Shi Zhengli, la Batichica de la ciencia, es la directora del laboratorio de virología de Wuhan, la ciudad cuna de Covid-19 que sumió al mundo en pandemia
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Corría 1939 cuando Bob Kane y su colaborador, Bill Finger, dieron vida a Bruce Wayne, un nombre inspirado en el guerrero y luego rey de Escocia Robert the Bruce, recordado como compañero de William Wallace en Corazón valiente. En la historieta, el millonario llega a ser Batman cuando una noche, en el estudio de su padre, un gran murciélago pasa a través de la ventana. Bruce vio esto como un presagio: recordó el miedo que le despertaban cuando niño y lo supuso una buena imagen para atemorizar a Ciudad Gótica. En las antípodas y 25 años después, una niña china entrelazaba su historia a los mismos animales, ajena por completo al furor de los superhéroes norteamericanos.
Shi Zhengli es hoy una de las mujeres chinas más populares del orbe. Dirige el área de virología del Laboratorio de Wuhan, la ciudad cuna del coronavirus que sumió al mundo en pandemia. Entró en el ranking de las 100 personas más influyentes de la revista Time de 2020. Pero antes de la hecatombe del Covid, ya era célebre en su ámbito de investigación. Citada en más de 19.000 artículos científicos, publicó (como autora o coautora) más de 130. Desde que inició su trabajo en el laboratorio del Instituto de Virología de Wuhan, se especializó en epidemiología y, dentro de la especialidad, en desentrañar cómo nuevos virus provenientes de animales salvajes, especialmente de roedores y murciélagos, pueden saltar a las personas.
Sus comienzos en esta área de investigación tienen más de 20 años. Se hizo desde abajo. En 2004, cuando llegó a China un grupo de investigadores de diferentes latitudes interesados en visitar las cuevas de Nanning, la capital de Guangxi, Shi se sumó al equipo. Como una aventurera épica se sumergió en el descubrimiento de las colonias de murciélagos escondidas en el interior de las montañas. Ella recuerda ese momento como unas vacaciones asombrosas. Era una primavera ventosa, pero el sol acompañaba la escalada. “Fue fascinante –recuerda Zhengli, en un ida y vuelta por e-mail con LA NACION revista–. Estalactitas de color blanco lechoso colgaban del techo como carámbanos, relucientes de humedad”. Era una cueva de acceso simple, espaciosa, con columnas de templo en piedra caliza. Pero no resultaría tan sencillo como pintaba. Para acceder a las pruebas necesarias, los baqueanos les recomendaron un camino que los conducía a las entrañas de las elevaciones. Las colonias más prolíficas de las especies que buscaban se guarecían en profundidades que requerían horas de caminatas, introduciéndose en las grietas de las montañas, donde apenas podían pasar estirándose como bailarines.
La desazón fue continua. Pero seguían encaramados en las rocas con intenciones de capturar alguna muestra. Llevaban siete días en los que se volvieron más delgados para penetrar las grietas de tres decenas de cuevas. Hallaron apenas 12 murciélagos. En la última jornada, ya no había presupuesto económico ni demasiado ánimo. Empujada por los científicos de Wuhan, la expedición se embarcó en dar cierre al trabajo según lo planificado. Como en las buenas historias, ese fue el disparador para hacerse de una muestra que permitiría explicar tiempo después el origen del brote de SARS, que se convertiría en la primera gran epidemia de este siglo.
Ante la aparición de 66 contagiados con aquel virus en noviembre de 2002, en Foshan, provincia de Guangdong, las alarmas comenzaron a sonar. Pero recién cuando un equipo de científicos de la vecina Hong Kong, donde en apenas días hubo más de 500 contagiados, dio alerta sobre los comerciantes del mercado de animales de Guangdong, quienes, monitoreados en su mapa de contagio, demostraron que el SARS había llegado a ellos a través de las civetas, mamíferos nativos de Asia y África tropicales y subtropical.
