Constancio Vigil. Tuvo un imperio mediático, volvió a ser padre a los 85 y rompe un largo silencio: errores, dictadura y las noches junto a Menem
Fue por décadas testigo y protagonista del poder. “Tuvimos la oportunidad de salir adelante y la desperdiciamos”, dice desde Uruguay
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Tiene el mismo nombre que su célebre abuelo, que un tío y que un hijo. Es el karma de algunas grandes empresas, especialmente las periodísticas, en las que el nombre del fundador se repite una y otra vez en las generaciones siguientes.
También es el caso de Constancio C. Vigil. En su caso la “C” es por Carlos, el nombre que lleva el último de sus seis hijos, de apenas siete meses.
Pero no está claro qué nombre iniciala la “C” del primer Constancio −el fundador de la mítica Editorial Atlántida y exitoso autor para niños, con personajes emblemáticos como el Mono Relojero, la Hormiguita Viajera y libros como Upa y El Erial−; si es por “Cándido” o “Cecilio”. Lo cierto es que su nieto firmó notas deportivas con el seudónimo de “Cecilio de la Vega” (por su abuela materna, Leticia Vega de Vigil). También escribió algunos artículos de basquet y rugby, pero firmados con su nombre real, para la sección Deportes de LA NACION, cuando esa área estaba a cargo del legendario Alberto Laya y la Redacción del diario todavía funcionaba en la calle San Martín.
Ahora este nieto también tiene una buena cantidad de años, pero en los últimos tiempos ha emprendido sorprendentes proyectos vitales propios de personas unas cuantas décadas más jóvenes.
-Su edad: ¿ochenta y…?
-86.
-¿Y cuál es su sensación térmica?
-Muy buena. Me siento de 66.
-¿Sigue haciendo deporte?
-Un personal trainer viene tres veces por semana, tengo un gimnasio acá y juego al golf.
¿Más evidencias de lozanía? Nos muestra una Lamborghini Huracán de color verde. Cada vez que sale con ella, la gente le pide fotos y Vigil hasta los invita a sentarse en la butaca de conductor para que aprecien esa maravilla también por dentro.
A su alrededor corretea Emma, de dos años, mientras que Carlitos pone a prueba la cintura de Liliana Pata, la esposa de Constancio, que lo tiene alzado buena parte del día.
-Es una edad más para nietos y bisnietos. ¿Por qué traer hijos al mundo a esta altura de la vida?
-Porque cuando conocí a mi segunda mujer tenía una niña excepcional, Romina, que al cumplir 18 años se enfermó de leucemia. La peleamos un año y medio, inclusive con dos viajes y estadía en Estados Unidos, hasta que se fue al cielo, el 10 de enero de hace doce años. Y la mamá quería irse al cielo con ella. Perder un hijo es una cosa terrible. Hace cuatro o cinco años se me ocurrió que podíamos adoptar un chico en la Argentina. Empezamos a hacer los trámites pero vimos que era tan complicado que desistimos. Esa búsqueda habrá durado dos años.
Entonces Constancio y Liliana empezaron a explorar opciones hasta que dieron con el Fertility & IVF Center of Miami, adonde traen nuevos seres humanos al mundo por medio de la técnica de vientre subrogado. Entre los más altos directivos de ese centro médico de primer nivel encontraron a un argentino, el doctor Fernando M. Akerman, especializado en temas de obstetricia y fertilidad, quien los guió en ese camino. Al principio, Vigil desconfiaba del asunto hasta que terminó fascinado por la seriedad de los trámites y el tratamiento. Tanto es así que en el lapso de dos años, no encargó un bebé… ¡sino dos!
-¿Cuántos nietos tiene?
-De Costi tengo tres; de Pilar, dos; de Mari, uno y de Pablo, cuatro. Diez, en total.
-¿Por qué dos bebés ahora?
-El razonamiento mío es que tengo 86 años. Pensé que Emma, en algún momento, seguramente se va a quedar sola sin papá y sin mamá. Por eso buscamos un hermano para que entre los dos se ayuden y no estén solos en el mundo. Los dos son hermanos-hermanos, provienen exactamente del mismo lugar, con los mismos óvulos y espermatozoides, salidos del mismo vientre. Ahora debo proteger lo que tengo porque me voy a ir seguramente en unos años y quiero dejar a estos chicos y a la mamá en una posición que les permita estudiar en un buen colegio y después en la Universidad.
