Cuento de verano. Más allá de la heliopausa
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La sonda espacial Voyager 1 dejó el planeta en 1977. Cualquiera de estos meses, días, minutos, segundos, entrará en el espacio interestelar y se convertirá en el objeto más distante hecho por el hombre, y en el primero en abandonar la heliosfera. Ese será uno de los momentos más importantes de la historia de la ciencia y nunca sabremos exactamente cuándo sucederá. Tres cosas indicarán que el Voyager 1 ha cruzado la frontera de la heliopausa: un aumento de los rayos cósmicos galácticos, la inversión de la dirección del campo magnético y una disminución de la temperatura de las partículas cargadas. Los informes del Voyager 1 muestran un aumento mensual de los rayos cósmicos del veinticinco por ciento. Pero sus señales tardan diecisiete horas en llegar a la Tierra a la velocidad de la luz.
¿Cuándo comenzó mi viaje? ¿En el momento en que tuve la idea? ¿Cuando me fui de casa en una camioneta con un amigo de mi padre que transportaba unos muebles hacia el norte? Mis padres salieron a despedirme con el perro, yo filmé la escena, mi mamá lloró. Lo sentí como un comienzo. ¿O fue en el momento en que el carguero dejó atrás las turbias aguas de Immingham un día gris de marzo?
Sucedió así: yo miraba una película sobre un chico fugitivo llamado Chris McCandless, que había abandonado su vida de privilegios y universidades caras para viajar por los Estados Unidos, llegar a Alaska y vivir el sueño de Jack London, pero luego comió unas papas venenosas y murió. Eso fue en 1992, un año antes de que yo naciera. Lloré y me prometí a mí misma abrir una cuenta de ahorros para pagarme un viaje a Alaska, donde yo también podría vivir en tierra salvaje en total soledad. Luego repasé la película tramo a tramo y analicé lo que habría sido diferente si el chico hubiese sido una chica.
La verdad es que habría sido una película completamente distinta. No solo porque hay situaciones que seguramente tendrían consecuencias diferentes para los dos sexos (por ejemplo, cuando un conductor lo golpea porque lo encuentra escondido en su carguero), sino fundamentalmente porque si una chica quisiera huir de la sociedad moderna y se ausentara sin permiso para irse a tierras salvajes a vivir de matar y comer animales pequeños y plantas, la verían como un ser inquietante.
Parte de la culpa es del místico leñador Henry David Thoreau. Él dijo cosas como “la castidad representa la flor del hombre, y lo que se da en llamar Genio, Heroísmo, Santidad, no son sino frutos que la suceden”, como si tener sexo con una mujer arruinara el trascendentalismo. Se usa “Hombre” para referirse a toda la humanidad. Cuando el “Hombre” se enfrenta a la naturaleza en una dinámica de conquista, la naturaleza suele ser femenina.
Lo salvaje en las mujeres no significa autonomía y libertad; su lado salvaje es, en cambio, una fiebre irracional. Al mismo tiempo, en términos de supervivencia, somos el sexo débil y no podemos prosperar individualmente fuera de la esfera social o sin la protección de un hombre viril. Las mujeres somos excluidas de la naturaleza pero también de la civilización, desterradas.
Incluso en esos canales que pasan documentales sobre familias que viven en lugares aislados, la mujer siempre es la esposa del Hombre de Montaña, nunca jamás la Mujer de Montaña, simplemente un anexo del Hombre de Montaña, al igual que su barba, su pipa y su escopeta.
En Coming into the Country: Travels in Alaska, el escritor John McPhee describe a muchos Hombres de Montaña con gran detalle y a algunas mujeres de montaña en comentarios al margen. Uno de los Hombres de Montaña le cuenta a John McPhee que quería estar total y absolutamente solo, aislado en medio de la naturaleza con sus tres hijas y su esposa, o sus mujeres, como le gustaba llamarlas.
Por supuesto, hay excepciones a este hechizo de invisibilidad. Está Calamity Jane, la vaquera. Nellie Bly, que viajó alrededor del mundo en setenta y dos días. Freya Stark, la escritora de crónicas de viajes que recorrió Medio Oriente. Mary Kingsley, la exploradora, y esa anciana anónima que se tiró por las cataratas del Niágara en un barril de madera. Pero el problema es precisamente que haya excepciones. Es como si hubiera algo importante que aprender en la naturaleza que solo es accesible a los hombres.
En tierra salvaje, los hombres moldean su yo individual y masculino, como si a las mujeres no se les permitiera tener un yo individual y auténtico. La historia tiene ese mismo argumento, pero una “mujer sola en tierra salvaje” significa algo completamente opuesto. Así es cómo tuve la idea de hacer un viaje a Alaska.