Ese precedente fue el guante que Shi levantó en Wuhan. “La forma en que se contagiaron las civetas sigue siendo un misterio”, afirma. En su investigación se topó con dos antecedentes: uno en Australia y otro en Malasia. En el primer caso, una serie de caballos transmitieron el virus Hendra a las personas en 1994. El segundo caso se trató del virus Nipah, que migró de los cerdos a sus cuidadores. Las investigaciones revelaron que en los dos casos, tanto cerdos como caballos, habían sido huéspedes intermediarios que recibieron sendos virus de murciélagos frugívoros. Con esos datos, Shi volvió a las civetas. Aunque no pudo establecer el puente, sí detectó que los murciélagos del mercado de animales de Guangdong estaban infectados con virus del SARS. Cuando ella planteó al entorno científico sus hallazgos, sugirieron que se debía a una contaminación de muestras.
El SARS le dio familia al coronavirus. En ocasión de su aparición, solo se conocía uno de ellos. Su nombre le fue dado por la similitud de su superficie con la de una corona puntiaguda al ser analizado en el microscopio. Era, por entonces, apenas un causante de resfríos. SARS alertó sobre su nueva peligrosidad.
El método de las cuevas
Su paso por las profundidades de las montañas le permitieron perfeccionar el sistema de seguimiento. Para 2004, ya había establecido una metodología novedosa: antes del anochecer cerraban el ingreso con redes que permitían atrapar al murciélago que saliera a alimentarse. De ellos, antes de liberarlos, tomaban muestras de sangre, fecales y de saliva, una tarea que los mantenía despiertos a la mitad de la madrugada. Aunque las conclusiones, según lo esperado, debían ser determinantes, en ninguna de las muestras se localizó material genético de coronavirus. Para Shi y su equipo fue un traspié. “Ocho meses de arduo trabajo parecían haberse perdido –rememora–. Pensamos que tal vez los murciélagos no tenían nada que ver con el SARS”.
Su vida científica estuvo determinada por la perseverancia y la buena fortuna justo al margen del fracaso. También aquí, cuando se estaban terminando las oportunidades, un grupo de colegas les donó una serie de kits de diagnóstico para probar anticuerpos producidos por personas con SARS. Acababan de terminar una investigación propia y los recursos sobrantes iban a descarte. En Wuhan no tenían seguridad de que los dispositivos funcionaran en los murciélagos tal como en humanos, pero ese espíritu de intentar en el final fue lo que cambió la historia.
“Fue un punto de inflexión para el proyecto”, dice Shi. Localizaron muestras de tres especies de murciélagos, todas ellas con anticuerpos de SARS. Sus investigaciones detectaron que la presencia del virus era temporal, vinculada al ciclo de las estaciones, o que dificultaba su detección. Sin embargo, la presencia de anticuerpos permanecía. Ese paso no solo permitió hilvanar la ruta del SARS, sino que develó el proceso de cómo buscar secuencias genómicas virales. A partir de entonces, el abanico de los coronavirus se extendió más de lo previsible. Wuhan y su laboratorio se convirtieron en el epicentro mundial especializado en la temática. Allí se detectaron las cientos de variantes que el murciélago puede portar con una diversidad genética que se convirtió en un desafío. “La mayoría de ellos son inofensivos”, explica Shi. Sin embargo, una veintena de sus variantes se asocian al SARS y, según lo confirmado hasta ese momento en pruebas de laboratorio, pueden infectar las células humanas de los pulmones.
Este proceso que llevó más de una docena de años permitió la detección y clasificación de decenas de nuevos virus como los paramixovirus, filovirus, virus de la hepatitis, adenovirus, ortoreovirus, circovirus, etcétera. El equipo que hoy lidera continuó publicando bibliografía de consulta en todo el mundo sobre el origen animal de SARS-CoV. Este laboratorio, considerado entre los más seguros del mundo entre la escala de tres niveles aceptada internacionalmente, fue fuente interminable de progresos en la detección y clasificación de coronavirus similares al SARS, aunque con diversidad genética. Sus archivos pudieron registrar hasta cepas que pueden servirse del ACE2, enzima y receptor funcional en las superficies celulares humanas, para que se convierta en el trampolín interno hacia el contagio.