-¿Cuál es la diferencia entre haber tenido hijos cuando tenía veintipico y ahora con más de ochenta?
A esos hijos no los disfruté como estoy disfrutando a estos porque en aquel entonces mi locura era trabajar, trabajar y trabajar. Y jugaba mucho al golf, era muy competitivo, me gustaba participar de los campeonatos que eran de jueves a domingo. Prácticamente no estaba en mi casa. En un momento, mi mujer de entonces me dijo: Te lo pasás trabajando o jugando al golf y no ves a los chicos. Entonces dejé el golf, me compré una lancha y durante muchos años disfrutamos del Delta.
Este Constancio C. Vigil imita, de alguna manera, al abuelo y a los padres que eran uruguayos, al decidir hace dos años instalarse definitivamente en Punta del Este. Vuelve, de alguna manera, a las fuentes. El primer Constancio nació en Rocha, pero en 1908 debió exiliarse en Buenos Aires. “Era periodista político −detalla Vigil−; le tirotearon la casa donde vivía y ahí resolvió irse. Se fue a la Argentina, primero solo. Sus hijos quedaron acá y él se fue a trabajar de periodista en la Editorial Haynes, desde 1910 hasta 1918, año en que fundó Editorial Atlántida.”
-¿Y usted por qué se fue de la Argentina?
-Me fui de la Argentina porque está muy difícil vivir allí. La presión impositiva es terrible y no me gustó el tema de la seguridad. La Argentina está mal. Empecé a pensar en irme hace bastante tiempo, unos doce años, al Caribe.
-Bueno, en parte lo consiguió porque usted parece vivir en primaveras y veranos eternos ya que se muda de continente para vivir solo en esas dos estaciones. Muchos años alternaba con Miami. ¿Por qué ahora elige España?
-A mí me gusta el calor y el sol. Tengo dos opciones: o Miami o España, en una propiedad que tengo entre Marbella y Sotogrande. Descubrir el sol de España es brutal. Son muy buena gente, hablan nuestro mismo idioma, el clima es excepcional. La única diferencia entre un lugar y otro es que todavía no tengo amigos ni un grupo para jugar al golf. En cambio, en Miami, sí.
-Pero si tiene que elegir un lugar para decir dónde vive, ¿cuál es?
-Punta del Este.
-Usted hizo mucho dinero en la Argentina, pero se va del país...
-La Argentina es un país inconcebible, tiene de todo. Está habitada por gente que no le gusta trabajar. Es una tragedia esto. Suponiendo que se ponga bien no va a encontrar, como se encontraba antes, gente muy talentosa. ¿Por qué? Porque la mayoría de la gente no estudia. Yo soy un defensor brutal del campo porque en la Argentina es lo único que realmente funciona bien. No hay nadie que nos gane.
-¿Cuál es, a su juicio, el problema principal de la Argentina?
-Es difícil determinarlo. Tuvimos la oportunidad de salir adelante y la desperdiciamos
-¿Y Uruguay porque funciona?
-Por de pronto son más honestos. No roban como se roba allá.
-¿Conoció a su abuelo?
-Cómo no. A él le tuve que pedir autorización para trabajar en la Editorial Atlántida cuando yo tenía 18 años.
-¿Cómo era?
-Lo tratábamos poco. Le decíamos papucho y a la esposa, mamama, que tuvo dos golpes muy grandes en su vida, al perder dos hijos, Marta y Jorge, tal como se llama uno de los libros de mi abuelo. Ella murió de pulmonía; Jorge yendo en tren de Retiro a Belgrano (mi abuelo tenía una casa muy grande allí). Como hacía mucho calor no se le ocurrió mejor cosa que sentarse en la escalerilla donde se subía a los vagones. En una curva del camino, estaría mal agarrado, el tren lo despidió y murió.
-Muy notables las habilidades de su abuelo: primero periodista político, luego autor exitoso de libros infantiles y después un talento muy especial para crear revistas populares con una saga de títulos impactantes como El Gráfico, Billiken, Para Ti, La Chacra, uno detrás del otro, en muy pocos años, que trascendían las fronteras, se leían en buena parte de América Latina y hasta en España.