Tal vez he leído demasiadas novelas de aventuras fantásticas del estilo de El Señor de los Anillos, pero no puedo deshacerme de la idea de que para ser merecedora de acceder a un destino realmente lejano, una debería experimentar cierto tipo de odisea para llegar, como la gente que hace peregrinajes religiosos. Y el otro componente de este ethos vino de una aversión a los aviones, una combinación de culpa por la huella de carbono y un recelo ante la paradoja de cruzar husos horarios en pocas horas para existir de golpe y porrazo en un espacio en el que no deberíamos estar de modo natural. No quería simplemente llegar a un lugar y ser de esos turistas que compran un paquete de vacaciones de “hotel all inclusive, sol, arena, mar y cupones de descuento”.
Éramos la clase de familia que siempre viajaba al extranjero, sin contar los años que papá estuvo sin trabajo. Cuando me fui de casa ya había viajado a nueve países. Si me pidieran que los describiera, diría que las playas de España estaban más atestadas que las de Grecia, que en el Caribe te recomiendan no ir a las playas que no son propiedad del hotel y que Disneyworld está demasiado lejos de la costa como para ir a la playa, pero igual se puede ir a playas falsas dentro de los parques, y una de ellas hasta tiene un tobogán que es un tubo submarino que atraviesa un tanque lleno de delfines.
Vivir en una era tecnológica significa que, en un sentido abstracto, la otra punta del mundo está a solo un par de clicks de distancia. Todos los rincones de la Tierra han sido explorados e incluidos en una enciclopedia. Internet ha reunido todas esas enciclopedias y las ha ordenado en un directorio caótico pero funcional. Ya no quedan enigmas. Pero también significa que la posibilidad de viajar se ha convertido en algo mucho menos elitista. Puedo usar internet de la misma manera en que un hombre de antaño se aferraba a la recomendación caligrafiada que le servía de pasaje en el barco tabaquero de un amigo de su padre. Hoy en día es muy fácil sentir que la humanidad ha saturado todo, que hemos conquistado el mundo. Si viéramos un time-lapse de la Tierra desde el comienzo de la historia hasta el presente, durante un tiempo largo no sucedería gran cosa. Las masas continentales se moverían lentamente, cada tanto impactaría un asteroide, y tal vez veríamos difuminarse el minúsculo hongo de humo de un supervolcán en erupción. La Tierra sería una bolita más o menos tranquila, con su atmósfera perlada de remolinos y espirales.
Entonces, en el siglo XVIII se vería una metamorfosis: ciudades que crecen como moretones, tierra fértil que se convierte en desierto, escombros que se acumulan poco a poco en una constelación orbital opaca y metálica.
Hoy hay satélites en el cielo que son grandes como estadios de fútbol y que vivirán mucho más que nosotros, suspendidos en el Cinturón de Clarke a 35.786 kilómetros sobre el nivel del mar, a una distancia que significa que giran en órbitas geosíncronas. Casi no experimentan arrastre atmosférico y por esa razón nunca serán atraídos de vuelta hacia la Tierra. Quizás dejen de existir únicamente cuando todo lo que está próximo a la Tierra sea tragado por nuestro sol en expansión. Hasta ese momento estarán entre los artefactos más longevos de la humanidad, un legado del siglo XXI. Nuestra civilización alcanzará la inmortalidad gracias a esos exoesqueletos grises que le ganarán a los egipcios, los mayas, los maorís, etc.
La Tierra tiene alrededor de 4.500 millones de años. Cualquier cosa que esté viva dentro de 6.000 millones de años se evaporará cuando muera el sol y será tan diferente de nosotros como nosotros de esos pececitos que saltaron del mar. Pero somos miopes. En términos generales, el ritmo de cambio en los últimos mil años no es más que un parpadeo para el universo, y sin embargo, vaya, me llevó muchísimo llegar a los diecinueve años. Quiero que el viaje me recuerde que soy pequeña y que me estoy achicando. (Estoy parada sobre un punto en un globo, todos los puntos están equidistantes, a medida que el globo se hace más grande los otros puntos parecen alejarse, pero es solamente porque yo estoy parada en uno de los puntos).
Alaska es el lugar perfecto para experimentar eso. Existe en la conciencia colectiva como la Tierra de los Hombres de Montaña, la Última Gran Tierra Salvaje. Es grande y vasta y está prácticamente despoblada. Las Islas Británicas cabrían siete veces dentro de ella y casi un séptimo de Alaska se preserva como área silvestre protegida. Su población total es diez veces menor que la de Londres.
Luego de mis exámenes finales y tras unos meses de trabajo a tiempo completo y vida frugal, ahorré dos mil libras, el costo aproximado de un pasaje de ida y vuelta a Alaska. Eso será solo para gastos, y tendrá que alcanzarme para viajar del Reino Unido a Islandia, a Groenlandia, a Canadá y finalmente a Alaska. El dinero que necesite para subsistir lo conseguiré en el camino. Todo lo anterior lo resumiré con una elegante voz en off sobre algún videomontaje de todos los lugares que vaya visitando, con actitud misteriosa y enigmática.
Viajaré por mar y tierra; será una odisea épica, solo que conmigo, una chica, en una búsqueda femenina de la autenticidad.