La fama de Shi como Batwoman, tal como se la conoce desde entonces en los ámbitos académicos, había comenzado.
Un tren a ningún lugar
Wuhan es la capital de la provincia de Hubei y la ciudad más poblada del centro del país, con más de 10 millones de habitantes. Es reconocida como centro político, económico, financiero, cultural, educativo y de transporte del centro de China. Es allí donde tuvo lugar el Levantamiento de Wuchang, liderado por Sun Yat-Sen, que desencadenó la Revolución Xinhai en toda la nación, lo que resultó en el derrocamiento de la Dinastía Qing (la última de China) y la formación de la República de China en 1911.
Aquel fin de diciembre de 2019 Shi había partido a una conferencia lejos de Wuhan. Parte de su equipo permaneció en el laboratorio. El 30 de ese mes una serie de pacientes internados en el hospital público de la ciudad comenzaron a ser testeados para detectar el virus que los aquejaba. Sin éxito, con imposibilidad de clasificar los síntomas y los resultados de los análisis clínicos, los especialistas del hospital cursaron sus muestras al Instituto de Virología de Wuhan, donde visualizaron la rareza del suceso apenas colocaron las células bajo el microscopio.
Mientras esperaba su turno de oradora en la conferencia, Shi Zhengli espiaba su celular, que no dejaba de sonar. Cuando pudo atender la emergencia era plena. Tomó el primer tren de regreso. “Nunca me hubiera imaginado que sucedieran este tipo de cosas en el centro de China”, recuerda que pensaba sentada en el vagón mientras, como un mantra, se repetía “que no tengan la misma secuencia genética que los que tenemos en el laboratorio, que no tengan la misma secuencia genética que los que tenemos en el laboratorio…”. Como un bucle, su cabeza lidiaba con la posibilidad –luego cuestionada a nivel internacional y aún en estudio– de que el brote fuera producto de una fuga.
En viaje a Wuhan, recibió un nuevo llamado. El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades pudo poner nombre provisorio al descubrimiento: dos de los pacientes ingresados, diagnosticados con una neumonía anómala, habían dado positivo para un nuevo tipo de coronavirus. La convocaban con urgencia para que diera curso a una investigación más profunda.
Sus 12 años de investigaciones habían permitido reconocer que era en las zonas subtropicales de China, como Guangxi y Yunnan, los sitios de probable trasmisión de animales a humanos de este tipo de virus, sobre todo en el caso de los murciélagos. No obstante, como una premonición de Nostradamus, estuvo casi cerca.
En el nombre del virus
Fue un fin de año tormentoso. Los planes corrieron su foco. Lo recuerda como los tiempos más estresantes de su vida profesional. A su llegada a Wuhan, sin escalas personales, se internó en el laboratorio junto a las muestras misteriosas. Convocó a todo su equipo en el más estricto silencio. Para los testeos, utilizó la técnica de reacción en cadena de la polimerasa, que puede detectar un virus amplificando su material genético. Con este testeo confirmó que en el virus de cinco de los siete infectados era posible detectar secuencias genéticas comunes a todos los coronavirus. Ordenó repetir las pruebas y destinó muestras a otra división del laboratorio para obtener la secuenciación completa de los genomas virales.
Ella, en tanto, se abocó a una misión que se convirtió en, según confiesa, una obsesión: chequear los circuitos de seguridad del propio laboratorio, sus materiales experimentales y los registros de descartes. “Fue un alivio detectar que ninguna de las secuencias que surgían de los pacientes infectados coincidía con las de los virus que habíamos tomado de las cuevas de murciélagos. Eso realmente me quitó una carga de la cabeza. No había pegado ojo durante días”, asegura.
Para el sexto día de enero, en los zapatitos de todo el mundo Shi dejó su regalo de Reyes: un nuevo coronavirus había pasado de animales a personas. Aún hoy el rastro real está en estudio. Para Shi existe una alta probabilidad de que la transferencia haya sido directa desde los murciélagos (idea que se sostiene en la mitad de la comunidad científica), aunque otra parte asume que existió un huésped intermedio: los pangolines, mamíferos de los que, entre otras cosas, en Asia se utilizan sus escamas como medicina tradicional y su carne es considerada un manjar.
