Creador de estilos. Quién es el peluquero que caracteriza a las grandes actrices para las series
En los 90, Sergio Lamensa vivió el estrellato de las supermodelos: hoy es uno de los referentes en las tendencias de corte y color, y acompaña a las grandes actrices en el descubrimiento de su mejor look
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Gracias a sus tijeras, cepillos y tinturas pronto veremos a Natalia Oreiro rubia y peinada como Eva Perón para Santa Evita en una serie de siete episodios; a Carla Peterson ya la disfrutamos con pelo rojo y corto en su papel de psicóloga en Terapia Alternativa, por la misma señal; y a Leticia Brédice, esta vez rubia y con el pelo revuelto, en su papel de Viviana, en La 1-5/18, la ficción de Polka en Eltrece. Sergio Lamensa es el encargado de dar forma y vida a esos personajes por medio de sus cortes, colores y peinados. Natalia, Carla y Leticia son, junto a Dolores Barreiro, Dolores Fonzi y Laura Novoa las Lamensa girls, como las llama el propio estilista.
Todas tienen en común que entregan sus cabezas al peluquero para que les resuelva el look para su vida privada y también para sus trabajos en series, películas y programas televisivos. Clientas, en definitiva, de Sergio Lamensa, de 20 o 30 años de antigüedad, la mayoría en los albores de sus carreras cuando se cruzaron con quien las acompañaría al estrellato. Tanta es la confianza que el vínculo con el peluquero se extiende a madres y hermanas de las famosas. En diálogo con LA NACION revista, Lamensa cuenta su recorrido de la mano de sus girls y recuerda sus primeros pasos.
Su amor por el oficio se remonta a su infancia: desde los 7 años comenzó a frecuentar la peluquería de su tío, en Villa Crespo, cuando las modas eran otras y prevalecían los peinados con ruleros y el infaltable spray fijador. Hasta que, luego de finalizar el colegio secundario, se anotó en una academia para aprender más.
En los 90 abrió su primera peluquería, en esos tiempos iniciales en sociedad con Diego Impagliazzo. Una idea que surgió en un desfile para que cada uno de los estilistas tuviera un espacio para atender a sus clientas. Era la época de las supermodelos, y llegaron a peinar, por ejemplo, a Kate Moss y Claudia Schiffer.
¿Las actrices hoy reemplazan el rol de musa que tuvieron las modelos en los 90?
Sí. Antes de los 90, ese rol era de las actrices. Después, ellas consideraron que no era cool salir en las tapas de las revistas porque no las tomaban en serio si querían hacer papeles dramáticos. Empezaron a rechazar esas propuestas. Entonces, se fabricaron nuevas estrellas, las supermodelos: Cindy, Claudia, Naomi, Linda. Eso cumplió su ciclo. Ahora volvieron a ocupar ese rol las actrices.
¿Quiénes son las Lamensa girls?
Natalia Oreiro, Carla Peterson, Dolores Fonzi, Laura Novoa, Dolores Barreiro. Trabajo hace mucho con ellas, con algunas hace veinte años. Hago como un seguimiento de ellas.
¿Son tus clientas o trabajás con ellas para proyectos específicos?
Son clientas particulares, de hecho, atiendo a sus madres. Atendía a la mamá de Carla Peterson, a Carla y a la hermana. También a toda la familia de Dolores Barreiro, a la de Fonzi. A Leticia Brédice la conozco desde que tiene 17 años. Son todas clientas y, por supuesto, me sumo a sus proyectos. Este año, por ejemplo, con Natalia hicimos Santa Evita, una miniserie para Star+ . Como Eva Perón, Natalia está platinada. Con Carla Peterson hice otra miniserie, Terapia Alternativa. Ahí ella es una psicóloga y está con el pelo rojo cortito.
¿Vos sugerís el estilismo?
Sí, lo armamos con la actriz. En el caso de Carla, la psicóloga me gustaba con el pelo rojo y corto porque me imaginé una persona más arriesgada en su look que el pelo clásico que usa Carla. La idea desde el comienzo fue que su personaje no tuviera el pelo rubio. Empezamos a virar a un pelo más cobrizo, después lo llevamos a un colorado y terminó en un rojo caoba.
En el caso de Natalia Oreiro para el personaje de Eva Perón estabas muy atado al personaje…
Estaba muy atado, si o si, a eso. Antes Natalia tuvo doscientos mil cambios. ¿Qué no le hice a esa chica en la cabeza?
Para Evita la cambiaste de su marrón a platinado. ¿Cómo fue?
La cambié de su pelo natural a platinado. Estuvo mucho tiempo, cuatro meses, platinada.
¿Cómo se sintió ella?
Divina, ella es una profesional que ¡Dios mío! Se sintió muy bien. Yo le mantenía el color.
¿Cómo hacías para que el pelo se mantuviera sano?
