Cuando lo irracional invade la tecnología
¿Qué se esconde detrás del furor por los NFT? ¿Qué puede explicar las locas y millonarias cifras que algunos usuarios pagan por extraños objetos digitales, pequeños memes o animaciones ahora certificadas como únicas? ¿Cuánto vale un JPG de un mono mal dibujado? El arte, esta vez, tiene pistas para la respuesta a una cuestión tecnológica. Para (intentar) explicarlo podemos cruzar a los tulipanes holandeses del siglo XVII, el arte conceptual del siglo XX y el capitalismo financiero de comienzos del XXI: momentos donde las expectativas de precio futuro o valoraciones simbólicas de un objeto se despegan de lo que lo muchos creen que vale. ¿Hay un precio justo?
Se puede empezar también como si fuera un chiste: Andy Warhol, John Maynard Keynes y Vitalik Buterin (el creador de la criptomoneda Ethereum) entran a un bar… Así lo proponía días atrás Tim O’Reilly, teórico creador de la llamada Web 2.0: no importa ya cuánto vale, sino si alguien está dispuesto a creer en su nuevo valor. El mercado, en definitiva, es una cuestión de expectativas y hoy muchos están dispuestos a creer y muchos otros a hacernos creer que valen. Del mingitorio de Duchamp o las manchas de Jackson Pollock a objetos digitales que acreditan pertenencia.
Podemos elegir estar del lado de los escépticos (los que acusan de burbuja, valuaciones artificiales o directamente estafas a algunas de las operaciones) o del lado de los optimistas (aquellos que abrazaron tempranamente la causa, creen en un sistema más transparente, atomizado y justo de información y precios). Lo que no deberíamos es sorprendernos de que haya fanáticos dispuestos a pagar valores para otros irracionales por asuntos u objetos de valor dudable. Las finanzas, el arte y la tecnología digital, amos de la abstracción, se unen en esta cruzada. La capacidad de persuasión de los actores que intervienen en ese valor es clave en el juego.
Cuánto reciben de paga los deportistas de élite por pegarle a la pelotita respecto de los enfermeros de frontera, diríamos con ánimo provocador para preguntarnos por la racionalidad de las asignaciones económicas. O, ¿vale 300.000 dólares un añoso pero impecable auto de colección? ¿Y el vinilo de un artista de jazz? Fanatismo y coleccionismo, como en el arte, el deporte o el lujo, contribuyen a esa mal llamada irracionalidad.
¿Y si un fan paga cinco mil dólares para escuchar a un cantante pop durante cuarenta y cinco minutos en Las Vegas? Las experiencias son el punto donde hasta aquí se combinan el marketing con la filosofía de Byung-Chul Han: en su reciente No cosas. Quiebres del mundo de hoy (Taurus, 2021), se dedica a auscultar y cuestionar la ligereza de la vida mediada. La llegada de estas tecnologías de propiedad digital trazable, como los NFT, recupera la discusión de ser dueños, de la pieza única, pero también del aura en un territorio en el que parecía ser el de su extinción definitiva.
Pero reformulemos las preguntas iniciales: si efectivamente buena parte de nuestra vida se mudara a entornos digitales (jugar, trabajar, aprender, comprar) como proyectan los inversores del metaverso, ¿cuánto pagaríamos por tener avatares cautivantes, fisonomías vistosas, identidades interesantes? ¿Cuánto vale un shock de rápida reputación digital? ¿No será mucho? ¿O demasiado poco?