-Su libro más importante, El Erial, fue traducido a 25 idiomas. Él no tenía nada que ver con el campo, pero rápidamente entendió que la Argentina de esos años era como Abu Dabi ahora y aprovechó esa oportunidad.
-De todos esos títulos usted conserva uno: La Chacra. ¿En qué consiste hoy?
-La Chacra hoy es una plataforma de medios, la revista, el canal de TV, una radio, dos sitios de internet y un canal con las apuestas de Santa Fe.
-Hablemos de Atlántida y de su larga trayectoria entre 1918 y 2000. Hubo tres generaciones: la fundadora, la del medio y la que integró usted con sus tres primos, la época de mayor expansión.
-Mi abuelo tuvo siete hijos: Constancio, Aníbal, Carlos, Marta, Jorge, Elodia y Ticha. El hijo mayor fue administrador general. Era el número dos, pero tuvo un desempeño pobre y mi abuelo lo sacó. Tomó ese lugar el segundo hijo, que era Aníbal. En el tiempo de la segunda generación, Atlántida quedó en cuarto lugar en venta de revistas. Primero estaba Julio Korn, con Radiolandia, Antena y Vosotras; después Abril y Codex, con fascículos. Cuatro primos −Aníbal Vigil (h), Alfredo Vercelli, Jorge Terra y yo−, que ya estábamos trabajando en Atlántida, le hacemos la revolución a papá, Carlos Vigil, porque no andaba muy bien, no era un buen CEO. Funcionábamos en bloque. Tendríamos 28/30 años los “cuatro fantásticos”. Aníbal era el líder de los cuatro primos y el segundo era yo. Vercelli se dedicó a lo que también había hecho su padre, que era la librería Atlántida, con un local brutal en la calle Florida y los títulos que editaba y la atención de Jorge Terra estaba puesta en el taller.
-¿En qué consistió la “revolución”?
-Cuando terminó el campeonato mundial de Chile, en 1962, resolvemos sacar de la dirección de El Gráfico a Dante Panzeri e ingresa a la Editorial Atlántida Carlos Fontanarrosa, que tenía lo que nosotros llamábamos caño con el gusto del público. Daba en el clavo de cómo había que tratar cada tema. Cuando tomamos el mando pasamos a primeros en tres años. La lucha mía era de El Gráfico contra Goles. El Grafico vendía 58 mil ejemplares y Goles, 150 mil. En 1965, además, empieza a salir Gente.
-¿Por qué deciden entrar en un momento en el negocio de la TV?
-En ese entonces Canal 13 era líder absoluto del rating. Nosotros queríamos poner avisos y no entraban porque no había lugar. Y para vender revistas era muy importante tener avisos en televisión. Le compramos el 14% al señor Goar Mestre con opción de llegar hasta el 50% y a partir de ese momento nadie nos rechazó un aviso más porque éramos medio dueños. Ponemos un millón de dólares en 1971 y a los seis meses nos llama Mestre. Vamos los cuatro primos y nos dice que necesitaba ayuda porque el negocio no estaba caminando bien, perdía rating y estaba apretado por los canales 11 y 9. Yo me trasladé a Canal 13 y nunca en mi vida trabajé tanto como en esos años. Al poco tiempo pusimos al canal primero de vuelta.
-Me imagino que la adrenalina televisiva es mayor que el de las revistas…
-Las respuestas a cómo andaba cada revista las tenía a la semana. En cambio, el rating es una locura. Y en esa locura nos faltaba una estrella como Tato Bores, que estaba en Canal 11. Vivía en la esquina de mi casa, en Cavia y Castex. Me contó que estaba chocho con su contrato, que incluía pasajes a Europa y, como lo auspiciaba Peugeot, le daban una unidad nueva todos los años. Póngale que me dijo que ganaba 50.000 dólares por mes. “Buen contrato −le digo−, pero nosotros podemos ofrecer 150.000″. Tato salía todos los días a caminar, agarraba Figueroa Alcorta hasta River y volvía. Pero yo lo veía a la tarde desde el balcón de mi casa que daba vueltas y vueltas a la Plaza Alemania. Es que estaba preocupado y no sabía qué hacer. Sebastián, uno de sus hijos, me contó que el padre llamó a su gran amigo, Alberto Olmedo, que ya trabajaba en el 13, y que le dijo: Tienen guita; a mí me pagan todos los 31. Y así, Tato Bores se pasó al 13.
