Suami Delelis logró cambios y readaptación de Vevû, su etiqueta con más de 20 años, especializada en trajes de novia y de gala: “La gente quiere festejar”, dice
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Al final del estrecho pasillo de la calle El Salvador, en Palermo, un perchero es solo el anticipo de todo lo que se encontrará en el interior: vestidos de fiesta y de gala, trajes de novia, metros y metros de telas coloridas, géneros nobles y diseños exclusivos distribuidos en sus salones. En el mundo de Vevû, la marca de la diseñadora de indumentaria Suami Delelis, todo cambió desde que fue creada, en 2000. Pero la esencia sigue intacta, pandemia mediante.
El mismo pasillo que estuvo en silencio durante la cuarentena, ahora es un ir y venir de clientas de toda la vida, hijas de esas clientas que buscan modelos para sus fiestas de egresadas, futuras novias, madrinas, y también clientes ocasionales y extranjeros que entran por curiosidad y salen con un traje de fiesta bajo el brazo. Unos cuantos caminos transitó la marca que la diseñadora, luego de trabajar para distintas firmas nacionales e internacionales, hizo crecer junto con su marido Germán Puente Iturralde, como cuando comercializó sus diseños a multimarcas en España, Uruguay y Chile, entre otros.
“La gente quiere festejar”, dice Suami, y ella misma celebra el nuevo movimiento que llega a sus puertas. En especial, el de las jóvenes de 17, 18 años, que ya hace un tiempo se convirtieron en su público fiel y llegaron atraídas por sus propuestas. Algunas acompañando a sus madres, otras por comentarios de amigas. Al fin de cuentas, el boca en boca sigue siendo la mejor recomendación para los diseñadores.
Ese vínculo joven se fue retroalimentando. Ellas, las que pertenecen a una nueva generación, buscaban diseños modernos, géneros únicos, y Suami las escuchaba con oído atento, descubriendo sus intereses y conociendo sus referentes.
Funcionó. En los últimos años el público joven fue creciendo y, antes de la pandemia, a fines de 2019, ella les había vendido alrededor de 170 trajes a egresadas. Después de esa buena temporada de ventas, viajó a Nueva York y se embarcó a comprar telas con un valor alto, pero de una calidad única. Una inversión que siempre rigió en su carrera y que al día de hoy agradece. Como dice: “Algunos compran dólares, otros invierten en la bolsa... Yo compro telas”. Por eso, para ella hoy la materia prima no es un problema, en su taller atesora metros y metros de rollos de géneros únicos.
Es más, el metier del diseño para futuras egresadas y quinceañeras fue su sostén durante los duros meses de la cuarentena. Las buenas ventas de fines de 2019 le permitieron atravesarla más tranquila –aunque hoy se angustia y quiebra al recordar esos primeros meses–. Pero siempre se mantuvo activa, trabajando, y, en tiempos de puertas cerradas, ella seguía diseñando colecciones enfocada en las egresadas. Por eso, cuando volvieron las fiestas, tenía un repertorio enriquecido para ofrecerles.
Volvió a ser un éxito: a fines del año último Vevû vendió más del doble que en ese verano pre pandémico: 400 vestidos. “Hubo sábados en los que entregábamos entre 12 y 15″, recuerda.
Desde su atelier, la diseñadora también fue testigo de un aluvión de casamientos. Primero, de los suspendidos durante la pandemia y, luego, cuando comenzaron a organizarse bodas con restricciones de aforo. La sorpresa llegó en los últimos meses de 2021, al notar que las novias eran más jóvenes de lo habitual. “El año pasado, el 90 por ciento tenían entre 24 y 27 años, nunca había tenido novias tan jóvenes. Y muchas se casaban y luego se iban del país”, dice.
Además, se sumaron casos de mujeres de entre 40 y 45 años, con hijos y largas convivencias, que durante la pandemia decidieron dar el Sí, quiero. Y entre las curiosidades que cuenta, se encontró adaptando el vestido de una quinceañera tres años después de su fiesta suspendida, cuando la agasajada cumplía 18 y recién entonces podía festejar sus 15 postergados.
