Una reciente muestra y un libro editado por el Museo Nacional de Bellas Artes demostraron cómo el artista uruguayo construyó redes, gracias a una mirada integradora que mantiene viva su obra hasta hoy
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“Ah... Picasso, siempre Picasso”, le dijo Joaquín Torres García al ver la obra cubista que le acercó el joven de 22 años, tras la charla que el polifacético maestro ofreció en 1935 en la Sociedad Teosófica Uruguaya. Desde aquel primer encuentro, Carmelo Arden Quin “se interesó por conocer sus pinturas, objetos y juguetes de madera, y escuchó con atención sus consejos. Aunque no fue su discípulo directo, ambos mantuvieron un vínculo duradero”.
Así lo relata la historiadora María Cristina Rossi, curadora de la reciente muestra Carmelo Arden Quin. En la trama del arte constructivo, en el catálogo de 344 páginas que acaba de publicar el Museo Nacional de Bellas Artes. Observa también que en su rol de “catalizador de las relaciones colaborativas” entre artistas durante gran parte de su vida pudo haber influido “la posición fronteriza” en la que nació, en la ciudad uruguaya de Rivera, separada por una calle de Sant’Ana do Livramento. Su formación inicial fue del lado brasileño y en 1934 mudó a Montevideo, unida con Buenos Aires por el Río de la Plata.
Conocer allí a Torres García marcó un hito en su carrera, señala esta experta. Fue entonces cuando “abrió su horizonte hacia las ideas de vanguardia, y comprendió la importancia del trabajo grupal y la creación de sus propias revistas para la circulación de las ideas y propuestas estéticas”.
Cinco años después de que David Alfaro Siqueiros y Blanca Luz Brum pasaran por Montevideo antes de su célebre estadía en la quinta Los Granados de Natalio Botana, Arden Quin llegó a Buenos Aires. Aquí se hizo amigo de Fernando Fallik, un inmigrante eslovaco que se dedicaba a la marroquinería y que luego adoptó el nombre de Gyula Kosice.
Junto con otros artistas lanzaron en 1944 el único número de la revista Arturo, que inauguró según Rossi “el tiempo de quiebre del lenguaje representativo del arte”. Al año siguiente participaron de dos históricas reuniones interdisciplinarias en las casas del psiquiatra Enrique Pichon-Rivière y de la fotógrafa Grete Stern; allí se sembraron las semillas de la Asociación Arte Concreto Invención y del grupo Madí, dedicados a la abstracción geométrica.
Apenas dos ejemplos de su constante interés -en América y Europa- por el trabajo colectivo, reflejado en este proyecto que puso en diálogo un centenar de sus obras con las de más de cincuenta artistas contemporáneos. Para demostrar cómo construyó redes, gracias a una mirada integradora que mantiene viva su obra hasta hoy.