su generación, y musa del pintor David Hockney, y Alice Pollock, fundadora de la boutique Quorum. Instalado en Radnor Walk, muy cerca de King’s Road, el trío tuvo éxito inmediato. Clark, quien usaba los pullovers que le tejía su madre, creía que la vestimenta estaba conectada con el movimiento y la danza –admiraba al bailarín ruso Vaslav Nijinsky– y lo aplicaba a sus diseños etéreos. La minifalda le parecía restrictiva y se propuso liberar a las mujeres con sus creaciones en crepé, chifón y satín. Era un as de las tijeras y poseía un “talento innato para traspasar la anatomía femenina a la ropa” . Sus pasarelas, con una puesta teatral, eran esperadas. Las modelos portaban números para que, al final, los clientes pudieran comprar las prendas que habían sido de su gusto.
Vanguardista, diseñó un abrigo de piel de serpiente para Twiggy y puso al vocalista de los Stones en esos “enteritos” ajustados, y fue uno de los primeros diseñadores que incorporó a maniquíes asiáticas y afrodescendientes. Manolo Blahnik, quien hizo parte de sus primeros zapatos especialmente para sus desfiles, afirmó que: “Ossie creaba una increíble magia con el cuerpo y conseguía lo que la moda debería hacer: producir deseo”. Ossie Clark tuvo una muerte horrible. En 1996, cuando llevaba tiempo entregado a las drogas, su examante Diego Cogolatto, en medio de una alucinación con anfetaminas, y creyéndose el Mesías, lo apuñaló 37 veces al confundirlo con el Demonio. Clark tenía 54 años.
Nothdruft dice que si hubo algo que le intrigó mientras preparaba Beautiful People –que incluye portadas de discos, revistas y pósters de la época– fue “cómo toda esta gente y las boutiques estaban interconectadas. Londres era mucho más pequeño en esos días, y cada cual en el mundillo de los ‘conocedores’ estaba relacionado con los demás”. A propósito, en el Fashion and Textile Museum esperan que alguna “gente linda” del Swinging London recorra la exposición. Como ejemplo: “Pattie Boyd y Ringo Starr ya han visitado el museo”, proclama el curador, entusiasmado.