En los últimos tiempos también se modificaron los períodos de los preparativos. Históricamente, una novia o una quinceañera agendaba su primera cita con la diseñadora un año antes del evento. Ahora, llegan quizás con un mes de anticipación.
“Hubo novias que vinieron un mes antes de la boda, muchas entre octubre y noviembre último. En el aluvión de casamientos, en diciembre tuve un pedido de un miércoles para el sábado. El record fue de un jueves para un viernes. Fue de una mujer que, al buscar su traje luego de meses de confección en otro lugar, descubrió que estaba mal hecho. Le hicieron un arreglo y no podían mejorarlo. Así que se acercó al atelier, ensamblamos dos vestidos y se casó feliz”, recuerda entre risas.
Fueron varios los casos de futuras novias que, cuando retiraban sus vestidos, descubrían que su traje no coincidía con el de sus sueños o, peor, estaban mal confeccionados. Allí acudían a Suami, que con su gran repertorio de trajes lograba adaptarle alguno de su gusto a sus medidas.
Colecciones sin calendarios
“Antes de la pandemia estábamos pum para arriba, veníamos muy bien. Con una transformación de puertas adentro, de local híbrido, de local-atelier, y también con clientes exclusivos que vendían nuestra marca en el interior. Agradezco haber decidido que sea así y lograr ese cambio, si no hubiera sido muy difícil. Y esto de no tener la temporada marcada, pues yo ya no me rijo por las colecciones ni las tendencias”.
-¿Se terminaron las colecciones?
-Hay gente que busca su vestido de casamiento con más de un año anticipación y otros, con tres meses. Nosotros no tenemos la temporada dibujada con un calendario, eso se terminó. Y lo hicimos paulatinamente, porque en 2010 empezamos con esta idea.
-¿Cómo fue esa transformación?
-Primero, transformando nuestro taller, especializándonos en esto, porque a veces era un desperdicio usarlo para hacer lindas blusas o un vestido para usar a diario. La verdad es que empezamos a ganar ese lugar de a poco, y antes de la pandemia estábamos en nuestro año. Habíamos arrancado en 2017, con nuestra última colección sport. Fuimos subiendo por un lado y bajando por el otro. El 2018 fue muy bueno para nosotros, y el 2019 fue la verdad como lo que esperábamos. Después, llegó la pandemia.
-¿Cuáles habían sido esos cambios fundamentales?
-En 2019 pusimos un sector de novias ready-to-wear, donde siempre había colgados entre 45 y 60 trajes (hoy hay 100), con diferentes escotes, diferentes volúmenes, pensando en una novia que quería hacerlo rápido, venir a comprar su vestido y adaptarlo. Como soy de mirar la parte social de la moda, me di cuenta de que los diseñadores de nuestra generación teníamos nuestras clientas que seguían siendo las mismas de cuando arrancamos, en 1999 y 2000. Y me dije, hay que meter generaciones que empujen.
“Y empecé a escuchar a las hijas de mis clientas, a mis sobrinas, y logré tener mucho público de egresadas, de 15, de chicas que iban a fiestas. Yo daba clases en facultad, en Siglo XXI, y me decía: ¡Cuánto vengo a aprender, cuando en realidad soy yo la que tengo que dar clases! Ellos indagan. Les interesa la moda y buscan sus referentes, pero no la opinión especializada de otro”.
Así fue que entre octubre y noviembre de 2019 hizo 170 vestidos para ese target. “Es una generación que busca otros referentes, aquellos que generan el cambio en la moda; tal vez no disruptivos, pero sí atracción y seguimiento. Antes veíamos a la súpermodelo, pero sabíamos que usaba lo que alguien le pagaba para usar. Y eso es diferente a lo que pasa hoy, donde la impronta sale de la música o de alguien relacionado con la cultura”, aclara.
-¿Cuáles son esos referentes?
-Ariana Grande, Zendaya y Dua Lipa son muy miradas. Por ejemplo, cuando sale Zendaya con el vestido de gala color africano digo: olvídate, ahora todas las chicas empiezan a pedir marrón. Y a los 15 días están viendo vestidos marrones para la noche.