-Pero lo bueno dura poco y con la llegada del peronismo al poder, en 1973, los canales primero fueron intervenidos y tras la muerte de Perón directamente estatizados y tomados por la fuerza. ¿Qué hicieron ustedes?
-En el 74 me había ido al Mundial de Alemania. Cuando muere Perón, mis primos me dicen: No volvés a Canal 13; esto va para mal. Y al poco tiempo invadieron Canal 13. Mestre nos dijo que iba a iniciar la Operación Rescate, si queríamos ser parte, para lograr que nos devolvieran lo que nos habían sacado, pero llegamos a la conclusión que no nos convenía estar peleando con López Rega, Isabel y toda esa locura porque a lo mejor hasta nos sacaban Atlántida y resolvimos no participar. Finalmente, cuando Mestre logró que los militares le pagaran, nos dio el millón de dólares que habíamos puesto. Nosotros resolvimos que teníamos que tener algo en otro lado y resolvimos fundar una empresa en España que compraba derechos de libros en América Central, México, Estados Unidos y el Cono Sur. Duró hasta el 78. Después nos dimos cuenta que cometimos un error brutal en no seguir.
-¿No se jugó demasiado por los militares Atlántida tras el golpe de 1976?
-Sí y nos dimos cuenta tarde. Todo el mundo estuvo a favor. El único que se mostró en contra del golpe del 76 fue Álvaro Alsogaray. Todos esperábamos que llegaran los militares y se terminara el horror de la guerrilla y los atentados. El que tuvo problemas fue fundamentalmente Aníbal porque manejaba Gente y Somos. Tenía entrevistas con Videla, iba a la Casa de Gobierno. Había un amigo de Massera que, de vez en cuando, venía a pedirle cosas. Habrá habido algo que no le gustó a Massera que se publicó porque una mañana mientras Aníbal corría por Palermo antes de ir a trabajar, desde un auto le sacaron fotos, averiguó y le dijeron: Mejor ándate. Y se vino una semana a Punta del Este. El consejo de almirantes le sacó la idea a Massera de que le hiciera algo a Aníbal. Quién tuvo una actuación fundamental, que se lo voy a agradecer toda la vida, fue un capitán de navío del servicio de inteligencia naval, que se hizo muy amigo de Aníbal y que lo siguió informando siempre si había bronca o no de la Marina hacia nosotros. Era Norberto Varela, que después fue edecán de Alfonsín y agregado naval en la embajada argentina en Perú. Con el Ejército no tuvimos ningún problema ni con la Fuerza Aérea. Con Massera sí porque creía que podía manejar todo. Malvinas nos la comimos como unos pajaritos. Yo recuerdo haber ido con Aníbal a una oficina donde nos hicieron escuchar relatos de la guerra y del campo de batalla como si todo anduviera bien.
-Hableme de su primo Aníbal, él tan concentrado, casi temible, y usted, con una personalidad contraria, tan extrovertida. ¿Cómo se llevaban siendo tan contrastantes?
-Aníbal era un tipo muy serio, leía libros en inglés sobre economía y yo de eso no sé nada. Él entendía algo de finanzas y economía. Yo no tengo ningún problema en decir que no puedo leer un balance. Educado en un colegio inglés, muere a los 57 años, exactamente a la misma edad, y por la misma razón, que el padre. Siempre nos llevamos muy bien, teníamos un escritorio uno al lado del otro, con una puerta que se abría al medio. Aníbal no iba a ningún boliche; yo era el rey de los boliches.
-En los noventa, tienen la revancha en la TV y Editorial Atlántida es parte clave fundadora de Telefé. Pero no todo fue tan fácil al principio. ¿Por qué?