Había mucho peinado para su personaje. Yo le hacía de todo para que estuviera bien porque tenía que estar impecable. Le hacía baños de crema, baños de aceite, le aplicaba productos. Hay unos aceites nuevos que se ponen antes de lavar. Se pueden dejar actuar toda la noche o un par de horas y después se lava el pelo. Ayuda a recuperar la fibra del pelo.
¿Cómo dieron con el tono de rubio?
Fue un proceso largo porque el director estaba en Los Ángeles, ya que algunos capítulos los hizo un director americano. Estaba complicado el tema del color porque no había ninguna evidencia del tono real del pelo de Evita. En las imágenes de la época es todo pintado, dibujado o coloreado. No se sabía muy bien si era rubia, si estaba muy platinada, si era trigo. Entonces sacamos el color, se hizo un mechón de pelo para mandárselo al director que dio el ok y así arrancamos con el color de pelo.
¿Se usaron extensiones?
Eva tenía el pelo muy largo. Hay fotos en blanco y negro con su peluquero peinándola y el pelo llegaba casi hasta la cola. Más allá de que además usaba postizos en algunos peinados muy armados. Eso era muy de la época. Natalia también necesitó extensiones, que se usan mucho para filmar. Hace falta rellenos porque, sino, queda perdido el peinado.
¿Y cuando terminó de filmar, cómo fue su vuelta a morocha?
Con color, humectando el pelo que no queda igual que cuando está natural. Se lo cortó un poquito, pero tenía que trabajar y era inmediatamente después. Cuando terminó con lo de Eva se fue a Uruguay a hacer un programa de talentos. No es lo mismo hacer estos cambios para la vida que para trabajar. Porque para el personaje se peina, se moja, se vuelve a hacer otra cosa.
¿En el caso del personaje de Leticia Brédice?
A Leticia también le hice de todo, desde Cenizas del paraíso hasta ahora. Ahora está en La 1-5/18, que está ambientado en una villa, y tiene el pelo desordenado.
¿Vos al desordenado le das un orden y cierta prolijidad?
Claro, es una ficción. Está armado.
¿Y Laura Novoa qué está haciendo?
Terminó de hacer la serie de García Belsunce. Ella hace de María Marta García Belsunce (en El crimen del country, que se estrena el año que viene por HBO Max).
Ahí también estás atado…
También estoy atado y quedó exactamente igual, más allá de su interpretación. Son varios capítulos con toda la historia de lo que sucedió que fue trágico. El look había que hacerlo.
¿Carla es de las más versátiles, se cambia seguido el pelo?
Sí, pero todas. Natalia, Leticia, Dolores Fonzi… A Dolores Fonzi la atiendo desde que hacía Verano del 98 y la cambié a platinado, rubio, negro, corto, pelada. Ahora hace unos días le volví a cortar el pelo para ir al festival de San Sebastián. Le hice un flequillo corto. Tiene el pelo casi negro.
Un sueño cumplido
¿Sergio Lamensa en su infancia ya soñaba con la peluquería?
Mi tío tenía una peluquería muy importante en Villa Crespo. A los siete u ocho años todos los fines de semana yo iba a su peluquería. Me gustaba estar ahí, hablar con las mujeres, asistirlo a él, los olores que había. Era la época de los ruleros, del spray, de la mujer que se peinaba todo el tiempo, ahora también, pero de distinta manera.
¿Qué pasó cuando terminaste el colegio?
A los dieciséis empecé a pedir para ir estudiar a una academia. Comencé a ir los sábados, a trabajar con las cabezas de mentira. Todo lo que veía en la peluquería de mi tío lo repetía ahí.
¿Y soñabas con tener una peluquería como la de tu tío, o tus sueños por dónde andaban?
En realidad, nunca soñé con tener una peluquería propia. De hecho, le esquivé muchísimo tiempo. Después se dio en los noventa con mi ex socio, Diego (Impagliazzo). Hoy somos muy amigos.
En los noventa fue la explosión…
Hicimos Impagliazzo-Lamensa que surgió de decir un día, en un desfile, “¿Qué te parece si hacemos algo juntos, tenemos un lugar donde atender a nuestras clientas y cada uno hace su vida, pero sin tener una peluquería?”. Ninguno de los dos quería saber nada con tener una peluquería.
¿Y qué pasó?
Nos habíamos jurado no tener una peluquería. Pero alquilamos un espacio. ¡Enorme! Cuando lo alquiló Diego yo estaba de viaje. El día que me llevó a ver el lugar, en Uriburu (y Melo) le dije que era más para poner un garaje que una peluquería. ¿Qué íbamos a hacer ahí adentro? Un año estuvimos decorándola, casi como un juego. Poníamos toda la líbido en la decoración. De abrir, ni hablar.
¿Todo eso con la peluquería cerrada?
Sí, la peluquería cerrada y nosotros jugando al peluquero. Pero siempre cada uno con su trabajo. Al año empezamos a trabajar, calladitos. Comenzaron a hacernos notas, a salir por todos lados. Yo atendí a muchas productoras.