-¿Y qué lugar ocupan hoy los desfiles como vidrieras?
-A mí ya no me preocupa hacer un desfile, me interesa más tener la realización, proyectada y plasmada, de lo que alguien va a venir a buscar en lugar de armar una colección para una pasarela, contar ese cuento para tener una buena crítica. Hay las chicas bucean todo el tiempo en las redes y van llegando, pero no se referencian por las pasarelas, para mí eso habla de otra edad. Como se plantea en la Argentina, la pasarela me da vintage, esperar para colgar una colección, que no se puede ver antes. Yo cuelgo verano desde que tengo lo primero hecho. Ya no tengo una colección guardada y esperando. En un marco de moda como se hace afuera, sí haría un desfile, y tampoco descarto volver a hacerlo acá, pero mi enfoque hoy no está ahí.
-¿Por qué?
-Porque hoy un desfile nunca te va a dar la posibilidad que te da lo viral bien hecho. Empiezo a armar la colección con un concepto, y la voy colgando en bloques, en cuanto tengo las piezas. Y hay clásicos muy pedidos que sigo haciendo siempre. Porque hay tendencias, pero el 80 por ciento de lo que hago es mi ADN, es a donde voy y referenciado en quiénes vienen, quién es mi soporte. Si no abrís el juego y no escuchás un poco al otro, no haces este feedback que te sostiene, que es el que viene y te paga.
-¿Qué pasa con el diseño argentino en el exterior?
-Los diseñadores argentinos logramos vender afuera, pero no llegamos a estar en un calendario ni logramos despertar el interés del mundo, no lo conseguimos como industria. Los diseñadores debemos hacer un mea culpa, no le podemos echar la culpar siempre al país. Aunque sabemos que en la Argentina todo es muy difícil y conseguir materia prima es imposible.
Después del temporal
Volvamos a diciembre de 2019. Suami y Germán estaban felices, después de un éxito en ventas y posicionamiento, viajaron al exterior en Navidad, volvieron un mes después para presentarse en Designers BA. “Cuando escuchábamos las noticias del coronavirus, primero en China y luego en Europa, le dije a Ger: Esto no me gusta nada. Veía que venía mucha gente, franceses, holandeses, de paseo con los niños dentro de la tienda. Cerramos al público el 8 de marzo, y hasta el 17 recibimos a clientes a puerta cerrada o a aquellas que venían a buscar sus vestidos”.
En ese contexto se encontró con situaciones difíciles, como cuando intentaba comunicarse con la hermana de una novia con el vestido pago y que ni atendía el teléfono. O con cuatro trajes de novias y seis de 15 que estuvieron en su atelier por más de un año esperando su celebración.
“Al principio de la cuarentena estaba contenta de estar en mi casa, porque creo que, como le pasó a muchos, pensé que duraría poco, que se calmaría, se controlaría. Luego, empecé a preocuparme. En nuestra casa, mi marido y yo somos socios, y ambos dependemos de Vevû. Fue duro porque pensé que volcábamos, con un alquiler tan grande, los gastos de estructura, de los empleados”. Mientras tanto hizo vestuarios para teatro, de obras más comerciales, lo que la ayudó y hoy le permite agradecer al escenógrafo Alberto Negrin y a la vestuarista y asesora de imagen Ximena Puig.
Cuando reabrieron el local, el movimiento fue lento, porque no se vendían trajes de fiesta sino líneas comerciales. Entonces, movilizó su antiguo stock con una feria online que funcionó muy bien. Hasta que volvieron las fiestas y las novias: “Oxígeno puro”, dice. En especial, recuerda a una joven holandesa que viajó por unos meses a la Argentina y, al pasar por El Salvador 4663, entró curiosa y terminó encantada con los diseños. Así que entre sus paseos entre Jujuy y Ushuaia volvía al atelier para sus pruebas, y en febrero se llevó su traje de novia para casarse en Países Bajos.
Ahora, detrás de ese pasillo de El Salvador, hay más de 600 vestidos de fiesta gala en exhibición, y 100 de civiles y novias. Un festival de colores y de géneros, y unas cuantas historias para contar.