De hijo a enfermero. Cuando los roles se invierten: el desafío de cuidar a nuestros padres
No es un cambio fácil de asumir, el secreto está en respetar su privacidad y entender cuándo es importante intervenir y ayudarlos.
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Hace unas semanas, mi madre, Elena Tangona, se cayó. Aunque siempre muy cuidadosa de su salud y, a sus 87 años, todavía hace ejercicio con asiduidad y se mantiene activa, debió ser operada. Una operación de cadera a esa edad implica cuidados constantes. Personalmente, de la noche a la mañana pasé de ser hijo a ser enfermero, costurero, cocinero, kinesiólogo, traumatólogo… No es un cambio fácil de asumir, sobre todo porque mi madre sigue siendo para mí un enorme apoyo emocional, y no es fácil verla en un papel más desvalido.
Elena siempre se ocupó de su cuerpo para llegar lo mejor posible a la vejez, y posiblemente este traspié pueda superarlo bien, pero no es el caso de muchos. Es muy importante prepararse de antemano para esta inversión de roles, en la que los hijos pasamos a ser los cuidadores (en ocasiones mientras todavía estamos cuidando a nuestros propios hijos). En su libro Salud total, Eliza Biazzi da consejos útiles para esta transición. Uno vital es ser empáticos. Es común que experimentemos ansiedad, miedo, angustia, y que nuestros padres sientan culpa o hasta humillación por depender de nosotros. Es bueno hablarlo y poner lo que sentimos sobre la mesa.
Cuando los hijos deben ocuparse de los cuidados médicos de sus progenitores, el secreto está en respetar su privacidad y entender cuándo es importante intervenir y ayudarlos. “Disponer de antemano de las instrucciones necesarias es un buen sistema para asegurarse de seguir los deseos de los padres cuando estos ya no puedan expresarlos con claridad”, sostiene la autora.
El libro propone consejos para extender su calidad de vida y disfrutar de la longevidad. La socialización es una clave fundamental: deben participar socialmente e interactuar con gente sana, porque los buenos hábitos se contagian. Tratar de librarse de aquellas personas tóxicas que no hacen más que quejarse o que se “dejan estar”.
Otro lindo consejo es tener una mascota, decisión que puede alargar la esperanza de vida. Los animales domésticos reducen el nivel de estrés, son una enorme compañía y además empujan a mantenerse activos porque, en el caso de los perros, requieren paseos diarios que pueden ser buenos tanto para el animal como para el dueño.
Y aquí sumo mi propio eje fundamental: ejercitarse. Cada uno lo hará dentro de sus capacidades, pero es necesario que, al menos una vez al día, activen su cuerpo. Si no es una caminata por el barrio puede ser unas vueltas a la manzana; si eso tampoco es posible, serán unos estiramientos y ejercicios simples en el living o la habitación. Siempre hay formas de mejorar la salud, y cada pequeño esfuerzo suma. La cuenta total podrá verse en momentos decisivos como el que estoy viviendo con mi madre.
Cuatro libros para mantener la mente en forma
1- La vida en el diván, de Florencia Casabella
2- Homo Emoticus, de Richard Firth-Godbehere
3- Brilla, de Guillermina Lopata
4- El amor real huele a tostadas, de Patricia Faur