¿Fue el boca en boca?
Fue el boca en boca y que empezaron a hacernos muchas notas. Venían todas las chicas que atendíamos en ese momento y que seguimos atendiendo, como Valeria, Dolores Barreiro… Y también comenzaron a llegar clientas nuevas. Tocaban el timbre, nosotros mirábamos a través de una cortina que habíamos puesto y decíamos “no atendamos, si no sabemos quién es”. Así empezó la historia. Armamos una peluquería en la que éramos dieciocho personas. Eso duró casi diez años.
¿Qué recuerdos tenés?
Los noventa en la moda fue una época fastuosa. Fue la época de las supermodelos. Nos tocó viajar y peinar a Kate Moss, Claudia Schiffer; hicimos los desfiles de las escalinatas en Roma…
¿Alguna anécdota de la década del noventa, que fue tan intensa?
Un recuerdo increíble de esa época, a fines de los noventa, es haber asistido con Natalia Oreiro al último programa que hacía Raffaella Carrá en la RAI. Haber viajado con Natalia y haber estado en la RAI en ese momento, era mucho más increíble que haber estado en el desfile de Missoni con Sophia Loren sentada enfrente mío. ¿Otra? Haber ido a un desfile en Nueva York y, de ahí, a una fiesta, sentado con Karen Mulder y Christy Turlington y estar embobado mirando a las supermodelos en una época gloriosa.
La realidad superó al sueño…
Sí, ya estaba superando al sueño. Pero estábamos muy tranquilos. Ninguno de los dos se mareaba con el canto de las sirenas. Trabajábamos y nos gustaba lo que hacíamos. Después se dio que cada uno siguió con su camino, pero eso duró casi diez años.
¿Hasta ese momento por dónde habías pasado?
A los diecisiete empecé a trabajar en Gabriel (Orlando), como asistente de él. Era una peluquería divina y éramos como doscientos trabajando. Después me fui a trabajar con Franzosi, que fue el maestro de todos: de Andrea, de Pino, de Gabriel. Era italiano, tenía una peluquería en París, otra en un hotel en Venezuela, y la de Buenos Aires, que era fabulosa.
¿Qué marcó tu carrera?
Mi tío Rolo, por supuesto. También Gabriel y Franzosi, que me decía siempre que yo trabajaba muy bien pero que ponía tanta energía en cada clienta que, cuando terminaba con la tercera, estaba agotado. Después viajando conocí al que me ordenó de verdad. Era el director artístico de Jacques Dessange en París, el italiano Bruno Pittini, que ordenó mi manera de trabajar.
¿Te ordenó mentalmente o por medio de técnicas?
Las dos cosas. Él me pulió la técnica. Me ordenó la estructura del trabajo. Mi objetivo era cortar el pelo que era lo que me gustaba. Yo pasé por todo lo que hace un peluquero: barrer, lavar, teñir, hacer claritos, peinar. Pero mi obsesión siempre fue cortar el pelo y que, si en ocho meses la clienta no se lo corta más, tenga bien el pelo.
¿Cómo es hoy tu peluquería de Peña y Uriburu?
Es una peluquería cerradita, muy chica, con poca gente porque es lo que quiero. Al revés de muchos, me costó tener una peluquería chica y con poca gente.
¿Por qué quisiste una peluquería chica después de tu experiencia con una grande?
Porque ése fue siempre el objetivo: tener un lugar para ir a trabajar y no volverme loco con el sistema. Me han ofrecido trabajar en un hotel afuera pero no me dan nada de ganas. Me gusta lo que hago y me gusta hacerlo.
¿Qué tendencia considerás que va a predominar pospandemia?
Yo creo que va a haber una especie de locura de usar todo. Me imagino un Londres de los 70: había hippies, punks, heavy metal, hare krishna. Me gusta mucho pensar que va a pasar eso. Va a haber tribus de muchos looks, muy mezclado. Y me gusta que no haya una sola cosa y que todo el mundo no se haga lo mismo.
Peluqueros hay muchos, marcas registradas hay pocas. ¿Cómo se pasa de ser un peluquero a una marca registrada?
Hay que manejarse con sinceridad con uno, no dejarse hipnotizar por el canto de las sirenas. No me olvido de cuando fantaseaba con atender a toda esta gente. Siempre hay que poder sorprenderse. El tema de la marca, no te das cuenta cuando fabricás el nombre. Es trabajo. Se te va dando. Tuve una época muy interesante con los viajes para las campañas y revistas. Todas esas cosas no existen más. Viví una época gloriosa. Soy el eslabón entre lo viejo y lo nuevo. Tengo 57 años, con 40 de trabajo. Ahora es todo más inmediato, pero tardás más en construir un nombre. Hay que pelearla, hay que trabajar lo mejor posible y el nombre se va haciendo con el tiempo. Yo sigo laburando como siempre y es lo que me gusta.