-Nos metimos de vuelta en la TV, que era otra plata. Armamos un grupo con los canales del interior, Soldati, Zanón, la Universidad de Belgrano y Miguel Madanes. El único que tenía cierta idea era Aníbal; el caño con la gente lo teníamos nosotros. David Ratto, nuestro amigo y agencia, nos cita a Aníbal y a mí el 8 de diciembre de 1989 para decirnos que el canal ya estaba otorgado, que así como Clarín se hizo de Canal 13, el 11 también ya tenía dueño. Nos aconsejó que fuéramos a ver a Menem. Gracias a Renée Salas, que había hecho una nota con Menem en Olivos, y que había quedado en muy buena relación con al mayordomo de la quinta, logró que Menem nos recibiera ese domingo, al mediodía, en Olivos. Vamos y mientras estábamos esperando, se asoma Zulema [Yoma] y nos dice: ¿Qué hacen ustedes acá? Si van a hablar con Carlos Menem espero que le cuenten de los delincuentes que tiene alrededor. Se va, al rato llega el Presidente, que pide que lo llamemos Carlos, y a mí de entrada me dice muñeco, hablamos un poquito de River, charlamos un rato. A Aníbal no le salían las palabras porque había que decirle al Presidente que estábamos preocupados porque nos habían dicho que el canal ya estaba entregado. Se le cambió la cara. ¿Quién es el sinvergüenza que puede decir una cosa así? −nos dice Menem − porque yo les aseguro que si ustedes hacen las cosas bien van a tener el canal. Se entera que jugamos al tenis y nos invita a jugar. Ese mismo día, reunión, almuerzo y tenis en Olivos en dobles: Menem con su profesor contra Aníbal y yo. A partir de ahí aparezco jugando al tenis varias veces con Menem. Más serio que yo, además con revistas de opinión, Aníbal no podía vincularse tanto como yo, que tenía El Gráfico, y afinidades por el fútbol y River.
-¿Engancharon rápido?
-Rápido, pero mucho. Terminé siendo amigo. Iba prácticamente todos los días a Olivos. Hasta subí dos veces a su dormitorio cuando estaba enfermo. Yo terminaba en Telefé a las ocho de la noche y en vez de irme a mi casa agarraba y me iba a Olivos. El día que a él le hace el reportaje la chilena [Cecilia Bolocco] la invitó a comer y me invitó a comer a mí también.
-¿Qué consiguió usted con tanta cercanía?
-Nada. Nunca traté de conseguir nada.
.En su tan larga vida debe haber tenido muchos amigos, pero me imagino que no iba todos los días a sus casas. ¿Por qué iba tanto a Olivos? ¿Le gustaba ser testigo de la trastienda del poder?
-¡Y claro! Las veces que he me quedado a comer, el Presidente y yo, y el televisor ahí enfrente, para ver algún partido de cualquier lado. Por ahí se dormía. A veces me quedaba hasta las dos de la mañana.
-Los que pertenecen a un entorno presidencial suelen ser muy celosos entre sí. ¿Cómo manejaba ese tema?
-Yo dejé de ir dos o tres meses cuando tuve el despelote grande del auto [ver más abajo]. Tenía que ir a los Tribunales, salía en el diario. Después que pasó un tiempo, cuando consideré que podía volver a Olivos, era un domingo y Menem estaba viendo un partido de fútbol, con diez personas más, entre los cuales estaba Gerardo Sofovich. Llego, me siento y Sofovich lo mira a Ramón Hernández cómo diciendo ¿qué hace este tipo acá?. Y mientras, Menem como si nada. Llegué a ser tan amigo de Menem que jugaba de vez en cuando al póquer a la noche con Jorge Antonio, Sofovich y algunos más.
-¿Bernardo Neustadt?
-No participaba de esa intimidad. Era otra la relación. Yo también comía pizza con Ramón Hernández mientras lo esperaba para jugar al golf.
-Cuénteme el tema del auto.
-Tengo la oportunidad a través de Cacho Steimberg, que fue quien armó eso [la importación de autos de alta gama que eximía de impuestos a los discapacitados]. Cuando se arma el despelote escondo el Mercedes y me compro otro exactamente igual. Cuando llegó la gente de la Aduana a comprobar, vieron que no era el que buscaban, lo cual fue una gran desilusión para los tipos. Fui el único condenado por la Suprema Corte de Justicia del menemismo. ¡Me condenó a mí que era íntimo amigo de Menem! Para mí, fue Ramón Hernández y esa gente que no querían que yo quedara tan limpio porque ellos estaban todos sucios.
-Pero la importación de esos autos, con eximición de impuestos, era exclusivamente para discapacitados…
-Trajeron autos Susana Giménez y 300 más, pero yo fui el único condenado por la Corte de Menem por contrabando. A partir de ese momento todo lo que traía lo declaraba porque si me agarraban otra vez iba preso.