Wuhan se convirtió en el ojo del huracán que serviría como cobayo experimental para el resto del planeta. A fines de febrero se cerró el mercado de vida silvestre, salvo para investigación, aunque para la Shi, “el comercio y el consumo de vida silvestre son solo una parte del problema. Animales de granja, como los cerdos, ya habían experimentado transmisiones de enfermedades de ellos a humanos en numerosas ocasiones en el pasado”.
Luego de ser vocera cotidiana de los progresos en el conocimiento del Covid-19, Shi Zhengli salió de la escena. Fue silenciada o se silenció. Existen versiones que la localizaron fuera de China, como refugiada protegiendo su vida. También están las contrarias, las que fue abducida por el propio sistema para prepararla mediáticamente para el furor que vendría. Meses después de haber desaparecido del radar público, emergió con naturalidad. Fue protagonista de los informes oficiales que desde su laboratorio aseguran que el virus de Wuhan no es producto de una fuga de bioseguridad.
Fue ella la encargada en persona de recibir al equipo internacional que la OMS destinó para que a comienzos de este año, más de 12 meses después del caso 0, intentara detectar el origen de la pandemia. La delegación vio postergado en sucesivas ocasiones su ingreso a China. Cuando eso fue posible, acceder a Wuhan fue controversial, por las limitaciones impuestas. Los 14 científicos internacionales trabajaron acompañados por los investigadores chinos, encabezados por Shi, durante casi cuatro semanas. A pesar de la politización internacional de la misión, los dos grupos redactaron un documento conjunto que dieron a conocer en una conferencia de prensa que se concretó a los apurones, con confirmación previa apenas poco antes. El informe menciona que los especialistas habían descartado por considerarla “extremadamente improbable” la teoría de que el patógeno pudo haber salido de un laboratorio de Wuhan. A la vez, informaron que habían corroborado el paso del coronavirus de un animal al ser humano a través de una tercera especie como hipótesis “más probable”. El mercado de mariscos de Wuhan, Huanan, fue considerado como el origen de la enfermedad, aunque los especialistas indicaron que “aún no lo tienen totalmente claro”.
A pesar de las quejas que el grupo de la OMS emitió de manera individual, luego de abandonar China la mayoría coincidió en considerar “muy improbable” que el virus hubiera sido causa de una fuga, una negligencia o una acción ex profeso. Shi, promotora pública de la visita de la misión de la OMS, porque, según indica, “no tenemos nada que ocultar”, se sintió aliviada. No obstante, las dudas publicas persisten. Además del pedido expreso de investigación de parte de Joe Biden, el clamor de la comunidad científica se hace escuchar en cientos de documentos publicados en los medios especializados.
Shi no se quedó en silencio. Autora principal de un informe emitido por la Academia de Ciencias de la Universidad de China y publicado para su revisión en el medio especializado BioRxiv, refuta la teoría que avala la posible fuga de bioseguridad. “Estos virus pueden haber experimentado eventos de selección o recombinación en los hospedadores animales y producir adaptación viral a un nuevo hospedador y luego propagarse a la nueva especie antes de saltar a los humanos “, declaró Shi en el informe.
Mientras tanto, como una estrategia resiliente, Batwoman solo piensa en el siguiente paso. “La misión debe continuar –explica–. Lo que hemos descubierto es apenas la punta de un iceberg”. Acaba de presentar un proyecto nacional para muestrear sistemáticamente virus en cuevas de murciélagos, con un alcance e intensidad más profunda que en ocasiones previas.
Fuera del trabajo de campo, entre los planes científicos a largo plazo, el laboratorio viral de Wuhan a su cargo proyecta desarrollar vacunas y medicamentos de amplio espectro contra los coronavirus considerados riesgosos para los humanos. “El brote de Wuhan es una llamada de atención –concluye Shi–. Los coronavirus transmitidos por murciélagos causarán más brotes. Debemos encontrarlos antes de que ellos nos encuentren a nosotros”.