-Pero no estaba bien eso…
-Por supuesto que no estaba bien, pero en ese momento todo el mundo lo hacía. Salían avisos en el diario.
-¿Habló con el presidente Menem de este tema?
-Nunca, pero sí con Eduardo, su hermano.
-La Editorial Atlántida era un portento hacia fines de los 80: seis revistas superexitosas, libros de mucha venta, propietaria de una librería muy concurrida, editora de videos y dueña de un centro integral para la mujer, con un volumen global de 41 millones de dólares y 1600 personas empleadas. ¿Qué pasó con ese imperio, en las décadas siguientes, que se fue partiendo en pedazos y extinguiendo. ¿Murieron las revistas?
-Primero la televisión mata a las revistas; después, las redes sociales. Creo que en el mundo las revistas han pasado a ser mucho menos de lo que eran antes. Cuando muere Aníbal, en 1994, yo tomo la posta en representación del grupo Atlántida, propietaria del 14,5% en Telefé, y dejo al hijo de Aníbal a cargo de Gente y a mi hijo Costi, de El Gráfico, mientras yo me voy a la televisión. A los dos meses, el hijo de Aníbal promueve en Gente una nota contra Menem. La paro, se arma un despelote muy grande y en reunión de directorio se decide que no salga. El chico va a la casa, le cuenta a la madre y ella dice que no quiere seguir en Atlántida. Le compré yo las acciones. Aníbal tenía el veintipico, yo tendría el 16. El chico afuera y yo me quedo con más poder dentro de Atlántida. Me meto más en la televisión y ahí veo también que era un monstruo que estaba bastante mal manejado y yo había aprendido mucho con Mestre. Al poco tiempo le compro a Porto su 14,5% a medias con Soldati, pasamos a tener 21 y después le compro a Soldati. Atlántida no tenía tanta plata y con Víctor González, mi mano derecha, armamos ATCO (Atlántida Comunicaciones): 40% Constancio Vigil, 30% Telefónica de España, 30% Citicorp. Todo eso era para luchar contra Clarín. La locura de Gustavo Yankelevich era por el rating y nosotros siempre fuimos primeros contra el 13. Telefónica, una empresa monstruosa mundialmente, para apoyarlo a José María Aznar compra medios en España y en esa locura también quieren tener algo en América Latina. Y para quedarse con todo pagaron doce veces el ebitda, que quiere decir la utilidad operativa del negocio, lo que se gana en un año, y ese año ATCO ganó 100 millones de dólares, por lo cual pagaron 1200 millones de dólares. Se llevaron Telefé, Canal 9, Radio Continental y doce estaciones del interior del país, y nosotros nos quedamos con Atlántida hasta que, tres años después, la compró Televisa.
-Además de sus pequeños hijos, La Chacra, el golf y jugar a las cartas, ¿con qué otras cosas se entretiene?
-He vuelto a leer, cosa que había abandonado. Estoy leyendo de vuelta Volver a matar, de Juan Bautista Yofre. Siempre me ha interesado el tema de la guerrilla. También me conecté con Carlos Manfroni, autor de Montoneros, soldados de Massera, y mandé a pedir otro libro sobre la P2. Son temas que me gustan. Lo primero que hago cuando me levanto es leer LA NACION y Clarín.
-¿Qué se siente más: empresario o periodista?
-Empresario. Sin tener conocimientos básicos que deben tener la mayoría de los buenos empresarios, en el caso mío no tuve esa formación, pero conté con mucho olfato para moverme.
-Un empresario no se retira del todo nunca. ¿Qué negocio se le ocurrió últimamente?
.Una tarde estando con Liliana, que es loca por los animales, me dice: Pensar que nosotros tomamos Coca Cola, café, vino, champagne y los perros solo tienen agua. Y a mí se me ocurre: ¿Y si tratamos de hacer la Coca Cola de los perros? Lo llamé a Diego Granda, le conté la idea y al año y medio o dos me dijo que ya tenía el producto. Un tiempo vendimos cualquier cantidad en Buenos Aires apoyados por una buena publicidad en el programa de Tinelli, pero después se cortó en la Argentina. En Estados Unidos está funcionando, pero no es todavía una locura.
-A pesar de haberse afincado en Uruguay, ¿va a votar el año que viene en las elecciones presidenciales de la Argentina?
-Sí, por supuesto. Por quién, no sé todavía.